21 de junio de 2007

Una noche griega


La música del busuki, intensa y vibrante marca el ritmo. En medio de la pista, camisa blanca y brazos extendidos, un espontáneo se sostiene sobre un solo pie, como suspendido, en espera de que la música le indique dónde y cuándo posarlo. Su concentración es total. Todos sus movimientos son pausados, reconcentrados, como si bailara solo para él o para una musa invisible. Sus compañeros de mesa salen al estrado, y en cuclillas, le miran absortos, y baten palmas al ritmo de la música, animándole en su trance. Estamos en Atenas, en “Xarana” (Amanecer) un local de moda en Atenas, donde toca una de las mejores orquestas griegas actuales. Nuestros amigos nos han invitado a una cena espectáculo e indiferente a lo que estoy comiendo me sumerjo totalmente en el ambiente de música y baile que trato de entender.

La orquesta está formada por piano acústico, guitarra, acordeón, tambor, violín, busuki o mandolina griega, y contrabajo. En ocasiones se añade una mandolina más pequeña y de tono más agudo Inicialmente la música me recuerda algunas melopeas turcas, y las canciones, cuya letra no entiendo me suenan no obstante cálidas y sensuales. Mi compañero de mesa, Andros, director de un programa de radio l ocal, helenista erudito y habitual del local me traduce algunos versos:

“No llames a mi puerta esta noche
no esperes que te abra
el recuerdo será mi compañía”

Una de las cantantes acaba de interpretar una canción compuesta por el gran cantautor Kasasikis para Edith Piaf, y viene a sentarse con nosotros. Además de enseñarme a decir “Se agapó” (Te quiero), me traduce al francés los versos que el solista masculino está cantando:

“El día se volverá nubloso
si tu no acudes a la cita
lloverá si no te veo.
Las nubes me penetrarán
y me llenarán de melancolía.

Una de las características que más me llama la atención en estas veladas es la costumbre de comprar cestas rebosantes de pétalos de flor (generalmente claveles) que el público arroja directamente a los cantantes, ya sean hombres o mujeres, o a los bailarines y bailarinas. Las cestas se vacían con rapidez y son sustituidas por otras previo pago del estipendio correspondiente. Naturalmente, no todas las flores llegan a su destinatario y pronto el local, la mesa, y los platos están salpicados de claveles y el escenario tiene que ser barrido periódicamente para que la gente que sale a bailar pueda hacerlo sin peligro.

El sirtaki es el baile griego más conocido, gracias sobre todo a su espléndida interpretación por Anthony Quinn en la película "Zorba el griego" pero se baila también en corro y en dúos. En todos los casos, llama sobre todo la atención la seriedad y concentración de los participantes. El salir a bailar durante una cena forma parte del rito de la amistad y de la convivencia. De ahí que al espontáneo que sale a expresarse libremente mediante la danza, se le contemple, se le aplauda, se le eche flores, y los más allegados se acerquen al borde del escenario para animarle con palmas y palabras de aliento.

Es evidente que la cena fue sólo un pretexto, La actuación empezó a las 10 de la noche, y a las cuatro de la mañana la sala sigue llena y las canciones lánguidas y los bailes cada vez más espontáneos siguen sin desfallecer. De vez en cuando me siguen traduciendo algunos versos:

“Me arrepiento
de lo que hice por ti
pero no me arrepiento de haberte amado
aunque seas una mentira viviente”

No obstante, no estamos ante una manifestación folklórica en la que el ritmo, el colorido, la coreografía pueda suplir el desconocimiento del idioma. Aunque estemos en un local público y los comensales sean perfectos desconocidos, la música y el baile ha transformado el ambiente en una fiesta íntima y sensual que puede durar toda la noche. El tradicional uzo,(especie de anís aromatizado) y el whisky han templado los ánimos y las gargantas. Mi compañero de mesa, Andros, sale al estrado. Sus más de 120 kilos de peso no son un obstáculo. Con toda naturalidad se exhibe ante sus amigos, baila para nosotros, pero sobre todo disfruta con esos movimientos sincopados, que congelan el tiempo y parecen suspender el aliento en espera que el pie se pose y se inicie el siguiente movimiento de brazos y cuerpo en total ensoñación. Salgo de la velada con la sensación de haber asistido a ese “ágape” del que habla la Biblia, en el que el baile, la amistad, el trance el rito y el amor se entremezclan y hermanan a los hombres.

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