10 de julio de 2007

El poder de las palabras


Con frecuencia, nuestras palabras traicionan nuestros sentimientos y lo que es peor obstaculizan o imposibilitan la realización de nuestros deseos y proyectos.


Generalmente ignoramos o minimizamos el poder que por sí solas tienen las palabras. Dejamos que nuestras palabras contradigan nuestras intenciones, creamos confusión en nuestra mente, o negamos nuestras propias afirmaciones. En esas condiciones no es de extrañar que nuestros deseos no se cumplan, nuestros propósitos queden en letra muerta, que seamos poco eficaces menos convincentes de lo que nos proponemos. Puesto así, parecerá árido y poco comprensible por lo que me apresuro a poner algunos ejemplos ilustrativos de palabras que usamos peligrosamente en nuestro lenguaje de cada día.


Cuidado con la palabra “NO”. El no existe apenas en el lenguaje y no en la experiencia. Para ser comprendida la palabra “NO” trae a la mente lo que está junto a ella. Hay que procurar hablar en positivo, decir lo que queremos en lugar de decir lo que no queremos. En lugar de decir “No cierres la ventana” es preferible decir “Deja la ventana abierta”


La palabra “PERO” niega todo lo que viene antes. No es lo mismo decir “Alicia es una muchacha inteligente pero algo vanidosa” que decir: “Alicia es inteligente y (o aunque) a veces es algo vanidosa”


Me da miedo que alguien use la palabra “INTENTAR” porque automáticamente está admitiendo en su discurso la posibilidad de fallar. Si alguien me dice “voy a intentar estar en tu despacho a las 5 las probabilidades que lo logre son escasas. No lo intentes, ¡hazlo! Es preferible hablar de los problemas o de las descripciones negativas de uno mismo utilizando el verbo en pasado, lo cual libera el presente. “Me costaba levantarme temprano” en lugar de “Me cuesta. Por el contrario los cambios deseados para el futuro es preferible verbalizarlos en presente. En lugar de decir “voy a dejar de fumar” es preferible decir “Estoy dejando de fumar”


Me parece preferible sustituir el “SI” por “CUANDO” . Por ejemplo: en lugar de decir: “Si consigo de dejar de fumar me sentiré mejor” es más efectivo decir: “Cuando deje de fumar, me sentiré mejor”.


La lista se podría alargar y volverse aburrida. Se trata sencillamente de examinar lo que decimos, y pararnos a pensar si nuestras palabras confirman lo que queremos decir o lo contradicen. No es creíble el estar hablando siempre en términos negativos y pretender ser una persona positiva. Me cuesta considerar que una persona es vital y optimista cuando solo habla de catástrofes, accidentes, enfermedades, desgracias, infortunios, tristezas y melancolía.

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