14 de agosto de 2014

Mo Mo Eh


Hace un par de meses  me encontré por primera vez  con Mo Mo Eh.   Había ido con mi amigo Víctor a visitar la familia de una alumna que había venido a decirnos que no tenían arroz en casa.  En efecto el padre se había ido a trabajar a Bangkok y se olvidaba de mandar dinero a casa, la madre estaba enferma y con sus tres hijos más el que estaba en camino vivían en casa de la abuela que también se sentía mal    pero no iba al hospital por falta de dinero.

Víctor llevaba ayuda a esta familia, pero  mirando alrededor vimos  lo que podría llamarse un  precario chamizo que parecía sostenerse en  equilibrio inestable y que  ciertamente no podría proteger a una familia de las inminentes lluvias del monzón.  Descubrimos que allí vivía  Mo Mo Eh, con su madre y su padre, recién llegados de Myanmar.  También nos enteramos que  el joven padre estaba sin trabajo, que  bebía con exceso y se drogaba.  Ayudamos también a esta familia y conseguimos que la niña, que  no  estaba escolarizada, viniera al colegio.

Unas semanas después,  la niña dejó de venir a clase.  Supimos por su vecina que la madre había huido de casa porque el padre borracho  la había pegado. Encontramos su paradero no lejos del colegio  y la niña volvió con sus amiguitas, luego  el marido se enteró  dónde vivían, volvieron a juntarse y la niña llegó a clase tan contenta   porque los padres se habían reconciliado. Una sonrisa más grande que se cara  volvió a dibujarse en su carita morena  e hizo brillar sus enormes y bonitos ojos marrones.

Pero Mo Mo  Eh  volvió a desaparecer y  ya no hubo manera de saber qué había sido de la niña.  Al cabo de un tiempo nos dijeron que como consecuencia de una nueva paliza, la madre se había vuelto a Myanmar llevándose con ella a la niña.  Parecía que ya nada más se podía hacer, pero Víctor no es de los que se rinden fácilmente.  Ante todo  se preocupaba por el bienestar y la escolarización de la niña.  Llegó finalmente a nuestros oídos que  alguien conocía la casa donde madre e hija vivían del otro lado de la frontera.   Preocupado por ellas, Víctor me  invitó a acompañarle en una aventura  un tanto arriesgada puesto que la frontera  entre  Myanmar  y Thailandia está cerrada para los europeos en este punto.  Le echamos un poco de valor temerario, fuimos a buscar a nuestra guía,  y por caminos  secundarios 
controlados por los Mon nos adentramos en Myanmar.  De pronto,  cuando  ya no había marcha atrás nos encontramos con una barrera  y   un soldado  birmano, que metralleta en ristre nos conminaba a bajar del vehículo.  Nuestra guía, explicó al soldado en birmano, que sólo pretendíamos visitar a una alumna, pero el soldado seguía firme en su propósito.  Un oportuno billete de 100 Baht ( 2,5 Euros)  finalmente suavizó la tensión del momento.  A recoger ese billete el soldado probablemente estaba   ganando más  del doble de su paga diaria. Cómo no iba a  mirar un momento para otra parte?

Con algo de susto en el  cuerpo, hay que decirlo, llegamos por fin a la casa en la que ahora vive Mo Mo Eh y su madre.  Una sola pieza, de paredes  sin encalar, sin cocina y sin baño,  donde se juntan seis personas:  El  hermano mayor con su mujer, su hijita de meses y una  tía más las dos recién llegadas. El hombre trabaja  12 horas al día en una fábrica de zapatos del otro lado de la frontera  por algo más de  3500 Baht al mes.  (Unos 83 Euros) . Teniendo en cuenta que paga 1500 Baht por la casa donde viven  significa que la familia de seis personas tiene que arreglarse con menos de dos Euros  al día!   La niña quería volver al colegio y convinimos en que la niña  viniera a la “Escuela de Bambú”  del lado tailandés pero no lejos de la frontera.  Después de aportar un poco de ayuda a la familia volvimos hacia Tailandia  por caminos en los que parecía que el coche iba a quedar embarrado  para siempre.

Unos días más tarde vuelvo a ver a So So Eh en brazos de su madre.  Se la ve tan débil que a penas puede abrir los ojos.  No tienen dinero para llevar a la niña al hospital.  Víctor parece la solución a todos los males.  Sin pensárselo dos veces, cogemos a la madre y a la niña y las llevamos al hospital donde diagnostican que la niña padece  anemia y la dejan hospitalizada  enchufada a la botella de suero.

A los pocos días,  como todos los lunes, voy a la escuela de Bambú a dar mis clases de inglés, y  de pronto veo a Mo Mo Eh que viene corriendo hacia mí para abrazarme.  Se la ve sonriente y alegre. Es una niña feliz y parece muy recuperada.   Días más tarde, con ocasión del “Día de la Madre”  Mo Mo Eh y su mamá se presentan en el colegio  y Víctor  se lleva una enorme alegría.  Sabe que él solo puede poner  un granito  de arroz,  que nunca solucionará todos los problemas  con los que se encuentra,  pero también sabe que siempre es más fácil buscar disculpas para no mover un dedo  que echarle un poco de valor  y arriesgarse por ayudar al prójimo.

    

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