A
través de los Hermanos de la Salle con los que estoy trabajando en el Noroeste
del país, llegó noticia de mi presencia
en Tailandia casi al extremo opuesto, a Chantaburi donde hace 46 o 47 años
fui profesor de inglés. Se pusieron en
contacto conmigo para preguntarme cuándo podría pasar a visitarlos. No fue
fácil acceder a su invitación pues
Sangklaburi está a más de 700 kilómetros de Chantaburi y además no hay
transporte directo.
Finalmente
esta pasada semana, aprovechando el desplazamiento de uno de los Hermanos he podido acercarme a
Chantaburi y acudir a la cena preparada
en mi honor. Nunca pensé que fuera a encontrarme
con tan nutrida afluencia de antiguos alumnos.
Hombres a punto de jubilarse, que
se acercaban a mi esperando que
reconociera en sus rasgos al estudiante
espabilado, al que había que repetir mil veces las cosas, al que no paraba quieto
o al chistoso del grupo. Los nombres se
habían borrado y no hice ningún esfuerzo
por recuperarlos pero si me dejé invadir
por esa sensación de bienestar que
se experimenta cuando uno tiene la
sensación de haber hecho las cosas lo mejor posible y no teme que nadie venga a recordarle algún
cabreo monumental, la pérdida de compostura o irreconciliables desavenencias.
Era una
clase de una treintena de alumnos y que
acudieran a la cena cerca de la mitad me pareció una proeza. Todos
me abrazaron, tomaron mis manos
entre las suyas, quisieron fotografiarse
a mi lado, me recordaron anécdotas ( que también daba clase en la escuela de
enfermeras, que hacía dibujos para enseñarles los usos de los tiempos
verbales, que jugaba al fútbol con ellos
y hacía de portero, etc.) y la cena
discurrió con el alboroto propio de chiquillos de un colegio a la hora del
recreo.
Habían
invitado también a otros tres profesores
de la misma época y después de la cena nos
hicieron sentar en unos sillones dispuestos al efecto y fueron pasando uno tras
otro ante nosotros y de rodillas se postraron en un profundo saludo y nos
impusieron la guirlanda – pulsera de
jazmín símbolo de buenos augurios y mejores deseos . Me costó mantener mis emociones bajo control
pero había que sobreponerse porque sabía que en un momento me tocaría
pronunciar unas palabras y pese a los
meses que llevo en Tailandia todavía no puedo
hablar en tailandés “de la abundancia del corazón”. Como en esos momentos quien de verdad quería hablar era el corazón
no tuve más remedio que valerme del
viejo truco de que puesto que habían
sido mis alumnos de inglés y que habíamos
hecho bien las cosas nos sería fácil seguir entendiéndonos en ese
idioma, y ya sin limitaciones pude de
verdad agradecerles que siguieran recordando a sus antiguos profesores
y nos dieran tantas muestras de cariño.
1 comentario:
Que maravilla lo que siembras frutifica aunque no se vea
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