Hace un par de meses
me encontré por primera vez con
Mo Mo Eh. Había ido con mi amigo Víctor
a visitar la familia de una alumna que había venido a decirnos que no tenían
arroz en casa. En efecto el padre se
había ido a trabajar a Bangkok y se olvidaba de mandar dinero a casa, la madre
estaba enferma y con sus tres hijos más el que estaba en camino vivían en casa
de la abuela que también se sentía mal pero no iba al hospital por falta de dinero.
Víctor llevaba ayuda a esta familia,
pero mirando alrededor vimos lo que podría llamarse un precario chamizo que parecía sostenerse
en equilibrio inestable y que ciertamente no podría proteger a una familia
de las inminentes lluvias del monzón.
Descubrimos que allí vivía Mo Mo
Eh, con su madre y su padre, recién llegados de Myanmar. También nos enteramos que el joven padre estaba sin trabajo, que bebía con exceso y se drogaba. Ayudamos también a esta familia y conseguimos
que la niña, que no estaba escolarizada, viniera al colegio.
Unas semanas después, la niña dejó de venir a clase. Supimos por su vecina que la madre había
huido de casa porque el padre borracho
la había pegado. Encontramos su paradero no lejos del colegio y la niña volvió con sus amiguitas,
luego el marido se enteró dónde vivían, volvieron a juntarse y la niña
llegó a clase tan contenta porque los padres se habían reconciliado. Una
sonrisa más grande que se cara volvió a dibujarse
en su carita morena e hizo brillar sus enormes
y bonitos ojos marrones.
Pero Mo Mo Eh volvió a desaparecer y ya no hubo manera de saber qué había sido de
la niña. Al cabo de un tiempo nos
dijeron que como consecuencia de una nueva paliza, la madre se había vuelto a Myanmar llevándose con ella a la niña.
Parecía que ya nada más se podía hacer, pero Víctor no es de los que se
rinden fácilmente. Ante todo se preocupaba por el bienestar y la
escolarización de la niña. Llegó
finalmente a nuestros oídos que alguien
conocía la casa donde madre e hija vivían del otro lado de la frontera. Preocupado por ellas, Víctor me invitó a acompañarle en una aventura un tanto arriesgada puesto que la
frontera entre Myanmar
y Thailandia está cerrada para los europeos en este punto. Le echamos un poco de valor temerario, fuimos
a buscar a nuestra guía, y por
caminos secundarios
controlados por los Mon nos adentramos en
Myanmar. De pronto, cuando ya no había marcha atrás nos encontramos con
una barrera y un
soldado birmano, que metralleta en
ristre nos conminaba a bajar del vehículo.
Nuestra guía, explicó al soldado en birmano, que sólo pretendíamos
visitar a una alumna, pero el soldado seguía firme en su propósito. Un oportuno billete de 100 Baht ( 2,5
Euros) finalmente suavizó la tensión del
momento. A recoger ese billete el soldado
probablemente estaba ganando más del doble de su paga diaria. Cómo no iba a mirar un momento para otra parte?
Con algo de susto en el cuerpo, hay que decirlo, llegamos por fin a la
casa en la que ahora vive Mo Mo Eh y su madre.
Una sola pieza, de paredes sin
encalar, sin cocina y sin baño, donde se
juntan seis personas: El hermano mayor con su mujer, su hijita de
meses y una tía más las dos recién llegadas.
El hombre trabaja 12 horas al día en una
fábrica de zapatos del otro lado de la frontera
por algo más de 3500 Baht al mes. (Unos 83 Euros) . Teniendo en cuenta que paga
1500 Baht por la casa donde viven
significa que la familia de seis personas tiene que arreglarse con menos
de dos Euros al día! La niña quería volver al colegio y convinimos
en que la niña viniera a la “Escuela de
Bambú” del lado tailandés pero no lejos
de la frontera. Después de aportar un
poco de ayuda a la familia volvimos hacia Tailandia por caminos en los que parecía que el coche
iba a quedar embarrado para siempre.
Unos días más tarde vuelvo a ver
a So So Eh en brazos de su madre. Se la
ve tan débil que a penas puede abrir los ojos.
No tienen dinero para llevar a la niña al hospital. Víctor parece la solución a todos los
males. Sin pensárselo dos veces, cogemos
a la madre y a la niña y las llevamos al hospital donde diagnostican que la
niña padece anemia y la dejan
hospitalizada enchufada a la botella de
suero.
A los pocos días, como todos los lunes, voy a la escuela de
Bambú a dar mis clases de inglés, y de pronto
veo a Mo Mo Eh que viene corriendo hacia mí para abrazarme. Se la ve sonriente y alegre. Es una niña
feliz y parece muy recuperada. Días más
tarde, con ocasión del “Día de la Madre”
Mo Mo Eh y su mamá se presentan en el colegio y Víctor
se lleva una enorme alegría. Sabe
que él solo puede poner un granito de arroz,
que nunca solucionará todos los problemas con los que se encuentra, pero también sabe que siempre es más fácil
buscar disculpas para no mover un dedo
que echarle un poco de valor y
arriesgarse por ayudar al prójimo.
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