31 de agosto de 2011

Camino del Norte (Bilbao - Llanes)

Si todos los caminos conducen a Roma, también podemos decir que todos los caminos nos llevan a Santiago de Compostela. Algunos, sin embargo, son caminos de toda la vida y a lo largo de los siglos se han ido poblando de ermitas, monasterios, iglesias, albergues, hospitales, puentes y burgos para el comercio y avituallamiento de los peregrinos. Otros caminos, aunque antiquísimos han sido vías menos transitadas debido a su peligrosidad o a lo escarpado del terreno. Como caminar hacia Santiago tiene más y más adeptos, y muchos se vuelven reincidentes, el probar rutas alternativas se ha convertido en una opción cada vez utilizada sobre todo cuando se quiere huir de la masificación del conocido camino francés. Una de esas alternativas consiste en aventurarse por la ruta norte bordeando la costa cantábrica hasta la provincia de Lugo y desde ahí, cruzando los montes de de Galicia descender directamente hacia Santiago.

Elegí este año la opción Norte aunque iniciando Camino en Bilbao en lugar de hacerlo en Irún. Soy consciente de que me he perdido alguna de las etapas de mayor encanto de todo el camino, pero es precisamente en este tramo donde los desniveles son más pronunciados por lo que en aras a la debida prudencia y en vista de mis limitaciones actuales reservo este tramo para mejor ocasión.

La salida de Bilbao es urbana hasta Portugalete por lo que algunos peregrinos utilizan el metro para salvar este tramo y comenzar recorriendo una magnífica senda mitad peatonal y mitad carril bici que nos lleva a Pobeña. El albergue, situado en las antiguas escuelas es amplio y funcional y la acogida excelente. Pero no pretendo mencionar una tras otras las diferentes etapas del recorrido; quiero recordar sencillamente aquellos aspectos que más me han llamado la atención o aquellos que más diferencian este camino del ya conocido Camino francés.

En primer lugar mencionaré el mar. Durante kilómetros se camina bordeando el mar, unas veces caminando por la playa como en Laredo, en Noja o en Somo y otras veces asomándose a impresionantes acantilados para recibir en la cara la brisa marina y llenar los ojos de azul mientras las gaviotas juguetean entre el viento y las olas. Unido al mar, las travesías en barco. Es curioso ver a los peregrinos subirse a una pequeña barca para cruzar de Laredo a Santoña, o abordar el ferry que cruza la bahía de Santander desde Somo.

En segundo lugar impresiona el verdor del paisaje. El contraste con los caminos pedregosos de Castilla es evidente. Es un descanso para la vista pasear la mirada por todas las tonalidades de verde, desde el oscuro y profundo de los abetos, pasando por el verde intenso de las praderas o el delicado y casi transparente de los álamos. Tanta riqueza de colorido tiene una contrapartida: la fina lluvia que nos acompaña casi a diario, empapa casi sin avisar nuestra ropa y hace que las llegadas al albergue sean más deseadas.

Poblaciones como Castro Urdiales, Santillana del Mar, Comillas y San Vicente de la Barquera parecen diferentes cuando se las cruza de madrugada. Me llamó particularmente la atención Santillana del Mar que habitualmente visito llena de gente, de coches y sobre todo de una abigarrada y chillona colección de carteles, de bisutería barata y de ornamentos que desanima cualquier intento de plasmar el recuerdo en una fotografía.

Todavía escasean los albergues y en algunos lugares la falta de otras alternativas da pie a claros abusos por parte de las pensiones y albergues privados. Sin ser exhaustivo, en el tramo ya recorrido tengo que hacer una mención especial al albergue de Güemes. El Padre Ernesto y sus colaboradores han sabido infundir al lugar un espíritu claramente hospitalario que fomenta la convivencia, el descanso y la ilusión del camino. Hemos llegado a Llanes, ha habido días mejores y días peores, pero el deseo de seguir adelante y completar el Camino no ha decrecido ni un ápice. Será en una próxima ocasión.



30 de agosto de 2011

Parque Nacional de Somiedo



Uno de mis mejores recuerdos de este verano será sin duda los cuatro días pasados en el Parque Nacional de Somiedo. La conjunción de los astros nos fue propicia y hasta el sol radiante y los cielos despejados se aliaron con nosotros para convertir cada día en una jornada memorable. El placer y el estímulo de la buena y alegre compañía, las palabras de aliento cuando ya parecía que no iba a poder coronar la siguiente cresta, la recompensa de un baño al regresar al hotel, y una sidra en alguno de los bares del pueblo fueron algunos de los alicientes adicionales de esta salida.

Para ir haciendo boca nos adentramos en el parque recorriendo a pie la “Senda del Oso”, magnífica ruta ciclable de más de treinta kilómetros construida sobre el lecho de una antigua vía de ferrocarril minero que bajaba el mineral de hierro desde los montes de Somiedo hacia el valle. Entre estrechas gargantas, cruzando túneles, dejándonos acompañar por el murmullo saltarín del vecino río, recorremos parte de la senda entre Proaza y Entragu al tiempo que saludamos a viejos conocidos o vamos trabando conversación con los que para nosotros son nuevos en el grupo.

El hotel es cómodo, Pola de Somiedo, en el corazón del parque un lugar tranquilo y fresco, las cenas copiosas, la compañía inmejorable y el transporte para llevarnos al punto de partida de las excursiones de medalla de honor. El segundo día nos subió sin un solo frenazo hasta el Alto de la Ferrapona a 1707 metros de altitud. Los menos montañeros dejamos que los compañeros hicieran la escalada a los Albos mientras nosotros recorríamos uno a uno los magníficos lagos de Saliencia. Bordeando la montaña, por sendas a penas visibles, ayudados en ocasiones por el GPS fuimos pasando del lago de Cabalazosa al precioso lago de Cerveiriz y de éste, al lago de la Cueva. Luego, a través de pazos y praderas, con el permiso de vacas y terneros cuyo tranquilo rumiar
distraíamos, nos acercamos hasta Las Divisas para desde allí, mientras almorzábamos, contemplar el Lago del Valle con su diminuta isla central. Ya de regreso, coincidimos con los compañeros que regresaban de su escalada al Albo Occidental de 2066 metros, y juntos, regresamos en autocar a la base.
El tercer día, la excursión partía de Santa María del puerto justo en la línea que separa Asturias de las tierras de Babia en la provincia de León. No cruzamos la raya para que no nos dijeran que estábamos en Babia, pero si la bordeamos hasta alcanzar la peña Penouta de 1976 metros unos, y el Cornón de 2.188 metros los más valientes. La caminata por prados, escobedos y riscos fue preciosa. Mientras almorzábamos, pudimos ver cientos de corzos o rebecos saltando por la cresta de la montaña vecina (Peña Blanca) mientras allá en el valle del lado de León, potros salvajes pastaban atentos a cualquier ruido.

Amaneció el domingo y tocaba regresar, pero antes tuvimos tiempo de subir a la Braña de Mumián a 1400 metros. Allí pudimos ver numorosas "cabañas de teito" especie de pallozas con techumbre de paja que sirvieron en su día de abrigo para el ganado, últimos vestigios de una tradicional cultura ganadera, que nos transportan a lugares ancestrales, casi mágicos.  Bajando luego por frondosos bosques de castaños, eucaliptos y avellanos llegamos hasta Coto de Buenamadre y desde allí, siguiendo el río hasta Pola de Somiedo.
  
 Ha pasado un mes, pero aún me sorprendo recordando momentos vividos durante esa salida. No hay frases altisonantes que puedan resumir la experiencia, sólo buena compañía, nuevas amistades, naturaleza, aire puro, esfuerzo, cansancio, y convencimiento de que un paso tras otro se puede llegar a donde uno se lo propone.

29 de agosto de 2011

Antonio López en el Thyssen

Después de visitar la exposición de Antonio López en el Thyssen, me ha parecido que todos los cuadros que tantas veces había visto y admirado en libros y reproducciones eran sólo imágenes vistas a través de un espejo empañado.

Particularmente extrañas parecen las reproducciones de los cuadros de Antonio López cuya minuciosidad, cuya obsesión por el pequeño detalle pueden pasar desapercibidas en representaciones de menor tamaño. Creo que he visto por primera vez “ El aparador” pese a reconocerlo al primer vistazo y haberlo admirado en varias ocasiones en libros de pintura. Es necesario ver el cuadro original para poder apreciar la filigrana de los encajes, el esmalte de las porcelanas, los reflejos y la sombra de los utensilios, los brillos y las pequeñas imperfecciones de la madera.

En esta exposición se puede admirar al Antonio López pintor hiperrealista, que sigue minuciosamente la evolución del fruto en el árbol y su caía a medida que pasan los días como se refleja en la película de Víctor Erice “El sol del membrillo”, pero también un pintor tremendamente humano en los retratos de sus padres, de sus amigos o de su familia. Me he quedado particularmente prendado del cuadro de 1961 “Mari”, retrato de su mujer vestida de campesina manchega.

Podemos admirar su faceta de dibujante obsesionado con el detalle, las medidas exactas, la perspectiva, la luz y las sombras. Hay bastantes ejemplos de bocetos a lápiz que me hacen sospechar que Antonio López es primero dibujante y luego, si está de humor, da un paso más y pinta lo que ha dibujado.

La muestra no olvida su vertiente como escultor. Las estatuas de “Un hombre y una mujer” habitualmente en el Reina Sofía, y los dibujos y bocetos preparatorios son un magnífico ejemplo, como lo son también los numerosos bustos de su hija “Carmencita”.

Al lado de todos estos aspectos, he descubierto un Antonio López que posee los defectos de sus virtudes. Su anhelo de perfección es tal que con frecuencia deja sus cuadros sin terminar. De hecho, en la exposición podemos ver unos cuantos cuadros de Madrid inacabados que justifica quizá la queja que oí a dos señoras mayores que protestaban porque se hubieran presentando en la exposición ¡ cuadros inacabados! Me quedé con una sonrisa en los labios, y me imaginé a Antonio López haciéndome un guiño para decirme que la perfección es imposible, y por consiguiente ninguno de sus cuadros está aún totalmente terminado.

28 de agosto de 2011

A la JMJ se le cayó una C

Ahora que ya se han desmantelado los grandes escenarios de Cibeles y Cuatro Vientos , cuando ya no se ven por las calles de Madrid bulliciosos mochileros luciendo sombreros y camisetas rojas o amarillas con tres letras estampadas, ahora que ya no es momento de polémica sino de tranquila reflexión me pregunto: ¿No se olvidaron los organizadores de añadir una C a las tres simétricas siglas? Ciertamente, quizá dañaba la eufonía del eslogan pero ¿no hubiera sido más exacto y más honesto?


Admirable como ha sido esta concentración de jóvenes, siguen sin representar el amplio espectro de la juventud mundial. La Iglesia Católica y el Papa, tienen una enorme capacidad de convocatoria y lo han demostrado, pero me imagino que los que se han concentrado en Madrid han sido sobre todo jóvenes católicos, por lo que hubiera sido más honrado llamar a las cosas por su nombre y haber rotulado el evento como “Jornada Mundial de la Juventud Católica”. No es lícito utilizar provechosos sobreentendidos con fines propagandísticos. La juventud mundial está también compuesta por musulmanes, budistas, y ateos que obviamente no estaban convocados a esta Jornada Mundial de la Juventud.

Dicho esto y sin ánimo de más polémica, me hago una segunda pregunta, no menos importante: ¿Cuál es la fórmula que consigue que, de pronto, aparezcan concentrados un millón de jóvenes católicos que sin embargo parecen estar ausentes de las iglesias en las misas de los domingos? No hay una respuesta única: la atracción del viaje, el poder de convocatoria , la organización casi impecable, la euforia colectiva…., seguramente forman parte de la respuesta. Pero no pueden ser “la respuesta”. Estos jóvenes han venido en busca de algo más. Cuando los ideales se desmoronan, cuando los valores morales parecen diluirse en el relativismo, cuando ser cristiano no está de moda, creo que la juventud busca respuestas, busca sobre todo una esperanza a la que aferrarse y una voz que les guíe y de sentido a sus vidas.

27 de agosto de 2011

Como veníamos diciendo...

No, no pretendo equipararme a Fray Luis de León, ni la prolongada interrupción en mi blog tiene nada que ver con un encarcelamiento. Necesitaba parar, agarrar la vida por la solapa y preguntarle qué hacer mientras el viento sople aún a mi favor.
No he encontrado una respuesta. Tampoco albergo nuevos proyectos. Quiero seguir escribiendo para sacar de dentro tormentas, batallas y rumores y dejar que quizá de vez en cuando destile también una gota de bálsamo.