Si todos los caminos conducen a Roma, también podemos decir que todos los caminos nos llevan a Santiago de Compostela. Algunos, sin embargo, son caminos de toda la vida y a lo largo de los siglos se han ido poblando de ermitas, monasterios, iglesias, albergues, hospitales, puentes y burgos para el comercio y avituallamiento de los peregrinos. Otros caminos, aunque antiquísimos han sido vías menos transitadas debido a su peligrosidad o a lo escarpado del terreno. Como caminar hacia Santiago tiene más y más adeptos, y muchos se vuelven reincidentes, el probar rutas alternativas se ha convertido en una opción cada vez utilizada sobre todo cuando se quiere huir de la masificación del conocido camino francés. Una de esas alternativas consiste en aventurarse por la ruta norte bordeando la costa cantábrica hasta la provincia de Lugo y desde ahí, cruzando los montes de de Galicia descender directamente hacia Santiago.
Elegí este año la opción Norte aunque iniciando Camino en Bilbao en lugar de hacerlo en Irún. Soy consciente de que me he perdido alguna de las etapas de mayor encanto de todo el camino, pero es precisamente en este tramo donde los desniveles son más pronunciados por lo que en aras a la debida prudencia y en vista de mis limitaciones actuales reservo este tramo para mejor ocasión.
La salida de Bilbao es urbana hasta Portugalete por lo que algunos peregrinos utilizan el metro para salvar este tramo y comenzar recorriendo una magnífica senda mitad peatonal y mitad carril bici que nos lleva a Pobeña. El albergue, situado en las antiguas escuelas es amplio y funcional y la acogida excelente. Pero no pretendo mencionar una tras otras las diferentes etapas del recorrido; quiero recordar sencillamente aquellos aspectos que más me han llamado la atención o aquellos que más diferencian este camino del ya conocido Camino francés.
En primer lugar mencionaré el mar. Durante kilómetros se camina bordeando el mar, unas veces caminando por la playa como en Laredo, en Noja o en Somo y otras veces asomándose a impresionantes acantilados para recibir en la cara la brisa marina y llenar los ojos de azul mientras las gaviotas juguetean entre el viento y las olas. Unido al mar, las travesías en barco. Es curioso ver a los peregrinos subirse a una pequeña barca para cruzar de Laredo a Santoña, o abordar el ferry que cruza la bahía de Santander desde Somo.
En segundo lugar impresiona el verdor del paisaje. El contraste con los caminos pedregosos de Castilla es evidente. Es un descanso para la vista pasear la mirada por todas las tonalidades de verde, desde el oscuro y profundo de los abetos, pasando por el verde intenso de las praderas o el delicado y casi transparente de los álamos. Tanta riqueza de colorido tiene una contrapartida: la fina lluvia que nos acompaña casi a diario, empapa casi sin avisar nuestra ropa y hace que las llegadas al albergue sean más deseadas.
Poblaciones como Castro Urdiales, Santillana del Mar, Comillas y San Vicente de la Barquera parecen diferentes cuando se las cruza de madrugada. Me llamó particularmente la atención Santillana del Mar que habitualmente visito llena de gente, de coches y sobre todo de una abigarrada y chillona colección de carteles, de bisutería barata y de ornamentos que desanima cualquier intento de plasmar el recuerdo en una fotografía.
Todavía escasean los albergues y en algunos lugares la falta de otras alternativas da pie a claros abusos por parte de las pensiones y albergues privados. Sin ser exhaustivo, en el tramo ya recorrido tengo que hacer una mención especial al albergue de Güemes. El Padre Ernesto y sus colaboradores han sabido infundir al lugar un espíritu claramente hospitalario que fomenta la convivencia, el descanso y la ilusión del camino. Hemos llegado a Llanes, ha habido días mejores y días peores, pero el deseo de seguir adelante y completar el Camino no ha decrecido ni un ápice. Será en una próxima ocasión.
31 de agosto de 2011
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