25 de abril de 2008
24 de abril de 2008
Nocturno
Apagaste las luces y encendiste la noche.
Cerraste las ventanas y abriste tu vestido.
Olía a flor mojada. Desde un país sin límites
me miraban tus ojos en la sombra infinita.
¿Y a qué olían tus ojos? ¿Qué perfume de oro
y de agua limpia y pura brotaba de tus párpados?
¿Qué invisible temblor de cristales de fuego
agitaba la seda lunar de tus pupilas?
Recamaste la almohada con hilos de azabache.
Tejiste sobre el sueño un velo de blancura.
Eras la rosa pálida tiñéndose de rojo,
la rosa del veneno que devuelve la vida.
La blusa, el abanico, una pluma violeta,
el broche con la perla y el diamante en el pecho.
Todo abierto y en paz, transparente y oscuro,
sin dolor, navegando rumbo a tus manos frías.
Luis Alberto de Cuenca
La Caja de Plata (1983)
23 de abril de 2008
20 de abril de 2008
Música para el alma solitaria
No es de ayer, pero quiero compartir con vosotros una experiencia vivida a orillas de los mares de Grecia.
Acabé pronto mis entrevistas, demasiado pronto para cenar pero demasiado tarde para volver al centro de la ciudad y matar el tiempo mirando escaparates hasta que fuera la hora de ir a cenar a alguna taberna griega.
Decidí pues salir a caminar por el paseo que bordea el mar en la parte sur de Atenas, más conocida como Glyfada, lugar residencial y vacacional de los atenienses.
La luna, afilada como una hoz, tililaba en un cielo estrellado, pero sus reflejos a penas permitían dibujar la silueta de las islas más cercanas ancladas como dormidos paquebotes a escasas millas de la costa. Los faros de cada isla se hacían guiños en la distancia y el mar estaba tan tranquilo que solo de vez en cuando se oía el chapoteo suave de algunas barquitas fondeadas en la playa.
Al cabo de un rato, ví un café con mesas en la terraza a pie de playa y como un habitual del lugar me senté a tomar un café frappé.
Había estado solo prácticamente todo el día, pero no había tenido en ninguno momento el más mínimo sentimiento de soledad. Sin embargo, al sentarme y mirar al rededor empecé a notar la angustia del solitario en un lugar donde todas las mesas estaban ocupadas por grupos de amigos, de familias, de parejas. Era la única persona sola en un lugar con más de 50 mesas!
Me sentí solo, y ese sentimiento se vio acrecentado por el aislamiento que supone el oír por doquier un idioma que no entiendes. Únicamente la calma y la belleza del lugar actuaron como anclas que me mantuvieron en aquel lugar el tiempo suficiente para saborear mi café.
De pronto, ¡se produjo el milagro! Empezó a sonar la música, las conversaciones se atenuaron, y la voz ronca y cadenciosa de Leonard Cohen me captó. Yo diría más: me enredó con unos hilos invisibles a todos las personas que me rodeaban. Olvidé mi soledad y me sentí extrañamente unido con un grupo de desconocidos, comulgando de la misma paz, de la misma belleza, del mismo frescor de la tarde tras una dura jornada de trabajo.
Bastaron unas notas de música, una voz conocida mundialmente, para devolverme la confianza y el sentido de pertenencia
Acabé pronto mis entrevistas, demasiado pronto para cenar pero demasiado tarde para volver al centro de la ciudad y matar el tiempo mirando escaparates hasta que fuera la hora de ir a cenar a alguna taberna griega.
Decidí pues salir a caminar por el paseo que bordea el mar en la parte sur de Atenas, más conocida como Glyfada, lugar residencial y vacacional de los atenienses.
La luna, afilada como una hoz, tililaba en un cielo estrellado, pero sus reflejos a penas permitían dibujar la silueta de las islas más cercanas ancladas como dormidos paquebotes a escasas millas de la costa. Los faros de cada isla se hacían guiños en la distancia y el mar estaba tan tranquilo que solo de vez en cuando se oía el chapoteo suave de algunas barquitas fondeadas en la playa.
Al cabo de un rato, ví un café con mesas en la terraza a pie de playa y como un habitual del lugar me senté a tomar un café frappé.
Había estado solo prácticamente todo el día, pero no había tenido en ninguno momento el más mínimo sentimiento de soledad. Sin embargo, al sentarme y mirar al rededor empecé a notar la angustia del solitario en un lugar donde todas las mesas estaban ocupadas por grupos de amigos, de familias, de parejas. Era la única persona sola en un lugar con más de 50 mesas!
Me sentí solo, y ese sentimiento se vio acrecentado por el aislamiento que supone el oír por doquier un idioma que no entiendes. Únicamente la calma y la belleza del lugar actuaron como anclas que me mantuvieron en aquel lugar el tiempo suficiente para saborear mi café.
De pronto, ¡se produjo el milagro! Empezó a sonar la música, las conversaciones se atenuaron, y la voz ronca y cadenciosa de Leonard Cohen me captó. Yo diría más: me enredó con unos hilos invisibles a todos las personas que me rodeaban. Olvidé mi soledad y me sentí extrañamente unido con un grupo de desconocidos, comulgando de la misma paz, de la misma belleza, del mismo frescor de la tarde tras una dura jornada de trabajo.
Bastaron unas notas de música, una voz conocida mundialmente, para devolverme la confianza y el sentido de pertenencia
16 de abril de 2008
Tener razón
15 de abril de 2008
El cuenco de laca
EL CUENCO DE LACA
Novela
Fernando Schwartz
Espasa 2008
321 páginas
Aunque inicié este libro con cierta reticencia debo confesar que lo he leído de corrido y he quedado con una magnífica impresión.
Es cierto que Vietnam es un país entrañable y misterioso porque de él sólo se conoce su la larga guerra contra los americanos en los años sesenta. Una visión necesariamente parcial, muchas veces incluso tergiversada y revestida de victimismo. Lo cierto es que este país tuvo que luchar en primer lugar en los años 1945 a 1952 para sacudir el yugo colonial de Francia y no fue una empresa fácil. Durante muchos años los vietnamitas y franceses habían intercambiado lugar de rsidencia, costumbres, ideales, cocina y culturas. El término franco-vietnamita era corriente para designar aquellos que en uno u otro país procedían de matrimonios mixtos como la protagonista de esta historia, Vu Liên vietnamita de nacimiento, hija del fundador de de la Cruz Roja de Vietnam pero que a una muy temprana edad viajó a Francia donde estudió, se licenció como farmacéutica y adoptó las maneras, modas, y pensamiento de los occidentales.
El conflicto de las dos culturas y de la doble patria se presnta doblemente en esta novela. En efecto, Liên, abandona París y regresa a Hanoi porque Vietnam la necesita. Es herida, encarcelada y ultrajada a manos del Ejército francés pero sin embargo se enamora a pesar de ella misma del oficial francés que por dos veces le salvó la vida y acaba compartiendo el destino con él.
Fernando Schwartz compone una bella historia, trepidante y bien narrada y su pasado de diplomático probablemente le ha servido para describir los hermosos `paisajes del Norte de Vietnam y en particular de la alucinante y embaucadora península de Halong con sus miles de islotes que como panes de azucar recubiertos de vegetación parecen flotar en el mar de China drapeado de color esmeralda.
Tenemos por otra parte una visión resumida pero muy ajustada de los acontecimientos previos a la gran debaclede Diem Bien Phu que fue la última batalla tras la cual, los franceses derrotados firmaron definitivamente el acuerdo de descolonización.
Se ha comparado la forma que tiene el país a la caña de bambú con la que los campesinos transportan a ambos lados sus mecancías. En efecto el gran cesto arrocero del Norte (Tonkin) está unido al cesto del Sur (Anam) a través de una estrecha franja montañosa donde antiguamente se encontraba la capital imperial Hué y la ciudad veraniega de Dalat.
No obstante todo lo anterior, en mi opinión Fernando Schwartz ha elegido el camino fácil en esta novela. Describe paisajes y situaciones; pone ante nuestros ojos grandes retazos de una historia que se repetiría lamentablemente años más tarde frente a los Americanos, pero no entra a analizar las auténticas causas del conflicto, ni trata de penetrar en la psicología profunda de los personajes. Nuestros dos personajes principales, evidentemente están divididos entre dos países, dos lealtades, pero parecen razonar de la misma manera con las mismas palabras. Se compara al pueblo Vietnamita con el sencillo y pobre cuenco de laca que no obstante es fruto de una paciente labor y miles de pinceladas hasta transformarlo en un utensilio prácticamente indestructible. La confianza con la que el líder comunista encarcelado, le explica a Liên el proceso de fabricación de ese sencillo cuenco, y la confianza con la que asegura la victoria final sobre el ejército francés es quizá una de las mejores páginas del libro.
Novela
Fernando Schwartz
Espasa 2008
321 páginas
Aunque inicié este libro con cierta reticencia debo confesar que lo he leído de corrido y he quedado con una magnífica impresión.
Es cierto que Vietnam es un país entrañable y misterioso porque de él sólo se conoce su la larga guerra contra los americanos en los años sesenta. Una visión necesariamente parcial, muchas veces incluso tergiversada y revestida de victimismo. Lo cierto es que este país tuvo que luchar en primer lugar en los años 1945 a 1952 para sacudir el yugo colonial de Francia y no fue una empresa fácil. Durante muchos años los vietnamitas y franceses habían intercambiado lugar de rsidencia, costumbres, ideales, cocina y culturas. El término franco-vietnamita era corriente para designar aquellos que en uno u otro país procedían de matrimonios mixtos como la protagonista de esta historia, Vu Liên vietnamita de nacimiento, hija del fundador de de la Cruz Roja de Vietnam pero que a una muy temprana edad viajó a Francia donde estudió, se licenció como farmacéutica y adoptó las maneras, modas, y pensamiento de los occidentales.
El conflicto de las dos culturas y de la doble patria se presnta doblemente en esta novela. En efecto, Liên, abandona París y regresa a Hanoi porque Vietnam la necesita. Es herida, encarcelada y ultrajada a manos del Ejército francés pero sin embargo se enamora a pesar de ella misma del oficial francés que por dos veces le salvó la vida y acaba compartiendo el destino con él.
Fernando Schwartz compone una bella historia, trepidante y bien narrada y su pasado de diplomático probablemente le ha servido para describir los hermosos `paisajes del Norte de Vietnam y en particular de la alucinante y embaucadora península de Halong con sus miles de islotes que como panes de azucar recubiertos de vegetación parecen flotar en el mar de China drapeado de color esmeralda.
Tenemos por otra parte una visión resumida pero muy ajustada de los acontecimientos previos a la gran debaclede Diem Bien Phu que fue la última batalla tras la cual, los franceses derrotados firmaron definitivamente el acuerdo de descolonización.
Se ha comparado la forma que tiene el país a la caña de bambú con la que los campesinos transportan a ambos lados sus mecancías. En efecto el gran cesto arrocero del Norte (Tonkin) está unido al cesto del Sur (Anam) a través de una estrecha franja montañosa donde antiguamente se encontraba la capital imperial Hué y la ciudad veraniega de Dalat.
No obstante todo lo anterior, en mi opinión Fernando Schwartz ha elegido el camino fácil en esta novela. Describe paisajes y situaciones; pone ante nuestros ojos grandes retazos de una historia que se repetiría lamentablemente años más tarde frente a los Americanos, pero no entra a analizar las auténticas causas del conflicto, ni trata de penetrar en la psicología profunda de los personajes. Nuestros dos personajes principales, evidentemente están divididos entre dos países, dos lealtades, pero parecen razonar de la misma manera con las mismas palabras. Se compara al pueblo Vietnamita con el sencillo y pobre cuenco de laca que no obstante es fruto de una paciente labor y miles de pinceladas hasta transformarlo en un utensilio prácticamente indestructible. La confianza con la que el líder comunista encarcelado, le explica a Liên el proceso de fabricación de ese sencillo cuenco, y la confianza con la que asegura la victoria final sobre el ejército francés es quizá una de las mejores páginas del libro.
14 de abril de 2008
Ingres: Odalisca con esclava
Odalisca con esclava
Óleo sobre lienzo 76 x 105,4 cm
Walters Art Gallery, Baltimore USA
La odalisca durmiente fue el primer cuadro que Ingres terminó en Roma. Era una clara cita de la durmiente de Nápoles de 1808 que Ingres complementó con copias según modelos ajenos.
¿Por qué hace latir la odalisca el corazón del observador? Invita a los ojos a seguir los contornos claros y turgentes del cuerpo, que destacan del fondo oscuro. Todos los sentidos están interpelados por esta visión: en la fuente, agua fresca; suena una suave música oriental y el olor aromático de la pipa de agua se aprecia aún en el ambiente. La mujer desnuda, extendida, ha dejado a un lado el abanico, lo cual parece una invitación erótica; el observador se deja cautivar por este mundo de cuentos orientales.
La odalisca es una prisionera en sentido doble: por un lado está cautiva en un espacio sin salida, en las profundidades claustrofóbicas de un harén; por otro lado, está prisionera por el control pictórico preciso de Ingres, que se extiende a todos los detalles y que hace fluir sobre la superficie un brillo esmaltado. Se trata de una lisura cautivadora que atrae y rodea al observador. Es la convincente armonía entre líneas y composición, de colores y formas, a las que el observador se rinde, tanto como a la belleza de la odalisca. Ingres se convierte en el sumo sacerdote de la belleza y transforma al espectador en voyeur.
13 de abril de 2008
Blasón de la amistad
Cálida brisa, ha tenido a bien recordar viejos tiempos en nuestro foro "Aquí hablamos de todo" y me ha distinguido con un nuevo blasón. Gracias amiga.
Creo que es Heráclito el que decía que nunca nos bañamos en el mismo río. Somos los mismos y somos diferentes porque en cada momento nos vamos haciendo gracias a las nuevas circunstancias tanto externas como internas que nos moldean.
Los bellos recuerdos deberían ser caballos embridados que nos ayuden a saltar obstáculos y, mirando al frente, nos lleven a conquistar neuvos horizontes.
10 de abril de 2008
Sombras Gaditanas
El sol juega con los reflejos del mar y alarga sus destellos
en esta hora del último ajetreo y del febril trasiego.
Los niños, distraídos y remolones tardan en captar las lejanas voces
mientras las gaviotas se agitan en el aire y en rasante vuelo
escriben sobre las olas últimos y fulgurantes versos.
Son sólo dos sombras anónimas que se reflejan en la pared
mientras leen atentos unos versos de Alberti que celebra este puerto.
Dos sombras que se confunden en un concentrado éxtasis
dos sombras unidas en una misma lectura y recogido goce.
dos cabezas que se acercan y funden por el corazón
Evoco ahora esta imagen con nostálgica y celosa curiosidad,
¿son sus pensamientos tan cercanos como lo fueron sus sombras?
¿caminan de la mano a la luz rojiza del atardecer?
o como el leve roce de las gaviotas en las aguas ¿se rozaron
tan sólo para ahuyentar la soledad o por miedo a desaparecer?
en esta hora del último ajetreo y del febril trasiego.
Los niños, distraídos y remolones tardan en captar las lejanas voces
mientras las gaviotas se agitan en el aire y en rasante vuelo
escriben sobre las olas últimos y fulgurantes versos.
Son sólo dos sombras anónimas que se reflejan en la pared
mientras leen atentos unos versos de Alberti que celebra este puerto.
Dos sombras que se confunden en un concentrado éxtasis
dos sombras unidas en una misma lectura y recogido goce.
dos cabezas que se acercan y funden por el corazón
Evoco ahora esta imagen con nostálgica y celosa curiosidad,
¿son sus pensamientos tan cercanos como lo fueron sus sombras?
¿caminan de la mano a la luz rojiza del atardecer?
o como el leve roce de las gaviotas en las aguas ¿se rozaron
tan sólo para ahuyentar la soledad o por miedo a desaparecer?
9 de abril de 2008
Corfú - Grecia
Estoy asomado al balcón de mi apartamento anclado en lo alto de una verde colina que se desmaya en el mar. Los inhiestos cipreses sobresalen del verde pálido de los olivos, de las higueras y de otros arbustos que cubren profusamente la isla. Es tanta y tan variada la vegetación que solo puedo adivinar otros chalets vecinos perdidos en el verdor. En la distancia el mar, un mar azul turquesa, tan liso y sereno que los veleros y ferrys, más que surcarlo parecen resbalar sobre él. En primer plano jardines primorosamente cuidados donde las adelfas hacen guiños a los tiernos hibiscos o a las más recias bourgainvillea. Cada pocos minutos, ronronean los aviones con su carga de turistas que llegan a esta isla, la más septentrional de las islas Jónicas, tan Europea y tan Griega a la vez, que tiene que repartir y compartir su nombre entre el Corfú con el que la conocemos en Europa y el Kerkyra más auténtico y local.
Me deleito leyendo los poemas de Yorgos Seferis, diplomático, pensador y poeta que devolvió al pueblo griego una literatura escrita en el idioma de todos los días (demótico) en sustitución del idioma culto pero desconocido de la mayoría (katharévoussa.)
En este marco versos como éste:
Labios, guardianes de mi amor que iba extinguiéndose
manos, lazos de mi juventud que iba escapándose
tez de un rostro perdido en algún punto de la naturaleza
árboles... pájaros... caza...
Cuerpo, uva negra de sol ardiente
cuerpo, bajel de mi riqueza, ¿Adónde vas?
Llegó la hora en que el crepúsculo se ahoga
y me gana el cansancio en pos de las tinieblas...
Me deleito leyendo los poemas de Yorgos Seferis, diplomático, pensador y poeta que devolvió al pueblo griego una literatura escrita en el idioma de todos los días (demótico) en sustitución del idioma culto pero desconocido de la mayoría (katharévoussa.)
En este marco versos como éste:
Labios, guardianes de mi amor que iba extinguiéndose
manos, lazos de mi juventud que iba escapándose
tez de un rostro perdido en algún punto de la naturaleza
árboles... pájaros... caza...
Cuerpo, uva negra de sol ardiente
cuerpo, bajel de mi riqueza, ¿Adónde vas?
Llegó la hora en que el crepúsculo se ahoga
y me gana el cansancio en pos de las tinieblas...
cobran una fuerza y una profundidad extraordinarias. ¿O es que precisamente me siento aludido y veo como se escapa la juventud como va cayendo la tarde y el silencio de las chicharras me insta a una melancólica mirada atrás?
Sólo un gran amor nos salva del espanto del tiempo que huye. Me dejo acariciar por los recuerdos:
Mujer, huésped de mi alma,
me queda tu sorpresa,
hermosa mujer amada,
en este absurdo atardecer, hoy
los negros eslabones de tus ojos
y el sutil espanto de la noche...
Inclínate, quimera, por volver
a su vaina el filo de mi silencio
Me sacudo la nostalgia y salgo de mi ensoñación. La ciudad de Corfú me espera: Cantada por Homero en la Odisea bajo el nombre de Scheria donde Ulises fue descubierto por la bella Nausicaa, “la de los blancos brazos”, ha sido sucesivamente veneciana, turca, francesa, inglesa y sólo en 1986 pasa definitivamente a Grecia.
Es curioso ver cómo los diversos ocupantes han dejado su impronta en la ciudad: loggias venecianas, fortaleza turca, ventanas y balcones forjados franceses y hasta un magnífico campo de críquet inglés en el centro de la ciudad.
Lo cierto es que fueron los sucesivos ocupantes y en particular los ingleses quienes hicieron de Corfú la isla Griega de moda entre aristócratas, escritores y políticos europeos.
Pero no es la ciudad lo que me interesa. He venido a Grecia en busca de descanso y de helenismo. Seferis me dice
Para mí, el helenismo es una forma de humanismo
Es curioso ver cómo los diversos ocupantes han dejado su impronta en la ciudad: loggias venecianas, fortaleza turca, ventanas y balcones forjados franceses y hasta un magnífico campo de críquet inglés en el centro de la ciudad.
Lo cierto es que fueron los sucesivos ocupantes y en particular los ingleses quienes hicieron de Corfú la isla Griega de moda entre aristócratas, escritores y políticos europeos.
Pero no es la ciudad lo que me interesa. He venido a Grecia en busca de descanso y de helenismo. Seferis me dice
Para mí, el helenismo es una forma de humanismo
No es ese humanismo el que encuentro en la ciudad con su tráfico, sus semáforos y el imparable mercantilismo. Cuando a estos destinos vacacionales les retiramos la belleza de sus paisajes y alguno de los pocos monumentos verdaderamente dignos de la humanidad, lo que queda: bares, restaurantes, tiendas de souvenirs a fuerza de ser repetitivos se vuelven auténticamente repulsivos.
Me quedo ese pequeño monasterio en el islote de Vlarherma que parece flotar sobre ese mar que me hechiza, con la sinfonía de verdes del exuberante paisaje, con las recónditas, estrechas y pedregosas playas que el mar ha ido lamiendo a la montaña, con la estela de los grandes barcos que surcan ese mar sereno y límpido como un espejo y que tejen una tupida red de rutas invisibles que como gigantesca tela de araña pastorean el inmenso rebaño de islas que forman ese país del que Seferis dice:
Dondequiera que voy, Grecia me duele
y que admirado, parafraseo en silencio sustituyendo su país por el mío.
8 de abril de 2008
En-redados
Las dos de tarde. Después de una mañana agotadora vuelvo a comer a mi casa en un autobús atestado. A mi espalda suena un teléfono. Alguien llama a la señora que tiene su codo hincado en mis riñones. La conversación va de médicos, y tengo que tragarme con pelos y señales la última operación de próstata de su suegro y la exploración que acaba de hacerle el ginecólogo. Me siento agredido y violentado. Las cuatro de la tarde, acabo comer y me quedo adormecido en el sofá de casa. Suena el teléfono; a trompicones llego hasta la mesita de la entrada donde he dejado mi móvil. No espero llamadas pero cuando se tiene hijos, puede suceder cualquier cosa. ¡Fiasco! Sólo es Telefónica ofreciéndome una promoción si me apunto a no sé que nuevo programa de puntos. Las ocho de la tarde. Estoy con unos amigos en el bar. Suena un teléfono. Instintivamente cuatro o cinco de entre nosotros sacan el teléfono para comprobar que no es el suyo el que suena….La lista y las circunstancias son inagotables. Pero no se trata aquí de eso. Son meros ejemplos de cómo nos estamos dejando invadir por una contaminación tan insidiosa y nefasta como la contaminación atmosférica.
Me dirán que son los tiempos. Que no se puede vivir de espaldas a la modernidad. Que ya no se concibe la vida sin los teléfonos móviles. Totalmente de acuerdo y nadie que no haya pasado la vida viajando sabe tanto de las ventajas de poder comunicar con la familia sin tener que pasar por demoras y operadoras de hotel. Pero, desde el “mesotes” de Aristóteles, “En el justo medio está la virtud” y yo creo que paulatinamente estamos resbalando hacia una comunicabilidad a ultranza que está añadiendo estrés e irritabilidad en nuestras vidas.
A poco que nos fijemos las facilidades que nos conceden las operadores nos daremos cuenta que tanta generosidad tiene un precio. Nos regalan teléfonos, nos dan puntos para que cambiemos a otro mejor y más sofisticado, nos proponen tonos e imágenes, nos ofrecen mayores y más superfluas prestaciones y nos vamos dejando arrastrar por un canto de sirena que como la flauta de Hamelin nos aleja más y más de la vida real, nos aturde y vacía nuestros bolsillos.
No seré yo quien fije pautas y recomendaciones sobre el uso del teléfono. Cada cual sabe dónde está su justo punto intermedio, Sin embargo existen síntomas inequívocos de que el teléfono móvil se está dejando de ser un instrumento útil y convirtiéndose en una obsesión: volver a casa a buscar el teléfono olvidado pese a que hemos salido a hacer un pequeño recado; llamar varias veces al día al alguien para preguntarle que está haciendo; contar por teléfono una película o una gestión al alguien que vamos a ver unos minutos más tarde; aceptar habitualmente las invitaciones de las diferentes cadenas de televisión para enviarles mensajes a cambio de hipotéticos premios.
Me dirán que son los tiempos. Que no se puede vivir de espaldas a la modernidad. Que ya no se concibe la vida sin los teléfonos móviles. Totalmente de acuerdo y nadie que no haya pasado la vida viajando sabe tanto de las ventajas de poder comunicar con la familia sin tener que pasar por demoras y operadoras de hotel. Pero, desde el “mesotes” de Aristóteles, “En el justo medio está la virtud” y yo creo que paulatinamente estamos resbalando hacia una comunicabilidad a ultranza que está añadiendo estrés e irritabilidad en nuestras vidas.
A poco que nos fijemos las facilidades que nos conceden las operadores nos daremos cuenta que tanta generosidad tiene un precio. Nos regalan teléfonos, nos dan puntos para que cambiemos a otro mejor y más sofisticado, nos proponen tonos e imágenes, nos ofrecen mayores y más superfluas prestaciones y nos vamos dejando arrastrar por un canto de sirena que como la flauta de Hamelin nos aleja más y más de la vida real, nos aturde y vacía nuestros bolsillos.
No seré yo quien fije pautas y recomendaciones sobre el uso del teléfono. Cada cual sabe dónde está su justo punto intermedio, Sin embargo existen síntomas inequívocos de que el teléfono móvil se está dejando de ser un instrumento útil y convirtiéndose en una obsesión: volver a casa a buscar el teléfono olvidado pese a que hemos salido a hacer un pequeño recado; llamar varias veces al día al alguien para preguntarle que está haciendo; contar por teléfono una película o una gestión al alguien que vamos a ver unos minutos más tarde; aceptar habitualmente las invitaciones de las diferentes cadenas de televisión para enviarles mensajes a cambio de hipotéticos premios.
¿Seríamos capaces hoy de prescindir voluntariamente del teléfono móvil durante veinticuatro horas seguidas? A la manera de la iglesia católica que prohíbe comer carne los viernes de cuaresma salvo casos de edad o de fuerza mayor, quizá debiéramos imponernos al menos un día al mes la jornada sin teléfono móvil para asegurarnos que no hemos sucumbimos a esta insidiosa plaga que poco a poco nos envuelve y con hilos tan sutiles como invisibles nos inmoviliza, nos acogota y nos impide pensar.
7 de abril de 2008
Josefine y yo
JOSEFINE Y YO
Novela
Hans Magnus Enzensberger
Anagrama 2008
Panorama de narratives
Título original: Josefine und ich 2006
Traducción deRichard Gross
158 páginas
El conocido ensayista, Premio Príncipe de Asturias 2002 de Comunicación y Humanidades, nos deleita, después de treinta años de silencio narrativo con esta deliciosa historia redactada en forma de diario que se desarrolla entre un joven economista y una “vieja dama” chapada a la antigua, y que como vulgarmente se dice no tiene pelos en la lengua.
Esta septuagenaria señora que como vieja urraca va rapiñando ideas para construirse su nido, es probablemene el doble del viejo escritor y ensayista, que llegado a la plena madurez pone en labios de la anciana sus reflexiones sobre la Alemania de la reunificación, sobre los prejucios y la originalidad, sobre la política internacional y los recuerdos.
El diario relata los encuentros de un joven economista con una vieja gloria de los “Café concert” para tomar el té. Lo que en principio fue un gesto de agradecimiento por haber rescatado el bolso de la anciana de manos de un motorista que intentaba arrebatárselo, se convirtió en una costumbre y todos los martes el joven acudía a la vieja mansión para tomar el té, pero sobre todo para hablar con ella de lo humano y de los divino, sin cortapisas de ninguna clase, desde la impunidad que dan los años y la falta de ambiciones.
Los cuadernos en los que el narrador consigna aquellos recuerdos en forma de diario, son rescatados años después con ocasión de una mudanza, y aunque la vieja dama ha muerto y el caserón ha sucumbido a la codicia inmobiliaria, las reflexiones de entonces que provocaban el rechazo del joven economista, son hoy mejor entendidas por el maduro padre de familia que desea para sus propios hijos una Josefina que algún día, desde la madurez, les haga descubrir ciertas verdades fundamentales ya despojadas de todo los oropeles, falacias, y engaños con que las revestimos.
Un librito sencillo, que se lee rápido pero que al terminarlo provoca una segunda lectura más pausada y recogiendo las pepitas de oro que se nos escaparon de los dedos en la primera lectura.
Novela
Hans Magnus Enzensberger
Anagrama 2008
Panorama de narratives
Título original: Josefine und ich 2006
Traducción deRichard Gross
158 páginas
El conocido ensayista, Premio Príncipe de Asturias 2002 de Comunicación y Humanidades, nos deleita, después de treinta años de silencio narrativo con esta deliciosa historia redactada en forma de diario que se desarrolla entre un joven economista y una “vieja dama” chapada a la antigua, y que como vulgarmente se dice no tiene pelos en la lengua.
Esta septuagenaria señora que como vieja urraca va rapiñando ideas para construirse su nido, es probablemene el doble del viejo escritor y ensayista, que llegado a la plena madurez pone en labios de la anciana sus reflexiones sobre la Alemania de la reunificación, sobre los prejucios y la originalidad, sobre la política internacional y los recuerdos.
El diario relata los encuentros de un joven economista con una vieja gloria de los “Café concert” para tomar el té. Lo que en principio fue un gesto de agradecimiento por haber rescatado el bolso de la anciana de manos de un motorista que intentaba arrebatárselo, se convirtió en una costumbre y todos los martes el joven acudía a la vieja mansión para tomar el té, pero sobre todo para hablar con ella de lo humano y de los divino, sin cortapisas de ninguna clase, desde la impunidad que dan los años y la falta de ambiciones.
Los cuadernos en los que el narrador consigna aquellos recuerdos en forma de diario, son rescatados años después con ocasión de una mudanza, y aunque la vieja dama ha muerto y el caserón ha sucumbido a la codicia inmobiliaria, las reflexiones de entonces que provocaban el rechazo del joven economista, son hoy mejor entendidas por el maduro padre de familia que desea para sus propios hijos una Josefina que algún día, desde la madurez, les haga descubrir ciertas verdades fundamentales ya despojadas de todo los oropeles, falacias, y engaños con que las revestimos.
Un librito sencillo, que se lee rápido pero que al terminarlo provoca una segunda lectura más pausada y recogiendo las pepitas de oro que se nos escaparon de los dedos en la primera lectura.
4 de abril de 2008
Flor de espino
3 de abril de 2008
A Alicia disfrazada de Leia Organa
Si sólo fuera porque a todas horas
Tu cerebro se funde con el mío;
Si sólo fuera porque mi vacío
Lo llenas con tus naves invasoras.
Si sólo fuera porque me enamoras
A golpe de sonámbulo extravío;
Si sólo fuera porque en ti confío,
Princesa de galácticas auroras.
Si sólo fuera porque tú me quieres
Y yo te quiero a ti, y en nada creo
Que no sea el amor con que me hieres…
Pero es que hay, además, esa mirada
Con que premian tus ojos mi deseo,
Y tu cuerpo de reina esclavizada.
Tu cerebro se funde con el mío;
Si sólo fuera porque mi vacío
Lo llenas con tus naves invasoras.
Si sólo fuera porque me enamoras
A golpe de sonámbulo extravío;
Si sólo fuera porque en ti confío,
Princesa de galácticas auroras.
Si sólo fuera porque tú me quieres
Y yo te quiero a ti, y en nada creo
Que no sea el amor con que me hieres…
Pero es que hay, además, esa mirada
Con que premian tus ojos mi deseo,
Y tu cuerpo de reina esclavizada.
Luis Alberto de Cuenca
(El Bosque y otros Poemas 1997)
(El Bosque y otros Poemas 1997)
2 de abril de 2008
Brillante Weblog
Yayi vuelve a tener la delicadeza de dedicarme este premio y se lo agradezco de corazón. Me cuesta y gusta escribir en el blog y cuando puedo leo y admiro todos lo que escriben mis amigos. Junto a todos a todos vosotros he pasado momentos maravillosos y este compartir escritos, inicialmente, se ha ido transformando poco a poco en algo más: en un compartir emociones, compartir recuerdos, coimpartir belleza, y en suma compartir amistad.
Puesto que de comapartir se trata dejadme compartir este premio con Maese (http:// maese-maese.blogspot.com su blog me parece espléndido
Puesto que de comapartir se trata dejadme compartir este premio con Maese (http:// maese-maese.blogspot.com su blog me parece espléndido
1 de abril de 2008
Pequeñas imposturas II
Hace unos días, un antiguo compañero de trabajo que leyó en el blog mis vacaciones en la Rioja haciéndome pasar por inglés, me trajo a la memoria un recuerdo que le dejó estupefacto así como a los viajeros que en ese momento estábamos en la zona del duty free del aeropuerto de Bangkok.
Habíamos viajado cuenta de la Empresa a Japón y puesto que en el regreso teníamos previstas escalas en Seoul y en Taiwan, por complacerme y también por propia curiosidad quiso que hicéramos escala adicional en Bangkok.
Era la primera vez que regresaba a Tailandia después de casi 20 años y pese a mis esfuerzos de memoria mientras volábamos por el mar de China entre Hong Kong y Bangkok, no recordaba una sóla palabra de Tailandés. Mi mente estaba en blanco y en vano me esforzaba por encontrar cómo saludar o cómo dar las gracias. Me abochornaba imaginar la reacción de mi Jefe y colega cuando viera mi manifiesta incapacidad para proferir una sola palabra de Tailandés. ¿Dónde quedaría mi credibilidad? ¿Pensaría que era un farsante que les había estado tomando el pelo durante esos años alardeando de un idioma que no poseía pero que nadie más podía comprobar?
Anunciaron el aterrizaje y sentí un escalofrío que recorría mi espalda. Me enfrentaba a la vergüenza y descrédito personal y no podía hacer nada para evitarlo.
Tembloroso, entregué el pasaporte en el Control de Entrada y tras mirarme detenidamente el agente me lo devolvió con un sonoro "Sawat Di, Khrap", un saludo que más que eso, resultó ser la chispa que puso en marcha todos los motores de mi memoria. Espontáneamente respondí con un instintivo "Khop Khun Khrap"; un "gracias" que salió de algún profundo rincón del alma y que más que una contestación al policía me pareció una exhalación de alivio. Un gracias a Dios porque las cortinas de la memoria parecían haberse descorrido lo suficiente para que las palabras fueran manando como un ligero riachuelo.
Hay cuarenta y cinco kilómetros desde el aeropuerto a la capital y el riachuelo siguió manando. Como los magos que sacan de la chistera pañuelos multicolores anudados entre sí, las palabras se iban llamando unas a otras desde algún arcano escondido. Cuando llegamos al hotel había superado la prueba. Algunas palabras se resistían, y me obligaba a utilizar circunloquios pero me estaba haciendo entender en tailandés, que era de lo que se trataba. Sobre todo, y fundamental no había perdido la percepción de los tonos y de las letras aspiradas sin cuyo dominio el tailandés se convierte en un galimatías inenteligible.
Al día siguiente, hice de cicerone para mi colega y recorrimos los templos, el mercado flotante, y las tiendas de zafiros y de seda tailandesa. Hablar tailandés y regatear como los locales da una segura ventaja económica, por lo que cuando llegaba al precio más bajo que podía obtener hablando inglés, empezaba a hablar en tailandés y decía a los vendedores que hasta ese momento sólo teníamos precio de turistas, que debíamos empezar a hablar de los precios de mercado para los que llevaban viviendo en la ciudad muchos años. El efecto casi siempre era inmediato y la rebaja muy sustancial.
Condensar todas las emociones de ese día en un breve relato está fuera de lugar. La escala fue de escasamente 24 horas. Por la noche salíamos de regreso a Europa. Ya en en aeropuerto había que gastar los últimos "baths" que nos quedaban. Ningún banco me los hubiera cambiado en España, y mis esperanzas de regresar tan tenues como el humo. Me dirigí a una tienda para comprar un par de corbatas de seda. La joven vendedora me ayudó alegir la que más le gustaba a ella para mí. Quedaba por negociar el precio y cuando volví a mi vieja táctica y me oyó hablar tailandés su pregunta inmediata fue de saber cuántos años llevaba viviendo en Tailandia. Le hubiera dicho que seis años pero de eso hacía más de 20 años por lo que simplifiqué la cosa diciendo que había llegado el día anterior. Evidentemente lo tomó por una broma y después de alabar mi pronunciación y lo claro que hablaba me aseguró que no era posible hablar tailandés así a menos de llevar muchos años en el país y estar casado con una tailandesa. Entre bromas y chanzas seguimos porfiando hasta que se me ocurrió mostrarle el pasaporte para que viera que efectivamente no tenía ningún otro sello de entrada en el país que el que habían estampado en mi pasaporte el día anterior. Hasta ahí la broma. Lo que ya no resultó tan gracioso fue cuando la muchacha se arrojó a mis pies para que la bendijera diciendo que sólo un mago o un santón dotado de poderes podía aprender un idioma en 24 horas. Mi colega alucinaba y los turistas que estaban cerca se preguntaban que cosa tan extraña estaba pasando para que una dependienta se arrojara a los pies de un turista. Como pude la levanté del suelo, la tranquilicé diciendo que mis poderes eran muy limitados ya que sólo lograba aprender lo imprescindible para comprar y manejarme en la ciudad, y haciendo una seña a mi colega rápidamente nos escabullimos de allí. Mientras nos alejábamos, el comentario socarrón de mi colega fue de nota: "Federico, está bien que hables tailandés, pero que las chicas se postren a tus pies y te pidan en matrimonio ya roza lo icnreíble!!! Aún hoy, cuando nos vemos, no dejamos de mencionar el incidente y de echar una buena carcajada.
Habíamos viajado cuenta de la Empresa a Japón y puesto que en el regreso teníamos previstas escalas en Seoul y en Taiwan, por complacerme y también por propia curiosidad quiso que hicéramos escala adicional en Bangkok.
Era la primera vez que regresaba a Tailandia después de casi 20 años y pese a mis esfuerzos de memoria mientras volábamos por el mar de China entre Hong Kong y Bangkok, no recordaba una sóla palabra de Tailandés. Mi mente estaba en blanco y en vano me esforzaba por encontrar cómo saludar o cómo dar las gracias. Me abochornaba imaginar la reacción de mi Jefe y colega cuando viera mi manifiesta incapacidad para proferir una sola palabra de Tailandés. ¿Dónde quedaría mi credibilidad? ¿Pensaría que era un farsante que les había estado tomando el pelo durante esos años alardeando de un idioma que no poseía pero que nadie más podía comprobar?
Anunciaron el aterrizaje y sentí un escalofrío que recorría mi espalda. Me enfrentaba a la vergüenza y descrédito personal y no podía hacer nada para evitarlo.
Tembloroso, entregué el pasaporte en el Control de Entrada y tras mirarme detenidamente el agente me lo devolvió con un sonoro "Sawat Di, Khrap", un saludo que más que eso, resultó ser la chispa que puso en marcha todos los motores de mi memoria. Espontáneamente respondí con un instintivo "Khop Khun Khrap"; un "gracias" que salió de algún profundo rincón del alma y que más que una contestación al policía me pareció una exhalación de alivio. Un gracias a Dios porque las cortinas de la memoria parecían haberse descorrido lo suficiente para que las palabras fueran manando como un ligero riachuelo.
Hay cuarenta y cinco kilómetros desde el aeropuerto a la capital y el riachuelo siguió manando. Como los magos que sacan de la chistera pañuelos multicolores anudados entre sí, las palabras se iban llamando unas a otras desde algún arcano escondido. Cuando llegamos al hotel había superado la prueba. Algunas palabras se resistían, y me obligaba a utilizar circunloquios pero me estaba haciendo entender en tailandés, que era de lo que se trataba. Sobre todo, y fundamental no había perdido la percepción de los tonos y de las letras aspiradas sin cuyo dominio el tailandés se convierte en un galimatías inenteligible.
Al día siguiente, hice de cicerone para mi colega y recorrimos los templos, el mercado flotante, y las tiendas de zafiros y de seda tailandesa. Hablar tailandés y regatear como los locales da una segura ventaja económica, por lo que cuando llegaba al precio más bajo que podía obtener hablando inglés, empezaba a hablar en tailandés y decía a los vendedores que hasta ese momento sólo teníamos precio de turistas, que debíamos empezar a hablar de los precios de mercado para los que llevaban viviendo en la ciudad muchos años. El efecto casi siempre era inmediato y la rebaja muy sustancial.
Condensar todas las emociones de ese día en un breve relato está fuera de lugar. La escala fue de escasamente 24 horas. Por la noche salíamos de regreso a Europa. Ya en en aeropuerto había que gastar los últimos "baths" que nos quedaban. Ningún banco me los hubiera cambiado en España, y mis esperanzas de regresar tan tenues como el humo. Me dirigí a una tienda para comprar un par de corbatas de seda. La joven vendedora me ayudó alegir la que más le gustaba a ella para mí. Quedaba por negociar el precio y cuando volví a mi vieja táctica y me oyó hablar tailandés su pregunta inmediata fue de saber cuántos años llevaba viviendo en Tailandia. Le hubiera dicho que seis años pero de eso hacía más de 20 años por lo que simplifiqué la cosa diciendo que había llegado el día anterior. Evidentemente lo tomó por una broma y después de alabar mi pronunciación y lo claro que hablaba me aseguró que no era posible hablar tailandés así a menos de llevar muchos años en el país y estar casado con una tailandesa. Entre bromas y chanzas seguimos porfiando hasta que se me ocurrió mostrarle el pasaporte para que viera que efectivamente no tenía ningún otro sello de entrada en el país que el que habían estampado en mi pasaporte el día anterior. Hasta ahí la broma. Lo que ya no resultó tan gracioso fue cuando la muchacha se arrojó a mis pies para que la bendijera diciendo que sólo un mago o un santón dotado de poderes podía aprender un idioma en 24 horas. Mi colega alucinaba y los turistas que estaban cerca se preguntaban que cosa tan extraña estaba pasando para que una dependienta se arrojara a los pies de un turista. Como pude la levanté del suelo, la tranquilicé diciendo que mis poderes eran muy limitados ya que sólo lograba aprender lo imprescindible para comprar y manejarme en la ciudad, y haciendo una seña a mi colega rápidamente nos escabullimos de allí. Mientras nos alejábamos, el comentario socarrón de mi colega fue de nota: "Federico, está bien que hables tailandés, pero que las chicas se postren a tus pies y te pidan en matrimonio ya roza lo icnreíble!!! Aún hoy, cuando nos vemos, no dejamos de mencionar el incidente y de echar una buena carcajada.
¿Placer o felicidad?
Muchas veces confundimos placer y felicidad y sin embargo no son en absoluto conceptos equivalentes. El placer es maravilloso, lo percibimos a través de nuestros sentidos y hace que nuestra vida sea más agradable. Percibido por los sentidos es por consiguiente externo a nosotros, procede del exterior pero lamentablemente es tan efímero como la excitación que lo produce.
La felicidad sin embargo es interna a nosotros. Procede de nuestra mente. Es un estado de ánimo, un actitud que depende de nuestra manera de enfocar los acontecimientos de nuestra vida. La felicidad no es estática. No se "consigue" por el contrario la experimentamos cuando menos pensamos en ella, cuando aún estamos tendiendo ahcia ella.
La felicidad sin embargo es interna a nosotros. Procede de nuestra mente. Es un estado de ánimo, un actitud que depende de nuestra manera de enfocar los acontecimientos de nuestra vida. La felicidad no es estática. No se "consigue" por el contrario la experimentamos cuando menos pensamos en ella, cuando aún estamos tendiendo ahcia ella.
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