27 de febrero de 2013

Monje junto al mar de Caspar David Friedrich



Monje junto al mar
Caspard David Friedrich 1808-1810
Óleo sobre lienzo 110 x 171,5 cm
Alte naationalgalerie Berlin

Cada vez que miro este cuadro hay algo que me angustia y me recuerda un cuadro  de Goya en el que un perro parece estar hundiéndose en un mar de arena.
Aquí, un monje, apenas  un punto ante la inmensidad de un paisaje plano y sin profundidad parece haber llegado a un punto sin retorno.  Voluntariamente Friedrich rompe con la tradición del romanticismo y le quita la perspectiva.   En el borde inferior del cuadro, la delgada orilla asciende en forma de franja blancuzca con un ángulo obtuso; en el punto culminante se puede ver, de espaldas, la pequeñísima figura de un hombre vestido de negro, la única línea vertical del cuadro. No existe ningún otro decorado;  . La opresiva zona oscura del mar conecta con un horizonte extremadamente bajo. La mayor parte  de la superficie queda reservada a la difusa estructura del cielo nublado. El objetivo de este modo de representación, que escalona una detrás de otra diferentes capas, cada una de ellas autónoma, es un espacio innovador infinito  Hasta el horizonte, el observador se orienta en relación con los diferentes tamaños, máxime cuando la figura proporciona una especie de escala. Sin embargo, el fondo no tiene medida; como las líneas fluyen hacia el exterior del cuadro, el auténtico contenido de éste, es la infinitud. El monje, cuyo puesto ha de asumir el observador por lo que se refiere al estado de ánimo, medita sobre la inmensidad del Universo, sintiendo su propia pequeñez.

26 de febrero de 2013

El ladrón de palabras




Con  una velada alusión a Hemingway  los directores noveles Brian Klugman  y Lee Sternthal llevan a la pantalla una película  hecha de historias que se imbrican entre sí  como muñecas rusas  dando al conjunto una fuerza que podría ser arrebatadora si no fuera porque en algún momento los protagonistas  no acaban de creerse lo que están interpretando.

El ladrón de palabras va de escritores  y su manera de enfrentarse a la verdad, a la propiedad intelectual, al genio y a la vida.  Jeremy Irons interpreta al hombre fracasado que sin embargo, un día siendo joven, vivió en París  una gran pasión tan arrebatadora que casi sin pensárselo la convirtió en manuscrito para una gran novela. 
Bradley Cooper es  el joven ambicioso,  niño de papá que quiere ser escritor. Está casado con una bella mujer   a quien todavía no ha podido demostrar su talento y, circunstancias de la vida,  un día se topa con un manuscrito  que no es suyo pero que le hubiera gustado haber escrito.  La tentación es tan fuerte que no  spuede resistir la tentación de  apoderarse de una historia que no es suya y convertirse así en escritor de éxito  pero también  en alguien atormentado por la culpa, y el remordimiento.
Las historias se entrelazan en tiempo real  a través de un famoso escritor,  autor del libro “El ladrón de palabras”.   Interpretado por Clay Hammond, el escritor Dennis Quaid enlace las dos historias anteriores pero en  mi opinión  no aprovecha suficientemente el dramatismo y la  tensión creada    y nos deja con la impresión de haber  asistido a una película con un interesante guión  a la que no se le ha sabido sacar todo su potencial.

23 de febrero de 2013

¡No fuel culpa mía!


Emerjo de una nube viscosa de algodón, huelo a medicamento, noto que me estoy despertando. Algo ha ocurrido. Trato de abrir los ojos pero mis párpados son dos ladrillos. Distingo  una mancha de claridad sobre una pared oscura.  No estoy en mi cama, huele diferente,   ¿Dónde estoy?  ¿Qué ocurrió?  Intento mover la cabeza a un lado para    reconocer el lugar, para localizar la puerta o una ventana, pero no consigo nada.  Me han cortado los cables. Mi cerebro transmite órdenes  que van a parar a una vía muerta.  Hago un intento por apartar las sábanas y  levantarme,   pero mi brazo se ha ido de paseo y no responde.

¿Qué te ha ocurrido Federico  ¿Dónde estabas ayer? ¿No tenías que ir a Barcelona?  Se encienden  lucecitas de colores, el cerebro me responde, trata de recordar.   ¿Un accidente?  ¿Maté a alguien?¿Hay más personas  hospitalizadas?  Estuve con los colegas hasta tarde, bebí, quizá demasiado, no recuerdo, llegué a casa, ¿a qué hora? Dormí poco. Siempre duermo poco.  Me afeité, y sin sentarme siquiera, tomé el café mientras acababa de vestirme.  El garaje estaba a oscuras, silencioso, aterrador.  Desde lejos pulsé el mando para localizar mi coche y tener un poco de claridad. Arranqué y salí  en tromba. Mientras deambulaba por las calles de Madrid me fui poniendo el cinturón de seguridad, guardando las llaves de la casa, colocando la cartera en el asiento del copiloto.  Me maldije a mi mismo por salir tarde, por dormir poco, por ser tan desordenado.  El tráfico empezaba a espesarse en la A2. Al llegar a la altura de Alcalá  todos los coches me parecieron caracoles yendo a trabajar.  ¡Qué poca prisa, tienen algunos! o qué pocas ganas de llegar al trabajo. Llego a Azuceca, el tráfico se desvía, por fin pude acelerar, Guadalajara, nueva frenada a causa de las mamás que llevaban   los niños al colegio. Pité al coche que iba delante y que se  paró en el paso de zebra para   dejar cruzar aunque todavía estábamos en verde. De la ventanilla salió un brazo adornado de pulseras que con el dedo del corazón me hizo un gesto inequívoco.  Me cabreé y decidí perseguirla y hacerla pasar un mal rato.  Después de Guadalajara había placas de hielo en la carretera, pero arriesgué, quería vengarme y  recuperar el tiempo perdido.  Nervioso,metí la mano en el bolsillo en busca del tabaco pero el coche me hizo un extraño, cuando me repuse el coche rojo al que perseguía había desaparecido.

Me gustaría palparme, tocarme el pecho, sentir los dedos de los pies. ¿Estarán ahí?  No siento nada, tampoco dolor.  ¿Por qué nadie está a mi lado, me acaricia, me dice que ya pasó todo, que me pondré bien, que no ha sido nada?  Dolor, oscuridad, una ambulancia que se acerca, frenada, voces de unos, comentarios de otros, y dolor, mucho dolor, alguien que me habla, después ya nada,  la nube de algodón viscoso de la que acabo de salir.

Mientras tanto la claridad se filtra  lentamente a través de la persiana y traza rayas   blancas sobre una pared que se ha vuelto azul Seguridad Social.  Ya no me cabe la menor duda. Estoy hospitalizado. Huele a cloroformo. He sufrido un accidente del que ignoro las proporciones o consecuencias y no puedo moverme. ¿Me habré quedado tetrapléjico?  ¡Qué horror!  No, mejor no pensarlo.

La habitación y la mente se van  iluminando  a la par.  Oigo chirridos, un sonoro ¡Joder!   un ¡bruum…! y un clashh  de chapa arrugada mientras veo aquella negra y amenazante cabina de camión que se desvía de su carril  y se me echa encima.  Instinto de supervivencia, y de auto justificación.  ¡No!  No fue  culpa mía, ese cabrón   invadió mi calzada.  ¡Estaría dormido!   

La mosca en la pared



Quiero hablar con alguien, pero la habitación sigue vacía,  muda y oscura. ¿Por qué habrán bajado las persianas?  ¿Qué hora es? A fuerza de forzar la vista voy distinguiendo primero el contorno de los muebles, luego  el color de las paredes. Las persianas dejan filtrar algo de luz y dibujan rayas claras en la pared.   
Una mosca ha decidido escalar la pared que tengo frente a mis ojos. Se toma su tiempo, cuando llega a la primera raya de claridad se detiene, frota las antenas y parece pensar: ¿será una trampa?  Duda un buen momento luego prosigue su paseo. Cuando llega a la siguiente raya de luz tarda menos en decidirse, pero tampoco se precipita, nadie la molesta y mis ojos no logran  distraerla de su periplo.         
No me llega el ruido de la calle. Es como si la ciudad durmiera, pero no puede ser, hay luz detrás de las persianas.  Oigo  ruido de voces  detrás de la pared, ¿será en el pasillo?  Sí, y el chirriar de ruedas, el tintineo de vasos, el entrechocar de bandejas.  Debe ser la hora del  desayuno…  Bueno, al menos el lugar está habitado.  Quizá en algún momento se abra la puerta y vengan a ver cómo me encuentro. No sé lo que me ha pasado, no recuerdo nada pero me conforta saber que mi vista y mis oídos siguen funcionando.
Quién me trajo aquí? ¿Por qué?  Es para volverse loco. Ni una imagen, ni un recuerdo. Inconsciencia total y nadie cerca para darme una explicación.  ¿Enfermedad? ¿Accidente? ¿Quién me lo puede decir?
Ha pasado un siglo. Ya no se oyen ruidos.  ¿Estarán todavía desayunando?  No he oído la recogida de bandejas, ¿o me dormí  un instante?  Me gustaría tener al menos un reloj,  sentir que algo se mueve, aunque  sólo sea el tic tac del segundero.  Si me concentro quizá oiga los latidos del corazón.  Demasiado débiles o están muy  lejos.  Busco en  las paredes algo en lo que centrar  la atención. Las rayas de luz que la persiana proyecta en la pared no se han movido. 
Hace calor. Siento el cuerpo pegajoso y la frente húmeda.  Noto que una gota de sudor se está formando en el entrecejo.  Cuando haya engordado lo suficiente, empezará su  tranquilo paseo por el tobogán de la nariz.  Espero al acecho, con ganas de volatilizarla de un resoplido.  Cuando al rato  empieza su lento  zigzagueo, lo intento,  pero  el esfuerzo se  queda  en un suspiro e  inalcanzable, la maldita gota se  esconde  en el mismo reborde del labio superior. ¡Claro!  ¿cuánto tiempo llevo sin afeitarme?  Habrá  quedado  enzarzada entre  esas púas que tanto molestan a  Elvira cuando me besa.
            ¡Elvira!  ¡No la han avisado! ¡imposible! Nadie sabe de mi relación con ella. Para todos soy un hombre divorciado y solo. Habrán mirado en mi cartera, en mi móvil, pero ahí Elvira figura como “Cuqui” y no está la primera  en la lista de la agenda...!  ¿Por qué no habré arreglado esta situación antes? ¿Por qué no habré cambiado el ridículo Cuqui por AAAElvira en el teléfono? ¡Cómo no sabe mi familia que ella es ahora el centro de mi vida!..¡Si seré capullo!.... la mosca... otra vez la mosca por la raya de luz....

Pakuri



Llevas tu sombrero guaraní con el porte de una princesa.  Tu rostro, esculpido por los fríos del altiplano, el trabajo del campo, los partos y los duelos se ha petrificado en una máscara.  Entrecierras los ojos y tu mirada me traspasa  escondida detrás de ese párpado izquierdo parcialmente caído.
            Aunque te lo pregunte no me contarás nada. Tu vida es sólo para ti.  Toda ella  un misterio. Tus labios se fruncen en mil pliegues como una bolsa de cuero. Son unos labios finos, fríos, que hace tiempo olvidaron el sabor de los besos.  La edad, pero sobre  todo  el sufrimiento te ha ido  labrando profundos surcos  en torno a la nariz y la barbilla. 
            Tienes un rostro obstinado y sufridor, guardián celoso de sus secretos, noble en su pétrea determinación.  Me gustan tus  pobladas cejas y esa espesa coleta  de pelo aún negro que, rebelde, se escapa del escondite del sombrero.
            India de noble estirpe guaraní, desconozco tu nombre, no sé nada de ti, pero no te quiero anónima.  Te llamaré  Pakuri