Montañas de carbonilla, paraísos de cemento y cartón piedra, sol garantizado todo el año y los veraneantes inmóviles como lagartos al sol en sus tumbonas en torno a la piscina del complejo; esas serían en pocas palabras las primeras impresiones de una semana en Tenerife Sur, cerca de la Playa de los Cristianos.
Pero ciertamente mi descripción sería parcial si no dijera al mismo tiempo que además hay un deslumbrante mar azul, surcado a veces por las fugaces estelas blancas de los veleros, unas playas limpias y como peinadas a mechas en las que se mezcla la arena volcánica y negra autóctona con la arena dorada traída desde Africa, una temperatura ideal de 25 grados que hace sospechar que los termómetros estén todos trucados, un turismo internacional tratando de divertirse y sobre todo empeñado en sacar buenos dividendos en rayos de sol por cada euro invertido en su paquete de vacaciones, plantas exóticas y flores en el rincón más inesperado. Los hibiscos blancos, rojos y amarillos, las buganvillas, los flamboyants destacan contra el blanco, ocre o rosa de los cientos de apartamentos que faltos de espacio en la franja costera se han empeñado en escalar la montaña cercana.
Estoy en uno de esos Complejos de doscientos o trescientos apartamentos encaramados en la montaña en diez niveles de altura diferentes a los que se accede cambiando de ascensor cada tres o cuatro pisos. Esta disposición tiene una ventaja evidente: todos los apartamentos miran al mar y contemplar por la tarde las puestas de sol desde la amplia terraza es un placer añadido.
Creo que algunos de mis vecinos no han salido del complejo desde el día que llegaron. Por nuestra parte, nos gusta pisar la arena, y el coche que hemos alquilado nos permite conocer algunos de esos rincones tranquilos de arena abrasadora con sus pintorescas e imprescindibles sombrillas de paja. Nos permite también entrar en el corazón de la isla y visitar el pueblo cercano de Adeje con su iglesia de columnas negras y paredes encaladas, de techumbre de madera tallada y de altares policromos. En el pueblo, por fin, oímos hablar español con ese deje tan dulce y cantarín que es el deje canario, tomamos un café cortado, compramos prensa española y hasta sellos de correos, y es que, abajo, en los complejos turísticos todo gira en torno al visitante extranjero al punto que en la tienda del hotel o la Recepción es más sencillo comprar El “Daily Mirror” y un sello de 53 céntimos que cualquier diario español o un sello de correos de 30 céntimos.
Por las tardes es el momento de pasear a lo largo de la Avenida y pararse en cada perfumería, joyería o tienda de ropa cara y de electrónica para comparar precios y acaso dejarse tentar por la última cámara fotográfica, el IPod de 30 gigas o esa colonia que en la península cuesta 60 euros y aquí sólo 55!!!
Generalmente en cualquier otro sitio se dejarían las excursiones para los días de lluvia, pero aquí hay que fijarlas de antemano. Decidimos que el martes es nuestro día de salida y aunque el coche tiene poca cilindrada nos sube valientemente hasta los 2400 metros a los que se encuentra el Parque Nacional desde donde contemplamos majestuoso el Teide y la gigantesca caldera del volcán primigenio del que como retoño tardío surgió el más joven y esbelto volcán de 3.718 metros. Iniciamos el ascenso desde Puerto de la Cruz en el Norte de la Isla. Es una ciudad de vacaciones frecuentada por el turismo nacional que aunque carece de playas, ya que toda su costa está formada por coladas volcánicas, sin embargo ha suplido esa falta con las excelentes piscinas de agua salada que forman el lago Martiánez muy mejorado y ampliado desde nuestra última visita hace quince años.
A través de plantaciones de bananas ascendemos por el valle y hacemos escala en La Orotava, ciudad emblemática de la isla, famosa por sus procesiones del Corpus, sus balconadas de madera tallada y en la actualidad por sus artesanías y en particular por sus mantelerías de estilo canario “made in China”. Es el momento de pararnos a almorzar y saborear la cocina canaria: sopa de berros, papas arrugadas con su correspondiente mojo verde y mojo picón y una “vieja”, que es un sabrosísimo pescado de la zona. El café y un chupito de un licor elaborado con ron y miel ponen el remate a esta sabrosa comida.
El ascenso, prosigue a través de carreteras forestales peligrosamente estrechas hasta dejar atrás toda vegetación y adentrarnos en un paisaje lunar de rocas basálticas, desde donde contemplamos por fin, el Teide . El silencio se impone. Cada cual queda sumergido en sus propias reflexiones. Por mi parte pienso en los antiguos guanches contemplando desde cualquier punto de la isla su “Echeyde” en el que el diablo Guayota enterró la luz hasta que el dios supremo la liberó… Desde luego la victoria fue completa porque desde entonces Tenerife es una isla de luz. Pero Guayota, dios del fuego, este año se ha tomado la revancha y ha devastado la zona de Masca en la parte más occidental de la isla que decidimos no visitar en esta ocasión esperanzados de que en nuestra próxima visita la naturaleza haya vuelto a cerrar las cicatrices del fuego y muestre semblante más acogedor.
1 de septiembre de 2007
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4 comentarios:
Uno de mis deseos frustrados fué ir a Tenerife en un fecha muy importante de mi vida,como no pudo ser casi la saque de mi mente por siempre, pero con tu relato haces que se le ponga a una los dientes largos, claro que yo si voy sera en un tiempo que haya menos turismo, aunque el turismo como el sol lo tiene asegurado en Tenerife siempre.
Imagino que habras gozado haciendo fotos a esas flores exoticas.
Me alegra que vuelvas a estar en este mundillo blogero.
Un abrazo
Gracias amiga,
El turismo en Canarias dura todo el año. El de invierno es más selecto, se supone que acuden sólo los pensionistas bien acomodados o las personas que no necesitan trabajar para bien vivir.
Me encantan las descripciones de tus viajes,Fede,es como ir de acompañante contigo.Un beso.
Tenerife está lleno de luz y color.
Me gusto leerte.
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