22 de junio de 2007

Split (Croacia)



Dicen los franceses que “Partir c’est mourir un peu”. Hoy, visito Split por última vez desde y para mi empresa aunque mantengo la esperanza de reencontrarme con esta ciudad por el simple placer de volver a visitarla. He dicho adiós a tres años de trabajo intenso en este país, tres años que se me han hecho cortos como profunda se ha vuelto mi amistad con mis clientes, Kruno, Marko y Slodoban Magníficos croatas, altos como torres, fuertes como robles pero cariñosos y cercanos como todos los pueblos que bordean el Mediterráneo.


Los croatas de la costa, los Dálmatas de las novelas de Skarmeta emigrantes a Chile, tiernos y bullangueros me han ofrecido su ayuda y su cálida amistad. Me voy recompensado y con el “Volveré” a flor de labios... ¡Qué mejor lugar para un reposado verano que sus cientos de islas que forman un rosario protector a lo largo de sus costas! Sus aguas son profundamente azules pero cristalinas y tranquilas; los rodados guijarros de la orilla son blancos como las rocas peladas que coronan los cerros; los pinos achaparrados de sus laderas son generosos con su sombra y la temperatura es benigna.

Al lado de eso, degustar pescado del Adriático, recién salido del agua en uno de los pequeños restaurantes que se asoman al mar, mojarlo con un buen vino blanco de la región, precederlo de una ensalada de pulpo, y acompañarlo de una de las múltiples variedades de arroz con pulpo, sepia o calamar es una placer que sólo puede disfrutarse de lleno inmerso en el cuadro anteriormente descrito.

Curiosamente, esta vez por fin he visitado la ciudad de Split, capital de Dalmacia y me he quedado asombrado de su riqueza histórica. Diocleciano, uno de los pocos emperadores romanos que logró jubilarse, famoso por la invención de la tetrarquía, construyó la ciudad como lugar de retiro y de descanso en la bahía de una pequeña península sobre el Adriático a pocos kilómetros de su Salona natal. La ciudad en forma de rectángulo irregular estaba amurallada y protegida por torres defensivas en tres de sus costados y se dividía en dos partes claramente diferenciadas, el castro militar, y la zona de villas y palacios residenciales.

Aún hoy, a pesar de los siglos, de las invasiones y de los asentamientos se conservan algunos de los muros exteriores, columnatas, arcadas, parte del peristilo o patio central del palacio y el mausoleo previsto para su último reposo. Los pueblos que se asentaron en el interior de la ciudadela, squatters siglos antes de que se inventara la palabra, fueron ocupando las dependencias que aún quedaban en pie, y con el abundante material tallado disponible, reconstruyeron una ciudad medieval, de estilo veneciano con abundantes arcadas, balcones, escaleras exteriores, callejuelas estrechas y fáciles de defender y en los rincones más insospechados, restos de chapiteles corintios y lápidas labradas procedentes de alguna tumba y utilizadas como pavimentación de algún recóndito patio interior.

La iglesia romana, no sólo emuló a la población, sino que se hizo con el Mausoleo de Diocleciano, aventó sus cenizas, y lo reconvirtió en la primera y más pequeña basílica de la cristiandad. En siglos posteriores le añadirían un altísimo campanario, tan característico de las iglesias del Adriático y que se ha convertido en el símbolo y referencia de Split. He deambulado por las calles, pisando las mismas piedras milenarias que pisaron los fundadores de la ciudad, he fotografiado rincones silenciosos, columnas truncadas, me he fijado en la gente afanada, y en los ancianos pausados que llevan en su piel el sol de la montaña y en sus ojos el azul del mar.

No he podido por menos que comprar una pequeña litografía de la fachada al mar de la ciudad que en algún lugar de mi despacho me recordará esta ciudad, pero sobre todo he tratado de beber con mis ojos toda la belleza acumulada en sus calles, sus piedras y sus ruinas, su mar y su sol. Algún día, retazos de esta visión alimentarán mis recuerdos, pero no me pondré nostálgico. No habrá pena en mi corazón. Split, como tantas otras ciudades del mundo pasarán a formar parte de la trama de mi vida, porque en ellas y con ellas, se ha ido forjando mi personalidad.


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