Es una
casa antigua, grande, espaciosa y muy
ventilada. Abajo, casi al aire libre está
la cocina, y en un rincón, supongo que los servicios. Es resto es un espacio diáfano en el que se
aparcan las motos, se cuelgan los aperos y herramientas de trabajo, y escarban las gallinas. Al piso propiamente
dicho se accede por una escalera de barrotes que subo pensando sobre todo en
cómo bajarla. Nos acaban de invitar al enlazado de las muñecas una ceremonia Karen de profundas connotaciones
ancestrales y familiares que se remontan a los orígenes del pueblo Karen en el
desierto del Gobi y que a nosotros como extranjeros y extraños al clan nos
conmueve por lo que supone de franca acogida.
En efecto, al
menos una vez al año, generalmente en el mes de agosto y en un día sagrado, es decir un día de luna nueva o de luna llena, los Karen, llevan a cabo un sencillo y
emotivo rito de bienvenida y acogida, algo así como un “vuelta a casa por
Navidad” de todo el clan familiar y en localidades más pequeñas de todos los nacidos en el pueblo.
Se trata en
efecto de reunir ese día, bajo un mismo techo, al
mayor número de miembros de la familia posible, que por lejos o dispersos que
se encuentren harán lo posible por acudir a la llamada del jefe del clan o del
patriarca de la familia.
Sa Ai, una de
las profesoras, nos ha invitado a la ceremonia y nos sentimos muy honrados en
participar. De una manera indirecta está
mostrándonos su consideración y respeto y nos invita a formar parte de su
familia. El parquet de la casa, diáfano
salvo por algunos rincones separados por mamparas o cortinas, está recubierto
de esteras de paja trenzada sobre las que a pesar de nuestra falta de flexibilidad
intentamos sentarnos erguidos, sin
cometer la descortesía de poner los pies por delante, pero incapaces de adoptar esa aparente cómoda posición de piernas
cruzadas que a ellos les resulta tan
natural.
Cuando todos
los invitados están por fin reunidos,
los más jóvenes, nos agasajan con una
larga canción de bienvenida en lengua
Karén. Los anfitriones, sacan una de
las bandejas de comida a la puerta, en este caso a pie de escalera
y batiendo la bandeja con una cuchara
llaman a los rezagados o a cualquiera que pase quiera compartir esa
comida con ellos.
Ahora ya
estamos todos reunidos y formamos una
familia. La manera de simbolizarlo es
tocar todos con la mano el borde de la bandeja de comida mientras los más mayores pronuncian una oración ritual que supongo de
bendición. Luego, recibimos
con la dos manos una porción de
comida en la que se mezcla fruta, flores y sobre todo bolas de “sticky rice”
(arroz pegajoso) y diversos
pasteles, también de arroz. El arroz pegajoso es el elemento imprescindible en
la comida del día, puesto que del mismo modo que los granos de arroz quedan pegados
unos a otros y no se pueden separar, así el pueblo Karen es uno y la
familia permanece unida por muy lejos
que sus miembros tengan que dispersarse. Es entonces cuando la anfitriona procede a rodear ambas muñecas con tres vuelas de doble hilo rojo y blanco. El hilo rojo es
símbolo de pureza de espíritu y el hilo rojo simboliza con su color a todo el
pueblo Karen. Mientras ella invoca su plegaria,
me hace sentir de una extraña
manera que soy uno más de esta gran familia Karen que
contra viento y marea , desplazada quizá de su tierra de origen, sigue
conservando sus tradiciones y reuniendo
al menos una vez al año a sus
miembros dispersos por lejos que se
encuentren. Se supone que los hilos hay
que dejarlos en la muñeca hasta que se deshagan por sí mismos. Estoy convencido que eso ocurrirá mucho antes
de que yo pueda olvidar esta sencilla e inesperada ceremonia
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