3 de julio de 2007

La maté porque era mía

Nuestros periodistas tienen la costumbre de llevar la cuenta de la muertes violentas que sufren las mujeres a manos de sus maridos como si de una competición se tratara. Una mujer muerta, una muesca más en el ranking del mes. Las cifras, de puro descarnadas me repugnan. Prefiero pensarlas en términos de hermanas, de familiares o de amigas para que así 40 deje de ser un cuatro y un cero y se convierta en mi último curso de bachillerato liquidado en lo que va de año.

Tampoco me convencen los que hacen distinciones y sacan porcentajes de mujeres inmigrantes entre las fallecidas de manera violenta. A nadie se nos escapa que proceden con frecuencia de países donde la sumisión al varón es mucho más feroz que en España. Cuando llegan aquí y consiguen por primera ver en su vida una cierta autonomía económica, las que no son felices deciden librarse de maridos que las explotan, las maltratan o las tienen sometidas.


Los cambios sociales que se vienen produciendo en nuestro país, y en particular el trabajo e independencia económica de la mujer, explicarían también el mayor porcentaje de muertes violentas a manos de personas mayores de 50 años y sería un indicio alentador de que en parejas más jóvenes el vínculo se mantiene en libertad e interdependencia sin ningún sometimiento económico.. De cualquier manera sean mayores o sean jóvenes, sean de cerca o de lejos la cifra sigue siendo aterradora y es momento de preguntarnos por las razones de fondo detrás de estas muertes sin sentido.


Los sociólogos, los psicólogos, los moralistas seguramente nos darán una batería de razones en función de sus respectivas competencias. Por mi parte no deja de preocuparme la utilización abusiva de la figura de la mujer como elemento decorativo de muchas campañas publicitarias, o la asociación injusta que se hace entre mujer joven y erotismo o por el contrario que se desprecie su papel en el hogar con epítetos como “maruja” o “la Sra. María”. Son quizá trivialidades pero en mi opinión son otros tantos indicios de que la sociedad actual nos está cosificando y más particularmente a la mujer; que la estamos despojando de su esencia de persona y la estamos convirtiendo en un objeto, aunque algunos digan que en un objeto de culto. Me viene a la memoria la conocida frase “la maté porque era mía” como quien se deshace de un juguete que le aburre o cambia de televisor porque ahora se llevan los de pantalla plana.

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