11 de febrero de 2014

Escuela de Bambú: Reencuentro con antiguos alumnos


A través de los Hermanos de la Salle con los que estoy trabajando en el Noroeste del país,  llegó noticia de mi presencia en Tailandia casi al extremo opuesto, a Chantaburi donde hace 46 o 47 años fui profesor de inglés.  Se pusieron en contacto conmigo para preguntarme cuándo podría pasar a visitarlos. No fue fácil acceder a su invitación pues  Sangklaburi está a más de 700 kilómetros de Chantaburi y además no hay transporte directo. 
Finalmente esta pasada semana, aprovechando el desplazamiento de uno  de los Hermanos he podido acercarme a Chantaburi y acudir a  la cena preparada en mi honor.  Nunca pensé que fuera a encontrarme con tan nutrida afluencia de antiguos alumnos.   Hombres  a punto de jubilarse, que se acercaban a mi  esperando que reconociera en sus rasgos al  estudiante espabilado, al que había que repetir mil veces las cosas, al que no paraba quieto o al chistoso del grupo.  Los nombres se habían borrado  y no hice ningún esfuerzo por recuperarlos pero si me dejé  invadir por esa sensación de bienestar  que se  experimenta cuando uno tiene la sensación de haber hecho las cosas lo mejor posible y no  teme que nadie venga a recordarle algún cabreo monumental, la pérdida de compostura  o irreconciliables desavenencias.
Era una clase de una treintena de alumnos y que  acudieran a la cena cerca de la mitad me pareció una proeza.  Todos  me abrazaron, tomaron mis manos  entre las suyas, quisieron fotografiarse  a mi lado, me recordaron anécdotas  ( que también daba clase en la escuela de enfermeras, que  hacía dibujos para  enseñarles los usos de los tiempos verbales,  que jugaba al fútbol con ellos y hacía de portero,  etc.) y la cena discurrió con el alboroto propio de chiquillos de un colegio a la hora del recreo.
Habían invitado también a  otros tres profesores de la misma época y después de la cena  nos hicieron sentar en unos sillones dispuestos al efecto y fueron pasando uno tras otro ante  nosotros  y de rodillas se  postraron en un profundo saludo y nos impusieron la guirlanda – pulsera  de jazmín símbolo de buenos augurios y mejores deseos .  Me costó mantener mis emociones  bajo control  pero había que sobreponerse porque sabía que en un momento me tocaría pronunciar unas palabras y pese a  los meses que llevo en Tailandia todavía no puedo  hablar en tailandés “de la abundancia del corazón”.  Como en esos momentos  quien de verdad quería hablar era el corazón no tuve más remedio  que valerme del viejo truco de que puesto que  habían sido mis alumnos de inglés y que habíamos  hecho bien las cosas nos sería fácil seguir entendiéndonos en ese idioma,  y ya sin limitaciones pude de verdad agradecerles que siguieran recordando a sus antiguos  profesores  y nos dieran tantas muestras de cariño. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que maravilla lo que siembras frutifica aunque no se vea