28 de enero de 2009

Magritte: Amoríos peligrosos

Les liaisons dangereuses
Oleo sobre lienzo
Colección particular

La pintura de Magritte modifica las apariencias haciendo de ellas ficciones, pero, a la vez, reflexiona sobre el sentido de esta modificación. En otras palabras, su pintura es reflexiva. El cuadro Amoríos peligrosos, interpretado acertadamente por Max Loreau, muestra a una mujer desnuda. El espejo que sostiene en las manos está vuelto hacia el espectador. Cubre el cuerpo desde los hombros hasta los muslos; sin embargo, en él se refleja – a una escala reducida y vista desde otro ángulo – justamente la parte cubierta por él. Magritte ha pintado, por tanto, dos aspectos distintos del cuerpo femenino: el aspecto inmediato y el imaginario, reflejado en el espejo. Magritte muestra al espectador dos vistas incompatibles y lo obliga a reflexionar sobre su incompatibilidad - sobre el misterio que caracteriza toda su obra -. El cuerpo femenino no lo contemplamos como todo unitario, sino en fragmentos. En la pintura, el cuerpo pierde su integridad, traiciona su unidad interna y se convierte en una apariencia fragmentaria. En este caso, Magritte muestra además que en la pintura los amoríos siempre son peligrosos: en cada obra la perspectiva del pintor, su mirada concupiscente, desempeña un papel importante.

27 de enero de 2009

Gibraltar: Viajar en círculo

Algunas veces recorremos medio mundo sin salir de casa. La imaginación es el corcel veloz que nos lleva a través de mares y montañas, nos zambulle en peripecias increíbles y hasta nos deja cara de pánico o de beatitud que sorprende a quienes nos rodean. Pero no me refiero a ese tipo de viajes cuando hablo de viajar en círculo. Estoy hablando de viajes en los que después de salir de un lugar, pasas horas viajando para llegar a menos de dos kilómetros del punto de partida. Eso es lo que ocurría antiguamente con en los necesarios viajes de trabajo a Gibraltar.

Por razones políticas la verja en su sentido más literal estaba cerrada. Entrar en Gibraltar por carretera desde la Línea era imposible, y sin embargo, en Gibraltar se seguían vendiendo todos los productos españoles disponibles en Algeciras: vinos, embutidos, quesos, pastas, chocolates y un largo etcétera.

Viajaba a Málaga en avión y luego en automóvil alquilado hasta Algeciras. Tras pasar la noche en el romántico y decimonónico Hotel Reina Cristina, por la mañana temprano iba al puerto y embarcaba en un hidrofoil hasta Tánger. No era necesario desembarcar pues a los pocos minutos el hidrofoil cruzaba de nuevo el Estrecho desviando ligeramente su curso para adentrarse en el puerto de Gibraltar.

No es fácil olvidar aquellos viajes porque lo que parecía una tonta y pesada traba en nuestro trabajo se convertía a veces en azarosa aventura. En una ocasión, navegando con mar picado, los motores de hidrofoil fallaron y lo que a plena marcha parecía un elegante caballito de mar irguiendo orgulloso su proa por encima de las olas, de convirtió de repente en un largo tubo oscuro, bamboleándose al capricho de temporal. Afortunadamente, tras varias horas de angustia, los motores volvieron a resoplar y trabajosamente alcanzamos la otra orilla.

También ocurría a veces que el Estrecho quedaba cerrado a causa del temporal, y que pese a estar a unos pasos de distancia de nuestro destino por carretera, teníamos que hacer noche en Gibraltar o en Tánger según los casos, y hacer la travesía en Ferries de mayor porte. Pese a que de estos viajes siempre veníamos bien aprovisionados en whisky y cigarrillos, pocas veces encontraba en nuestra Delegación de Algeciras voluntarios que quisieran acompañarme a visitar a nuestros clientes de Gibraltar. No sé si temían más los posibles avatares del hidrofoil o verse retenido una tarde noche en algún histórico pero inhóspito hotel de Tánger.

Para mí, viajar fue siempre una aventura y los sobresaltos, cambios de programa, incidentes, no me eran desconocidos. Aprovechaba las visitas para adentrarme en la vida de los “llanitos”, subir por algunas rutas autorizadas del Peñón, vara ver de cerca de los famosos monos de la Roca, y contemplar de lejos la horadada mole de piedra y escuchar de boca de mis clientes historias de las Segunda Guerra Mundial y de soldados Británicos emparedados en las cuevas del Peñón con provisiones y equipamiento para resistir durante meses el asedio y desde sus privilegiados puntos de observación comunicar con Londres los movimientos de barcos por el Estrecho.

He vuelto varias veces a Gibraltar en época reciente y tengo que confesar que llegar a la Línea en coche, aparcar, cruzar la frontera, y visitar a los clientes, había perdido su mayor encanto, que era algo así como vivir el sobresalto de las pateras y lo absurdo e inútil del trayecto y el seco sabor de la aventura.

25 de enero de 2009

Tarde de invierno

El sol languidece pero con su su último aliento acaricia los muros de la vieja ermita.

22 de enero de 2009

¡¡ Basta !!

Admiro los surtidores de las gasolineras que se paran automáticamente cuando el depósito del automóvil está lleno. El hombre a lo largo de su evolución a desarrollado un maravilloso sistema de alerta que encienden los mecanismos imprescindibles de supervivencia como la sed, el hambre, el miedo o la ira. Sin embargo, cuando estas necesidades están cubiertas o las causas que las provocan han desaparecido, el mecanismo que nos indique el punto de saciedad es mucho más difuso y con frecuencia pervertido o atrofiado por los sentimientos y las emociones.

Sabemos cuando tenemos hambre pero nuestro cuerpo no emite señales distintivas para que dejemos de comer cuando estamos saciados . Todos tenemos la experiencia de “habernos pasado”, de “haber comido de más”. El lugar donde comemos y las personas que nos rodean tienen una influencia directa en nuestra ingesta de alimentos. Está demostrado que en los restaurantes de comida rápida, rodeados de personas que engullen “big Macs”, comemos más de prisa y generalmente nos pasamos más fácilmente de la raya que cuando comemos pausadamente en un restaurante caro alternando nuestra comida con una conversación amena entre amigos. Según cómo y donde, lo tenemos más difícil para decir ¡Basta! Nuestro cuerpo no nos ayuda demasiado en esta tarea.

Nuestros ancestros, para poder sobrevivir los crudos inviernos post-cuaternarios aprendieron a acumular no sólo para el momento presente sino también en previsión de necesidades futuras. Aunque nuestras vidas han cambiado drásticamente, en nuestros genes siguen inscritos algunos de estos atavismos primigenios, y todos, de alguna manera, sucumbimos a la necesidad de acumular, almacenar, adquirir para tiempos malos. Somos más partidarios de las hormigas que de la cigarra de la fábula, y eso está muy bien, pero ¿cuál es el mecanismo que nos dice ¡basta!? ¿Hasta dónde es suficiente? Merece la pena acumular objetos, utensilios o bienes, a cambio del tiempo de trabajo necesario para pagarlos? ¿Dónde se encuentra el punto de equilibrio entre lo que se tiene y el tiempo necesario para disfrutarlo? Me hago estas preguntas y creo que no hemos encontrado tampoco en este terreno el punto de saciedad responsable que nos permita prever y proveer para el futuro sin por ello dejar de disfrutar del presente.

Cuando llego por la mañana a mi despacho, he ojeado dos periódicos locales. Abro el ordenador y veo las principales noticias mundiales en Internet. Llego a casa a medio día y veo las noticias en la televisión. En el correo electrónico, amén de la publicidad no deseada (Spam) me invaden los pps, los mensajes, los chistes, y afortunadamente cartas de amigos siempre deseadas. Sobre la mesa se amontonan los libros por leer, las películas en DVD por ver, los CD de música por escuchar y me vuelvo a preguntar: ¿Cuándo es la información suficiente? ¿Cuándo hay que decir ¡Basta!? Pienso sinceramente que a fuerza de tener información perdemos capacidad de opinión. Oímos versiones contradictorias de los hechos, y más de una vez tendemos a repetir lo que se dice en lugar de reflexionar sobre lo que ocurre.

Cada vez que necesito cambiar de teléfono móvil siento la tentación de echar a suertes cuál escoger, y es que aquí también estamos inundados de alternativas y empieza a ser hora de decir ¡basta de opciones! Tantas alternativas acaban agobiándonos. Acabamos no sabiéndo cuál es la elección correcta y además eso crea en nosotros un cierto estado de ansiedad ya que recién hemos comprado una cámara, un ordenador portátil, o un videojuego, ya ha salido un nuevo modelo que hace el nuestro obsoleto. Nuestra sociedad está tan montada en el carro de la producción en masa que sería peligroso que de pronto dejáramos de consumir, pero creo que estamos abusando de los recursos disponibles en el planeta y está siendo hora de decir ¡Basta!

17 de enero de 2009

17 de Enero: Día de San Antón

Desde hace más de 300 años, el pueblo de Gamonal, populoso barrio de Burgos anexionado a la capital en los años 50, reparte hoy día 17 de Enero, dia de San Antón, los Titos y el Pan del Santo.

La tradición está vinculada con La Cofradía de San Antón, que atendía a los peregrinos que transitaban por el camino de Santiago, con el plato habitual en las mesas castellanas de la época: los titos, leguminosa parecida al garbanzo, aunque de textura más suave.

Miles de Burgaleses se acercan con cazuelas y otros recipientes para recibir su porción de titos que siguiendo la tradición servirán de primer plato en el menú de ese día.

Más de 2000 kilos de titos, 250 litros de aceite, 200 kilos de cebolla, pimientos picantes, ajos y otros condimentos son cocinados a fuego lento en 11 gigantescas ollas con leña de roble.

Bonita tradición que desde mi puesto de Presidente del Consejo de Barrio vivo en primera línea como invitado y que tendremos que reciprocar el próximo día 2 de Febrero día de las Candelas.


15 de enero de 2009

La sembradura del deseo


Soy al vez el que estuvo en cierta calle
besando a una mujer.
Tú eras esa mujer y estás aquí ahora,
ahora y todavía.
Ahora y aquí,
pero tan solo en mi recuerdo,
porque en el sueño no eres tú tampoco:
somos hombres y mujer,
hombre y mujer de amortiguadas ansias,
envueltos como en aire,
tendidos sobre un lecho de hojas húmedas,
un aire respirado por mil almas,
compartido con sueños de otras noches,
aire y húmedas hojas,
turba infinita pero insuficiente
para la sembradura del deseo.

José María Micó
La Sangre de los fósiles (2005)

4 de enero de 2009

La Dulce Envenenadora de Arto Paasilinna


LA DULCE ENVENENADORA
Novela
Arto Paasilinna
Anagrama 2008
Panorama de narrativas
Título original: Suloinen myrkynkeittäjä 1998
Traducido del finlandés por Dulce Fernández Anguita
197 páginas

El humor cáustico y desopilante de Arto Paasilinna ha tenido el mérito nada menos que de hacer bajar la tasa de suicidios en Finlandia tras la publicación de su libro: “Delicioso suicidio en grupo” No sé si tras la publicación de “La dulce envenenadora” las autoridades de ese país tendrán más en cuenta los males que aquejan a la sociedad finlandesa, pero desde luego al lector le deja un regusto agridulce en los labios y la sensación de que tras el gélido humor nórdico se nos pinta un sombrío cuadro donde aparecen de manera descarnada bajo la aparente chifladura de los personajes, los males que aquejan no sólo a la sociedad finlandesa, sino a toda la sociedad occidental en general: pérdida de valores morales, corrupción e indiferencia policial, pérdida de respeto hacia los demás, vejez olvidada, juventud marginada, choque generacional, desmoronamiento de las instituciones, droga, alcoholismo, sida:

Pero no se puede leer a Paasilinna buscando una trama sorpresiva, llena de giros inesperados. A las pocas líneas y teniendo en cuenta el título del libro ya podemos reconstruir mentalmente de qué va la historia. Sin embargo, para entonces ya estamos enganchados, porque a pesar de que la historia se desarrolla como un cuadro tan naïf como el que ilustra la portada del libro, empezamos a ver continuos guiños a la farsa y escenas que serían hilarantes si no fuera por el trasfondo dramático que revelan.

En el jardín de su casita roja, en la quieta campiña de los alrededores de Helsinki, una dulce viejecita riega sus arriates de violetas. Las golondrinas vuelan gorjeando, los moscardones zumban, un gato dormita en el prado. Pero el idilio sólo es aparente: la vida tranquila de Linnea Ravaska, octogenaria viuda de un coronel, es emponzoñada por una banda de malhechores que llega regularmente cada mes a la capital para arrebatarle su escasa pensión. El desnaturalizado nieto Kauko y sus dignos acólitos Jari y Pera, no se contentan con despojarla sino que destrozan todo lo que encuentran a su paso, torturan al gato, golpean por puro placer, roban ensucian, destruyen, sin que Línnea ose rebelarse, hasta el fatídico día en que decide no soportarlo más. Kauko la obliga a firmar un testamento en su favor, y la coronela, aterrorizada por haber sellando su condena, llama a la policía y huye a Helsinki, a casa de un viejo amigo médico de la familia.

A partir de ahí los acontecimientos dramáticos y cándidos a la vez se van sucediendo de forma trepidante y nuestra heroína víctima inocente de sus perseguidores se convierte inconscientemente en su implacable verdugo.