EL
FRANCO TIRADOR PACIENTE
Novela
Arturo Pérez Reverte
Alfaguara
Colección Hispánica
312 páginas
Debo
confesar que Arturo Pérez Reverte es un autor que siempre abordo con
aprehensión. Algunos de sus libros me
han entusiasmado, otros por el contrario me han dejado indiferente y llego a
pensar que están escritos con el único propósito de cubrir el expediente o sus
compromisos editoriales.
Al
leer la contraportada de su última novela “El francotirador paciente” he visto la palabra “grafiti” y al verla he
decidido que debía leer el libro sin más demora. En efecto, hace un par de años, con ocasión
de un viaje a Berlín descubrí junto a mi amiga Marisol, un universo de expresión artística en lo que hasta entonces, para mí, como para
la mayoría de los sesudos ciudadanos no era más que vandalismo, suciedad, y
quebraderos de cabeza y enormes gastos de limpieza para las arcas municipales.
Entre
los múltiples “tours” que la ciudad ofrece hay uno particularmente chocante al
que nos apuntamos: “Desarrollo del grafiti urbano en la ciudad de Berlín”
Caminamos durante varias horas por la ciudad y fuimos descubriendo las
particularidades de los ”tags” o simples firmas, los “stencils” o
plantillas, los “collages” y la
diversidad de autores, algunos consagrados que pueblan ese mundo marginal que
se expresa, provoca y se rebela contra el orden establecido desafiando a la
autoridad y desafiándose a sí mismos buscando los lugares más inaccesibles, o
peligrosos para dejar sus rúbricas y sus “banners” multicolores.
De cualquier manera, y al margen de la intriga, hay suficientes alusiones,
comentarios y reflexiones sobre el arte urbano, los grafitis, y el significado
de las pintadas que afean nuestras ciudades como para que la novela merezca la
pena.
El
grafiti es el único arte vivo – sentenció -. Hoy con internet, unos pocos
trazos de aerosol pueden convertirse en icono mundial a las tres horas de ser
fotografiado en una suburbio de los ángeles o Nairobi. El grafiti e la obra de
arte más honradas, porque quien la hace no la disfruta. No tiene la perversión
del mercado. Es un disparo asocial que golpea en la médula. Y aunque más tarde
el artista se acabe vendiendo, la obra hecha en la calle sigue allí y no se
vende nunca. Se destruye tal vez, pero no se vende.
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