28 de octubre de 2015

La Ley del Menor de ian McEwan

LA LEY DEL MENOR
Novela
Ian McEwan
Anagama 2015
212 páginas

En las últimas novelas, el escritor Ian McEwan parece  centrar su atención en las principales instituciones de su país, y más precisamente en sus  representantes más prominentes para escudriñar en qué medida las actitudes, opiniones o conflictos personales afectan decisiones que pueden tener consecuencias importantes sobre la sociedad en general y sobre los individuos en particular. En otras palabras, se trata de saber  en qué medida  decisiones que deberían ser absolutamente objetivas quedan teñidas por las circunstancias, ideas y conflictos de quienes han de tomar tales decisiones.

Así en “Solar” fija su atención en  la investigación científica,  “Sábado”  aborda el estamento médico, “Operación Dulce”  los Servicios Secretos y en su última novela  “La Ley del menor” se centra en la Judicatura. En efecto,  Fiona Meye, Juez Superior  Tribunal de Familia se enfrenta  en esta novela a dilemas morales que afectan tanto a su vida personal o como a su alta responsabilidad judicial.  Como esposa tienen que resolver  el conflicto que le plantea un matrimonio que llegado a la cincuentena   ha perdido su aliciente y  como Jueza tiene que decidir  sobre temas en los que se enfrentan los prejuicios religiosos y morales con  la responsabilidad, lo razonable y lo justo.

Evidentemente,  estamos ante una novela de ideas  donde el autor aborda por un lado los límites del respeto a la religión y a  las decisiones que  movidos por sus creencias religiosas los individuos pueden tomar libremente.  Se debe,  por ejemplo, en aras a ese respeto consentir que alguien muera por negarse a recibir una transfusión de sangre?  Ante la imposibilidad de salvar a la madre o al feto debe el médico plegarse a la voluntad de la madre y dejar que ambos mueran?  El veredicto legal  es siempre que cada uno es libre de decidir sobre su vida, pero  qué ocurre cuando esa decisión la toma un adulto en nombre de un menor?    Fe y religión a veces chocan con la justicia y la razón en territorios donde las cosas no son nunca  blancas o negras, y es precisamente en ese punto en el que Ian McEwan sitúa en esta  magnífica novela a la jueza Fiona Meye para decidir  si el joven A.  a punto de cumplir los 18 años pero aún menor y  que sufre  leucemia  debe recibir una transfusión de sangre a pesar de que sus padres y él mismo, testigos de Jehová,  se niegan a ella por motivos religiosos.

 Cuando dejamos de creer en un ser superior, en Dios, cuál es la base de nuestro comportamiento moral? Debe ser una racionalidad  sin límites?  ¿Qué justifica la racionalidad frente al  que piensa diferente?  Es obvio que la razón sola no basta y  las leyes tampoco, y como al final estamos hablando de decisiones personales, necesariamente hay que dar cabida a los sentimientos con todo lo que eso conlleva  de subjetivo  y contradictorio.     Como vemos, lo que el escritor hace  es llevarnos al borde del precipicio, pero no nos empuja,  ahí es donde cada uno decide el salto que quiere dar.
En ese sentido el novelista  encuentra cierta similitud entre el oficio de juzgar y el oficio de escribir.  En ambos encontramos inteligencia, humor, compasión, omnisciencia. Un juicio es como  una historia corta en la que se  hace un planteamiento,  se describe a los personajes,  se  narran los hechos y  se emiten puntos de vista.  Pero hay una gran diferencia: al final, el juez está obligado a emitir un veredicto, el novelista lo tiene más fácil, deja esa decisión e manos del lector.

 Aunque la novela está narrada en tercera persona, qué duda cabe que la estamos viviendo desde la sensibilidad de la Juez Fiona y sus pensamientos lógicamente se refieren a las consecuencias de sus actos legales y a las circunstancias que se derivan de ellas.  Su marido está dubitativo. Ha llegado a ese punto de la vida en que sopesa la vacuidad de su existencia  y anhela al menos una última experiencia  de vida que le recuerde la juventud perdida.  Ella que además de Juez es  una buena pianista,  no puede por menos de confrontar el estado de ánimo en el que la ha sumido su marido, y la juventud, belleza e inteligencia del joven que por motivos religiosos  se niega la posibilidad de seguir viviendo.   ¿Es posible que en tales circunstancias no se deje influenciar  a la hora de emitir su veredicto?

26 de octubre de 2015

De Brñavieja a Soto (Cantabria)


Ya el nombre del punto de partida lo dice todo.  Salimos a caminar desde las brañas o pastizales altos que en la Cornisa Cantábrica el ganado aprovecha en la época estival.  Aquí, en el Alto Campoo, además, las ondulaciones de la montaña se convierten en invierno en concurridas pistas de esquí.  Pero estamos en otoño y descendemos en zigzag por laderas empinadas e incómodas. Hay que usar los bastones y fijar bien el pie para evitar caídas o torceduras.

                Los pronósticos anunciaban lluvia y por no contradecirlos del todo el cielo está  encapotado. Es una lástima porque la sinfonía de colores que nos ofrecen los robledales y hayedos que nos rodean  queda en la cámara muy apagada y poco acorde con lo que en realidad disfruta nuestra vista que queda embelesada por la policromía de esta paleta otoñal.


                En menos de dos kilómetros hemos descendido 500 metros y los endrinos,  castaños y hayas salpican los prados y se van adensando para  esconder un ruidoso y saltarín arroyuelo.  Nuestros pasos, inicialmente dispersos encuentran por fin una senda que poco a poco se hace camino y discurre paralelo al  pequeño riachuelo.  El sotobosque nos ofrece toda la gama de amarillos, ocres y castaños salpicados ocasionalmente de algún rojo sangre.

                Hemos llegado a  Abiada y hacemos un alto para  desayunar y recobrar fuerzas. Aprovecho para fijarme en la achaparrada iglesia que por sus macizas hechuras más bien parecería una fortaleza. Por el camino veo también venerables y venerados robles centenarios que en ocasiones el tiempo y las tormentas han dejado reducidos a  escultóricos tocones de los que sobresale, valiente, alguna  terca  rama.  Me llaman particularmente la atención las casonas labriegas, en piedra  sillar, con sus arcadas de medio punto, sus paredes blasonadas y sus balcones cuajados de geranios.
  

                Las aldeas se van sucediendo y hasta aquí llegan caminos asfaltados de los que procuramos alejarnos. Nuestros pasos retumban en las piedras del camino y el ladrido de un perro inquieto alerta a su vecino que parece querer  transmitir su mensaje de precaución al siguiente.  No pasamos desapercibidos,  los perros al menos vigilan nuestro  paso.


                Agradecemos la parada cerca de Proaño, el cansancio la reclama, el estómago también. A orilla de un arroyo,  en torno a una descomunal  laja de piedra  de varias toneladas que hace de mesa redonda, comemos el bocadillo y miramos hacia las cumbres por las que a esta misma hora caminan entre nubes y nieblas  nuestros compañeros, más jóvenes o en mejor forma.
                Cuesta re-emprender el camino. Se han enfriado las piernas y después de una mañana de continua bajada,  los pequeños repechos se nos hacen  arduas colinas. Mejor no pensar en lo que falta. Hay que dejar que disfrute la vista, que se ensanchen los pulmones, que se apacigüe el oído y se tranquilice la mente. Las piernas descansarán cuando lleguemos a Soto y sentados en la terraza de un bar comentemos con los compañeros esta inspiradora jornada.







22 de octubre de 2015

Alex de Pierre Lemaitre

ALEX
Pierre Lemaitre 2015
Título original: Alex  2011
Traducido del francés por Artur Jordà
383 páginas

Para mí que no soy un experto, la novela  negra de calidad se  refería siempre a los clásicos norteamericanos como Chandler o Dashiell Hammett aunque últimamente algunos novelistas nórdicos como Adler-Olson, Indridasson o Camilla Läckberg empezaban a tener cierto renombre fuera de sus países de origen.

En Francia ha sido necesario  que un escritor de novela negra, hasta entonces a penas conocido fuera del país galo, ganara el premio Goncourt con Nos vemos allá arriba, para que descubriéramos que en realidad es sobre todo escritor de novela negra y para que las mismas se tradujeran y se editaran o reeditaran  en numerosos países incluido  el nuestro.

Alex  es la segunda novela negra de la trilogía que el francés Pierre Lemaitre ha publicado en Francia entre 2011 y 2014 y considero que es una excelente novela del género por varias razones.
El autor  nos sobrecoge con un impactante y brutal secuestro en el que la víctima, una joven y bella parisina  es brutalmente golpeada e introducida en una jaula de madera, su  raptor muere en una persecución  y la policía lucha contra reloj para averiguar  dónde podría esconderse la víctima.  Cuando por fin  dan con el lugar  descubren sin embargo que  la víctima ha escapado.
De forma alterna vamos viendo los esfuerzos de la policía por desentrañar la identidad de la víctima, y por otra  vamos  asistiendo, de forma incomprensible  a la transformación de la joven desconocida de víctima en verdugo. En efecto una serie de personas, sin aparente relación entre ellas mueren asesinadas a mano de la joven  lo que nos obliga a replantearnos  quién es en realidad la víctima y quién el verdugo.

Como en toda novela del género el bueno y el malo, lo justo y lo injusto se difumina, a cada giro brusco de la trama  nos vemos obligados a replantear nuestras premisas iniciales y latente en todo momento permanece la  insoslayable pregunta: ¿por qué?

Los capítulos son cortos, por lo que no vemos el momento de dejar la novela pensando que en el siguiente  comprenderemos por fin el quién, el  cuándo y el por qué. Vamos devorando las páginas y como buen escritor, cuando creemos tener la respuesta, un nuevo giro  hace tambalearse nuestras sospechas.

A parte de la intriga  impresiona la caracterización del trío policial encargado del caso: el raquítico, obstinado y malhumorado comandante Camille Verhoeven,  el dandy, culto, y refinado agente Louis o el  tacaño, casi pordiosero Armand. Sus manías,  sus exabruptos, introducen en el momento adecuado  esa sonrisa que afloja la ternsión  y nos permite seguir desentrañando los enredos de una historia que a estas alturas del libro se ha vuelto un thriller psicológico. En resumen una novela muy recomendable para los que gustan de emociones fuertes  y creen poder desentrañar los misterios de una novela policiaca desde sus primeras páginas.

20 de octubre de 2015

Hoy....¡Cena para 52 !


Desde el mediodía,  los sudorosos y agotados peregrinos que salieron de madrugada de Nájera o de Azofra van llegando a este albergue parroquial del pequeño pueblo de   Grañón, ultimo del camino por tierras Riojanas.  Podían haberse quedado ocho kilómetros antes en la graciosa villa de Santo Domingo de la Calzada, con albergues más cómodos, con  restaurantes y bares para escoger, con la famosa colegiata donde se guarda el gallo y la gallina en recuerdo del famoso milagro del Santo… pero no, dejan atrás la esbelta torre de la iglesia y siguen camino hasta Grañón porque han oído que este albergue es especial.

                Desde luego, lo que lo hace especial no pueden ser las comodidades: escasos aseos y duchas, empinadas escaleras  hasta llegar al tercer piso donde se encuentra la recepción, el salón y la cocina del albergue,  espartanas colchonetas de menos de ocho centímetros de grosor tendidas en el suelo, sin sábanas o mantas para arroparse, y sólo un par de pequeños bares en los que  pasar  la larga tarde  hasta que llegue el momento  trasmitido de boca a oreja a  lo largo del camino:  “En Grañón se hace cena comunitaria  y hay una ceremonia de convivencia antes de retirarse a descansar”


                Es cierto, y por eso he pasado unos días en el albergue de Grañón como hospitalero voluntario para ayudar a mis compañeras  la Italiana Mariarosa, la americana  Lois y a española Paloma.  Disfruté de cada  minuto de mi estancia, de las innumerables subidas y bajadas  de los tres empinados pisos del albergue, barriendo a o diario   pisos y escaleras, disfruté de los viajes a Santo Domingo para hacer acopio de provisiones,  de las comidas varias veces interrumpidas para inscribir a un peregrino recién llegado que le permitiera  elegir  colchoneta  y empezar su merecido descanso, gocé acompañando a los peregrinos voluntariosos  que deseaban echar una mano en la preparación de la cena pelando patatas, limpiando zanahorias o picando cebolla…

                Luego llegaba el momento de la verdad. ¿Cuántos somos hoy a cenar?  Los hospitaleros habíamos hecho nuestra pequeña porra por la mañana, el que se más se acercara  a la cifra exacta  tendría  de premio un postre especial.  Pero ninguno de nosotros pensaba en ese momento en el postre, sino en hacer cálculos de aceite, cebolla, arroz, chorizo o lentejas para que todos los que esa noche se sentaran a la mesa quedaran saciados y pudieran repetir.  Los menús, como no podía ser de otra manera eran sencillos y como los comensales variaban a diario no era necesario  cambiarlos con frecuencia: patatas a la Riojana,  lentejas con chorizo precedidas de una gran ensalada y de un postre un yogur o  pieza de fruta…

                Un cuarto de hora antes de las ocho el salón ya era un hervidero de gente; unos querían ayudar, otros coger sitio  pero con buen humor al final  en unos instantes las mesas estaban puestas, Los platos, y vasos colocados y los  cubiertos  en su sitio.  Apretados pero felices todos esperaban el momento de compartir una cena por la que  habían sacrificado la comodidad de otros albergues del camino. Con una sencilla plegaria y una presentación de la cena y de las personas que la habíamos  preparado, se iniciaba el alegre,  espontáneo e intenso convite donde en segundos los desconocidos se convertían en amigos, los extraños en conocidos y  los comensales en compañeros  peregrinos.  Una vez creado el ambiente propicio, todo lo demás  iba cuesta abajo y el vino de Rioja servido sin avaricia ayudaba en el empeño.  Al finalizar la cena todos echaban una mano para recoger las mesas, fregar, secar y colocar platos y cubiertos. Costaba  creer que en sólo 10 minutos el salón pudiera volver a recobrar su aspecto habitual.

Aún faltaba  una sorpresa: los peregrinos que lo desearan podían reunirse en el coro de la iglesia para asistir a una sencilla y emotiva  reflexión o puesta en común. La primera sorpresa era contemplar el coro iluminado con velas  situadas en los sitiales y el enorme ambón en el centro del coro. En el suelo, una flecha de luz  daba razón de nuestro estar allí.  Un breve testimonio de alguna de las hospitaleras, y luego, una vela encendida iba pasando de mano en mano. El que la recibía podía permanecer unos segundos en silencio, o comentar en su propio idioma  por qué estaba allí, qué suponía para él el camino,  alguien cantaba una balada, otro tocaba una melodía con la guitarra y hubo quien nos estremeció con las limpias notas de una flauta travesera.


                Finalizado el acto, abrazos para todos, mejores deseos para el camino, y mucho  agradecimiento por la acogida.  Por nuestra parte, un poco de nostalgia por no poder cargar la mochila y seguir ruta con ellos.  Nos consolábamos, cuando ya todos estaban acostados,  bajando al bar cercano a tomar una infusión, un café o un chupito, y comentar  las incidencias de la jornada y despedirnos hasta la mañana siguiente en que madrugaríamos para que al levantarse a las 6:30 los peregrinos tuvieran sobre la mesa café caliente y todo lo necesario para un vigorizante desayuno.

17 de octubre de 2015

Conservas caseras




                Estamos en época de peras, manzanas, pimientos y tomates y aunque paso el menor tiempo posible en la cocina, de vez en cuando se alían la generosidad de mi sobrina que me  carga de frutas y hortalizas, la  fiebre de hacer  algo  con las manos y la necesidad de abstraerme  en una faena que ocupe mi mente y me permita evadirme de  mi restringido mundo rural.

                Esta semana me he dedicado a embotar pimientos en aceite y vinagre, preparar peras al vino y en almíbar y hacer compotas de manzana. No se trata de necesidad, ni de afición, ni de golosina y mucho menos de economizar unos euros. Sé de sobra que el viaje hasta León y el consumo de  energía serán mayores que los productos equivalentes comprados en el supermercado. No se trata de eso. 

                He lavado, he pelado, he cortado, he mezclado,  he cocido, he probado, he condimentado, he vuelto a probar, he esperado pacientemente  a que a que el almíbar estuviera a punto de hilo,  que la compota tomara el color y la consistencia  que buscaba,  me he equivocado, he  desperdiciado producto, he envasado y etiquetado  y me siento satisfecho aunque  el fin último de la tarea: disfrutar degustando los productos  sea lo que menos me atrae de todo el proceso. 

                Así las cosas, me pregunto entonces por qué he disfrutado tanto y aunque me podrían sugerir veinte respuestas diferentes creo que en esta ocasión me quedo con una:  el placer de crear con unos ingredientes nobles y sanos algo totalmente nuevo, diferente, pero  cuyo resultado está vinculado doblemente a la calidad de los productos y al esmero, esfuerzo y cariño con el que se han preparado. 

9 de octubre de 2015

Lejos del mundanal ruido


LEJOS DEL MUNDANAL RUIDO
 Director Thomas Vinterberg
119 Minutos,  2015

Llevaba varios minutos viendo la película “Lejos del mundanal ruido” cuando por fin reconocí  en los fotogramas de la pantalla aquella novela  de Thomas Hardy  “Far from the madding crowd”  que tantos comentarios de texto, análisis de personajes, y ambiguas ensoñaciones me costó  durante mis estudios de Literatura Inglesa hace más de cincuenta años.

De repente me sentí transportado a aquellos lejanos años de Dogmersfield College y a la campiña inglesa que me rodeaba, tan parecida a la de la película, y de nuevo volví a saborear la Literatura con mayúscula, aquella que nos presenta personajes complejos y creíbles, pasiones a flor de piel, contrapuntos sorprendentes  y por encima de todo ello la inexorable fuerza del destino.
He disfrutado de la película y no sé muy bien si ello se debe a que como en toda película inglesa, la ambientación,  el vestuario,  los encuadres son perfectos,   o porque  Carey Mulligan encarna  de
manera soberbia aquella Batsheba Everdene  independiente y libre como una gacela que me fascinaba y me hacía soñar.

No ha debido ser fácil para un director rompedor como Thomas Vinterberg  amoldarse a la sobriedad y al clasicismo inglés, pero la cinta no tiene nada que envidiar a su homónima, de los años sesenta protagoniza por Julie Christie y Terence Stamp.  En pocos minutos  la arrolladora, independiente y obstinada personalidad de la protagonista queda  esquematizada frente  a sus predecibles convenientes o apasionados pretendientes. La sensata y razonable Bathsheba se debate entre tres hombres, entre tres opciones pero cede al impulso irracional  y se pierde aún sabiéndolo porque como dice Hardy en la novela  “Es difícil para una mujer definir sus sentimientos en un lenguaje creado principalmente por el hombre para expresar los suyos”   

La novela de  Thomas Hardy, escrita en 1874 es una novela feminista antes incluso de que se acuñara el término  y supuso su primer gran  éxito literario. Hoy,  en prosa o en imágenes su contenido puede parecernos baladí, hemos avanzado mucho desde entonces, pero  bienvenidas sean películas trabajadas con  semejante elenco de personajes, y con la sobria belleza  de la que hace gala Thomas Vinterberg.