Estoy lo
suficientemente cerca de Camboya y de sus famosas ruinas de Angkor como para desaprovechar la ocasión de
acercarme a visitarlas. Por fin he cumplido con mi propósito y pese a
pequeños inconvenientes de masificación
estoy plenamente colmado
El País
Camboya es un país pobre que se recupera a marchas forzadas
de 20 años de atrocidades y locura bajo el Régimen Pol Pot entre 1970 y
1999. Por establecer un baremo de
comparación, creo que podría decir que
la Camboya de hoy me recuerda la Tailandia que conocí la primera vez que la visité hace 50 años.
Camboya es un país agrícola, con una inmensa zona central dedicada al cultivo del maíz. El Río Mekong
y el Lago Tonle Sap, que con sus
150 km de longitud y 70 de anchura es el
mayor lago de agua dulce de Asia, se combinan para mantener al país tan bien irrigado que en ciertos
lugares pueden obtener hasta tres cosechas de arroz al año.
Camboya se recupera rápidamente gracias a las inversiones
de sus vecinos en particular Vietnam, Japón y Corea. Por otra parte, sus cerca de cinco millones de turistas al
año para una población de 14 millones son una importante fuente de divisas y motor de
desarrollo y de modernización.
La Cultura
Salvo
las ruinas, poco queda del antiguo Imperio Jemer influenciado por la cultura India y por la
religión Hinduista floreció entre los siglos IX y VI de nuestra era. Las diferentes dinastías que se sucedieron en el trono Jemer,
no solo adoptaron el hinduismo como religión oficial sino que basándose en las
escrituras sagrada de la India, el Pali y el Sanscrito, desarrollaron una escritura que serviría
posteriormente de base para otros idiomas como el laosiano o el tailandés.
En su época de prosperidad, los
diferentes reyes Jemer, utilizaron los
templos para exaltar a los dioses del panteón Hindú: Shiva, Vishnú y Brama, Emisario de los Dioses que habitan
en el Monte Meru de la India, y puesto que el Rey no puede desplazarse con frecuencia allí para
conferenciar con ellos, nada mejor
que construir templos que con sus
terrazas escalonadas y sus Cúpulas o “Prang” imitando las
cumbres del Monte Meru
hicieran más atractiva la venida de los dioses al reino Jemer. Pero
los templos eran también símbolo de riqueza y de poder, al tiempo que
palacio y panteones reales. No es pues
de extrañar que se multiplicaran los templos con cada nueva dinastía puesto que
se trataba no sólo de marcar poderío
sino también dar digna sepultura a los ascendentes del nuevo monarca. Es así como en una zona de aproximadamente 40 kilómetros cuadrados,
al norte del Gran lago, han aparecido
las ruinas de unos 200 templos.
Los Templos
Por
razones no del todo esclarecidas, tras
un período de luchas con sus vecinos de
Tailandia ocupada entonces por los Mon,
los Reyes Jemer abandonan la capital
Angkor y se desplazan hacia el
Sur para fundar la actual capital del
país: Phnon Phen. Más extraño aún es el hecho de que no sólo la nobleza
sino toda la población abandonara la
antigua capital y dejaran que palacios y
templos desaparecieran al cabo de los años bajo la insaciable
voracidad de la naturaleza y sofocante
abrazo de la selva.
Aunque
no es del todo cierto que se perdiera el rastro de la ciudad, sí es cierto que no es hasta el siglo XIX que los países occidentales y en
particular Francia que ha tomado Camboya como colonia, empezaran a
descubrir aquellos gigantescos
templos de piedra gris descoyuntados por las raíces de los árboles, sepultados
por sus ramas, silenciados por el
monótono bullir de la naturaleza.
Desde
entonces diferentes programas internacionales luchan por recuperar y restaurar el antiguo esplendor de
Angkor. Declarada por la UNESCO Patrimonio
de la Humanidad en 1992, muchos de los
templos lucen ya sus ruinas despojados de la asfixiante
maleza. Como ilustración, dejo aquí
mis impresiones de la visita
a cuatro de estos templos.
Bangteay Srei.
Es
probablemente el que mejor conserva el detalle de las esculturas originales.
Construido con piedra rosa menos friable
que la de otros templos, es también el
más luminoso. Llama la atención el tamaño casi miniaturesco de algunos de los
edificios pero sobre todo la belleza de
la filigranas esculpidas en los dinteles de las diferentes “Gopuras” (Puertas)
que dan acceso a los recintos. Me indigna
la decapitación salvaje de
algunas esculturas y el inútil destrozo de los saqueadores de tesoros
arqueológicos.
Ta Phrohm
Es
probablemente el templo que mayor sobrecogimiento y admiración suscita. Aunque
se trabaja en su conservación, no se le
ha despojado de los árboles, ramas y raíces que lo abrazan y lo estrangulan.
Algunos de sus rincones han sido inmortalizados por el cine y cómo no, siempre
hay cientos de turistas queriendo
repetir la escena, pero prefiero sentarme en una esquina para contemplar y admirar a un tiempo árboles y esculturas en una imposible
simbiosis, el abrazo desesperado e imposible de piedra y madera.
Bayon
Construido
aproximadamente en el año 1200 por Jayavarman VII es uno de los templos más
enigmáticos de Angkor. Iniciado como
templo hinduista, pasa a ser templo
budista y posteriormente Panteón Real. La laberíntica construcción de la que sobresalen numerosos “prangs” con
caras esculpidas (probablemente
representando a Brama, el dios de la cuatro caras) es desconcertante pero me quedo con el muro recubierto de bajorelieves en que se describen pasadas hazañas y sobre todo con las graciosas
“ apsara” o bailarinas sagradas que por
parejas adornan las columnas del atrio principal.
Angkor Wat
Es el
mayor templo del mundo. Construido por la dinastía Suryavarman en el siglo XII,
casi en paralelo a las catedrales góticas europeas, fue además de templo una
ciudad en sí misma donde vivían cerca de 22.000 almas. En un recinto
cerrado de cerca de 80 hectáreas, la construcción central de más de 300 metros de lado, se eleva en
terrazas sucesivas imitando la Cadena Montañosa del Meru, sede de los
Dioses y sus tres torres principales representan
al Panteón hindú siendo la principal y
la más ancha la dedicada al dios Vishnú.
Todo es grandioso en este templo e ingente el trabajo de conservación
que se está llevando a cabo. El templo
cuenta con más de 2000 estatuas de “apsaras” (bailarinas sagradas). Yo me he detenido intentando descifrar las
escenas del Ramayana esculpidas en piedra a lo largo de más de 600 metros en las
paredes de de la tercera Galería.
La
visita me ha sabido a poco. He quedado con hambre de más, pero también con un
cierto hartazgo de turismo masificado.
La atracción y la afluencia indiscriminada de visitantes puede convertirse en último término en un
peligro para la supervivencia de los monumentos si no se encauza su flujo a través de pasarelas que nos alejen
de las esculturas, las tallas y bajo relieves.