10 de junio de 2007

Por el camino de las Grullas


POR EL CAMINO DE LAS GRULLAS
Novela
Cristina Cerezales
Ediciones Destino 2006
Áncora y Delfín 1066
415 páginas


Este es uno de esos libros que te gustaría que no se acabara en mucho tiempo. Relato coral de vidas dispares que se encuentran se entrecruzan y se separan todo a lo largo del Camino de Santiago es también una reflexión lúcida sobre el propio Camino, la búsqueda de sí mismo y el importante papel que en esa búsqueda desempeña la solidaridad y la amistad. Los peregrinos emprenden un viaje hacia el Oeste, a imitación de las grandes peregrinaciones medievales, o a caso, como siglos más tarde hicieran los colonos norteamericanos llevando sus carromatos hacia el lejano Oeste. La meta es sólo el pretexto. Pero el Oeste de nuestra búsqueda no es un punto cardinal, es por el contrario un punto en el centro de uno mismo, en el que los disfraces se van dejando atrás como se aligeran las mochilas de todo peso inútil que entorpece la marcha hacia el destino final. El peregrino se siente impulsado a hacer el Camino. No sabe por qué, no sabe exactamente hasta dónde le llevará ese camino, pero pronto toma conciencia de que el camino que sus piernas recorren hacia el oeste su mente lo va haciendo en profundidad hacia el centro de su ser. Alejado de los ruidos, de las distracciones diarias, en comunión continua con la naturaleza, con las fatigas y las penalidades del viaje, pero también con un incondicional sentido de compañerismo hacia otros peregrinos que como él caminan y se buscan, se va sintiendo cada vez más desnudo frente a sí mismo. Ya no valen ropajes ni disculpas. Es él mismo, con su vida y su futuro en las manos. Ya nada volverá a ser igual. Nadie vuelve del camino igual que lo emprendió. La vida al aire libre, el silencioso caminar de un compañero de singladura, el bocadillo compartido o la etapa de descanso en torno a una hoguera en el campo, son momentos propicios para las confidencias. Incluso los caminantes más introvertidos acaban abriéndose a los demás. El hablar, el ser escuchados sin distracción posible, es un lenitivo que les ayuda a ahondar en profundidades a las que nunca se atrevieron a descender. La ayuda puntual, la refriega con aceite de romero de un músculo agarrotado, el medicamento generosamente ofrecido en un momento de pánico, o los calcetines prestados hasta la siguiente etapa van trenzado lazos con los peregrinos que caminan, cada cual a su ritmo, pero que voluntaria o involuntariamente se reencuentran o se esperan. Cada cual aporta y va dejando a lo largo del camino algo de sí mismo, algo que aprende a compartir, que poseía desde muy atrás, pero que acaso ignoraba, o que nunca pensó que pudiera ser de utilidad a los demás: una voz melodiosa que entona baladas, o unos dedos ágiles para la papiroflexia y que enseñan a hacer grullas de papel, una flauta amorosamente tañida al atardecer, manos que saben desentumecer calambres en las piernas, o la receta de un potaje en el que se mezclan los ingredientes que cada uno aporta al llegar a albergue al final de la jornada. Por encima y más allá de las anécdotas y peripecias individuales de cada protagonista, es el lector el que a pesar de sí mismo se siente atraído hacia ese Camino, que en el fondo no es otra cosa que una bellísima imagen del camino que a todos nos queda por recorrer para llegar a ser quienes somos pero con conocimiento de causa. Me conmueve el joven Colino, que se debate con los demonios de la droga y carga con una pesada mochila pero sobre todo ofrece su música y busca a un nuevo padre que le escuche y le ayude a ser el músico que soñó un día. Siento congoja por Marcel, pintor famoso que ha perdido en un accidente de coche a su esposa y a sus dos hijas y a pesar de los más de veinte años transcurridos es incapaz de volver a rehacer su vida porque su primer amor sigue siendo siempre joven, siempre bella, sin dolencias, sin los mil y un achaques y días malos que aquejan a las simples mortales. Me he encariñado con Rosaura, porque es vital, porque es sincera, porque se da cuenta que lo que Marcel perdió hace 20 años, ella lo ha ido perdiendo día a día, desde hace ya muchos años, y de su matrimonio no queda más que un armazón de convencionalismos sin sustancia que la dejan un regusto de vacío y de inutilidad ahora que los hijos son mayores. Escucho a Mihail y a su mujer Irena que buscan en el camino la chispa perdida de un matrimonio que les hizo fuertes y les llevó a inmigrar a Estados Unidos. Me dejo arrastrar por el encanto mágico de Marianela, que mezcla sus sueños, su fantasía y su realidad y ofrece su casa de Amustio como refugio de peregrinos. Me identifico con todos ellos y me siento arropado, empujado, a pesar mío a lo largo de un camino que acaba una y otra vez en sosegada reflexión. Cristina Cerezales ha conseguido enternecerme con los pequeños o grandes dramas de sus protagonistas, a menudo más pesados que sus mochilas, pero sobre todo me ha hecho reflexionar y mirar con otros ojos, a esos desconocidos que cruzan Burgos rumbo a Occidente, camino de sí mismos.

1 comentario:

María dijo...

Pero... si parece que acabas de llegar de El Camino... pero no, te falta esa dulce nostalgia de los que vuelven, de los que saben que porque no será nada igual tienen que recoger el coraje de caminar, ahora, sin la compañia.