3 de febrero de 2014

Ecuela de bambú: Otoño en Tailandia


A pesar de que podemos ver unas puestas de sol espectaculares  con el sol incendiando la silueta de los montes, que el  clima es benigno, y que por las mañanas jirones de niebla blanquecina  intentan tapar como con un manto las hojas mohosas de los árboles,  no me gusta el otoño en el noroeste de Tailandia. Claro está que si preguntamos nos dirán que esa estación no existe en Tailandia, pero ¿cómo llamar a ese momento en que los árboles se engalanan de mil colores antes de decir adiós a su verde follaje?


No me gusta este otoño porque no encuentro esos amarillos, anaranjados, ocres, rojos incandescentes, o marrones sepias con los que nuestros bosques componen sus hermosas sinfonías otoñales.  Las hojas de los “tekas” grandes como pañuelos desplegados,  de pronto, oscurecen, se arrugan, y  sucios guiñapos, se enganchan a las ramas como negros pajarracos hasta que la ventisca las hace caer pesadamente sin una pirueta de despedida.    Las “haveas”  que  plantadas por el hombre  forman una parte importante de nuestra masa forestal,  parecen ponerse de acuerdo para desnudarse a un tiempo y sacudir en menos de diez días su marchito penacho de hojas tristes y oxidadas.  De pronto, el bosque se vuelve transparente y  las cabañas  de los que trabajan en las plantaciones quedan  expuestas a todas las miradas.  Pero, ellos como las hojas también se mudan, no les queda otro remedio. Mientras los árboles  florecen y hasta que no broten las nuevas hojas, no se puede recoger el látex.  Tienen que buscar trabajos alternativos.   


Tampoco me queda pues  el placer de ver a altas horas de la noche esas lucecitas que como luciérnagas, avanzaban por el bosque y no son  otra cosa   los sacrificados trabajadores que a la luz de sus frontales recorren  dos veces su parcela, una vez para herir levemente cada árbol y la segunda, al cabo de unas horas pare recoger el látex que se ha ido depositando en las cazoletas.  Si la noche era templada  a veces llegaba a oír alguna tonada  que  canturreada en un idioma desconocido y dulce, hacía menos  triste su  tarea.  Hay menos pájaros y los insectos parecen haber desaparecido. El silencio sólo se ve interrumpido de vez en cuando por un aislado ladrido o por el bronco grito de un lagarto.
Me queda el consuelo de los bambús.  Sus hojas  incluso ahora, ofrecen múltiples tonalidades de verde, desde el verde botella de las hojas más antiguas al verde hierba fresca de las recién nacidas.  Y es que como en una familia en la que se suceden las generaciones, los bambús van perdiendo las hojas más antiguas mientras  nacen nuevas y  temblorosas hojas nuevas.  
El otoño es breve en Tailandia. De hecho, casi no existe. Tras el largo período de lluvias, aquí en la montaña tenemos unos días frescos, con persistentes nieblas matinales. Pero los 10 u 11ºC con que amanecemos pronto suben a 25 o 26ºC   y en cuanto el sol irrumpe en el horizonte  la niebla se disipa y deja días radiantes. Es precisamente cuando aparece ese falso otoño en el que los árboles pierden sus hojas y que de ninguna manera pueden emular  nuestros gloriosos otoños europeos

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