30 de julio de 2014

Meditación Budista


En el texto que sigue trato de hacer una interpretación  personal de lo que entiendo por meditación budista. Puesto que parto de consideraciones fruto de mis lecturas y vivencias personales presento sobre todo una reflexión personal y por consiguiente subjetiva, sobre lo que entiendo por meditar y sobre la meditación budista en general.

Cuando hablamos de meditación a secas podemos estar hablando de cualquier cosa: reflexión, introspección,  contemplación,  repetición hipnótica de mantras  o incluso arrebatos místicos.  Para hablar de meditación por consiguiente, es  imprescindible hacerlo refiriéndonos a  una tradición:  cristiana, sufí, budista,  pero sobre todo a un objetivo.  Un monje  budista,  un cartujo,  un lama  o  un derviche  pueden  utilizar  posturas corporales, y métodos para centrar la atención  muy similares, pero dado que los objetivos que cada uno busca son muy diferentes, la meditación será también diferente.  Personalmente creo  que la meditación es ante todo una experiencia  personal  que tiene que ver con la búsqueda de  nuestra  unicidad. 

Es parte de nuestra naturaleza vivir la dualidad de mente, alma, espíritu o como queramos llamarlo y cuerpo   como dos realidades que conforman nuestro ser  pero que raramente coinciden y que actúan  de forma  independiente  y a veces antagónica.  Nuestros pies nos llevan a un lugar pero nuestra cabeza  sigue pensando en el lugar del  que hemos salido;  nuestros ojos contemplan un paisaje, pero nuestra imaginación  se recrea en otra escena;  alguien nos  habla de sus problemas pero pensamos  mientras le escuchamos en  qué vamos a hacer mañana;  queremos cambiar una mala costumbre pero  hacemos  lo contrario de lo que nos proponemos.   Pues bien, creo que meditar es ante todo buscar  esa  concentración de cuerpo, mente, alma, espíritu,  o  facultades humanas  en  un solo y único objeto:  respiro y mis pulmones,  mi voluntad,  mi atención, mi imaginación sólo viven esa unicidad que es el acto de respirar.    A veces  me lo explico a mi mismo con la imagen de aquellas cámaras fotográficas  que antes de la era digital teníamos que enfocar:  aparecía en el visor  la imagen que queríamos fotografiar como desdoblada, y a base de girar la ruleta íbamos haciendo que las dos imágenes se superpusieran  exactamente  en una sola.  Pues bien, algo parecido ocurre al meditar: enfocamos, centramos,  nuestro cuerpo nuestra mente, nuestro ser  nuestras energías en  un solo acto  evitando cualquier tipo de dispersión  y durante el  mayor tiempo posible.  ¿Pero, para qué?

 Pues bien, cuando hablamos de meditación budista podemos decir que la práctica de la meditación    “bhavana” o “cultivo de la mente” es una predisposición a situarnos  en la realidad para de ese modo aprehenderla mejor, y así erradicar  de nuestra vida el “dukkha” o sufrimiento  que podríamos quizá  matizar como angustia existencial.
 Como ya sabemos , casi desde el inicio del budismo  surgieron  en los países por los que se fue extendiendo diferentes escuelas de práctica budista:  budismo Mahayana en el  Tibet y Nepal, Confucionismo en China, Taoismo   en Japón. etc.
En el Sudeste asiático, en Tailandia,  predominó la práctica del Budhismo Theravada  y aunque se conocen más de cuarenta  métodos meditativos todos ellos tienen dos componentes básicos  que se denominan “Samantha” o calma mental  y tranquilidad  y “Vipassana”  o conocimiento directo e intuición. Se considera que los métodos derivados del “samantha”   preceden y sirven  para preparar  la meditación “Vipassana”.  En cualquier caso, todas las formas de meditación, sirven en último caso para “cultivar la mente” y evitar el sufrimiento, es decir, para contrarrestar  los cinco agregados que lo producen, a saber: 1  mente, cuerpo;  2  sentimientos y sensaciones;  3  percepción y memoria;  4  estados mentales  y  5 conciencia.

Las técnicas de meditación varían según las diferentes escuelas pero se intenta siempre predisponer una determinada condición mental que favorezca el “estado de máxima atención y tranquilidad”. En el núcleo central de toda  meditación budista hay una observación tranquila y atenta tanto de los propios procesos mentales como de los fenómenos de la vida.  Pese a la variedad de tradiciones, técnicas y variantes meditativas, es difícil que en una tradición budista no se encuentre por lo menos señalado aquello que ocupa la tradición de las otras.  De cualquier forma y a modo de descripción de rasgos distintivos  podemos decir que  el Budismo Therevada hace hincapié en el análisis y descripción de los diferentes estados de meditación.   Desprovisto de cualquier ritual y con un fuerte componente de estudio, enfatiza un camino progresivo de práctica para pulir los progresos del practicante. El análisis y la sistematización de la experiencia meditativa es por consiguiente la característica principal de Budismo Theravada.
Por su parte, el Budismo Zen destaca el carácter intuitivo y espontáneo de la sabiduría. Intenta buscar una armonía natural en el individuo que le predispone a realizaciones directas e intuitivas, evitando el dualismo en la comprensión de la realidad  En contrapartida, en el budismo Tibetano sobresalen los mecanismos simbólicos e inconscientes de la mente. Es una práctica ritualista que intenta establecer  nuevos patrones psicológicos para aumentar la comprensión de la realidad a niveles profundos. Es la más simbólica y mágica de todas las tradiciones budistas.

Cuando leo y pienso sobre meditación budista y más particularmente sobre la meditación practicada en la escuela Theravada, no me siento muy lejos de San Juan de la Cruz o de Santa Teresa. Me concentro en la respiración, en los  latidos del corazón, en mi realidad física, pero no como algo mágico que por si sólo va a operar en  mi una transformación, sino como una manera de evitar la dispersión de mi mente, como una forma de estar entero en el lugar y momento que estoy, para propiciar esa  atenta pero sosegada  quietud  y tranquilidad que Santa Teresa resumía a su manera castiza con ese “Mira que te mira Dios”.

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