17 de julio de 2007

Botticelli: La Primavera


Después que Botticelli retornara de Roma en la primavera de 1482, realizó durante ese decenio una serie de cuadros mitológicos que fundamentan la fama actual del artista. Uno de los más conocidos, pero sin duda también el más enigmático y el más discutido es La Primavera cuyo significado no ha sido esclarecido completamente aún.


Durante mucho tiempo se pensó que había sido pintando para Lorenzo el Magnífico de Médici, quien en aquel entonces dominaba Florencia. Sin embargo, los últimos análisis contradicen dicha teoría, pues, según un inventario recientemente descubierto el cuadro se encontraba en el año 1499 en el palacio que tenía en la ciudad de Florencia Lorenzo de Pierfrancesco, un primo segundo de Lorenzo el Magnífico.


Como indica el título, testimoniado desde el siglo XVI, la Primavera representa la llegada y la celebración de la primavera. En él se han encontrado casi 500 especies de plantas entre ellas 190 flores. En el centro de un bosque de naranjos, sobre un prado de flores, aparece Venus, la diosa del amor; y sobre ella, su hijo Amor disparando sus flechas con los ojos vendados. Como señora de este bosque ha retrocedido un poco, como si quisiera dejar pasar el cortejo. La postura y el movimiento de las figuras se repiten en la configuración de los árboles, originándose una unidad armónica entre el hombre y la naturaleza.


Los naranjos rectos, corresponden a las figuras erguidas que se encuentran debajo de ellos, mientras que los laureles del lado derecho, al doblarse imitan la postura de la ninfa que está huyendo. Por encima de Venus, los naranjos forman un arco semicircular que, como una aureola, rodea a la diosa como figura central del cuadro. Venus aparece en su jardín, que Angelo Poliziano poeta de la corte de los Médici describió como lugar de la primavera y la paz eternas. Sus descripciones poéticas pudieron servir de inspiración para los cuadros de Botticelli. Así se deja paso al suave viento del céfiro, que baña de rocío los prados, en volviéndolos con dulces aromas, y que viste la tierra de innumerables flores.


El dios del viento aparece en el lado derecho del cuadro, como un ser alado azul verdoso. Hincha con fuerza las mejillas, para soplar sus cálidos aires. Pero las intenciones de Céfiro resultan ser menos pacíficas de lo que describe Poliziano. En lugar de ello, el dios del viento irrumpe violentamente en el jardín, haciendo que los árboles se doblen. Persigue a una ninfa envuelta en un ropaje transparente que, temerosa, vuelve la mirada hacia él. De su boca salen flores, mezclándose con las que pueblan el vestido de la doncella que se encuentra a su lado. Esta introduce su mano entre los pliegues del ropaje, para esparcir por el jardín las rosas que ha recogido. la clave para entender esta escena un tanto enigmática se encuentra en los fastos, un calendario romano de Ovidio. Éste describe el comienzo de la primavera como la metamorfosis de la ninfa Cloros en Flora, la diosa de las flores: “Yo, que ahora me llamo Flora, antes fui Cloros”; así comienza la ninfa la narración, mientas que de su boca salen flores. Céfiro se lamenta, sintió despertar una loca pasión tan pronto la vio. La persiguió para hacerla su mujer por la fuerza. Pero como le dolió esta impetuosidad, la transformó en la diosa de las flores de la primavera.


El tema de las tres figuras de la derecha del cuadro, es pues, la llegada de la primavera, tal como la describió Ovidio en su calendario. Esto explica por qué los ropajes de las dos figuras femeninas ondean en diferentes direcciones, al representar dos momentos diferentes de la narración de Ovidio. La naturaleza sensualmente violenta del Céfiro que se consume en su pasión, por completo ajena a la poesía de Poliziano, se encuentra en otra fuente escrita, en la que también se inspiró Botticelli. Se trata del poema filosófico “De Rerum natura” del poeta y filósofo Lucrecia, que describe el despertar del amor sensual, corporal: En el lado izquierdo del cuadro vemos a las tres Gracias, acompañantes de Venus, danzando armoniosamente en corro. Tras ellas, Mercurio, heraldo de los dioses, quien cierra el cuadro hacia la izquierda. Se le reconoce por las sandalias aladas y por el bastón en su mano derecha alzada, alrededor del cual están enrolladas dos serpientes, llamadas Caduceos.


Según la mitología, Mercurio separó con él las dos serpientes que luchaban entre sí, como lo que el bastón se convirtió en el símbolo de la paz. También aquí tiene este significado: con él, Mercurio expulsa las nubes que amenazan entrar en el jardín de Venus. Así se convierte en el protector del jardín, en el que no hay nubes y en el que reina la paz eterna. Este carácter de guardián queda subrayado por la llamativa espada, símbolo de que está en condiciones de expulsar, en todo momento a los enemigos. Las figuras son de una belleza, una gracia y un encanto consumados, como corresponde a la idealización del amor que personifican y que les sustraen de la esfera terrena. No tienen ya contacto con el suelo, sino que flotan en el aire sobre la tierra. Pese a su proximidad corporal, parecen no tocarse, como puede observarse en las tres Gracias de la Primavera que permanecen extrañamente aisladas en el corro, pese a tener unidas las manos. Se niega así la presencia física de las figuras, que se muestran al observador como visiones, apartadas pese a su gran atractivo.

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