26 de junio de 2007

Chipre del Norte y Famagusta



Long Beach, Famagusta, República del Norte del Chipre

El sol, como un disco incandescente, se acaba de ocultar detrás de la colina en cuya suave y arcillosa ladera se agrupan los bungalows. Son blancos, rústicos, casi espartanos. Saludan por sus grandes ventanales al sol naciente que, como Afrodita, surge de un mar en calma que pronto se vestirá de un azul refulgente. Las fachadas miran a poniente para despedirse con cortesía y empaparse aún de las últimas luces de la tarde que tiñen de rojo anaranjado las paredes encaladas y de un tono cobrizo los rostros de los veraneantes.

Durante unos minutos se hace un gran silencio. La albura de las paredes ya no daña la vista, las buganvillas, los geranios, los hibiscos y las palmeras enanas destacan con más nitidez en esta anunciada penumbra.

Estamos en una antigua Colonia Inglesa y ni el tiempo ni la política parecen haber cambiado las costumbres del viejo Imperio: la piscina ha quedado desierta, el silencio sólo se ve interrumpido por los aspersores que se afanan en dar verdor a este trozo de desierto a orillas del mar y por el apaciguante arrullo de unas olas que como una sonrisa se esbozan en el azul cristalino del mar. Curiosamente no se oye aún el chirriar de grillos y chicharras, pero a medida que me acerco al edificio social me llegan retazos de conversaciones y el entrechocar de cuchillos y tenedores que dicen bien a las claras que aquí, como en Londres se cena a las ocho. Por lo demás, con kilómetros de playa de arenas finas la rutina se establece muy pronto: nadar en el mar y en la piscina, caminar, leer, escribir y por la noche quedar embelesado contemplando un cielo cuajado de estrellas que en nuestras latitudes la contaminación lumínica nos impide apreciar.

La falta de transporte público no nos amedrenta. Pedimos un taxi que nos lleve a un pueblo de pescadores cercano al complejo donde podemos cenar a nuestras horas, degustar la pesca del día y escuchar música en directo viendo como las familias del pueblo, disfrutan de la cena que se convierte en acto social donde bailan indiferentes a quien les mire, concentrados en expresar su alegría de vivir, manifestando intensamente sus emociones a través de la música y el ritmo. El pescado a la plancha es excelente y como viene precedido de los típicos “meze” no necesitamos pedir entremeses. La temperatura se ha suavizado y cenar en una terraza bajo los árboles y con música en directo es una experiencia apaciguante. El busuki o mandolina y una especie de flauta turca dominan y monotonizan la melodía. De vez en cuando cambia el ritmo, sube el tono, prestamos de nuevo atención a la música, pero segundos más tarde dejamos que nos envuelva como telón de fondo de nuestra conversación. Rompiendo la rutina salimos en viaje de exploración a Famagusta. Fue en el siglo X y XI una ciudad de los francos y cruzados camino de liberar los santos lugares. Se trata de una ciudad que conserva intactas sus murallas de más de ocho metros de grosor, que intenta restaurar la fortaleza y que ha convertido la magnífica catedral románica en una mezquita. No puedo por menos de pensar en como nosotros hemos cristianizado la mezquita de Córdoba y no puedo sino aceptar que la historia se superpone en sus monumentos y los adapta a los tiempos que toca vivir. Las diferentes épocas como las hojas de una cebolla se van recubriendo e influyendo formando la cultura viva de los pueblos.

Chipre, particularmente en su zona norte, está plagada de reliquias y vestigios de las Cruzadas. Se dice que Ricardo Corazón de León dejó en Chipre varias fortalezas y castillos amén de abadías y monasterios. Visitamos uno de ellos en Kyrenia, pequeño pueblo pesquero que concentra gran parte del turismo de esta zona de la isla. La fortaleza que domina el recóndito y bien abrigado puerto data del Siglo XI pero en su torreón han ondeado los gallardetes de los cruzados, los estandartes otomanos, la bandera veneciana, la bandera turca, la inglesa, la chipriota y en la actualidad turco-chipriota En la colina que se eleva por encima de Kyrenia visitamos un monasterio de una Orden Militar en puro estilo románico, con un increíble claustro en cuyo centro se yerguen cuatro cipreses que respiran salud y que harían palidecer el “inhiesto ciprés de Silos”.

Pero la semana toca a su fin. Hay que levantarse cuando la noche está recién estrenada, y ese magnífico cielo estrellado con la ayuda de Perseo, nos obsequia a las cuatro de la mañana, como regalo de despedida, con una maravillosa lluvia de estrellas. Las lágrimas de San Lorenzo seguramente no se vierten porque nos vamos, pero me siento lo suficientemente compungido de no haber aprovechado mejor estos días, como para echar yo también alguna lagrima si no fuera porque la rutina de la vida, nos vuelve cada día más insensibles y menos propensos a las emociones sencillas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola fede como estas.sabes en el proximo verano voy a irme de viaje a famagusta que me recomiendas para mi viaje mi mail is dream4live2@hotmail.com agregame y hablamos ok bye bye