6 de agosto de 2008

Feliz quien, como Ulises hizo un largo viaje (III)


La travesía del mar Rojo, a parte de monótona fue una auténtica preparación para los calores futuros. Pronto me di cuenta que podía tirar por la borda toda la ropa que llevaba en la maleta. Con el calor reinante ya no podría volver a ponerme la mayoría de pantalones, camisas y otras prendas de entre tiempo. Deseaba llegar cuanto antes a algún puerto para comprar ropa más acorde con el clima. Entre tanto leía y escribía en los salones de cubierta, que aunque no tenían aire acondicionado estaban bien ventilados

Aden

Después de tres días de calor casi insoportable llegamos por fin a Adén un puerto franco en la punta más occidental de la península arábiga, ocupada en la actualidad por Yemen del Sur. En aquel entonces, Adén era una de esas ciudades que el Imperio Británico fue colonizando a lo largo del Mediterráneo y del Océano Índico para facilitar el aprovisionamiento en carbón y en víveres de sus buques mercantes. Ciudad típicamente árabe Adén era entonces un inmenso, polvoriento y ruidoso zoco. No puedo asegurar que hiciera buenas compras, pues aún no era ducho en el regateo, habilidad que con el tiempo se volvería imprescindible para sobrevivir en Oriente, pero sí recuerdo haber comprado mi primera afeitadora eléctrica, y ropa de verano. A la caída de la tarde, terminadas las operaciones de carga y descarga, nuestro buque puso rumbo al océano Índico. El trayecto se hizo particularmente largo por la soledad del mar, sin relieves, sin puntos concretos en los que fijar la vista, sin la distracción que pudiera proporcionar un barco que se cruzara en nuestra ruta. La vida a bordo también seguía la misma rutina y al cabo de cuatro o cinco días llegamos a nuestra siguiente etapa:

Bombay

Creo que no olvidaré Bombay mientras viva. Sintiéndome valiente y ya viajero avezado decidí bajar a tierra por mi cuenta sin poner mi nombre en ninguna de las listas de visitas guiadas que nos habían propuesto. Quería recordar mi Bambay, el que yo fuera capaz de descubrir en las pocas horas de escala de las que disponíamos.
Provisto de lo imprescindible y con el dinero y el pasaporte bien escondido entre las ropas salí del puerto y enfilé la primera calle que me salió al encuentro. Al momento me rodeó el barullo, la confusión, el polvo, el humo de los coches, el incesante e insistente claxon de los coches. En vano buscaba las aceras. La calle era un río compacto de un lado al otro de las casas. Por ella deambulaban igual las personas, que las vacas sagradas, que los coches. o los bicitaxis o los rickshaws. Mis ojos no daban abasto. Donde mirara había algo nuevo para mí. En una esquina, un yogui sentado en el suelo con las piernas cruzadas indiferente a los transeúntes y a los vehículos que pudieran arrollarle miraba impasible al frente; en aquel otro lugar, una mujer cocinaba en plena calle; un anciano tumbado en el suelo parecía estar agonizando; un poco más lejos, una vaca se había tumbado en medio de la calzada y no dejaba pasar una destartalada camioneta que hacía sonar su claxon en un vano esfuerzo por que el animal se apartara. Caminando por la calle descubrí por primera vez el penetrante olor del curry, pero también la profundidad de las miradas, el bello colorido de los saris y la elegancia innata de las mujeres que los vestían. No me sentí amenazado en ningún momento pero quería ver más, sentir más, comprender mejor. Tan pronto como salí a una avenida un poco más ancha me detuve a parar un taxi. Al tercer intento conseguí uno cuyo conductor hablaba un inglés inteligible. le expliqué lo que quería y le prometí una buena recompensa si quedaba satisfecho.

Visitamos en primer lugar la torre del silencio en un encalve parsi. Los parsis son una comunidad étnica originaria de Persia y que profesan la religión de zoroástrica. Lo más destacable es su respeto por los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego que les lleva a practicar un curioso rito funerario ya que para no profanar ninguno de estos elementos, los cadáveres de sus difuntos son depositados en esas torres de silencio para ser devorados por los buitres.

De ese lugar el taxi me llevó a conocer un renombrado templo hindú dedicado al dios Ganesha. que tiene cabeza de elefante y debido a la inteligencia de este animal es el dios de los escritores, el dios de los literatos. Se le hacen plegarias antes de escribir una novela o un poema. También se necesita ser inteligente para hacer negocios. Ganesha es el dios de los comerciantes. Da la riqueza a los que la merecen por su trabajo. Se le hacen plegarias antes de empezar una nueva empresa.

A estas alturas del día hubiera debido pararme a comer algo, pero la visión de la torre del silencio y de los buitres que ennegrecían las ramas de los árboles cercanos me habían hecho perder el apetito. Le pedí al taxista que me llevara Doby Ghat, probablemente la mayor lavandería del mundo, donde desde la época colonial una miríada de hombres viven hacinados dedicados a lavar la ropa de los demás por unas pocas rupias.

Finalmente, antes de llegar de regreso al puerto, no podía perderme ver en directo a un encantador de serpientes. Me imagino que la cobra estaba muy amaestrada, pero no dejé de sobrecogerme al verla salir del cesto al son estridente de una flauta. me consta que e la actualidad es espectáculo es menos frecuente porque la tenencia de estos animales está prohibida en la India, pero habitual verles en los aledaños de los grandes monumentos.

Había llegado el momento de regresar al barco. Quedé satisfecho de la visita. había cobrado algo más de confianza en mis posibilidades y estaba cada vez más convencido de que me había adentrado en un mundo sin retorno.

2 comentarios:

Cálida Brisa dijo...

Me gustaria poder vestir alguna vez un ''sari'' lo considero una prenda preciosa.
No creo que fuera a la India aunque pudiera.
Como ves tus relatos me sirven para comprobar que algunos sitios no gustaria visitar de verdad.
Un abrazo

Malena dijo...

Eres increible, Fede. Desde luego tienes espíritu aventurero. Como siempre, una delicia seguirte en tus relatos.

Yo sí que tengo un sari pues una de mis íntimas amigas es indú. Ya te enviaré una foto con él puesto en mis años mozos.

Un beso.

P.D/ Mañana seguiré con el siguiente capítulo. :)