Óleo sobre lienzo 180 x 115 cm
Londres. National Gallery
Los cuadros de Renoir ponen de relieve especialmente varios conjuntos de temas: los retratos y las figuras individuales tomadas casi como retratos, el baile, el teatro y la sociabilidad, las excursiones al campo, el ajetreo de las calles de la gran ciudad y el paisaje natural. Las pinturas de Renoir, como sus representaciones humanas en general, le señalan como particularmente capacitado para reflejar el encanto femenino, más aún: para captar la escala polícroma de la magia sugestiva que puede emanar de una mujer. Expresó la gracia de la belleza de la mujer cada vez con mayor maestría, e hizo así posible que quien contemplara sus cuadros sintiera una grata vivencia semejante. Ciertamente es un campo reducido del ser humano, el que Renoir captó pictóricamente, ya que no hay en él mujer alguna, encolerizada, fea o vieja; no encontramos en su producción caracteres profundos o problemáticos, y todos los varones reciben en sus cuadros cierto aire femenino suave. Pero la sonrisa de la felicidad, la dulzura burbujeante del enamoramiento, el gusto por la vida, despreocupado y reconfortante, eso nadie lo ha sabido reflejar en los rostros y en las actitudes de sus figuras como el Renoir formado junto a los maestros galantes del Rococó.
Renoir, al igual que algunos otros impresionistas, quiso su punto de mira en lo que entendía como la belleza de la vida burguesa en la metrópoli parisina. Sus cuadros nos cuentan también pequeñas historias, pero éstas surgen de la vida diaria, o mejor, del domingo de los parisinos de su tiempo. Son historias muy cortas, observaciones del prójimo, cogidas al vuelo, tomadas en el flujo cada vez más rápido de la vida moderna y copiadas como textos de taquigrafía de la propia vivencia. Prescinden intencionadamente de sacar punta a lo extraordinario. Renoir no ha pintando nunca nada que no pudiera repetir una y mil veces tal como lo veía y representaba, y que al mismo tiempo fuera en cada momento algo distinto y único. Los impresionistas descubrieron el valor individual de un instante cualquiera, y dieron expresión artística al conocimiento de que todo está en constante movimiento. Anotaron los atractivos que residen en lo fugaz y momentáneo.
En “Los paraguas” Renoir utilizó tomos suaves de azul, gris y marrón, añadiendo algunos acentos brillantes. Los personajes principales son los niños con sus vistosos sobreros y la modistilla que va a casa de una clienta con una sombrerera, modistilla a la que un caballero osa ofrecer paraguas y compañía. El interés del cuadro reside en las variaciones empleadas con la forma del paraguas, y en la belleza de la postura y de los rostros, especialmente en el caso de la modistilla que mira a los ojos al observador, modistilla que posee el cuerpo y la dignidad de una diosa de la antigüedad. Pero al cuadro le falta un poco de carácter realmente convincente del momento cuando empieza a llover: la prisa de la gente, la humedad chispeante de la atmósfera. Hay en la escena una tranquilidad algo forzada, una autopresentación que acentúa lo formal, subrayado también por la doble mirada hacia el observador. Así que este cuadro refleja más claramente que “Le Moulin de la Galette” o “La comida de los remeros” el aislamiento del hombre. Incluso los dos grupos principales no tienen nada que ver entre sí, y en ellos se repite mediante un paralelismo de posturas de la cabella y dire cción de la mirada la incomunicación humana: la modistilla ignora al caballero y la niña con el aro a su acompañante.
1 comentario:
Una interesante observación de las mujeres que pinta Renoir, lo tendre en cuenta en adelante cuando vea algunos de sus cuadros.
Saludos
Publicar un comentario