Hace unos días, un antiguo compañero de trabajo que leyó en el blog mis vacaciones en la Rioja haciéndome pasar por inglés, me trajo a la memoria un recuerdo que le dejó estupefacto así como a los viajeros que en ese momento estábamos en la zona del duty free del aeropuerto de Bangkok.
Habíamos viajado cuenta de la Empresa a Japón y puesto que en el regreso teníamos previstas escalas en Seoul y en Taiwan, por complacerme y también por propia curiosidad quiso que hicéramos escala adicional en Bangkok.
Era la primera vez que regresaba a Tailandia después de casi 20 años y pese a mis esfuerzos de memoria mientras volábamos por el mar de China entre Hong Kong y Bangkok, no recordaba una sóla palabra de Tailandés. Mi mente estaba en blanco y en vano me esforzaba por encontrar cómo saludar o cómo dar las gracias. Me abochornaba imaginar la reacción de mi Jefe y colega cuando viera mi manifiesta incapacidad para proferir una sola palabra de Tailandés. ¿Dónde quedaría mi credibilidad? ¿Pensaría que era un farsante que les había estado tomando el pelo durante esos años alardeando de un idioma que no poseía pero que nadie más podía comprobar?
Anunciaron el aterrizaje y sentí un escalofrío que recorría mi espalda. Me enfrentaba a la vergüenza y descrédito personal y no podía hacer nada para evitarlo.
Tembloroso, entregué el pasaporte en el Control de Entrada y tras mirarme detenidamente el agente me lo devolvió con un sonoro "Sawat Di, Khrap", un saludo que más que eso, resultó ser la chispa que puso en marcha todos los motores de mi memoria. Espontáneamente respondí con un instintivo "Khop Khun Khrap"; un "gracias" que salió de algún profundo rincón del alma y que más que una contestación al policía me pareció una exhalación de alivio. Un gracias a Dios porque las cortinas de la memoria parecían haberse descorrido lo suficiente para que las palabras fueran manando como un ligero riachuelo.
Hay cuarenta y cinco kilómetros desde el aeropuerto a la capital y el riachuelo siguió manando. Como los magos que sacan de la chistera pañuelos multicolores anudados entre sí, las palabras se iban llamando unas a otras desde algún arcano escondido. Cuando llegamos al hotel había superado la prueba. Algunas palabras se resistían, y me obligaba a utilizar circunloquios pero me estaba haciendo entender en tailandés, que era de lo que se trataba. Sobre todo, y fundamental no había perdido la percepción de los tonos y de las letras aspiradas sin cuyo dominio el tailandés se convierte en un galimatías inenteligible.
Al día siguiente, hice de cicerone para mi colega y recorrimos los templos, el mercado flotante, y las tiendas de zafiros y de seda tailandesa. Hablar tailandés y regatear como los locales da una segura ventaja económica, por lo que cuando llegaba al precio más bajo que podía obtener hablando inglés, empezaba a hablar en tailandés y decía a los vendedores que hasta ese momento sólo teníamos precio de turistas, que debíamos empezar a hablar de los precios de mercado para los que llevaban viviendo en la ciudad muchos años. El efecto casi siempre era inmediato y la rebaja muy sustancial.
Condensar todas las emociones de ese día en un breve relato está fuera de lugar. La escala fue de escasamente 24 horas. Por la noche salíamos de regreso a Europa. Ya en en aeropuerto había que gastar los últimos "baths" que nos quedaban. Ningún banco me los hubiera cambiado en España, y mis esperanzas de regresar tan tenues como el humo. Me dirigí a una tienda para comprar un par de corbatas de seda. La joven vendedora me ayudó alegir la que más le gustaba a ella para mí. Quedaba por negociar el precio y cuando volví a mi vieja táctica y me oyó hablar tailandés su pregunta inmediata fue de saber cuántos años llevaba viviendo en Tailandia. Le hubiera dicho que seis años pero de eso hacía más de 20 años por lo que simplifiqué la cosa diciendo que había llegado el día anterior. Evidentemente lo tomó por una broma y después de alabar mi pronunciación y lo claro que hablaba me aseguró que no era posible hablar tailandés así a menos de llevar muchos años en el país y estar casado con una tailandesa. Entre bromas y chanzas seguimos porfiando hasta que se me ocurrió mostrarle el pasaporte para que viera que efectivamente no tenía ningún otro sello de entrada en el país que el que habían estampado en mi pasaporte el día anterior. Hasta ahí la broma. Lo que ya no resultó tan gracioso fue cuando la muchacha se arrojó a mis pies para que la bendijera diciendo que sólo un mago o un santón dotado de poderes podía aprender un idioma en 24 horas. Mi colega alucinaba y los turistas que estaban cerca se preguntaban que cosa tan extraña estaba pasando para que una dependienta se arrojara a los pies de un turista. Como pude la levanté del suelo, la tranquilicé diciendo que mis poderes eran muy limitados ya que sólo lograba aprender lo imprescindible para comprar y manejarme en la ciudad, y haciendo una seña a mi colega rápidamente nos escabullimos de allí. Mientras nos alejábamos, el comentario socarrón de mi colega fue de nota: "Federico, está bien que hables tailandés, pero que las chicas se postren a tus pies y te pidan en matrimonio ya roza lo icnreíble!!! Aún hoy, cuando nos vemos, no dejamos de mencionar el incidente y de echar una buena carcajada.
Habíamos viajado cuenta de la Empresa a Japón y puesto que en el regreso teníamos previstas escalas en Seoul y en Taiwan, por complacerme y también por propia curiosidad quiso que hicéramos escala adicional en Bangkok.
Era la primera vez que regresaba a Tailandia después de casi 20 años y pese a mis esfuerzos de memoria mientras volábamos por el mar de China entre Hong Kong y Bangkok, no recordaba una sóla palabra de Tailandés. Mi mente estaba en blanco y en vano me esforzaba por encontrar cómo saludar o cómo dar las gracias. Me abochornaba imaginar la reacción de mi Jefe y colega cuando viera mi manifiesta incapacidad para proferir una sola palabra de Tailandés. ¿Dónde quedaría mi credibilidad? ¿Pensaría que era un farsante que les había estado tomando el pelo durante esos años alardeando de un idioma que no poseía pero que nadie más podía comprobar?
Anunciaron el aterrizaje y sentí un escalofrío que recorría mi espalda. Me enfrentaba a la vergüenza y descrédito personal y no podía hacer nada para evitarlo.
Tembloroso, entregué el pasaporte en el Control de Entrada y tras mirarme detenidamente el agente me lo devolvió con un sonoro "Sawat Di, Khrap", un saludo que más que eso, resultó ser la chispa que puso en marcha todos los motores de mi memoria. Espontáneamente respondí con un instintivo "Khop Khun Khrap"; un "gracias" que salió de algún profundo rincón del alma y que más que una contestación al policía me pareció una exhalación de alivio. Un gracias a Dios porque las cortinas de la memoria parecían haberse descorrido lo suficiente para que las palabras fueran manando como un ligero riachuelo.
Hay cuarenta y cinco kilómetros desde el aeropuerto a la capital y el riachuelo siguió manando. Como los magos que sacan de la chistera pañuelos multicolores anudados entre sí, las palabras se iban llamando unas a otras desde algún arcano escondido. Cuando llegamos al hotel había superado la prueba. Algunas palabras se resistían, y me obligaba a utilizar circunloquios pero me estaba haciendo entender en tailandés, que era de lo que se trataba. Sobre todo, y fundamental no había perdido la percepción de los tonos y de las letras aspiradas sin cuyo dominio el tailandés se convierte en un galimatías inenteligible.
Al día siguiente, hice de cicerone para mi colega y recorrimos los templos, el mercado flotante, y las tiendas de zafiros y de seda tailandesa. Hablar tailandés y regatear como los locales da una segura ventaja económica, por lo que cuando llegaba al precio más bajo que podía obtener hablando inglés, empezaba a hablar en tailandés y decía a los vendedores que hasta ese momento sólo teníamos precio de turistas, que debíamos empezar a hablar de los precios de mercado para los que llevaban viviendo en la ciudad muchos años. El efecto casi siempre era inmediato y la rebaja muy sustancial.
Condensar todas las emociones de ese día en un breve relato está fuera de lugar. La escala fue de escasamente 24 horas. Por la noche salíamos de regreso a Europa. Ya en en aeropuerto había que gastar los últimos "baths" que nos quedaban. Ningún banco me los hubiera cambiado en España, y mis esperanzas de regresar tan tenues como el humo. Me dirigí a una tienda para comprar un par de corbatas de seda. La joven vendedora me ayudó alegir la que más le gustaba a ella para mí. Quedaba por negociar el precio y cuando volví a mi vieja táctica y me oyó hablar tailandés su pregunta inmediata fue de saber cuántos años llevaba viviendo en Tailandia. Le hubiera dicho que seis años pero de eso hacía más de 20 años por lo que simplifiqué la cosa diciendo que había llegado el día anterior. Evidentemente lo tomó por una broma y después de alabar mi pronunciación y lo claro que hablaba me aseguró que no era posible hablar tailandés así a menos de llevar muchos años en el país y estar casado con una tailandesa. Entre bromas y chanzas seguimos porfiando hasta que se me ocurrió mostrarle el pasaporte para que viera que efectivamente no tenía ningún otro sello de entrada en el país que el que habían estampado en mi pasaporte el día anterior. Hasta ahí la broma. Lo que ya no resultó tan gracioso fue cuando la muchacha se arrojó a mis pies para que la bendijera diciendo que sólo un mago o un santón dotado de poderes podía aprender un idioma en 24 horas. Mi colega alucinaba y los turistas que estaban cerca se preguntaban que cosa tan extraña estaba pasando para que una dependienta se arrojara a los pies de un turista. Como pude la levanté del suelo, la tranquilicé diciendo que mis poderes eran muy limitados ya que sólo lograba aprender lo imprescindible para comprar y manejarme en la ciudad, y haciendo una seña a mi colega rápidamente nos escabullimos de allí. Mientras nos alejábamos, el comentario socarrón de mi colega fue de nota: "Federico, está bien que hables tailandés, pero que las chicas se postren a tus pies y te pidan en matrimonio ya roza lo icnreíble!!! Aún hoy, cuando nos vemos, no dejamos de mencionar el incidente y de echar una buena carcajada.
6 comentarios:
Fede,me ha encantado leer tus recuerdos porque los haces tan presentes que lo haces vivir al msmo tiempo que lo vas contando.
Eres un gran narrador.
Miles de besos.
Te he dejado un regalo en mi blog. Beso!
Gracias Malena,
Te aseguro que preferiría copiar 1000 veces una frase de castigo, que ponerme a escribir. El caso es que cuando lo termino, me siento un poco mejor conmigo mismo.
Gracias Yayi. Me estás mimando y tus empujoncitos me ayudan a vencer la a`plastante pereza.
Un relato encantador.
Malena ya te ha bautizado como buen ''narrador'', cosa que es verdad, y yo siempre te he dicho que las editoriales deberian darte comisión por las criticas que haces de los libros, a traves de ellas vendes más que muchos jajaja
Aunque sea solo por complacer a Yayi (mi princesa) no dejes de escribir.
Un abrazo
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