18 de agosto de 2008

Feliz quien, como Ulises hizo un largo viaje... (IV)

Fuimos costeando el inmenso continente indio y a partir de Bombay empecé a sentirme no sólo espectador sino protagonista de la aventura. Empecé a interesarme por las características técnicas del barco, por la biografía de mis compañeros de camarote, por la vida a bordo de los diferentes oficiales y sus diversos cometidos. Alguna vez me sorprendí soñando que me enrolaba en el barco para seguir recorriendo mares y atracando en puertos exóticos. Una tarde sin embargo, perdí de golpe mi alma marinera. Estaba en cubierta leyendo una novela cuando de pronto el cielo se oscureció, el barco comenzó a cabecear con más ímpetu y pese a sus estabilizadores la oscilación de babor a estribor se hizo tan pronunciada que no se podía caminar sin asirse fuertemente a los pasamanos de cubierta.

El consabido arpegio musical de los altavoces y una voz desde la cabina de mando avisó a los pasajeros de que debíamos retirarnos de cubierta porque se avecinaba un tifón. No cabían titubeos. El personal de abordo apareció en cubierta como por ensalmo apresurándonos a todos y ayudando a las personas más mayores a desalojar rápidamente las cubiertas. No hubo tiempo para más. Me refugié junto con otros pasajeros en uno de los salones de proa. Se ensombreció el horizonte y en pocos minutos el viento se volvió huracanado. Asombrado, pude observar cómo las sillas y algunas mesas desaparecían de cubierta y volaban por encima de la borda de estribor. El viento silbaba entre las rendijas de los cristales, una oscura y pesada nube oscureció el cielo y el barco pareció inmovilizarse; tan pronto parecía brincar sobre el lomo de olas gigantes como hundirse en un pozo y dejar que las misma olas que acababa de coronar desplomaran sobre cubierta su aplastante masa espumosa.

Afortunadamente nuestro susto duró poco tiempo. A la caída de la tarde las nubes se disiparon por completo, la mar se volvió mansa y lisa como un espejo y una enorme luna llena pareció envolvernos con su luz y empujarnos a cubierta para disfrutar del frescor de la noche y compartir el susto que hasta los más avezados habían sentido durante el tifón. Tras dos días de navegación llegamos a Colombo capital de la entonces isla de Ceilán y hoy Sri Lanka, la famosa lágrima de la India, la isla esmeralda y conocida sobre todo por su té, sus playas y sus elefantes.

Colombo

La escala en Colombo era de casi veinticuatro horas pero debido a la confusa y enconada lucha racial entre cingaleses y tamiles, la Relaciones Públicas del barco nos recomendó no bajar a tierra salvo que quisiéramos hacer una excursión a una famosa playa de coral situada a unos sesenta kilómetros al Sur de la isla.

La excursión a la playa de coral de Hikkaduwa mereció la pena. Tumbado boca abajo en el fondo transparente de una pequeña barca pude contemplar el maravilloso y colorido bosque de formaciones corales entre las que pululaban con absoluta tranquilidad peces exóticos de mil colores y formas, hipocampos, estrellas de mar, medusas y toda una fauna y flora marina jamás vista en nuestras domesticadas playas europeas. No lamenté la falta, en aquella época, de una cámara fotográfica para documentar la excursión porque eso ayudó a que todos mis sentidos estuvieran concentrados en aquellos maravillosos paisajes marinos. Tan absorto estuve viendo el fondo del océano, tan descuidado e ignorante sobre la fuerza de los rayos solares que cuando me quise dar cuenta mi espalda estaba totalmente abrasada con quemaduras de pronóstico reservado. El regreso al a Colombo al atardecer fue un auténtico suplicio. Mi espalda no podía aguantar el más mínimo roce y menos aún los traqueteos del autobús. De regreso al barco tuve que recurrir a la asistencia de la enfermería y aquella excursión acabó grabada en mi memoria en forma de dolorida y bella experiencia.

2 comentarios:

Paquita dijo...

Es impresionante tu capacidad para recordar tantos y tan hermosos detalles del viaje.
Imagino que un poco lo estas reviviendo al volverlo a narrar.
Segumos pendientes del resto
Un abrazo

Malena dijo...

Sigo aquí. Es increible la cantidad de experiencias que has pasado. Unas mejores que otras pero que han dejado huella en tu alma.

Como siempre, es un placer leerte. Supongo que desde entonces te pondrás siempre protección solar :)

Un beso, Fede.