30 de mayo de 2008

30 de Mayo : Curpillos


El Curpillos es una fiesta tradicional burgalesa a mitad de camino entre procesión religiosa y romería campestre.

Cuando en España se celebraba la fiesta del Corpus en Jueves, en el Monasterio de las Huelgas y sus aledaños, se celebraba una segunda procesión del Corpus en la que la milicia sacaba a relucir el famoso pendón de las Naves de Tolosa que se custodia en el Monasterio.

La procesión sigue celebrándose con toda solemnidad el primer viernes después del Corpus, pero se trata ya, sobre todo, de una cita de los burgaleses en la campa del Parral, cercana a las Huelgas y al campus de la Universidad. Las peñas recreativas, las Casas Regionales, montan sus improvisados chiringuitos para dar a degustar pinchos regionales y bebidas y sacar así unos ahorros para las próximas fiestas de San Pedro. Las lluvias de estos días han respetado la fiesta y la radiante mañana nos ha convocado a la cita de siempre y al disfrute y reencuentro con nuestras tradiciones.

27 de mayo de 2008

Argentina: Pampa y tango


Me sorprendo a mí mismo por no haber aún escrito nada sobre este país que se ama a primera vista o que se aborrece sin más explicaciones.

No es fácil definir o abarcar en pocas líneas un país que con aproximadamente la misma población que España dispone de cinco veces más de superficie. Hay que haber sobrevolando de norte a sur y de este a oeste el país para darse cuenta de la realidad de un país que podría ser una de la grandes potencias del mundo. Admiro la condescendiente ironía de los propios amigos argentinos que me contaban que cuando Dios creó el Mundo derramó todas sus bendiciones sobre el Continente pero las más valiosas rodaron ladera abajo hacia Argentina. Cuando Dios se dio cuenta de tal agravio comparativo, para compensar puso en ese lugar a los argentinos.

No me toca enjuiciar el fundamento de este chiste, aunque sí es cierto, que aún hoy, Buenos Aires guarda la impronta de sus años de esplendor, cuando sus barcos de trigo y de carne alimentaron a media Europa y cuando calles como Corrientes o Florida, ostentaban más lujo que las calles de moda de París.

Precisamente, siempre que he viajado a Buenos Aires, me ha llamado la atención ese aire mundano y casi condescendiente de sus habitantes. Ni las dictaduras más espantosas, ni las recurrentes crisis financieras, han podido con ese rasgo tan característico suyo, que se traduce en una melancólica ironía, en una especie de resignada aceptación de la fatalidad y un auténtico afán de autocrítica. No es de extrañar que existan en Argentina más psicoanalistas por metro cuadrado que en cualquier otra parte del mundo.

Buenos Aires es una ciudad para disfrutarla rabiosamente por el bullicio, la luz, el espectáculo de sus calles, por la exquisitez de los restaurantes y locales de ocio de la Recoleta, o por las modernas urbanizaciones y centros comerciales de Puerto Madero; pero también para odiarla sin reparos porque nada parece estar funcionando. Porque hay una huelga salvaje y sin preaviso que te impide acudir al aeropuerto, porque te anulan una cita escasos minutos antes de que la hora prevista, o porque la información sobre el desarrollo del negocio que has venido a controlar se convierte en el cuento de la lechera justo antes de que el cántaro se hiciera añicos en el suelo.

Pero se acaba amando la ciudad de Buenos Aires. Uno termina acostumbrándose incluso a las 12 o 13 horas ininterrumpidas de vuelo desde Madrid, aunque echa de menos el cafetito del la escala en río de Janeiro. Los asados del Restaurante Hacienda Las Lilas en Puerto Madero, ayudan a hacer livianas las interminables negociaciones y la desesperación que te entra cuando analizas lo insustancial de los avances. Como nunca logras hacer las cosas en el tiempo previsto tu estancia en Buenos Aires se alarga a pesar tuyo y te sobra tiempo para sentarte en una terraza en la Calle Corrientes y ver cómo de pronto se forma un corro en torno a una pareja que baila el tango con ese aire de desesperación trágica que se les supone a alguien que sabe que nunca más podrá volver a bailar. Te sobra tiempo incluso para acercarte a la calle Florida entrar en las librerías y en las tiendas de artesanías donde indefectiblemente acabas comprando alguna pieza de cuero, dulce de leche, algún libro de Jorge Luis Borges o el último CD de los Chalchaleros. A veces la fatalidad de los enredos da incluso para asistir a algún partido del Boca y quedar pasmado por la pasión y el fervor que el fútbol representa en Argentina.

No he tenido la suerte de visitar La Patagonia o de las Cataratas de Iguazú, pero he cruzado el mar de Plata y he sobrevolado la Pampa camino de Santiago de Chile. Quedé tan impresionado por las extensiones de prados, los miles de cabezas de ganado, los interminables campos de cereales que de verdad, sigo sin entender cómo un país con esa riqueza natural, con bancos de pesca, con petróleo y tantas riquezas naturales puede llegar a las situaciones límite a las que ha llegado.

Por esta vez, has logrado los objetivos, y por fin anuncias tu regreso a España. Sales hacia el aeropuerto y por increíble que parezca siempre tienes la impresión de haber dejado algo en las calles de Buenos Aires. Son retazos de vida intensa, de nuevas sensaciones que insidiosamente se han apoderado de ti. Ya en el aeropuerto te sientes tan reconciliado con el país, tan a gusto que tienes que buscar la manera de compartir esa experiencia, y qué menor manera que comprando una joya, con la piedra nacional del país, una Rodocrosita primorosamente engarza en oro, para aquella que te espera en casa?

25 de mayo de 2008

Entre la sombra y la luz


ENTRE LA SOMBRA Y LA LUZ
Novela
Mercedes Salisachs
Ediciones B S.a. 2007
404 páginas

A sus 91 años, Mercedes Salisachs aún es capaz de deleitarnos con una novela que bien podría llamarse reflexión sobre la ética de nuestro tiempo o incluso reflexión sobre la verdadera grandeza de la personas que al final de la vida acaba revelándose a pesar de todos los esfuerzos que se hagan por aparentar otra cosa.

Esta escritora curtida por más de veinte obras me ha venido deleitando con sus últimas creaciones. Recuerdo en particular novelas como El Secreto de la flores o La voz del árbol que he leído con auténtico deleite.

Esta vez sin embargo, Mercedes Salisachs, introduce en su novela un elemento nuevo y desconcertante: “Un valle de los perdidos” que sería algo así como una especie de limbo en el que moran las personas que han muerto y tienen aún conflictos que saldar con los vivos. Sería como el lugar desde el que los fantasmas que nos mandan mensajes y piden que les libremos de lo que les angustia para que poder descansar en paz.

La historia de Sergio Maritania y de Juana Bernal, es tan posible que podría tratarse de los vecinos de enfrente. Él cirujano famoso, ella casi 20 años más joven, bella esposa que se exhibe como un trofeo, a quien se le concede todos los caprichos excepto el de hablar y ser ella misma. Ella está sólo para adorno de su esposo y sus intentos de autoafirmación son anulados o ridiculizados en público con un insultante: “No seas Naif”.

Pero Sergio muere en un accidente de tráfico, y Juana, libre por fin, se revela como una escultora de renombre que a pese de los sufrimientos y desprecios, a pesar del dolor por haber perdido una hija el mismo día de su primera comunión, a pesar del consuelo no siempre desinteresado de su amigo Rodrigo, se mantiene firme en sus convicciones y en su amor por el difunto marido.

En capítulos alternos el relato salta del mundo real a ese mundo nebuloso y fantasmagórico en el que parece encontrarse el marido y ambos van alternativamente desentrañando las equivocaciones y engaños de una vida que sólo fue feliz en apariencia.

Pero debo admitir que este libro me ha resultado pesado y la estructura demasiado alambicada. Como lector quizá soy excesivamente racionalista, pero creo que el tema podría haber sido tratado sin recurrir a ese más allá que a todos inquieta. Los protagonistas tienen madera suficiente para ello. Lo lamento, pero no dejo de admirar a una escritora que a esta edad es capaz de producir semejantes obras.

24 de mayo de 2008

El lago de los cisnes

Cuando creíamos que habíamos visto algunas de las representaciones más sublimes del "Lago de los cisnes" nos encontramos con el más difícil todavía. Esta Compañía China, desafía todos los calificativos: ¿bailarines? ¿Equilibristas?
El espectáculo no obstante es maravilloso

23 de mayo de 2008

Al cabo


Al cabo, son muy pocas las palabras
que de verdad nos duelen, y muy pocas
las que consiguen alegrar el alma.
Y son también muy pocas las personas
que mueven nuestro corazón, y menos
aún las que lo mueven mucho tiempo.
Al cabo, son poquísimas las cosas
que de verdad importan en al vida:
poder querer a alguien, que nos quieran
y no morir después que nuestros hijos.


Amalia Bautista

August Macke: Señora con chaqueta verde


Woman in a green jacket
1913 Óleo sobre cartón 43,2 x 45 cm
Museo Ludwig (Colonia)
Nacido en 1887 y muerto en batalla en 1914 ,durante la primera Guerra Mundial, August Macke es uno de los pintores alemanes más destacados de los inicios del siglo XX.

Después de un corto período en Dusseldorf donde imita los pintores del siglo XIX se desplaza a Paris en 1907 gracias al apoyo económico de un tío de su novia. Animoso y sensual el joven Macke vivió su estancia parisina en pleno frenesí. Los dibujos al pastel de Edgar Degas y los incomparables retratos de bajos fondos de Henri Toulouse-Lautrec le inspiraron dibujos y bocetos del mundo del cabaret y del teatro, a la manera impresionista.

Si bien es cierto que la obra de Macke En los años 1911/1912 tiene claras reminiscencias fauvistas, a partir de 1913 aparecen en primer plano otras soluciones artísticas y características estilísticas. A este nuevo giro y evolución de Macke hacia la búsqueda de su propia expresión artística, como reacción a las impresiones cambiantes recibidas del ambiente cultural contemporáneo a él, se deben tanto los nuevos modelos de la vanguardia artística descubiertos personalmente por él, como también influencias y puntos de vista teóricos.
Cuadros como Dama con chaqueta verde, Gente en el lago azul, Camino soleado y otros semejantes, pintados todos en Hilterfingen en 1913, destacan entre sus creaciones más joviales, de fuerte coloración, y llenas de ambiente. Su pintura se hace cada vez más suelta, para de lo estrictamente geométrico a las formas fluidas, las distintas superficies de color se imbrican mutuamente.

21 de mayo de 2008

Estelas abiertas


Cosas no importantes


1.- Aunque no os lo creáis nunca había visto un ternero. No, quiero decir que nunca lo había visto de verdad. Hoy, me he parado a mirarlo y me ha enternecido tanto que estoy tentado de hacerme vegetariano.

2.- Fue su cumpleaños. Nunca se hubiera podido imaginar que aún recordara la fecha.
De pura sorpresa no pudo articular palabra. Probablemente mi llamada desató sus recuerdos.

3.- Tenía tres o cuatro años. Si estaba en casa, me pedía que le leyera algún cuento antes de dormirse. Voluntarioso me acostaba a su lado y le leía un cuento. Ella bebía mis palabras, pero mi voz se iba entrecortando, el sueño me vencía y al rato, la madre se encontraba a la niña despierta y a su padre roncando.

4.- Era una palmerita diminuta comprada en un Supersol de Madrid. Fue un sencillo regalo, pero entró en el apartamento y poco a poco se hizo la dueña del lugar. Vivía pendiente de que tuviera luz, de regarla a su debido tiempo, de lavar sus hojas. Hasta hablaba con ella. Se hizo tan grande, que tuve que cambiarla varias veces de tiesto, pero era una planta con morriña. Cuando nos vinimos para Burgos, la coloqué en el mejor lugar de mi despacho y al poco tiempo se murió.

5 .- Las ocho de la tarde. Es hora de pasar por el club y tomarme un café. Paco, sentado en la misma mesa, descifra el periódico. Su copa de vino está casi vacía. Mientras le invito a otra ronda me pone al día de todo lo que ocurre en el barrio. Cree que mi poder es ilimitado, alguna vez por no decepcionarle descuelgo el teléfono y llamo al concejal de turno.

Consuelo Labrado http:// consuelolabrado.blogspot.com y Malena, http:// el tinterodechina.blogspot.com han sido quienes me han metido en este compromiso, Aunque tarde, espero haber cumplido con su amable gesto.

Reglas del desafío:
1 - Poner el enlace de la persona que nos eligió:
2 - Poner las reglas en el blog.
3 - Compartir seis cosas no importantes y que nos gusten a nosotros.
4 -Elegir a seis personas al final: Elena, El Viento, Cálida Brisa, Willow, Gerardo y Roxana.
5 - Avisar a estas personas y dejar un comentario en sus blogs

El Infinito en la palma de la mano


EL INFINITO EN LA PALMA DE LA MANO
Novela
Gioconda Belli
Seix Barral 2008
Biblioteca Breve
50 Premio Biblioteca Breve
236 páginas

No sé si podemos llamar novela a este delicioso libro de Gioconda Belli que expande e indaga las 48 líneas que la Biblia dedica a la creación y castigo de nuestros primeros padres; pero con independencia del género y de haber sido merecedor del premio Biblioteca Breve de Seix Barral, tengo que admitir que este libro me ha encantado.

Había leído varios libros de poesía de esta autora nicaragüense y he vuelto a encontrar en estas páginas un lenguaje muy personal, a mitad de camino entre lo fantástico y lo poética para indagar partiendo de la Biblia pero también los relatos apócrifos, cómo pudo ser la vida de Adán y Eva después de ser expulsados del Paraíso. En particular se recrea en narrar el descubrimiento del propio cuerpo y de sus necesidades, el descubrimiento del entorno y el descubrimiento del amor.

Privados de la inmortalidad, conscientes de la existencia de la muerte a su alrededor, comprenden también que es a través del amor y de la entrega, que sobrevivirán y que sólo reproduciéndose lograrán un remedido de inmortalidad.

Un toque muy personal de Belli, es su énfasis sobre el descubrimiento de la ira y la violencia y el desconcierto que les causa el poder de dar y de privar de la vida.

Por otra parte la autora se aventura en lo que pudieron ser los conflictos en la educación de los hijos e hijas, en la existencia de los celos, y de la atracción sexual más fuerte que los tabús y de los mandatos de Elokin que es el nombre que Gioconda Belli usa en este relato para referirse a Yahavé.

Con independencia de los aciertos narrativos, de los guiños que la autora hace a las teorías de la evolución y de esfuerzo titánico que pudo suponer para Adán y Eva aprender a sobrevivir; por encima de los aciertos en la mezcla de relato bíblico y fantasía, creo que este libro destaca esencialmente por su tono poético. Sin lugar a dudas la autora es ante todo y sobre todo poeta, y que celebra la vida, la conciencia del propio cuerpo y las sutilezas del amor. Para muestra nos basta con el párrafo que transcribo a continuación


Flotaron en la corriente abandonándose a la sensación del agua cristalina. Entendieron sin dificultad la alegría de los peces cuyos colores a menudo habían admirado. Adán abrió los labios y sorbió lentamente el fresco líquido. Pensó en el sabor del fruto prohibido y buscó a Eva. Volvieron a besarse y a entrar el uno en la otra, asombrados de la insólita experiencia de sus cuerpos livianos y fluidos. Largo rato estuvieron quietos, fuertemente abrazados, cada uno intentando recuperar la memoria perdida de ser una sola criatura, alcanzar las imágenes que cada quien guardaba en su interior y verter en ellas el río de las propias. Recorrieron inútilmente los pasadizos tenues de sus mentes, deseando penetrar al densidad de las sensaciones del otro, sin poder traspasar el espacio donde cada quien existía irremediablemente solo en el límite del propio cuerpo. Por más que trataron, no lograron ver el paisaje intrincado donde habitaban sus más íntimos pensamientos. Fue el reconocimiento de aquella traba infranqueable lo que finalmente los envolvió e hizo que sus músculos y huesos se abrieran sin reparos para tomarse la única intimidad plenamente concedida, a la que llegaron sobre la orilla en medio del lodo y las algas de la ribera.

18 de mayo de 2008

Cada día que pasa dudo más de mis certezas


Hubo un tiempo en que me sentía seguro. La verdad estaba de mi parte. Me acompañaba como una hermana sabia que susurraba mis palabras. La había ido forjando a golpe de lecturas, de sentencias, de convicciones, de principios, de razonamientos. Como se forja una coraza, así había ido forjando mis verdades. Eran verdades puras, radicales, sin matices. Todo lo que no concordaba con mi verdad no podía ser más que ignorancia, falacia, patraña o falsedad manifiesta.

Llegó un momento en que confundía mi verdad y mi persona. Todo ataque contra mis dogmas se convertía asimismo en un ataque personal, y por consiguiente cualquier persona que defendiera ideas contrarias a las mías se volvía mi enemigo. En el debate dialéctico empecé a mezclar criterios y emociones, verdades y pasiones.

El caso es que, cuando alguien defendía apasionadamente una idea, trataba de serenarle, y hacerle ver que no estaba siendo objetivo, que sus sentimientos no le estaban permitiendo discurrir con claridad, como si al decir eso, yo quedara libre de los fallos que imputaba a mi contrario.

No siempre participaba en los debates que se suscitan entre amigos sobre los más diversos temas, pero mentalmente mi posición era siempre clara, sin matices. Tan clara, tan rotunda que a penas escuchaba los argumentos del otro. Mentalmente iba desgranando mis razones, mis argumentos, y perdía por completo los argumentos y las explicaciones del otro. Ejercicio vano puesto que yo no intervenía, ejercicio fútil que sin embargo me empobrecía.

Los años han ido pasando y afortunadamente he ido perdiendo seguridades. Eso no quiere decir que sea un veleta y me pliegue a la opinión del momento. No soy de esas personas que por no molestar o por no aventurarse esperan a saber cual es la opinión imperante en una reunión y que matizan sus ideas según el lugar, la compañía o las circunstancias.

Tampoco se trata de mero escepticismo, de dudar como pose existencial, de no adoptar postura alguna puesto que todas pueden ser falsas o ciertas por igual, lo que en realidad denotaría una evidente falta de criterio y una cretina pereza intelectual.

Pero poco a poco voy dejando de poner etiquetas a mis creencias. Profesar una religión no implica acatar a ciegas todos sus dogmas; vitorear a un equipo de fútbol no significa que todos los errores son del contrario, mis simpatías políticas no pueden hacerme ignorar los aciertos del partido contrario ni la solidaridad corporativa logran que simpatice con los errores profesionales de mis colegas. Mi pueblo no es el más bello ni mi cielo el más azul.

Los años van pesando sobre mis espaldas y voy aprendiendo al ritmo de la vida a escuchar antes de hablar, a reflexionar antes de emitir un juicio, a buscar las verdades parciales antes que las condenas rotundas. No sólo por aquello del punto de vista o porque las cosas son del color del cristal con que se miran, sino porque estoy cada día más convencido de que las verdades absolutas son muy pocas y sobre ellas nunca se discute; porque creo que dudar de lo que sé no es renegar de mis creencias, sino profundizar es aspectos no considerados y porque dudar me obliga a afinar mi pensamiento y a suavizar mis rigideces.

Poner en duda mis certezas, no sólo me está permitiendo reducir el número de mis axiomas sino que además, purificados en el crisol de la duda, los veo hoy más nítidos y más abiertos que nunca a la aceptación y al enriquecimiento mutuo a través de la divergencia.

11 de mayo de 2008

Ser Agua


Ser agua en el cuenco de tu mano,
ser el aire que inhalan tus pulmones.
Ser yo y llenarte por completo
sin traspasar ninguno de tus límites.
Ser fuego y arder sin brasas,
ser tierra y morir por dentro.
Ser tú que me contienes y das forma
ser tú escribiendo el sentido de mi vida.
Ser mar y besar tu arena,
ser luz y acariciar tu rostro.
Ser nosotros completando nuestra esencia
ser nosotros y mirar hacia adelante
como si no existiéramos.

6 de mayo de 2008

Sorolla: La vuelta de la pesca


La Vuelta de la pesca
Óleo sobre lienzo
1894, Musée d'Orsay (Paris)

José Sorolla y Bastida nació el 27 de febrero de 1863 en un antiguo barrio de pescadores de Valencia en el seno de una humilde familia de comerciantes textiles. La extraordinaria facilidad de Joaquín para el dibujo atrajo la atención del director del centro de enseñanza que aconsejó a su tío que lo matriculara en clases nocturnas de dibujo en la Escuela de Artesanos. Mientras estudiaba en la Escuela de Artesanos ingresó en la Escuela Superior de bellas Artes de Valencia, conocida como San Carlos y dependiente de la Real Academia de Bellas artes de Madrid donde concluyó sus estudios en 1881.

Las creaciones que realizó durante todo el período de formación académica poseen una fuerte tendencia realista, como consecuencia de las influencias de los pintores de marinas valencianos, entre los que sobresale, por ejemplo Rafael Monleón.

En 1884 Sorolla obtuvo una pensión en Roma de la diputación Provincial de Valencia gracias a su obra El crit del Pelleter pintura en la que se muestra el conmovedor desafío de un vendedor de paja frente a Napoleón. Su tutor como pensionado en Roma fue Francisco Pradillo quien le inculcó el estudio básico del dibujo, aspecto que Sorolla mantuvo durante tuda su vida. En un primer momento, recibió también la influencia de Mariano Fortuny, pintor fallecido hacía más de diez años pero cuyas obras se guían gozando de grana cesación en los círculos artísticos romanos.

Durante sus desplazamientos a París el pintor comenzó a entrar en contacto con al vanguardias pictóricas del momento, si bien de modo bastante personal. Joaquín pintaba al aire libre, dominando con maestría la luz y combinándola con escenas cotidianas y paisajísticas de la vida mediterránea. La vuelta de la pesca, composición que realizó durante el verano de 1894, es un claro exponente de esta nueva etapa. Sorolla presentó dicho cuadro, uno de los más paradigmáticos de su vasta producción, en el Salón de París, y obtuvo la segunda medalla, el máximo galardón al que podía aspirar un pintor extranjero. la obra fue adquirida posteriormente por el gobierno francés para ser exhibida en el Museo de Luxemburgo, hoy en día Musée d’Orsay.

Almudena Grandes: El Corazón Helado


EL CORAZÓN HELADO
Novela
Almudena Grandes
Tusquets Editores 2007
Colección Andanzas
933 páginas

¿Otro peñazo sobre la guerra civil? Afortunadamente no. De ninguna manera. Almudena Grandes no ha estado trabajando cuatro años en una novela de casi mil páginas para darnos “más de lo mismo”.

Su propósito principal ha sido analizar los sentimientos y las reacciones de las personas de hoy, hijos o nietos de los que se vieron involucrados directamente en la guerra civil, y ver de cerca cómo reaccionan y sobre todo cómo interaccionan. Para ello lógicamente se sirve de la historia, o mejor dicho de historias, de miles de historias individuales que una vez tamizadas y disfrazadas por la autora se convierten en parte de la historia de estas dos familias protagonistas de la novela. No es difícil entender por tanto con qué gusto Almudena Grandes se recrea en esos “testimonios” y no pudiendo desechar ninguno necesita toda una saga de personajes, en torno a dos familias completas, y casi un siglo de historia.

La generación de la posguerra, los que nacimos al terminar la contienda, no hemos tenido una auténtica conciencia de nuestra Guerra Civil aunque hayamos padecido las estrecheces y las penurias. Somos la generación del silencio. Hemos vivido en el silencio de nuestros padres. Ellos “pasaron” la guerra en uno u otro bando pero casi siempre han preferido callar. Callar por miedo, callar por vergüenza, callar por proteger, callar por olvidar. Pocas veces hemos oído a nuestros padres contar historias de la guerra civil y por consiguiente, nosotros también hemos colaborado con nuestro silencio. Sin embargo, hemos llegado a la tercera generación y nuestros nietos, nacidos en democracia, han querido saber, han indagado, escarbado hasta la saciedad y por eso nunca se ha escrito tanto como ahora sobre aquella época.

Con continuos y bien estructurados “flash-back” al pasado para ver cómo viven o sufren la guerra la familia Fernández Muñoz o la familia Carrión Otero, la trama, sin embargo es una historia de hoy. Álvaro Carrión y Raquel Fernández, por una serie de casualidades, se encuentran y se enamoran a primera vista. Son dos jóvenes maduros que no han vivido la guerra civil y ni tan siquiera han padecido las consecuencias, pero proceden de familias que no sólo lucharon en bandos opuestos, sino que la una expolió y se enriqueció a costa de la otra. Nuestros personajes, sin embargo lo ignoran. Por eso, Almudena Grandes tiene interés, y en parte es el interés de la obra, ver como van a reaccionar ante tal descubrimiento.

Ortega y Gasset que dijo eso de “yo soy yo y mis circunstancias” ha dicho también , “Lo que diferencia al hombre del animal es que el hombre es un heredero y no un mero descendiente” y para subrayar que de verdad ese es el meollo de la cuestión, la autora coloca esta cita como frontispicio de la obra. No siempre es cómodo ni reconfortante asumir nuestros orígenes, y es mucho más difícil todavía saber asumirlos y aceptarlos sin renunciar por ello a planteamientos nuevos, no contaminados por el pasado. No es tarea fácil ni se puede llegar a ella por mera reflexión. De ahí que Almudena nos haya hecho de algún modo peregrinar a través de tantas páginas para llevarnos progresivamente hacia este despojamiento interior de cualquier prejuicio.

Nunca creí que fuera a abordar un libro tan extenso. Soy partidario de “lo bueno y breve, dos veces bueno”. La reciente concesión del premio “Libro del Año 2007” me ha servido de acicate y no me arrepiento en absoluto. He seguido de cerca la trayectoria de Almudena Grandes y tenía su novela “Atlas de Geografía humana” entre mis favoritas. A partir de ahora añadiré “El corazón helado”. Este más que los anteriores es un libro que se presta perfectamente a versiones cinematográficas, pero es necesario leer el libro y picar el hielo antes de llegar al meollo del libro que no es otro que el enfrentamiento personal de nuestras emociones y de nuestra conciencia frente a un hecho histórico que para bien o para mal a marcado la reciente historia de España.

2 de mayo de 2008

Caracas: Una ciudad coronada de espinas


Aterrizo en Caracas y cuando salgo al vestíbulo, encuentro mi nombre en una plaqueta que sostiene un chófer uniformado de gris y enviado expresamente por el hotel por razones de seguridad.

No es mi primer viaje al país, pero rápidamente me doy cuenta de que el aseo general del aeropuerto deja mucho que desear. No se percibe el bullicio habitual de las grandes aglomeraciones. No hay alegría en el ambiente y Caracas está dejando de ser ese país cálido y sensual, rebosante de petrodólares, de buenas autopistas, de gente con la broma en los labios, de mujeres que se saben observadas y de hombres cuya mirada se distrae tras sus ondulantes caderas.

De camino al hotel, el conductor de la limusina me explica que la situación ha cambiado, que las cosas van mal y que ya no se puede pasear solo por las calles. Me recomienda que no deje de utilizar los taxis propios del hotel cada vez que tenga que desplazarme por la ciudad y me insta a que no permita que me aborden desconocidos ni entregue mi pasaporte o mis documentos a nadie, aunque se digan policías. Ante cualquier duda me sugiere que contacte con el Hilton.

Llegamos al hotel y me reencuentro con caras conocidas de otros viajes, que me reconfortan y me hacen sentir protegido. Entrego mi documentación en recepción y tras un rápido check-in y una cena frugal, subo a la habitación desde cuyas ventanas del último piso, contemplo cómo el crepúsculo incendia la ciudad y los últimos destellos del sol languidecen sobre el cristal y el acero de los edificios modernos del Centro de Negocios en el que se encuentra el hotel.

Temprano al día siguiente descorro las cortinas para contemplar ese paisaje incandescente que me había hechizado la víspera. La sorpresa es mayúscula. Las colinas que rodean completamente la ciudad están recubiertas de “ranchitos” en los que no es difícil adivinar que se hacina la inmensa pobreza que agobia a la ciudad.

Ahora recuerdo que, en efecto, el aeropuerto está situado al borde del mar, en Maiquetía, a unos 40 kilómetros de la capital y que para llegar hemos tenido que subir un puerto de montaña y cruzar un túnel que desemboca en un valle circular en el que se asienta la parte monumental de la ciudad. Todo alrededor, cerros y montes cobijan y protegen a la ciudad, pero esta mañana constato con pesar que esos altos están ahora saturados de chabolas y pobreza. Tengo que cerrar los ojos para asegurarme de que no me he equivocado, que estoy en Caracas y no frente a las favelas de Río de Janeiro donde, sin embargo, cuando quieres evadirte de la realidad, puedes mirar hacia el mar. Aquí no hay tal posibilidad. Caracas se ha recubierto de una corona de espinas visible mires del lado que mires. Todas las ciudades tienen poblados marginales, zonas de chabolas, nidos de pobreza, pero suelen estar escondidos, lejos de la vista de los turistas. En Caracas, esta pobreza, esta miseria, como una inmensa marea humana ha ido escalando las alturas y está siempre a la vista. Este país, uno de los más ricos de Sudamérica, no puede esconder el injusto reparto de la riqueza y la corrupción de sus dirigentes.

Trato de seguir al pie de la letra las recomendaciones del hotel y sólo salgo para hacer las gestiones que me han traído nuevamente a esta, hasta hace poco, rica y fascinante ciudad. Alquilo la limusina para ir a almorzar en algún restaurante típico alejado del hotel pero sus cristales tintados y los guardas de seguridad a la puerta, metralleta en mano, me ponen una bola en el estómago y me hacen perder el apetito.

Abrevio todo lo que puedo las entrevistas y trato de adelantar el vuelo pero no es posible. Aprovecho el día libre para refugiarme en un pueblecito escondido en los cerros a pocos kilómetros de Caracas, El Hatillo, que ha sido colonizado por la bohemia artística, musical y literaria de la capital. Entre palmeras, las humildes casas labriegas han sido transformadas en talleres, recogidos y coquetos bohíos, tiendas de antigüedades, librerías y almacenes de souvenirs. Es un lugar a la vez artificial y romántico, una especie de grito de repulsa que a fuerza de ponerse de moda va perdiendo todo su encanto. Pero la naturaleza está ahí con todo su esplendor. Las orquídeas, el jazmín, la albahaca, todos esos olores que el cemento de la ciudad nos nos dejan percibir, perfuman el ambiente, y el añil, el amarillo o el ocre de las fachadas puntúan el pentagrama de los verdes frutales que escalan la montaña.

Regreso a España y muchas otras cosas de Caracas se han ido olvidando. Nunca, sin embargo se borrará de mi retina esa corona de espinas que ensombrece la ciudad de Caracas.

Recientemente, por divertirse, mi hijo escribió en Google mi nombre y mis dos apellidos. Para mi sorpresa, una de las entradas se refería a un ciudadano que utilizando mi nombre, mis apellidos y mi número de pasaporte, unos meses después de mi estancia en Caracas era citado ante los tribunales de Caracas por falta de pago de un apartamento. La sentencia había prescrito, pero me quedé pensando que alguien en la recepción del hotel había fotocopiado los datos de mi pasaporte y había vivido en un apartamento con una identidad robada. ¿Avatares de viajero, o afán de supervivencia?