Con una velada
alusión a Hemingway los directores
noveles Brian Klugman y Lee Sternthal
llevan a la pantalla una película hecha
de historias que se imbrican entre sí
como muñecas rusas dando al
conjunto una fuerza que podría ser arrebatadora si no fuera porque en algún
momento los protagonistas no acaban de
creerse lo que están interpretando.
El ladrón de palabras va de escritores y su manera de enfrentarse a la verdad, a la propiedad
intelectual, al genio y a la vida. Jeremy
Irons interpreta al hombre fracasado que sin embargo, un día siendo joven, vivió
en París una gran pasión tan
arrebatadora que casi sin pensárselo la convirtió en manuscrito para una gran
novela.
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Bradley Cooper es el
joven ambicioso, niño de papá que quiere
ser escritor. Está casado con una bella mujer a quien
todavía no ha podido demostrar su talento y, circunstancias de la vida, un día se topa con un manuscrito que no es suyo pero que le hubiera gustado
haber escrito. La tentación es tan
fuerte que no spuede resistir la tentación
de apoderarse de una historia que no es
suya y convertirse así en escritor de éxito pero también en alguien atormentado por la culpa, y el
remordimiento.
Las historias se entrelazan en tiempo real a través de un famoso escritor, autor del libro “El ladrón de palabras”. Interpretado por Clay Hammond, el escritor
Dennis Quaid enlace las dos historias anteriores pero en mi opinión
no aprovecha suficientemente el dramatismo y la tensión creada y nos
deja con la impresión de haber asistido
a una película con un interesante guión a la que no se le ha sabido sacar todo su
potencial.
1 comentario:
Me pasó algo parecido. La note fallida en su resultado final, siendo una historia que posiblemente diera más de si.
Saludos
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