11 de junio de 2007

El Cairo




El Cairo 15 de Abril de 1999
Entrañable amiga,
La tarde ha caído, las llamadas del muecín se van posando sobre las aguas del Nilo, suaves como el vuelo de los pájaros que sobrevuelan su corriente. Lamentablemente, estoy en una ciudad caótica, ruidosa y polvorienta y los incesantes pitidos de los coches mezclados a la chirriante música de los transbordadores, me distraen e impiden que mi espíritu se eleve como las flechas de los minaretes de las mil mezquitas que alberga la ciudad... He cerrado la ventana, he echado las cortinas y apagado el aire acondicionado para encontrar el silencio y en él, encontrarte a ti.
Si algún día vinieras a El Cairo, haz como las gaviotas, rózala pero no te poses. El bazar es típico y muy concurrido por los turistas, pero en nada es diferente de los bazares o zocos de Damasco, Jeddah o Kuwait. Apabulla la suciedad y pobreza de los chiringuitos y en ellos la cantidad, la profusión, la insistencia, el color: perfumes, falsos papiros, oro, llaveros de plata, pirámides de alabastro, alfabetos faraónicos y mil cosas más. Al final, sales hastiado y con la sensación de haber comprado justo todo lo que no querías.... El Egipto que tu buscarías, no está ahí. Quizás lo encuentres más puro en los libros de Christian Jacq, por lo menos ese Egipto fascinante que habla de amor con flores de loto, de felicidad con plumas de ave y de larga vida con cruces ahojadas. El Egipto de reyes y tumbas, de animales y dioses no esta aquí. Se lo llevaron los franceses y luego los ingleses y lo poco que quedaba lo han encerrado en un museo para que no les distraiga, para que los habitantes de esta ciudad sigan siendo piadosos musulmanes ruidosos y hospitalarios, sucios e ingeniosos, fanáticos y vividores.
Pero si entras en el Museo olvídate un momento de Thutankamon y de sus sarcófagos de oro, olvídate también del tesoro en joyas con las que fue momificado. No te ocupes ni tan siquiera de su mobiliario. Este hombre fue tan sentimental que se llevó con él a la tumba hasta la silla en la que se sentaba cuando era niño. ¡Casi me recuerda la pasión con la que nuestros hijos defienden y guardan sus primeros juguetes! Dentro del museo, empieza por las pequeñas cosas, por los detalles, por los gestos. Esa mano en la espalda de la esposa, ese esclavo que amasa el pan o aquel otro que limpia una garrafa. Contempla los frescos, mira con qué picardía la reina anima a su joven esposo a que pierda su timidez ante ella... Interpreta el significado de tantos y tantos dibujos que hablan de la muerte, del gran paso, de corazones que se pesan en una balanza, de dioses pájaros que juzgan nuestras vidas...
Luego, sal de El Cairo, vete a las Pirámides, pero no te quedes al lado de las piedras, cada una de ellas es mas alta que tu, pero hay muchos turistas probando que estuvieron allí. Alquila un caballo y adéntrate en el desierto, galopa hacia el sol poniente hasta que la ciudad y su casquete de polución desaparezca de tu vista, hasta que sólo las imponentes siluetas de las pirámides se perfilen en contraluz... Siéntate en la arena y contémplalas en silencio, son monumentos imponentes pero no dejan de ser monumentos elevados a la egolatría y al miedo del más allá de unos divinos tiranos que sacrificaron a miles de esclavos...
Cuando te canses, vuelve a El Cairo. Allí me encontrarás entre la gente... porque para mi las ciudades son eso, gente, personas con las que hablar con las que rozarme, con las que identificarme. Hoy soy egipcio con los egipcios, mañana, quizás griego con los griegos... Estas personas con las que me encuentro, con las que hablo son lo que en última instancia cuenta. Mujeres entradas en carnes, vestidas con una larga túnica sin cintura, y tocadas con un velo que deja al descubierto la cara pero que va cosido por delante como la toca de una monja, A su lado, sus hijas, jóvenes esbeltas con largos vestidos o con vaqueros, de ojos curiosos y furtivos, con un ligero velo por la cabeza que resalta y adorna más que esconde y que parece más un coqueteo con la tradición que un acatamiento de costumbres religiosas. Pero yo hablo sólo con hombres; altos, bastante panzudos, de frente alta, algo huidiza, de nariz prominente y ojos pequeños e inquietos. Hablan alto, chocan palmas y se abrazan con cualquier pretexto. Me gusta verlos beatíficamente sentados en los cafés, fumando el narguile y envueltos en una nube de humo dulzón aromatizado con miel, menta, manzana y a veces hachís. Aquí también me tropiezo con los pobres, esos pobres que en Oriente no sólo son pobres sino que remueven las entrañas del mas bregado: esas cuencas vacías de ojos y sin gafas que las disimulen, esas manos raquíticas que asoman bajo la andrajosa chilaba de un anciano, esos tullidos de aspecto desgarrador y sobre todo esa mirada mitad de angel, mitad de pillo del niño que me tiende la mano, es un suplicio para mi corazón.
Todo esto y mucho más es El Cairo. Nos sentamos en una falua, que nos lleve río abajo en la brisa de la noche y si me dejas te cuento ese loco cuento de las mil y una noche que sustituyo por mis relatos. Sabes bien que escribo como catarsis, no sólo porque quiero grabarlo en mi mente y en mi corazón, sino también porque quiero curarme del dolor de no haberlo visto con tus ojos, de haberlo disfrutado contigo. El desierto, mi mano en tu mano, seguramente hubiese tenido otra música. Las pirámides, el Museo de Egipto a tu lado hubiera despertado mi pasión por saber de estas cosas. El bazar contigo hubiera sido mirar, reír, admirar, probar, regatear, oler, extrañar comentar, y mil sensaciones compartidas. Esta charla sin respuesta es mi comunión de ti pero sin ti. La distancia me sigue acercando a ti. Me faltas y comparto contigo mis sensaciones. Un abrazo muy muy fuerte y un beso en tus ojos para que vean en los míos lo que yo he visto.

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