30 de septiembre de 2007
Las dificultades
Nuestros fracasos son los pilares sobre los que se construye el éxito. Me dan pánico esas carreras fulgurantes en las que no hay fallas ni fallos, en las que el éxito sonríe siempre y nos vuelve descuidados o lo que es peor engreídos y soberbios. La caída de las civilizaciones y de las empresas sobrevenido siempre como consecuencia de la molicie que sigue a los grandes éxitos.
He trabajado en empresas y alguien me dijo una vez: “El problema de tu empresa es que no tiene problemas” Tenía razón: las dificultades nos mantienen alerta, agudizan el ingenio, espolean la creatividad, nos mantienen humildes y hacen que escuchemos los consejos de los demás.
La vida con Jan
LA VIDA CON JAN
Novela
Marianne Fredriksson
Salamandra Marzo 2007
Título original: Skilda Verkligheter 2004
Traducido del Sueco por Marina Torres Naviera
319 páginas
La recientemente fallecida escritora sueca Marianne Fredriksson no llegó a la novela hasta fechas relativamente recientes. En efecto, después de una fecunda carrera periodística hasta los 53 años, publica en 1980 su primera novela “El libro de Eva”. Le seguirán otras dieciséis novelas desde entonces entre las cuales las más conocidas en España han sido “Aves migratorias” y sobre todo “Las hijas de Anna” que la catapultó a una merecida fama mundial.
Su último libro, "La vida de Jan" publicado en Suecia en 2004 y traducido al Español en 2007 mantiene esa profunda sensibilidad para captar y describir emociones, y particularmente emociones femeninas que la ha caracterizado en obras anteriores y que ha llegado a etiquetarse como “estilo Fredriksson”.
La novela narra una historia, que sirve de entramado para analizar a fondo la relación de pareja y en particular la relación de una pareja diametralmente opuesta en cuanto a carácter y sensibilidad y sin embargo profundamente enamorada. Jan es un joven médico genetista, racional y matemático que después de varios años de investigación en Estados Unidos vuelve a Suecia y trabaja en un hospital en un proyecto con células madre. Angelika es una enfermera que trabaja en un hospital oncológico y se distingue por su sensibilidad, su intuición y su profunda y sentida afectividad. Se enamoran a primera vista, sin emabargo, será un enamoramiento sembrado de dudas, de conflictos y del continuo temor a perderse mutuamente.
Uno de los personajes secundarios de la novela dirá: ”Después de muchos años de estudios, sé que una buena relación se mantiene cuando cada uno sabe coger para sí mismo lo que le pertenece. Sólo respetando la independencia del otro y conservando la propia se logra una buena vida en común” Sin embargo no todo es sencillo y a pesar de una familia que les arropa, de los amigos que les ayudan y de mucha generosidad por ambas partes el matrimonio parece caminar sobre la cuerda floja ya que se enfrentan la intuición y la ciencia, el corazón y la razón, lo tangible y demostrable y las fuerzas ocultas y poderes extrasensoriales.
El mutuo descubrimiento de la infancia de ambos y de sus respectivas carencias les ayudará si no a entenderse, al menos a quererse y el matrimonio sigue adelante. Fredriksson aprovecha la relación para hacernos afinadísimos análisis psicológicos de los protagoniatas al tiempo que nos ilustra con algunas de las teorías más actuales sobre genética e influencia del entorno, herencia y educación, puestas en boca de los amigos de la familia, y también sobre percepción extrasensorial, parapsicología y filosofía oriental.
Como en “Aves migratorias” Fredriksson introduce en la novela personajes de origen extranjero para poner en su boca las alabanzas al estilo de vida sueco, a sus instituciones y su democracia y cobertura social.
Creo sinceramente que estamos ante una gran novela que entra a fondo no sólo en la psicología de la relación de pareja sino también en la relación entre ciencia e intuición entre cerebro y conciencia. Como comenta el Doctor Chavez en una de sus intervenciones: “Lo que yo creo es que la conciencia no la rige el cerebro. Está allí, pero también en el resto del cuerpo, en el corazón, los oídos, los ojos, la piel. Al cerebro sólo llega una mínima parte de lo que la piel siente, los ojos ven o los oídos oyen”
26 de septiembre de 2007
Premio Blog Solidario
Aunque have varios días que Consuelo ha tenido la gentileza de otorgarme el Premio Blog Solidario aún no he correspondido ni agradeciendo a Consuelo como se debe este premio inmerecido, ni otorgando a mi vez el premio a blogs con más mérito que el mío.
No ha sido pereza ni descuido. No sabía cómo hacerlo y mi lista de blogs es aún reducida. Así pues mi Premio Blog Solidario va para
Malena
El viento
Durrell
María Narro
26 de Septiembre 2007
Se terminó el verano y el otoño, que aquí en el Norte ya se estaba dejando entrever, se ha instalado definitivamente entre nosotros. Las hojas secas empiezan a alfombrar los jardines. Como esas hojas que caen sin elegir el dónde y cuándo, así ha llegado hasta mi una carta. Llevo años pensando que los buzones de correo sólo sirven para recoger los recibos de teléfono y de la luz y para que los supermercados nos avisen de sus maravillosas semanas de promoción!
¡Cómo no me iba a alegrar leer una carta de puño y letra! No estoy en contra de la innovación, del progreso, de la modernidad, pero sigo amando esa vieja costumbre de la carta escrita a mano con pluma estilográfica, sobre papel barba color crema, oyendo el cris cris del plumín sobre el papel mientras sonriendo y sacando un poquito la punta de la lengua, vamos imaginando las emociones del otro cuando lea lo que le escribimos! Es una de esas cálidas sensaciones semejante a las que nos producen los muebles de la abuela, el espliego en el armario, o la flor seca entre las hojas de un libro de poemas.
¡Cómo no me iba a alegrar leer una carta de puño y letra! No estoy en contra de la innovación, del progreso, de la modernidad, pero sigo amando esa vieja costumbre de la carta escrita a mano con pluma estilográfica, sobre papel barba color crema, oyendo el cris cris del plumín sobre el papel mientras sonriendo y sacando un poquito la punta de la lengua, vamos imaginando las emociones del otro cuando lea lo que le escribimos! Es una de esas cálidas sensaciones semejante a las que nos producen los muebles de la abuela, el espliego en el armario, o la flor seca entre las hojas de un libro de poemas.
Siddhartha
Hace algo más de un año, una persona muy querida me regaló el libro de Hermann Hesse SIDDHARTHA.
En aquel momento lo leí, ví que se trataba de la historia de uno de esos iluminados santones hindús, y como iba fijándome en la historia ... acabé el libro sin haber comprendido otra cosa..
Estos días, por casualidad lo he vuelto a leer y para mí sorpresa la lectura ha sido como una iluminación.
Nos pasamos la vida, corriendo detrás de doctrinas, de guías, de mentores, de leyes, de preceptos. Buscamos en libros, escuchamos conferencias, hablamos con personas mejor formadas que nosotros, nos dispersamos en todas las direcciones, pero olvidamos que la verdad está en nosotros.
Lo importante no es saber, lo importante es SER. Pero no podemos ser dispersos. Ser supone abolir el tiempo, abolir las categorías. El saber puede comunicarse, la sabiduría no.
Las palabras son nocivas para el sentido secreto de las cosas; todo cambia ligeramente cuando lo expresamos, nos parece un poco deformado, un poco necio..., y esto también es bueno.
Lo que constituye el tesoro y la sabiduría de un ser humano ha de sonar siempre un poco necio al oído de los otros. Analizar el mundo, explicarlo o despreciarlo acaso sea la tarea principal de los grandes filósofos.
El sabio, en cambio, lo único que persigue es poder amar al mundo, no despreciarlo, no odiarlo a él ni odiarse a sí mismo, poder contemplarlo - y con él a sí mismo y a todos los seres - con amor, admiración y respeto.
Van Eyk : Los esponsales de los Arnolfini
Los esponsales de los Arnolfini 1434
Óleo sobre tabla 81,8 x 59,7 cm.
London, National Gallery
En el interior de un suntuoso dormitorio, un hombre y una mujer espléndidamente ataviados se dan la mano. A sus pies, un perro mira fuera del cuadro y por un espejo colgado en la pared del fondo sabemos que ante los dos protagonizas hay otras personas. Encima del espejo, en elaborada caligrafía, semejante a la utilizada para los documentos oficiales o las portadas de algunos manuscritos miniados, aparece la firma del pintor “Johannes de Eyck fuit hic: 1434”. La genial invención del espejo, que amplía el espacio pintado haciéndonos ver lo que hay más acá de él y convirtiéndonos indirectamente en espectadores del acontecimiento, como si sucediese ante nuestra vista, ha dado lugar a las hipótesis más fantásticas.
Un estudio reciente ha aclarado que la escena representa un compromiso distinto al matrimonio.
Los personajes son Giovanni Arnolfini, comerciante de Lucca que gozaba de prestigio en la corte de Felipe el Bueno, y Giovanna Cenami, hija de un rico banquero florentino. Van Eyck pinta con incomparable maestría cada detalle, logrando mostrar la diferente consistencia de los materiales, desde el latón cincelado de la lámpara hasta la mórbida piel del traje. El cuadro pasó de Flandes a España, donde llamó la atención del gran pintor renacentista Diego Velázquez, que citó la solución del espejo en su célebre cuadro Las meninas.
24 de septiembre de 2007
Ocasiones fallidas
Todos los días pasamos al lado de alguna oportunidad y no nos damos cuenta, no la vemos o no la queremos ver. Todos los días tenemos la oportunidad de saludar a un desconocido, entablar una conversación con alguien, hacer una pregunta, comentar un suceso. ¿Quién puede decir a priori las consecuencias de ese acto fallido? Y no estoy hablando de juegos de azar, de lotería que no he comprado, ni de decisiones que han ido conformando nuestra vida. Me estoy refiriendo a actos, a palabras, a preguntas que tuvimos la intención de hacer y de pronto, por vergüenza, por desidia, por cobardía, por indolencia, dejamos pasar, y nos tranquilizamos diciéndonos: “En otra ocasión”.
20 de septiembre de 2007
Puestas de sol
Una y otra vez vengo a este lugar, una y otra vez intento fotografíar esa sensación que me embarga a la puesta del sol frente a un mar palpitante. Entre fotograma y fotograma trato de retener esa emoción profunda hecha de contemplación, belleza y soledad que me brota desde algún lugar del alma, se fija en mi garganta y me hace enmudecer. Los pies me pesan como plomo. Hasta que la última brizna rojiza de luz no ha desaparecido definitivamente del firmamento, hasta que el espejo del mar no ha apagado su último titubeante y fugaz reflejo, no soy capaz de separarme de la orilla. Luego, me apresuro a casa, conecto la cámara a mi portátil y tembloroso transfiero cada imagen con la secreta esperanza de haber apresado eso que hace un rato sentí allí, a orilla del mar.
Algunas fotografías son bellas, o al menos, así lo comentan mis amigos, pero una vez más me decepcionan. Son reales, hay color, hay profundidad, hay luz, pero en ninguna encuentro lo que intento apresar, esa emoción, esa ansiedad, esa nostalgia, ese sordo dolor están ausentes.
Lo intentaré mañana otra vez, y la próxima vez que vuelva a orilla del mar y siempre. Las fotografías se irán acumulando en mi ordenador y sólo me queda esperar que un día, a fuerza de mirarlas una y otra vez, de repente, salte una chispa de luz y vuelva a sentir lejos de allí, lo que hoy sentí y le pueda dar un nombre que me sirva de talismán cuando ante mis pies, se abra el abismo de la soledad.
19 de septiembre de 2007
18 de septiembre de 2007
Un taxi en el Caribe
Siempre me ha gustado hablar con los taxistas que llevan mi soledad y mis maletas entre hoteles inhóspitos y aeropuertos congestionados.
Este, viejo lobo de la carretera, sicólogo de la vida y artífice de mil aventuras me devolvía desde el areopuerto de Maiquetía a un hotel de La Guaira en un Buick de los años sesenta, todo él un lastimero quejido, pero que, valientemente, sorteando tráfico, baches y peatones me fue acercando al hotel.
Bastó una palabra para prender la chispa de la conversación: Yo iba a Bogotá y el era Colombiano, aunque residente en Venezuela desde hacía más de veinte años, lo que fue llevando la conversación hacia la profunda nostalgia que sentía por su país, su Cartagena natal y sus fiestas, sus mujeres y su alegría,. pero, a la que nunca, nunca más había regresado....
Estaba casado con una Venezolana por necesidad, lo que provocó creo que intencionadamente, la pregunta que estaba esperando para iniciar su explicación:
- Yo era entonces un joven balarrasa de veinte años, al quien nada se le ponía por delante. Ayudaba a papá en su Empresa de construcción con obras de carretera importantes que yo supervisaba por todo el país.
- Estaba prometido a la hija de una de las familias de mayor solera y renombre de Colombia. La fecha de la boda y había sido fijada para el día 25 de Diciembre y los papás de Soledad, ya habían dotado a la Iglesia del Carmen de Pasto con un reclinatorio recamado de oro en el que nos arrodillaríamos para recibir la bendición de nuestro matrimonio.
- Pocos días antes, sin embargo la fatalidad se cruzó en mi camino. En una calle de la ciudad de Cali me topé con una chiquilla y sus dos hermanas que, me contaron, habían sido expulsadas de casa por su padre borracho. Deambulaban sin rumbo hasta que a su papá se le pasara la borrachera. Movido por un sentimiento de compañerismo y solidaridad las invité a que cenaran conmigo y a que se quedaran en el hotel hasta la mañana siguiente. Solo entonces me di cuenta de que bajo las ropas de la mayor ya asomaban tentadoras promesas.
- Ay mijito ! no se si fue la sangre, si fue el alcohol o si fue mi destino. Empecé con la mayor y creo que si no llega a ser por las veces que se dejó, hubiera hecho el amor con las tres. Fue tal mi reconocimiento y mi satisfacción que antes de irme saqué mi foto de la cartera y se la dediqué diciendo : "Toma, mi amor, para que nunca me olvides".
A las pocas semanas, llegaba de regreso a Cali. Me sorprendió encontrarme a la entrada de la ciudad con Rosario, uno de los empleados más antiguos de mi papá.
- ¿ Qué ocurre Rosario, cómo estás aqui como de espera ...
- Patroncito, de espera estoy pa' que no le maten.
- Pues, y quién o por qué me iban a matar ?
- Por qué yo no lo se patrón, pero quién lo ha mandado todos lo saben. Que no hay en Cali naide que no sepa que Sergio Dávila, el pistolero oficial del gobierno, ha mandado a su gente a Cali pa' matarlo.
- ¿ Qué ocurre Rosario, cómo estás aqui como de espera ...
- Patroncito, de espera estoy pa' que no le maten.
- Pues, y quién o por qué me iban a matar ?
- Por qué yo no lo se patrón, pero quién lo ha mandado todos lo saben. Que no hay en Cali naide que no sepa que Sergio Dávila, el pistolero oficial del gobierno, ha mandado a su gente a Cali pa' matarlo.
Sin detenerme en Cali regresé hacia Medellín pero una vez allí, nuevamente amigos de la familia me previnieron que el pistolero Dávila me buscaba para matarme. Entre tanto averigüé que el tal Dávila, era un borracho empedernido jefe de una banda de pistoleros a sueldo, que vivía en la ciudad y era conocida por los disgustos que daba a su mujer y a sus tres hijitas. Mencionar Cali y acodarme de las tres hermanitas fue una misma cosa. Ahora ya sabía por qué me buscaba ese hiputa. Soledad había contado a ese padre mal nacido de su noche conmigo y ahora la foto dedicada, a quien le estaba sirviendo para acordarse siempre de mi era a su temible padre.
Mi boda era unos días más tarde. Tuve a penas tiempo de despedirme de la que ya nunca más iba a ser mi esposa. Si quería conservar la vida tenía que poner tierra por medio. Crucé la frontera con Venezuela y aquí estoy desde entonces, casado con una Venezolana que poco a poco me fue haciendo olvidar a mi Soledad. Lo que no ha logrado aún es que me haga fotografiar. Por eso no me he hecho un pasaporte, y por eso aún después de 30 años sigo sin regresar a Colombia.
Romero Sólo
Ser en la vida
romero,
romero sólo que cruza
siempre por caminos nuevos
ser en la vida
romero,
sin más oficio, sin otro nombre
y sin pueblo...
ser en la vida
romero... romero... sólo romero.
Que no hagan callo las cosas
ni en el alma ni en el cuerpo...
pasar por todo una vez,
una vez sólo y ligero, ligero, siempre ligero.
Que no se acostumbre el pie
a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa,
ni la losa de los templos,
para que nunca recemos
como el sacristán
los rezos,
ni como el cómico
viejo
digamos los versos.
La mano ociosa es quién tiene
más fino el tacto en los dedos,
decía Hamlet a Horacio,
viendo
cómo cavaba una fosa
y cantaba al mismo tiempo
un
sepulturero.
- No
sabiendo
los oficios
los haremos
con respeto-.
Para enterrara los muertos como debemos
cualquiera sirve, cualquiera...
menos un sepulturero.
Un día todos sabemos hacer justicia;
tan bien como el rey hebreo,
la hizo
Sancho el escudero
y el villano
Pedro Crespo...
Que no hagan callo las cosas
ni en el alma ni en el cuerpo...
pasar por todo una vez,
una vez sólo y ligero, ligero, siempre ligero.
Sensibles
a todo viento
y bajo
todos los cielos,
Poetas,
nunca cantemos
la vida
de un mismo pueblo,
ni la flor
de un solo huerto...
Que sean todos
los pueblos
y todos
los huertos nuestros.
León Felipe
17 de septiembre de 2007
Una cena memorable
Si vienes a Moscú, ven dispuesto a dejarte sorprender, y disfrutar con todos los sentidos el momento, el cambiante clima, el sol entre nubes, la lluvia, los charcos y el apacible fluir de tiempo con las aguas embarradas del Moscoba. Algo así hice anoche. Fui invitado, junto con otros compañeros, a un restaurante ruso cerca de la Calle Arbat. Se trata del Restaurante Club del Centro de Escritores Ilustres.
Un edificio gris de apariencia clásica y austera, esconde en su interior un lujoso palacio cuyo salón principal que ocupa las dos alturas del edificio, ha sido transformado en restaurante. Al salón, asoman desde la parte superior arcadas y balcones de aspecto veneciano. En uno de los costados, un fuego encendido crepita en la chimenea. Por encima, en uno de los recodos de la escalera de madera labrada que conduce a la galería, un templete acomoda a un quinteto de jóvenes concertistas que nos deleitan con música de Schubert, Mozart y Brahms. Una magnífica tapicería suspendida de la pared enmarca sus esbeltas siluetas. Las mesas, pocas y de variadas formas y tamaños están vestidas con gruesos manteles de color burdeos a juego con el brocado de las paredes. Los candelabros que las adornan hacen guiños a las lámparas de cristal piedra diseminadas por la sala y a la inmensa lámpara de cristal suspendida del techo que según nos comentan fue regalo de Lenin a la institución y que originalmente destinada a una de las renombradas estaciones del Metro de Moscú.
En un marco semejante, al calor de las llamas vivas cercanas, acariciados por los alegres y conocidos fragmentos musicales, relajados por la agradable y reconfortante compañía y por el vasito de vodka inicial, la cena no podía ser sino un regalo para el paladar.
Un enguantado y discretísimo servicio de camareros, fue atendiendo nuestra difícil elección dada la abultada lista de platos de nombres a cada cual más insinuante. Por mi parte, después de un aperitivo de zumo de pomelo, tomé de primero una sencilla ensalada verde de tomate, pepinos y pimientos, seguida de un plato de raviolis negros a la salsa de calamar y rellenos de carne de cordero. De postre un hojaldre de manzana asada a punto de caramelo, y un refrescante té de jazmín. No es fácil describir sabores, y menos el placer de un plato bien preparado, pero la satisfacción de todos nosotros, cualquiera que fuera su elección, el vino de Burdeos cuidadosamente elegido por nuestro anfitrión y sobre todo el incomparable marco y acompañamiento musical de la cena harán de ésta una de esas experiencias difíciles de olvidar.
No era la primera vez que cenaba bien en Moscú, de hecho cada año surgen nuevos restaurantes, tradicionales unos, sofisticados otros, ruidosos y de copiosa comida la mayoría; pero en esta ocasión, el marco bellísimo, la delicadeza de los platos, el ambiente musical clásico y el recuerdos de los escritores ilustres y desconocidos que un día se sentaron en algún lugar de esa misma sala para emborronar las cuartillas que les harían célebres me emocionó particularmente. Mi hambriento sentido estético salió saciado, mi estómago por el contrario se sintió satisfecho sin pesadez y mi espíritu eufórico sin alboroto.
Un edificio gris de apariencia clásica y austera, esconde en su interior un lujoso palacio cuyo salón principal que ocupa las dos alturas del edificio, ha sido transformado en restaurante. Al salón, asoman desde la parte superior arcadas y balcones de aspecto veneciano. En uno de los costados, un fuego encendido crepita en la chimenea. Por encima, en uno de los recodos de la escalera de madera labrada que conduce a la galería, un templete acomoda a un quinteto de jóvenes concertistas que nos deleitan con música de Schubert, Mozart y Brahms. Una magnífica tapicería suspendida de la pared enmarca sus esbeltas siluetas. Las mesas, pocas y de variadas formas y tamaños están vestidas con gruesos manteles de color burdeos a juego con el brocado de las paredes. Los candelabros que las adornan hacen guiños a las lámparas de cristal piedra diseminadas por la sala y a la inmensa lámpara de cristal suspendida del techo que según nos comentan fue regalo de Lenin a la institución y que originalmente destinada a una de las renombradas estaciones del Metro de Moscú.
En un marco semejante, al calor de las llamas vivas cercanas, acariciados por los alegres y conocidos fragmentos musicales, relajados por la agradable y reconfortante compañía y por el vasito de vodka inicial, la cena no podía ser sino un regalo para el paladar.
Un enguantado y discretísimo servicio de camareros, fue atendiendo nuestra difícil elección dada la abultada lista de platos de nombres a cada cual más insinuante. Por mi parte, después de un aperitivo de zumo de pomelo, tomé de primero una sencilla ensalada verde de tomate, pepinos y pimientos, seguida de un plato de raviolis negros a la salsa de calamar y rellenos de carne de cordero. De postre un hojaldre de manzana asada a punto de caramelo, y un refrescante té de jazmín. No es fácil describir sabores, y menos el placer de un plato bien preparado, pero la satisfacción de todos nosotros, cualquiera que fuera su elección, el vino de Burdeos cuidadosamente elegido por nuestro anfitrión y sobre todo el incomparable marco y acompañamiento musical de la cena harán de ésta una de esas experiencias difíciles de olvidar.
No era la primera vez que cenaba bien en Moscú, de hecho cada año surgen nuevos restaurantes, tradicionales unos, sofisticados otros, ruidosos y de copiosa comida la mayoría; pero en esta ocasión, el marco bellísimo, la delicadeza de los platos, el ambiente musical clásico y el recuerdos de los escritores ilustres y desconocidos que un día se sentaron en algún lugar de esa misma sala para emborronar las cuartillas que les harían célebres me emocionó particularmente. Mi hambriento sentido estético salió saciado, mi estómago por el contrario se sintió satisfecho sin pesadez y mi espíritu eufórico sin alboroto.
Lo que el amor no cuenta
LO QUE EL AMOR NO CUENTA
Novela
Anita Shreve
Planeta Internacional 2003
Título original: The last time they met 2001
Traducido del inglés por Gerardo di Masso
314 páginas
Anita Shreve ha dado clases en Amberst College y ha recibido el Premio PEN/L.L.Winship, así como el de Nueva Inglaterra por su obra de ficción. Vive en el oeste de Massachussets. La mujer del piloto, la ha catapultado al éxito internacional y se ha publicado en once países. La segunda novela Olimpia, fue seleccionada por el Publishers Weekly como una de las quince mejores novelas de 1999. Por su parte El peso del agua fue finalista del prestigioso Orange Prize.
Una fascinante novela acerca del amor, el perdón y las oportunidades perdidas. Un texto que marcará profundamente a toda persona que alguna vez haya amado con desesperación.
En un encuentro literario Linda Fallon coincide, después de muchos años, con el poeta Thomas Janes, cuya fama ha crecido tras una década de estar apartado de la luz pública. Pero éste no es un encuentro marcado por el azar. Thomas escoge deliberadamente ese momento para restablecer el contacto con la mujer a quien amó apasionadamente hace mucho tiempo. Sin embargo, su aventura amorosa resultó desastrosa para ambos; el daño causado por la relación que mantuvieron en aquellos lejanos días aún los persigue.
Lo que el amor no cuenta retrocede entonces en el tiempo para adentrarse en la relación de estos dos amanes en diferentes momentos. En esta historia inolvidable, Anita Shreve examina las extraordinarias consecuencias que una única elección, incluso una sola palabra puede tener en el curso de una vida.
Generalmente cuando leo una novela de amor trato de engañarme con motivaciones más presentables que el mero entretenimiento. Esta novela, además de entretenerme me ha dejado impresionado tanto por su magnífica trama y el perfecto dominio del tiempo del relato que pasa con asombrosa facilidad del presente a la época en que ambos protagonistas eran unos adolescentes abriéndose al amor, para volver al presente de nuevo y otra vez a la segunda oportunidad que tuvieron de ser felices en un lugar tan remoto como Kenia.
Si pudiéramos ver en un espejo las consecuencias de una despedida, de un adiós, cuántas veces dudaríamos antes de atrevernos a pronunciarlas. Un equívoco separa a los dos adolescentes después de una tierna relación de juventud.... El destino les concede una segunda oportunidad, pero para entonces ambos están viviendo en pareja con otras personas. El amor de la adolescencia está ahí, entero, inacabable, el deseo de volver a anudar sus vidas también, pero entonces surge la culpa, el sentido de la responsabilidad y todos los planes se desbaratan como un castillo de cartas.
Justamente me parece a mí, esa es la realidad de la vida. Las películas, algunas novelas se empeñan en enseñarnos que la pasión arrasa y puede con todo. En mi opinión se trata solamente de una argucia cinematográfica. Con el corazón destrozado, rotos espiritualmente y sentimentalmente vemos cómo en la vida real, a veces, tenemos que decir no, tenemos que ahogar en un sollozo íntimo el deseo de correr detrás de la persona que se cruzó en nuestro camino y nos hizo sentir que podríamos ser por fin felices. Ante nuestros ojos se impuso la realidad. El compromiso contraído, la obligación de velar por unos hijos o por una esposa que viven ajenos a nuestro drama y que quedarían mortalmente heridos por nuestra deserción nos ciernen como poderosas lianas y nos obligan a renunciar a lo que el corazón, el sentido común, o la pasión nos invitan a seguir.
En el caso de la presente novela hay una tercera ocasión, pero claro, se trata justamente de una novela.... En la vida real ¿quién se ha visto agraciado con tanta oportunidad?
Novela
Anita Shreve
Planeta Internacional 2003
Título original: The last time they met 2001
Traducido del inglés por Gerardo di Masso
314 páginas
Anita Shreve ha dado clases en Amberst College y ha recibido el Premio PEN/L.L.Winship, así como el de Nueva Inglaterra por su obra de ficción. Vive en el oeste de Massachussets. La mujer del piloto, la ha catapultado al éxito internacional y se ha publicado en once países. La segunda novela Olimpia, fue seleccionada por el Publishers Weekly como una de las quince mejores novelas de 1999. Por su parte El peso del agua fue finalista del prestigioso Orange Prize.
Una fascinante novela acerca del amor, el perdón y las oportunidades perdidas. Un texto que marcará profundamente a toda persona que alguna vez haya amado con desesperación.
En un encuentro literario Linda Fallon coincide, después de muchos años, con el poeta Thomas Janes, cuya fama ha crecido tras una década de estar apartado de la luz pública. Pero éste no es un encuentro marcado por el azar. Thomas escoge deliberadamente ese momento para restablecer el contacto con la mujer a quien amó apasionadamente hace mucho tiempo. Sin embargo, su aventura amorosa resultó desastrosa para ambos; el daño causado por la relación que mantuvieron en aquellos lejanos días aún los persigue.
Lo que el amor no cuenta retrocede entonces en el tiempo para adentrarse en la relación de estos dos amanes en diferentes momentos. En esta historia inolvidable, Anita Shreve examina las extraordinarias consecuencias que una única elección, incluso una sola palabra puede tener en el curso de una vida.
Generalmente cuando leo una novela de amor trato de engañarme con motivaciones más presentables que el mero entretenimiento. Esta novela, además de entretenerme me ha dejado impresionado tanto por su magnífica trama y el perfecto dominio del tiempo del relato que pasa con asombrosa facilidad del presente a la época en que ambos protagonistas eran unos adolescentes abriéndose al amor, para volver al presente de nuevo y otra vez a la segunda oportunidad que tuvieron de ser felices en un lugar tan remoto como Kenia.
Si pudiéramos ver en un espejo las consecuencias de una despedida, de un adiós, cuántas veces dudaríamos antes de atrevernos a pronunciarlas. Un equívoco separa a los dos adolescentes después de una tierna relación de juventud.... El destino les concede una segunda oportunidad, pero para entonces ambos están viviendo en pareja con otras personas. El amor de la adolescencia está ahí, entero, inacabable, el deseo de volver a anudar sus vidas también, pero entonces surge la culpa, el sentido de la responsabilidad y todos los planes se desbaratan como un castillo de cartas.
Justamente me parece a mí, esa es la realidad de la vida. Las películas, algunas novelas se empeñan en enseñarnos que la pasión arrasa y puede con todo. En mi opinión se trata solamente de una argucia cinematográfica. Con el corazón destrozado, rotos espiritualmente y sentimentalmente vemos cómo en la vida real, a veces, tenemos que decir no, tenemos que ahogar en un sollozo íntimo el deseo de correr detrás de la persona que se cruzó en nuestro camino y nos hizo sentir que podríamos ser por fin felices. Ante nuestros ojos se impuso la realidad. El compromiso contraído, la obligación de velar por unos hijos o por una esposa que viven ajenos a nuestro drama y que quedarían mortalmente heridos por nuestra deserción nos ciernen como poderosas lianas y nos obligan a renunciar a lo que el corazón, el sentido común, o la pasión nos invitan a seguir.
En el caso de la presente novela hay una tercera ocasión, pero claro, se trata justamente de una novela.... En la vida real ¿quién se ha visto agraciado con tanta oportunidad?
16 de septiembre de 2007
Carta abierta a un hijo de 24 años
Querido hijo,
Cumples mañana los veinticuatro años, y lo normal es que te escriba una postal deseándote todo lo que un padre puede desear para un hijo: salud, suerte, felicidad, buenos amigos, un buen trabajo ....
Cumples mañana los veinticuatro años, y lo normal es que te escriba una postal deseándote todo lo que un padre puede desear para un hijo: salud, suerte, felicidad, buenos amigos, un buen trabajo ....
Pero esta vez, por eso de la distancia, de la vena un poco filosófica que me ronda, de la proximidad de tus exámenes y de todas las conversaciones que tantas veces ambos hubiésemos querido tener y no hemos tenido, esta vez digo, voy a hacerte partícipe de algunas de mis reflexiones sobre la dicotomía que existe en nuestra naturaleza y las fuerzas contradictorias que anidan en nuestra mente.
Desde el primer momento de la aparición del hombre sobre la tierra, surgieron las tensiones entre el hombre nómada y pastoril y el hombre sedentario y agrícola . Como no podía ser menos, hemos heredado de esos primeros antepasados la doble tendencia: nos gusta la aventura, y nos gusta la tradición y la estabilidad, queremos la modernidad, lo desconocido, lo siempre nuevo, pero queremos también la seguridad, los valores inmutables. Nos gusta salir a descubrir el mundo, pero al mismo tiempo anhelamos un puerto al que llegar.
No sé si estarás de acuerdo conmigo, pero creo que todos participamos en alguna medida de esas dos tendencias. Somos a la vez interrogación y respuesta, atacantes y defensores, Ying y Yang . Esta dualidad vital que nos persigue en muchos otros aspectos de nuestra vida: mente y espíritu, actividad y descanso, realidad y deseo, sueño y vigilia, coraje y cautela, imaginación y sentido común, no puede ser mera casualidad. Y es que cuando analizamos nuestros actos y nuestros anhelos, nuestros logros y nuestros fracasos, nos damos cuenta que la diferencia está en los excesos, en cualquier sentido.
Un culto excesivo a la aventura, lo alocentríco, la acción, nos vacía por dentro, y aunque nuestra actividad y nuestra vida brillen y tengan “glamour”, nos sentimos faltos de contenido, huecos, expuestos a cualquier temporal, víctimas de las crisis, de los reveses y de los imprevistos.
Por el contrario, nuestra abusiva concentración en lo tangible, lo sólido y concreto, el tener, la introspección, el realismo la vida interior y lo tangible, corta las alas a nuestros sueños, coarta nuestras posibilidades y aborta la concreción de nuestras legítimas ambiciones.
Como tantas veces, la medida justa, el equilibrio predicado por los Griegos, la serenidad, parecen ser la receta para nuestros excesos, del signo que sean y la tolerancia el mejor remedio para los de los demás.
Cada vez me siento menos capacitado para predicar o dar consejos. Mi vida no es ejemplar por lo que difícilmente podría yo erigirme en modelo de nada. Sólo unos años más de experiencia me permiten la impunidad de esta reflexión que quizá en algún momento te ayuden a explicar por qué tú mismo o las personas con las que tratas te parecen tan contradictorias.
Feliz cumpleaños
No me has querido
No me has querido y huyes por tus años,
dejándome el recuerdo permanente
de una durable juventud perfecta.
Otros verán tu vida deshacerse.
Yo conservaré siempre en mi memoria
lo que mis ojos no tendrán en suerte.
Dejarás de ser tú aunque no mueras;
aunque no vivas te tendré en mi frente.
Siempre joven serás en mi recuerdo.
Esto gané, mi vida, con perderte.
dejándome el recuerdo permanente
de una durable juventud perfecta.
Otros verán tu vida deshacerse.
Yo conservaré siempre en mi memoria
lo que mis ojos no tendrán en suerte.
Dejarás de ser tú aunque no mueras;
aunque no vivas te tendré en mi frente.
Siempre joven serás en mi recuerdo.
Esto gané, mi vida, con perderte.
Manuel Altolaguirre
Poesía (1930-1931)
Los paraguas
Óleo sobre lienzo 180 x 115 cm
Londres. National Gallery
Los cuadros de Renoir ponen de relieve especialmente varios conjuntos de temas: los retratos y las figuras individuales tomadas casi como retratos, el baile, el teatro y la sociabilidad, las excursiones al campo, el ajetreo de las calles de la gran ciudad y el paisaje natural. Las pinturas de Renoir, como sus representaciones humanas en general, le señalan como particularmente capacitado para reflejar el encanto femenino, más aún: para captar la escala polícroma de la magia sugestiva que puede emanar de una mujer. Expresó la gracia de la belleza de la mujer cada vez con mayor maestría, e hizo así posible que quien contemplara sus cuadros sintiera una grata vivencia semejante. Ciertamente es un campo reducido del ser humano, el que Renoir captó pictóricamente, ya que no hay en él mujer alguna, encolerizada, fea o vieja; no encontramos en su producción caracteres profundos o problemáticos, y todos los varones reciben en sus cuadros cierto aire femenino suave. Pero la sonrisa de la felicidad, la dulzura burbujeante del enamoramiento, el gusto por la vida, despreocupado y reconfortante, eso nadie lo ha sabido reflejar en los rostros y en las actitudes de sus figuras como el Renoir formado junto a los maestros galantes del Rococó.
Renoir, al igual que algunos otros impresionistas, quiso su punto de mira en lo que entendía como la belleza de la vida burguesa en la metrópoli parisina. Sus cuadros nos cuentan también pequeñas historias, pero éstas surgen de la vida diaria, o mejor, del domingo de los parisinos de su tiempo. Son historias muy cortas, observaciones del prójimo, cogidas al vuelo, tomadas en el flujo cada vez más rápido de la vida moderna y copiadas como textos de taquigrafía de la propia vivencia. Prescinden intencionadamente de sacar punta a lo extraordinario. Renoir no ha pintando nunca nada que no pudiera repetir una y mil veces tal como lo veía y representaba, y que al mismo tiempo fuera en cada momento algo distinto y único. Los impresionistas descubrieron el valor individual de un instante cualquiera, y dieron expresión artística al conocimiento de que todo está en constante movimiento. Anotaron los atractivos que residen en lo fugaz y momentáneo.
En “Los paraguas” Renoir utilizó tomos suaves de azul, gris y marrón, añadiendo algunos acentos brillantes. Los personajes principales son los niños con sus vistosos sobreros y la modistilla que va a casa de una clienta con una sombrerera, modistilla a la que un caballero osa ofrecer paraguas y compañía. El interés del cuadro reside en las variaciones empleadas con la forma del paraguas, y en la belleza de la postura y de los rostros, especialmente en el caso de la modistilla que mira a los ojos al observador, modistilla que posee el cuerpo y la dignidad de una diosa de la antigüedad. Pero al cuadro le falta un poco de carácter realmente convincente del momento cuando empieza a llover: la prisa de la gente, la humedad chispeante de la atmósfera. Hay en la escena una tranquilidad algo forzada, una autopresentación que acentúa lo formal, subrayado también por la doble mirada hacia el observador. Así que este cuadro refleja más claramente que “Le Moulin de la Galette” o “La comida de los remeros” el aislamiento del hombre. Incluso los dos grupos principales no tienen nada que ver entre sí, y en ellos se repite mediante un paralelismo de posturas de la cabella y dire cción de la mirada la incomunicación humana: la modistilla ignora al caballero y la niña con el aro a su acompañante.
12 de septiembre de 2007
Nietos
Para los felices "carrozas"
NO, NO QUIERO HACER AQUAGYM
Diario de mis sesenta años
Virginia Ironside
Plaza Janès 2007
284 páginas
No, no me equivoqué al leerlo. Sabía que era una diario escrito por una mujer para mujeres. Pero sabía también que esta excelente escritora inglesa me iba a hacer reír.
Siempre que se menciona el humor inglés vemos a un caballero inglés con bastón y sombrero, dejando caer, sin mover un músculo de la cara, o como quién no quiere la cosa, pequeñas frases con gancho. Pero el humor inglés femenino existe y Virginia Ironside nos lo demuestra es este diaro, espejo del “Diario de Briget Jones” pero en sincera, sensata e inconformista abuela de sesenta años….
Su lectura, al menos para los menos jóvenes, es refrescante y a fuerza de ser realista impresiona con algunas verdades del barquero. Y como para muestra basta un botón este extracto que sigue puede dar una idea de su contenido.
Por lo visto hay un tópico que dice: “Si eres viejo, tienes que estar mentalmente activo, físicamente vivo, incluso fascinado por la vida. Tienes que hurgar en tu cerebro con un palo afilado para que siga funcionando”. Pero yo digo: “¿Por qué?” Ya he estado fascinada, ya he sido curiosa. Ahora quiero relajarme. Quiero disfrutar del maravilloso alivio de no estar interesada. No creo que los ancianos que se pasan la vida recorriendo Mongolia en bicicleta con ochenta años y tirándose en parapente a los noventa sean brillantes especimenes de la vejez. Para mí no son más que trágicos fracasos que no han sabido aceptar el hecho de envejecer. Son de esas personas que desaprueban los liftings y aún así, con su comportamiento, están constantemente persiguiendo la juventud perdida. Yo quiero empezar a hacer cosas de viejos, no cosas de jóvenes.
Como empezar a desprenderme de mi patrimonio, en lugar de pasarme el día intentando adquirirlo. Verlo todo desde la distancia, y no desde cerca y como algo personal. No sentirme continuamente despreciada o pasarme las veinticuatro horas del día odiándome. Darme cuenta de que esta civilización, como todas las civilizaciones, terminará algún día; y que eso no me importe. Ser capaz de pasar un día sin hacer nada, en lugar de sentirme obligada a atiborrarlo con actividades para evadir la culpa y la ansiedad. Ser capaz de ver las cosas desde una perspectiva histórica y comprender que uno recoge lo que siembra. Ser agradable con la gente, en lugar de tener miedo de ella.
Ir en bici por Mongolia es para gente que tiene menos de cuarenta. Tomarse la vida con calma es para gente con más de sesenta. Pues bien, así es como yo lo veo. Me siento aliviada de esa terrible ética protestante de trabajo que me ha perseguido toda la vida. Me siento ligera, en calma, como un gran campo de maíz maduro oscilando lentamente en la brisa, todo regordete y bañado por el sol. Una sensación magnífica.
Diario de mis sesenta años
Virginia Ironside
Plaza Janès 2007
284 páginas
No, no me equivoqué al leerlo. Sabía que era una diario escrito por una mujer para mujeres. Pero sabía también que esta excelente escritora inglesa me iba a hacer reír.
Siempre que se menciona el humor inglés vemos a un caballero inglés con bastón y sombrero, dejando caer, sin mover un músculo de la cara, o como quién no quiere la cosa, pequeñas frases con gancho. Pero el humor inglés femenino existe y Virginia Ironside nos lo demuestra es este diaro, espejo del “Diario de Briget Jones” pero en sincera, sensata e inconformista abuela de sesenta años….
Su lectura, al menos para los menos jóvenes, es refrescante y a fuerza de ser realista impresiona con algunas verdades del barquero. Y como para muestra basta un botón este extracto que sigue puede dar una idea de su contenido.
Por lo visto hay un tópico que dice: “Si eres viejo, tienes que estar mentalmente activo, físicamente vivo, incluso fascinado por la vida. Tienes que hurgar en tu cerebro con un palo afilado para que siga funcionando”. Pero yo digo: “¿Por qué?” Ya he estado fascinada, ya he sido curiosa. Ahora quiero relajarme. Quiero disfrutar del maravilloso alivio de no estar interesada. No creo que los ancianos que se pasan la vida recorriendo Mongolia en bicicleta con ochenta años y tirándose en parapente a los noventa sean brillantes especimenes de la vejez. Para mí no son más que trágicos fracasos que no han sabido aceptar el hecho de envejecer. Son de esas personas que desaprueban los liftings y aún así, con su comportamiento, están constantemente persiguiendo la juventud perdida. Yo quiero empezar a hacer cosas de viejos, no cosas de jóvenes.
Como empezar a desprenderme de mi patrimonio, en lugar de pasarme el día intentando adquirirlo. Verlo todo desde la distancia, y no desde cerca y como algo personal. No sentirme continuamente despreciada o pasarme las veinticuatro horas del día odiándome. Darme cuenta de que esta civilización, como todas las civilizaciones, terminará algún día; y que eso no me importe. Ser capaz de pasar un día sin hacer nada, en lugar de sentirme obligada a atiborrarlo con actividades para evadir la culpa y la ansiedad. Ser capaz de ver las cosas desde una perspectiva histórica y comprender que uno recoge lo que siembra. Ser agradable con la gente, en lugar de tener miedo de ella.
Ir en bici por Mongolia es para gente que tiene menos de cuarenta. Tomarse la vida con calma es para gente con más de sesenta. Pues bien, así es como yo lo veo. Me siento aliviada de esa terrible ética protestante de trabajo que me ha perseguido toda la vida. Me siento ligera, en calma, como un gran campo de maíz maduro oscilando lentamente en la brisa, todo regordete y bañado por el sol. Una sensación magnífica.
9 de septiembre de 2007
Pavarotti: Una furtiva Lagrima
Miles y miles de blogs de todo el mundo, reproducen en estos días este extracto de tus canciones, amigo Pavarotti.
Mis palabras hoy sobran. Tu música lo llena todo. Tu música me llenaba el alma. Te veía con tu impecable pañuelo blanco limpiándote el sudor y constataba hasta que punto te dedicabas a lo tuyo, a tu bel canto y haciendo eso te dabas a todos nosotros. Estuve una vez en Módena y almorcé incluso en tu restaurante por esa curiosadidad y ese anhelo de verte en persona, pero eso día no estabas.
Hoy, aquí, yo también quiero dejar salir esa furtiva lágrima en tu memoria. Ve en paz amigo. Te recordaremos mientras sigamos siendo capaces de oír y embelesarnos con la música.
La isla de Nom Khao
Casi desde el primer día que llegué a aquella ciudad del Sur de Tailandia, me había llamado la atención la pequeña isla que se veía a un par de millas de la costa. Cuando pregunté su nombre, la sonrisa con la que me contestaron no dejaba lugar a dudas. “Nom Sao” en tailandés son los pechos de una muchacha joven, y en efecto, al atardecer, cuando se disipaba la bruma y el sol poniente recortaba en contraluz la silueta completa de la isla, los dos pequeños montes que se erguían en la distancia eran inconfundiblemente evocadores y justificaban plenamente su apelativo.
Me dijeron también que la isla estaba desierta, aunque en el pasado se había instalado allí un hombre huraño que a penas venía a la ciudad y que cuando lo hacía era para cambiar los cocos que llenaban su barca por los útiles imprescindibles para su supervivencia: keroseno para la lámpara, gasolina para su barca, algún alimento básico y pólvora para su vieja escopeta. Sorprendido, pregunté para qué quería una escopeta en aquellas soledades a lo que me contestaron que además de por su silueta, la isla era conocida por los murciélagos gigantes que la poblaban y que a falta de otra palabra más precisa mis informantes llamaban “vampiros”. No estaba muy claro si el viejo loco seguía viviendo en la isla, se había muerto o había decidido poner fin a su austero exilio.
Aquel año el Thêt, o Año Nuevo Chino, cayó a principios de Febrero y casi toda la ciudad respetó la festividad puesto que la población era mayoritariamente de origen chino. La Escuela de Enfermeras en la que por aquel entonces yo era profesor de Inglés, aunque no decretó un cierre oficial dio el día libre tanto a alumnos como a profesores. Por ese motivo, aquella mañana, había bajado temprano al muelle comprar algún periódico y a practicar el tailandés con los viejos pescadores que sentados en el espigón charlaban animadamente con el ojo puesto en los sedales que oscilaban suavemente al vaivén de las olas.
Oí que me interpelaban. Me volví y sonreí de contento porque la esquiva Dusit, una de mis mejores pero más esquivas y tímidas alumnas, me había llamado y parecía esta vez dispuesta a resarcirse de todas las conversaciones que había eludido durante nuestros ejercicios de clase. Venía acompañada por otra muchacha algo mayor que me presentó como su hermana aunque bien podría tratarse de una prima ya que en tailandés no hay un distingo claro entre ambos vocablos. Dusit me invitaba a acompañarlas en la barca de su padre hasta la isla de “Nom Sao” donde nos bañaríamos y volveríamos por la tarde. El plan me hubiera parecido muy atractivo si no fuera porque Dusit era mi alumna y pese a lo que ahora se piense de Tailandia, en aquel entonces hubiera sido muy mal visto que un profesor se fuera de excursión con una alumna, aunque esta fuera una jovencita mayor de edad y muy dueña de sus propias decisiones. La sonrisa malévola de Dusit parecía decirme que adivinaba mis escrúpulos por lo que aclaró que su “Phî” o hermana mayor nos acompañaría, así ya falto de disculpas, y contento a mi pesar, acabé aceptando la invitación.
La barca no me inspiraba mucha confianza, pero la isla estaba cerca y confiaba que si lo peor ocurría, sería capaz de nadar hasta una de las dos orillas, por lo que dejé que las dos muchachas pusieran en marcha el barco, y confiando plenamente en ellas me abandoné a esa dulce indolencia oriental que consiste en dejar de inquietarse por lo que vendrá después y gozar plenamente del momento consciente de “lo que sea será”
Llegamos a la isla y vimos, otra barca amarrada a una especie de embarcadero construido de modo muy rudimentario con troncos de árbol sin desbastar y una estrecha plancha de madera sin barandilla ni asidero. Amarramos la barca y subimos a la plataforma comentando que no estábamos solos en la isla, lo cual, al menos a mí, me pareció bastante tranquilizador. Las muchachas se escondieron detrás de unos cocoteros y volvieron al rato envueltas desde los senos hasta los pies en otro “sarong” muy parecido al que utilizaban como vestido. Ese era el único y pudoroso modo en que había visto a las muchachas bañarse en el canal o “Klong” por lo que mi única duda era adivinar cómo diablos, sin cinturón, ni imperdible ni cualquier otro tipo de abotonadura eran capaces de mantener “en palabra de honor” en torno al pecho esa amplia banda de tela que desplegada no deja de ser una pieza de tela fina e impresa no mayor que una toalla de baño.
Entre risas y bromas me enseñaron el secreto, e incluso lo ensayé con mi propio “Phá khao má” que es una ancha tela utilizada por los hombre a modo de taparrabos, de turbante o de alforja según las necesidades del momento. Nuestras voces y risas atrajeron pronto a al grupo de cazadores dueños de la barca que habíamos visto al llegar que desde la playa nos hicieron señales para que nos acercáramos y compartiéramos con ellos el refrigerio. Salimos del agua. Yo me quedé con mi improvisado bañador, pendiente no se fuera a deshacer el nudo que minutos antes había aprendido a anudar y del que estaba lejos de confiar. Los cazadores habían hecho una batida por el monte y habían cazado algunos de los famosos “vampiros” o murciélagos gigantes de los que tanto había oído hablar. Lo que no podía sospechar ni por un minuto era en qué consistiría el refrigerio. Me acerqué a la bolsa en que traíamos nuestra fruta pensando que de alguna manera compartir con los demás la fruta que habíamos traído sería una manera modesta de corresponder a su hospitalidad. Se echaron a reír y haciendo caso omiso de mi bolsa de fruta me introdujeron en su círculo del que las dos muchachas se habían alejado sin decir palabra.
Cuando me di cuenta de lo que estaba ocurriendo ya era tarde. Con ojos desorbitados vi como alguien sacaba un amplio cazo de los utilizados para bañarse y vaciaba en él una botella de “Nam Lâo” un fuerte whisky tailandés hecho con arroz fermentado. Luego, otro hacía una incisión en el cuello de uno de los murciélagos, y dejaba que la sangre chorreara en el cazo y se mezclara con el whisky. Aún hoy siento la arcada que me sobrevino y que a duras penas pude reprimir. Mi hombría estaba en juego y aunque las dos muchachas estaban apartadas me observaban con el rabillo del ojo. Presentí que me estaban sometiendo a una prueba y llegué incluso a sospechar que todo estaba amañado y previsto de antemano. Aún me estaba preguntando que venía después cuando vi que el cazo empezaba a circular de mano en mano y que uno a uno en sielncio y ante la atenta mirada de los demás bebía de ese asqueroso brebaje y con gran respeto y ceremonia se lo pasaba al siguiente. Habían empezado por mi derecha, por lo que aún tuve tiempo de magnificar el asco y reprimir las arcadas a medida que iba aproximándose el fatídico y asqueroso trago o el quedar por cobarde ante mis dos encantadoras acompañantes. Haciendo un último esfuerzo, tomé el cazo, cerré los ojos, traté de olvidar lo que estaba haciendo y di un pequeño sorbo que sólo me supo a sangre. Abrí los ojos y pude leer admiración y sonrisas en torno a mí. Había sido puesto a prueba y había logrado superarla. Era un valiente, y no sólo un “Khî nok” (cieno de pájaro) como despectivamente nos llamaban a los extranjeros. A partir de ese momento iba a poder salir con alguna de las muchachas locales y tomarla en matrimonio si así me apetecía.
No recuerdo lo que sucedió después. Quizá me mareé, quizá me emborracharon. No sé si dormí o retocé. Sólo recuerdo que el sol se estaba ocultando tras los lujuriosos montes de la isla. A partir de ese día los hombres del puerto me saludaban sonrientes, la voz había cundido. Dusit, nunca me volvió a mencionar aquella excursión y siguió tan esquiva y silenciosa en clase como siempre. Un nuevo contrato en la capital me alejó de aquella pequeña ciudad costera y los cazadores del puerto que se habían hecho entretanto tan amigos se quedaron sin saber si lograron su propósito de casarme con una muchacha tailandesa.
Me dijeron también que la isla estaba desierta, aunque en el pasado se había instalado allí un hombre huraño que a penas venía a la ciudad y que cuando lo hacía era para cambiar los cocos que llenaban su barca por los útiles imprescindibles para su supervivencia: keroseno para la lámpara, gasolina para su barca, algún alimento básico y pólvora para su vieja escopeta. Sorprendido, pregunté para qué quería una escopeta en aquellas soledades a lo que me contestaron que además de por su silueta, la isla era conocida por los murciélagos gigantes que la poblaban y que a falta de otra palabra más precisa mis informantes llamaban “vampiros”. No estaba muy claro si el viejo loco seguía viviendo en la isla, se había muerto o había decidido poner fin a su austero exilio.
Aquel año el Thêt, o Año Nuevo Chino, cayó a principios de Febrero y casi toda la ciudad respetó la festividad puesto que la población era mayoritariamente de origen chino. La Escuela de Enfermeras en la que por aquel entonces yo era profesor de Inglés, aunque no decretó un cierre oficial dio el día libre tanto a alumnos como a profesores. Por ese motivo, aquella mañana, había bajado temprano al muelle comprar algún periódico y a practicar el tailandés con los viejos pescadores que sentados en el espigón charlaban animadamente con el ojo puesto en los sedales que oscilaban suavemente al vaivén de las olas.
Oí que me interpelaban. Me volví y sonreí de contento porque la esquiva Dusit, una de mis mejores pero más esquivas y tímidas alumnas, me había llamado y parecía esta vez dispuesta a resarcirse de todas las conversaciones que había eludido durante nuestros ejercicios de clase. Venía acompañada por otra muchacha algo mayor que me presentó como su hermana aunque bien podría tratarse de una prima ya que en tailandés no hay un distingo claro entre ambos vocablos. Dusit me invitaba a acompañarlas en la barca de su padre hasta la isla de “Nom Sao” donde nos bañaríamos y volveríamos por la tarde. El plan me hubiera parecido muy atractivo si no fuera porque Dusit era mi alumna y pese a lo que ahora se piense de Tailandia, en aquel entonces hubiera sido muy mal visto que un profesor se fuera de excursión con una alumna, aunque esta fuera una jovencita mayor de edad y muy dueña de sus propias decisiones. La sonrisa malévola de Dusit parecía decirme que adivinaba mis escrúpulos por lo que aclaró que su “Phî” o hermana mayor nos acompañaría, así ya falto de disculpas, y contento a mi pesar, acabé aceptando la invitación.
La barca no me inspiraba mucha confianza, pero la isla estaba cerca y confiaba que si lo peor ocurría, sería capaz de nadar hasta una de las dos orillas, por lo que dejé que las dos muchachas pusieran en marcha el barco, y confiando plenamente en ellas me abandoné a esa dulce indolencia oriental que consiste en dejar de inquietarse por lo que vendrá después y gozar plenamente del momento consciente de “lo que sea será”
Llegamos a la isla y vimos, otra barca amarrada a una especie de embarcadero construido de modo muy rudimentario con troncos de árbol sin desbastar y una estrecha plancha de madera sin barandilla ni asidero. Amarramos la barca y subimos a la plataforma comentando que no estábamos solos en la isla, lo cual, al menos a mí, me pareció bastante tranquilizador. Las muchachas se escondieron detrás de unos cocoteros y volvieron al rato envueltas desde los senos hasta los pies en otro “sarong” muy parecido al que utilizaban como vestido. Ese era el único y pudoroso modo en que había visto a las muchachas bañarse en el canal o “Klong” por lo que mi única duda era adivinar cómo diablos, sin cinturón, ni imperdible ni cualquier otro tipo de abotonadura eran capaces de mantener “en palabra de honor” en torno al pecho esa amplia banda de tela que desplegada no deja de ser una pieza de tela fina e impresa no mayor que una toalla de baño.
Entre risas y bromas me enseñaron el secreto, e incluso lo ensayé con mi propio “Phá khao má” que es una ancha tela utilizada por los hombre a modo de taparrabos, de turbante o de alforja según las necesidades del momento. Nuestras voces y risas atrajeron pronto a al grupo de cazadores dueños de la barca que habíamos visto al llegar que desde la playa nos hicieron señales para que nos acercáramos y compartiéramos con ellos el refrigerio. Salimos del agua. Yo me quedé con mi improvisado bañador, pendiente no se fuera a deshacer el nudo que minutos antes había aprendido a anudar y del que estaba lejos de confiar. Los cazadores habían hecho una batida por el monte y habían cazado algunos de los famosos “vampiros” o murciélagos gigantes de los que tanto había oído hablar. Lo que no podía sospechar ni por un minuto era en qué consistiría el refrigerio. Me acerqué a la bolsa en que traíamos nuestra fruta pensando que de alguna manera compartir con los demás la fruta que habíamos traído sería una manera modesta de corresponder a su hospitalidad. Se echaron a reír y haciendo caso omiso de mi bolsa de fruta me introdujeron en su círculo del que las dos muchachas se habían alejado sin decir palabra.
Cuando me di cuenta de lo que estaba ocurriendo ya era tarde. Con ojos desorbitados vi como alguien sacaba un amplio cazo de los utilizados para bañarse y vaciaba en él una botella de “Nam Lâo” un fuerte whisky tailandés hecho con arroz fermentado. Luego, otro hacía una incisión en el cuello de uno de los murciélagos, y dejaba que la sangre chorreara en el cazo y se mezclara con el whisky. Aún hoy siento la arcada que me sobrevino y que a duras penas pude reprimir. Mi hombría estaba en juego y aunque las dos muchachas estaban apartadas me observaban con el rabillo del ojo. Presentí que me estaban sometiendo a una prueba y llegué incluso a sospechar que todo estaba amañado y previsto de antemano. Aún me estaba preguntando que venía después cuando vi que el cazo empezaba a circular de mano en mano y que uno a uno en sielncio y ante la atenta mirada de los demás bebía de ese asqueroso brebaje y con gran respeto y ceremonia se lo pasaba al siguiente. Habían empezado por mi derecha, por lo que aún tuve tiempo de magnificar el asco y reprimir las arcadas a medida que iba aproximándose el fatídico y asqueroso trago o el quedar por cobarde ante mis dos encantadoras acompañantes. Haciendo un último esfuerzo, tomé el cazo, cerré los ojos, traté de olvidar lo que estaba haciendo y di un pequeño sorbo que sólo me supo a sangre. Abrí los ojos y pude leer admiración y sonrisas en torno a mí. Había sido puesto a prueba y había logrado superarla. Era un valiente, y no sólo un “Khî nok” (cieno de pájaro) como despectivamente nos llamaban a los extranjeros. A partir de ese momento iba a poder salir con alguna de las muchachas locales y tomarla en matrimonio si así me apetecía.
No recuerdo lo que sucedió después. Quizá me mareé, quizá me emborracharon. No sé si dormí o retocé. Sólo recuerdo que el sol se estaba ocultando tras los lujuriosos montes de la isla. A partir de ese día los hombres del puerto me saludaban sonrientes, la voz había cundido. Dusit, nunca me volvió a mencionar aquella excursión y siguió tan esquiva y silenciosa en clase como siempre. Un nuevo contrato en la capital me alejó de aquella pequeña ciudad costera y los cazadores del puerto que se habían hecho entretanto tan amigos se quedaron sin saber si lograron su propósito de casarme con una muchacha tailandesa.
7 de septiembre de 2007
Vincent Van Gogh: Jarrón con girasoles
Jarrón con girasoles
1888 Óleo sobre lienzo 91 x 72 cm.
Munich. Neue Pinalotek
Los girasoles son uno de los temas más famosos de Van Gogh y uno de sus preferidos: durante la época de Arlès realizó otras diez versiones. El artista elaboró con ellos una idea completamente nueva de la naturaleza muerta, transformándola, por una parte en un elemento decorativo, y por otra, se podría decir, en un juego de palabras, en “naturaleza viva”, en una visión llena de energía.
Vincent había empezado a pintar jarrones con flores bajo la influencia de las obras de Adolphe Monticelli, Van Gogh recurrió también a su estudio de las estampas japonesas, de las cuales tomó el empleo de superficies de colores planos, bidimensionales, que convierten las formas en siluetas ornamentales. El contorno marrón trazado alrededor del jarrón, que separa la pared del fondo de la mesa o suelo tiene precisamente es función, la de presentar las masas ligeras y casi elementales de un collage. En las flores el discurso es diferente: si Vincent utiliza un tipo de factura “a celdillas” para el jarrón y el fondo, representa los girasoles con pinceladas más móviles, que siguen la dirección de los pétalos y las hojas. Las flores adquieren así personalidad, se animan, se cargan de un significado simbólico, metáfora de la vitalidad de la naturaleza.
El cuadro se construye sobre el acorde de dos colores, el verde de las hojas y, de una tonalidad más clara, del fondo, y el amarillo del plano de apoyo, el jarrón y las flores: El resultado es una imagen vivaz y alegre. Vincent había ideado la serie como decoración para el “estudio del sur”, el taller para el trabajo en común con Paul Gauguin, trabajo que habría tenido que llevarlos a la creación de un arte nuevo y vigoroso.
1888 Óleo sobre lienzo 91 x 72 cm.
Munich. Neue Pinalotek
Los girasoles son uno de los temas más famosos de Van Gogh y uno de sus preferidos: durante la época de Arlès realizó otras diez versiones. El artista elaboró con ellos una idea completamente nueva de la naturaleza muerta, transformándola, por una parte en un elemento decorativo, y por otra, se podría decir, en un juego de palabras, en “naturaleza viva”, en una visión llena de energía.
Vincent había empezado a pintar jarrones con flores bajo la influencia de las obras de Adolphe Monticelli, Van Gogh recurrió también a su estudio de las estampas japonesas, de las cuales tomó el empleo de superficies de colores planos, bidimensionales, que convierten las formas en siluetas ornamentales. El contorno marrón trazado alrededor del jarrón, que separa la pared del fondo de la mesa o suelo tiene precisamente es función, la de presentar las masas ligeras y casi elementales de un collage. En las flores el discurso es diferente: si Vincent utiliza un tipo de factura “a celdillas” para el jarrón y el fondo, representa los girasoles con pinceladas más móviles, que siguen la dirección de los pétalos y las hojas. Las flores adquieren así personalidad, se animan, se cargan de un significado simbólico, metáfora de la vitalidad de la naturaleza.
El cuadro se construye sobre el acorde de dos colores, el verde de las hojas y, de una tonalidad más clara, del fondo, y el amarillo del plano de apoyo, el jarrón y las flores: El resultado es una imagen vivaz y alegre. Vincent había ideado la serie como decoración para el “estudio del sur”, el taller para el trabajo en común con Paul Gauguin, trabajo que habría tenido que llevarlos a la creación de un arte nuevo y vigoroso.
La Mirada de Ulises
Hay viajes que se suman al antiguo color de las pupilas.
Después de ver la isla de Calipso ¿es que acaso Odiseo
volvió a mirar igual? ¿No se fijó un color
como un extraño cúmulo de algas
en sus pupilas viejas? Lo mismo que en los pliegues
mínimos de la piel
se fosilizan besos y desdenes, así los ojos filtran
esa franja turquesa del mar que acuna islas,
medusas de amatista, blancura de navíos.
la piel es vertedero de memoria
lo mismo que el poema. Pero acaso unos ojos
extrañamente verdes de repente dibujen
empapados de luz
un boscoso archipiélago perdido.
Aurora Luque (Transitoria 1998)
Carta abierta a una amiga que dudaba del amor
Querida amiga,
Eso que llaman amor hoy, podría, como tú bien dices, ser cualquier cosa. A pesar de la riqueza increíble de nuestro vocabulario, la pereza mental, la costumbre, el engaño nos hacen utilizar unas palabras por otras. Curiosamente al hacerlo, casi nunca revalorizamos sino que degradamos el sentido original de las palabras. Ese es un hecho incontestable, pero también es un hecho incuestionable que cada uno de nosotros, aunque no estemos de acuerdo en las definiciones sentimos y sabemos cuando estamos hablando de AMOR.
Eso que llaman amor hoy, podría, como tú bien dices, ser cualquier cosa. A pesar de la riqueza increíble de nuestro vocabulario, la pereza mental, la costumbre, el engaño nos hacen utilizar unas palabras por otras. Curiosamente al hacerlo, casi nunca revalorizamos sino que degradamos el sentido original de las palabras. Ese es un hecho incontestable, pero también es un hecho incuestionable que cada uno de nosotros, aunque no estemos de acuerdo en las definiciones sentimos y sabemos cuando estamos hablando de AMOR.
Con la palabra amor entendemos el desvelo de una madre por su hijo pequeño o el sufrimiento de unos hijos que ven impotentes como se apaga la vida de quien les trajo al mundo.
Con la misma palabra sentimos un día que el suelo bajo nuestros pies parecía hundirse, que flotábamos en una nube porque aquella persona en quien nos habíamos fijado, nos sonreía, aceptaba adentrarse en nuestra vida, nos tendía la mano para explorar juntos un porvenir hipnotizante. La palabra amor, la hicimos obra, entrega y acogida y de ella quizá brotaron esos hijos que nos develan y que nunca dejarán de ser pequeños. Amor es lo que sentimos cuando en pareja hemos intercambiado las flores y las piedras del diálogo, de los roces, de las discusiones y del mutuo desgaste diario.
Con la misma palabra sentimos un día que el suelo bajo nuestros pies parecía hundirse, que flotábamos en una nube porque aquella persona en quien nos habíamos fijado, nos sonreía, aceptaba adentrarse en nuestra vida, nos tendía la mano para explorar juntos un porvenir hipnotizante. La palabra amor, la hicimos obra, entrega y acogida y de ella quizá brotaron esos hijos que nos develan y que nunca dejarán de ser pequeños. Amor es lo que sentimos cuando en pareja hemos intercambiado las flores y las piedras del diálogo, de los roces, de las discusiones y del mutuo desgaste diario.
Pero ya la palabra había hecho su nido en nuestra boca. Seguimos utilizándola cuando ya perdió todo su sentido; cuando como una cáscara vacía la utilizábamos para interpelar a quien antes dedicamos mil adjetivos más sonoros. Llevábamos la palabra en los labios para esconder el sinsentido de nuestros afectos frustrados, la usábamos como una cinta para enlazar las flores mustias de nuestros encuentros, o como "Sésamo" de nuestros rituales nocturnos.
Es cierto, amiga, deberíamos lanzar una campaña. ¿No ocurre que en nuestras ciudades se hacen campañas para rehabilitar el patrimonio cultural? Pues bien, creo que deberíamos hacer una campaña para rehabilitar la palabra "amor". Los adherentes de la campaña pronunciaríamos esa palabra muy despacio, con respeto, saboreando cada letra, prohibiéndonos su uso indebido, generalizante y generalizador; negándonos a utilizarla como sustituto de querer, de desear, de transar. Cada vez que considerásemos apropiado utilizarla, dejaríamos que sonaran campanillas en nuestro corazón y haríamos una anotación en el dorado libro de nuestras vidas.
3 de septiembre de 2007
3 de Septiembre 2007
Hemos pasado una hoja del calendario, sólo una hoja, y parece como si nos hubiésemos adentrado en un nuevo paisaje, más serio, más austero. Recuerdos atávicos nos llevan a aquellos principios de curso, a aquel embrigante olor a libros, cuadernos, forros, plumas y pinturas nuevas. Y sobre todo a propósitos que escribíamos con la mejor caligrafía en la primera hoja de nuestro dietario.
Empiezo sin duda una nueva etapa y los proyectos se mezclan con los propósitos, las intenciones con los deseos y los planes se trastocarán, se modificarán, aparecerán y desaparecerán a lo largo del curso como se muestra o se esconde la cima de la montaña cuando conducimos hacia ella.
De mis vacaciones me traje una piedra negra, volcánica, posiblemente basáltica. Quiero escribir en ella una sola palabra que me sirva de norte: "¡Sonríe!"
Empiezo sin duda una nueva etapa y los proyectos se mezclan con los propósitos, las intenciones con los deseos y los planes se trastocarán, se modificarán, aparecerán y desaparecerán a lo largo del curso como se muestra o se esconde la cima de la montaña cuando conducimos hacia ella.
De mis vacaciones me traje una piedra negra, volcánica, posiblemente basáltica. Quiero escribir en ella una sola palabra que me sirva de norte: "¡Sonríe!"
La memoria
Hay quien dice que no hacemos sino recordar lugares en los que no hemos estado, acciones que no hemos protagonizado e historias de amor que no hemos vivido porque nuestra interpretación posterior siempre altera el hecho original. Quizá la memoria no sea sino una adecuada gestión del olvido. En cualquier caso, la memoria y sus trampas son tema para cualquier cuento, puesto que todas las historias se nutren de lo que creemos recordar más que de los hechos en sí.
Lucía Etxebarría
Tiziano: La Venus de Urbino
Venus de Urbino
1538 Óleo sobre lienzo
Florencia, Galleria degli Uffizi
1538 Óleo sobre lienzo
Florencia, Galleria degli Uffizi
El espléndido desnudo femenino, para el cual el pintor se valió de la misma modelo de la Muchacha con pelliza de Viena y de la llamada Bella del Palazzo Pitti, muestra cómo Tiziano se ha apartado del ilustre modelo de la Venus de Dresde, pintada por Giorgione en 1507 y parcialmente repintada por el propio Vecellio en 1510. La belleza ideal y serenamente contemplada de Giorgione es sustituida aquí por una imagen cargada de sensualidad: la diosa del amor ya no está dormida en el sosiego de la naturaleza, sino que, tendida en una cama deshecha, con el cabello esparcido sobre los hombres fija en quien la contempla una mirada seductora. A los atributos canónicos de Venus, las rosas que tiene en la mano derecha y la maceta de mirto en el alféizar de la ventana, se añaden unos detalles realistas que crean una atmósfera de maliciosa intimidad, como el perrito enroscado sobre el hecho y las criadas que sacan ricos vestidos del arcón nupcial, transformando a la divinidad mitológica en una “Venus mundana en palacio” (Gentili). El cuadro, que subraya la importancia de la dimensión erótica dentro del matrimonio, tenía con toda probabilidad una función muy precisa.
2 de septiembre de 2007
En defensa de nuestro idioma
No es la primera vez que en alguno de nuestros viajes de vacaciones a Canarias o Baleares nos encontramos con que somos los únicos españoles del Complejo. Este hecho, por sí mismo carecería de importancia si no fuera porque al cabo de los días acabamos sintiéndote absolutamente extranjero en tu propio país. En efecto, todo, absolutamente todo, desde las indicaciones y letreros hasta las explicaciones en recepción o las palabras de bienvenida se hacen exclusivamente en inglés. Y no es sólo porque el personal de animación y gran parte de los recepcionistas sean ellos mismos extranjeros, sino porque se trata ante todo y sobre todo de hacer la vida más fácil al turista que de verdad interesa que es el turista inglés en Canrias o Alemán en Baleares.
Por motivos de trabajo he tenido que viajar con frecuencia a Alemania, por poner un ejemplo, y jamás he encontrado ninguna leyenda, ningún artículo, ningún periódico o revista en recepción que no fuera estrictamente en lengua alemana con Independencia de la categoría del hotel o de lo pintoresco o turístico de la zona. Y es que en Alemania, promover el turismo no es hacer dejación de su propia esencia, de su cultura o de su idioma. A veces, debo confesar, me he llegado a sentir incomodado al preguntar al solicitar información en inglés y ver que se me contestaba en alemán pese a tener la seguridad que el recepcionista o maître en cuestión era consciente de mi ignorancia del idioma.
No se trata de llegar a ese extremo de descortesía, pero abogo por una mínima defensa de un idioma hablado por cientos de millones y que de año en año está ganando puestos como segundo idioma en colegios y escuelas de negocios.
Nos visitan millones de turistas cada año. ¿No sería una oportunidad excelente, para el Ministerio de cultura de fomentar el uso del Español en nuestros hoteles, con las traducciones y ayudas que fueran precisas para que nuestros visitantes no se sintieran incómodos?
Llevamos la Cultura del Español al Extranjero a través de nuestros Centros Cervantes y es una iniciativa a potenciar pero, puesto que tenemos la suerte de tener entre nosotros aunque sólo sea por unos días a millones de extranjeros, ¿no sería lógico aprovechar esa oportunidad para enseñarles al menos unas pocas frases en nuestro idioma?
Por motivos de trabajo he tenido que viajar con frecuencia a Alemania, por poner un ejemplo, y jamás he encontrado ninguna leyenda, ningún artículo, ningún periódico o revista en recepción que no fuera estrictamente en lengua alemana con Independencia de la categoría del hotel o de lo pintoresco o turístico de la zona. Y es que en Alemania, promover el turismo no es hacer dejación de su propia esencia, de su cultura o de su idioma. A veces, debo confesar, me he llegado a sentir incomodado al preguntar al solicitar información en inglés y ver que se me contestaba en alemán pese a tener la seguridad que el recepcionista o maître en cuestión era consciente de mi ignorancia del idioma.
No se trata de llegar a ese extremo de descortesía, pero abogo por una mínima defensa de un idioma hablado por cientos de millones y que de año en año está ganando puestos como segundo idioma en colegios y escuelas de negocios.
Nos visitan millones de turistas cada año. ¿No sería una oportunidad excelente, para el Ministerio de cultura de fomentar el uso del Español en nuestros hoteles, con las traducciones y ayudas que fueran precisas para que nuestros visitantes no se sintieran incómodos?
Llevamos la Cultura del Español al Extranjero a través de nuestros Centros Cervantes y es una iniciativa a potenciar pero, puesto que tenemos la suerte de tener entre nosotros aunque sólo sea por unos días a millones de extranjeros, ¿no sería lógico aprovechar esa oportunidad para enseñarles al menos unas pocas frases en nuestro idioma?
1 de septiembre de 2007
Los amores imprudentes
LOS AMORES IMPRUDENTES
Novela
Gustavo Martín Garzo
Areté 2004
412 páginas
He leído esta semana la novela “Los amores imprudentes” que tenía en la bandeja de “Pendiente” desde el verano pasado. Creo que he hecho bien de esperar a tener unos días de calma para leer esta novela, la más extensa de Martín Garzo hasta el momento.
He disfrutado de la intriga, de la indagación en el pasado, por penoso que sea que nos lleva a los años posteriores a la guerra civil española y a la presencia de los nazis en España entre nuestra guerra y la II Guerra Mundial.
He disfrutado de la intriga, de la indagación en el pasado, por penoso que sea que nos lleva a los años posteriores a la guerra civil española y a la presencia de los nazis en España entre nuestra guerra y la II Guerra Mundial.
He disfrutado también de las reflexiones del autor sobre el amor, que para ser auténtico es siempre imprudente. Pero sobre todo, he vuelto a disfrutar de esa sensibilidad especial que tiene este autor hacia el carácter femenino. Sus primeras novelas fueron publicadas por la Editorial Lumen, una editorial eminentemente femenina, y es que martín Garzo retrata como nadie la fidelidad, la abnegación, la generosidad y la pasión con la que las mujeres defienden ese sentimiento tan poderoso como es el amor.
A la muerte de su padre, la protagonista decide indagar en su pasado y averiguar por qué la muchacha que aparece en una foto que parece estar reclamándola, lleva al cuello la medalla que ella misma luce desde que su padre se la regalara al llegar a la juventud.
Para ello decide viajar a un pueblecito de la provincia de Burgos donde su padre trabajó un curso de maestro al final de la guerra civil. Como en un puzzle bien ensamblado, las piezas encajan paulatinamente y el retrato que aparece al final es una bellísima historia de amor en la que la joven de la foto Gloria, aparece espléndida de amor absoluto, incondicional y abnegado, haciendo verdad por una vez esa manida frase de “Te quiero tanto que daría mi vida por ti”.
Para ello decide viajar a un pueblecito de la provincia de Burgos donde su padre trabajó un curso de maestro al final de la guerra civil. Como en un puzzle bien ensamblado, las piezas encajan paulatinamente y el retrato que aparece al final es una bellísima historia de amor en la que la joven de la foto Gloria, aparece espléndida de amor absoluto, incondicional y abnegado, haciendo verdad por una vez esa manida frase de “Te quiero tanto que daría mi vida por ti”.
Por otra parte, técnicamente, el autor va adentrándonos en los diferentes personajes de la historia de manera paulatina de modo que al final, tenemos la sensación de ser nosotros mismos el personaje privilegiado de la obra que va conociendo toda la verdad, porque sencillamente va conociendo progresivamente las verdades parciales de cada uno de sus protagonistas.
Unas vacaciones en Tenerife Sur
Montañas de carbonilla, paraísos de cemento y cartón piedra, sol garantizado todo el año y los veraneantes inmóviles como lagartos al sol en sus tumbonas en torno a la piscina del complejo; esas serían en pocas palabras las primeras impresiones de una semana en Tenerife Sur, cerca de la Playa de los Cristianos.
Pero ciertamente mi descripción sería parcial si no dijera al mismo tiempo que además hay un deslumbrante mar azul, surcado a veces por las fugaces estelas blancas de los veleros, unas playas limpias y como peinadas a mechas en las que se mezcla la arena volcánica y negra autóctona con la arena dorada traída desde Africa, una temperatura ideal de 25 grados que hace sospechar que los termómetros estén todos trucados, un turismo internacional tratando de divertirse y sobre todo empeñado en sacar buenos dividendos en rayos de sol por cada euro invertido en su paquete de vacaciones, plantas exóticas y flores en el rincón más inesperado. Los hibiscos blancos, rojos y amarillos, las buganvillas, los flamboyants destacan contra el blanco, ocre o rosa de los cientos de apartamentos que faltos de espacio en la franja costera se han empeñado en escalar la montaña cercana.
Estoy en uno de esos Complejos de doscientos o trescientos apartamentos encaramados en la montaña en diez niveles de altura diferentes a los que se accede cambiando de ascensor cada tres o cuatro pisos. Esta disposición tiene una ventaja evidente: todos los apartamentos miran al mar y contemplar por la tarde las puestas de sol desde la amplia terraza es un placer añadido.
Creo que algunos de mis vecinos no han salido del complejo desde el día que llegaron. Por nuestra parte, nos gusta pisar la arena, y el coche que hemos alquilado nos permite conocer algunos de esos rincones tranquilos de arena abrasadora con sus pintorescas e imprescindibles sombrillas de paja. Nos permite también entrar en el corazón de la isla y visitar el pueblo cercano de Adeje con su iglesia de columnas negras y paredes encaladas, de techumbre de madera tallada y de altares policromos. En el pueblo, por fin, oímos hablar español con ese deje tan dulce y cantarín que es el deje canario, tomamos un café cortado, compramos prensa española y hasta sellos de correos, y es que, abajo, en los complejos turísticos todo gira en torno al visitante extranjero al punto que en la tienda del hotel o la Recepción es más sencillo comprar El “Daily Mirror” y un sello de 53 céntimos que cualquier diario español o un sello de correos de 30 céntimos.
Por las tardes es el momento de pasear a lo largo de la Avenida y pararse en cada perfumería, joyería o tienda de ropa cara y de electrónica para comparar precios y acaso dejarse tentar por la última cámara fotográfica, el IPod de 30 gigas o esa colonia que en la península cuesta 60 euros y aquí sólo 55!!!
Generalmente en cualquier otro sitio se dejarían las excursiones para los días de lluvia, pero aquí hay que fijarlas de antemano. Decidimos que el martes es nuestro día de salida y aunque el coche tiene poca cilindrada nos sube valientemente hasta los 2400 metros a los que se encuentra el Parque Nacional desde donde contemplamos majestuoso el Teide y la gigantesca caldera del volcán primigenio del que como retoño tardío surgió el más joven y esbelto volcán de 3.718 metros. Iniciamos el ascenso desde Puerto de la Cruz en el Norte de la Isla. Es una ciudad de vacaciones frecuentada por el turismo nacional que aunque carece de playas, ya que toda su costa está formada por coladas volcánicas, sin embargo ha suplido esa falta con las excelentes piscinas de agua salada que forman el lago Martiánez muy mejorado y ampliado desde nuestra última visita hace quince años.
A través de plantaciones de bananas ascendemos por el valle y hacemos escala en La Orotava, ciudad emblemática de la isla, famosa por sus procesiones del Corpus, sus balconadas de madera tallada y en la actualidad por sus artesanías y en particular por sus mantelerías de estilo canario “made in China”. Es el momento de pararnos a almorzar y saborear la cocina canaria: sopa de berros, papas arrugadas con su correspondiente mojo verde y mojo picón y una “vieja”, que es un sabrosísimo pescado de la zona. El café y un chupito de un licor elaborado con ron y miel ponen el remate a esta sabrosa comida.
El ascenso, prosigue a través de carreteras forestales peligrosamente estrechas hasta dejar atrás toda vegetación y adentrarnos en un paisaje lunar de rocas basálticas, desde donde contemplamos por fin, el Teide . El silencio se impone. Cada cual queda sumergido en sus propias reflexiones. Por mi parte pienso en los antiguos guanches contemplando desde cualquier punto de la isla su “Echeyde” en el que el diablo Guayota enterró la luz hasta que el dios supremo la liberó… Desde luego la victoria fue completa porque desde entonces Tenerife es una isla de luz. Pero Guayota, dios del fuego, este año se ha tomado la revancha y ha devastado la zona de Masca en la parte más occidental de la isla que decidimos no visitar en esta ocasión esperanzados de que en nuestra próxima visita la naturaleza haya vuelto a cerrar las cicatrices del fuego y muestre semblante más acogedor.
Pero ciertamente mi descripción sería parcial si no dijera al mismo tiempo que además hay un deslumbrante mar azul, surcado a veces por las fugaces estelas blancas de los veleros, unas playas limpias y como peinadas a mechas en las que se mezcla la arena volcánica y negra autóctona con la arena dorada traída desde Africa, una temperatura ideal de 25 grados que hace sospechar que los termómetros estén todos trucados, un turismo internacional tratando de divertirse y sobre todo empeñado en sacar buenos dividendos en rayos de sol por cada euro invertido en su paquete de vacaciones, plantas exóticas y flores en el rincón más inesperado. Los hibiscos blancos, rojos y amarillos, las buganvillas, los flamboyants destacan contra el blanco, ocre o rosa de los cientos de apartamentos que faltos de espacio en la franja costera se han empeñado en escalar la montaña cercana.
Estoy en uno de esos Complejos de doscientos o trescientos apartamentos encaramados en la montaña en diez niveles de altura diferentes a los que se accede cambiando de ascensor cada tres o cuatro pisos. Esta disposición tiene una ventaja evidente: todos los apartamentos miran al mar y contemplar por la tarde las puestas de sol desde la amplia terraza es un placer añadido.
Creo que algunos de mis vecinos no han salido del complejo desde el día que llegaron. Por nuestra parte, nos gusta pisar la arena, y el coche que hemos alquilado nos permite conocer algunos de esos rincones tranquilos de arena abrasadora con sus pintorescas e imprescindibles sombrillas de paja. Nos permite también entrar en el corazón de la isla y visitar el pueblo cercano de Adeje con su iglesia de columnas negras y paredes encaladas, de techumbre de madera tallada y de altares policromos. En el pueblo, por fin, oímos hablar español con ese deje tan dulce y cantarín que es el deje canario, tomamos un café cortado, compramos prensa española y hasta sellos de correos, y es que, abajo, en los complejos turísticos todo gira en torno al visitante extranjero al punto que en la tienda del hotel o la Recepción es más sencillo comprar El “Daily Mirror” y un sello de 53 céntimos que cualquier diario español o un sello de correos de 30 céntimos.
Por las tardes es el momento de pasear a lo largo de la Avenida y pararse en cada perfumería, joyería o tienda de ropa cara y de electrónica para comparar precios y acaso dejarse tentar por la última cámara fotográfica, el IPod de 30 gigas o esa colonia que en la península cuesta 60 euros y aquí sólo 55!!!
Generalmente en cualquier otro sitio se dejarían las excursiones para los días de lluvia, pero aquí hay que fijarlas de antemano. Decidimos que el martes es nuestro día de salida y aunque el coche tiene poca cilindrada nos sube valientemente hasta los 2400 metros a los que se encuentra el Parque Nacional desde donde contemplamos majestuoso el Teide y la gigantesca caldera del volcán primigenio del que como retoño tardío surgió el más joven y esbelto volcán de 3.718 metros. Iniciamos el ascenso desde Puerto de la Cruz en el Norte de la Isla. Es una ciudad de vacaciones frecuentada por el turismo nacional que aunque carece de playas, ya que toda su costa está formada por coladas volcánicas, sin embargo ha suplido esa falta con las excelentes piscinas de agua salada que forman el lago Martiánez muy mejorado y ampliado desde nuestra última visita hace quince años.
A través de plantaciones de bananas ascendemos por el valle y hacemos escala en La Orotava, ciudad emblemática de la isla, famosa por sus procesiones del Corpus, sus balconadas de madera tallada y en la actualidad por sus artesanías y en particular por sus mantelerías de estilo canario “made in China”. Es el momento de pararnos a almorzar y saborear la cocina canaria: sopa de berros, papas arrugadas con su correspondiente mojo verde y mojo picón y una “vieja”, que es un sabrosísimo pescado de la zona. El café y un chupito de un licor elaborado con ron y miel ponen el remate a esta sabrosa comida.
El ascenso, prosigue a través de carreteras forestales peligrosamente estrechas hasta dejar atrás toda vegetación y adentrarnos en un paisaje lunar de rocas basálticas, desde donde contemplamos por fin, el Teide . El silencio se impone. Cada cual queda sumergido en sus propias reflexiones. Por mi parte pienso en los antiguos guanches contemplando desde cualquier punto de la isla su “Echeyde” en el que el diablo Guayota enterró la luz hasta que el dios supremo la liberó… Desde luego la victoria fue completa porque desde entonces Tenerife es una isla de luz. Pero Guayota, dios del fuego, este año se ha tomado la revancha y ha devastado la zona de Masca en la parte más occidental de la isla que decidimos no visitar en esta ocasión esperanzados de que en nuestra próxima visita la naturaleza haya vuelto a cerrar las cicatrices del fuego y muestre semblante más acogedor.
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