Hace unos
días, el embajador de Tailandia en Estados Unidos, se quejaba del informe 2014
recientemente publicado por Departamento de Estado de Estados Unidos que
coloca a Tailandia en en nivel “tres”
es decir entre los peores países del mundo en lo que a Tráfico de
Personas se refiere. Sin negar del todo
las acusaciones se lamentaba de que el informe no recogiera los esfuerzos que
Tailandia está haciendo para luchar contra esa lacra.
Tailandia es
un país de economía dinámica y más
desarrollada que la de sus vecinos pobres: Myanmar, Cambodia y Laos. Esta situación y la
creciente necesidad de mano de obra favorece a
las mafias de reclutadores y explotadores criminales que se aprovechan de esa circunstancia para, a través
complejas redes de captación y logística, atraer al país mano de obra
engañada, comprada y a veces
hasta robada.
Una de las actividades Tailandesas objeto en estos momentos de particular
escrutinio internacional es la de
la pesca y la relacioanda con los camarones o langostinos de los que Tailandia con
más de 500.000 toneladas año es el mayor exportador mundial. Las flotas pesqueras del sudeste de
Tailandia que suministra materia prima
al Gigante CP (Charoen Pokphand Foods) utilizan
con frecuencia mano de obra birmana, que ha sido engañada por mafias que los venden a los buques y una vez a bordo
pasan años sin volver a pisar tierra obligados a trabajar dieciocho horas diarias sin días de
descanso. Algunas Cadenas de
Alimentación Americanas como Walmart o Europeas como Tesco y Carrefour ya han denunciado la situación y amenazado a
lCP con interrumpir las compras si en la
cadena de producción se sigue utilizando mano de obra esclavizada. Esta lacra es sin embargo difícil de erradicar porque las inspecciones corren a cargo de las Comandancias
Marítimos Tailandeses que con evidente
miopía no han detectado ninguna
irregularidad en cuantas inspecciones han llevado a cabo hasta la fecha.
Otro área
donde el tráfico humano es
particularmente vergonzoso es el referido
a niñas y niños utilizados como reclamos de mendicidad o explotación sexual y el de jóvenes campesinas atraídas al país con falsas promesas de
contratos de trabajo que debido a las enormes
deudas que contraen para pagar a las
mafias que las reclutan, acaban en trabajos
de servicio doméstico del que no
se pueden liberar pese a verse obligadas a trabajar más horas de las
estipuladas y por un sueldo muy inferior al prometido.
Malee, una muchacha
de origen Karen, de 16 años,
trabajadora, y espabilada, había
estudiado en nuestra escuela durante un
par de años y se defendía bastante bien en Tailandés. La separación
de los padres y posterior abandono al cuidado de su abuela la obligaron, para mantener a sus hermanos, a contactar
con una persona que previo pago de
15.000 Baht (equivalente a tres o cuatro
meses de trabajo) podía hacerla pasar
clandestinamente a través de la frontera y
de los diferentes controles policiales
y una vez en Bangkok empezar a trabajar en una familia que le
pagaría 5.000 Baht al mes (120 Euros)
de los que tendría que devolver
2.000 al intermediario hasta saldar la deuda. La muchacha nos contó que el viaje fue una auténtica pesadilla. La camioneta,
una pick up Toyota, cargó una
quincena de muchachas que tuvieron que tumbarse alargadas en la caja unas sobre otras como si fueran
fardos, tapadas con una lona y sin moverse durante buena parte del viaje,
También nos contó que caminaron durante horas por senderos en la selva, para
evitar los controles policiales, sobre todo en la primera parte del viaje. La familia en la que empezó a trabajar
tenía más miembros de los que le habían dicho en un principio, pero lo que
sobre todo le ocultaron es que un miembro de la familia estaba paralítico y tenía
que hacerse cargo de asearlo, darle de comer y moverlo en la cama. Malee, tuvo suerte, alguien pagó su deuda y
pudo regresar a su pueblo en la frontera de Myanmar.
Algunas de las
ONG que luchan en Tailandia contra el tráfico humano sospechan que uno de los
problemas para atajarlo es que las
autoridades policiales o aduaneras no colaboran
efectivamente contra las mafias y que en ocasiones se dan casos de corrupción y connivencia con los cabecillas.
Las muchachas
birmanas o de grupos tribales en la
frontera entre Birmania y Tailandia son fácilmente presa de las redes que
captan y abastecen los prostíbulos de Bangkok. Tienen la ventaja de
ser guapas, de piel fina y clara y sonrisa encantadora. Pero
tienen sobre todo la ventaja de carecer de cualquier documento que las acredite
como ciudadanas de un país. Sin apellidos, sin papeles, están a la merced de
sus explotadores, que en caso de problemas no dudarán en maltratarlas,
desfigurarlas o incluso matarlas. Engañadas, o a veces vendidas por los padres para pagar deudas
contraídas, muchas de esas chicas son
objeto de una de las más repugnantes lacras de este país: el turismo sexual.
La trata de
personas es la tercera actividad ilegal más lucrativa del mundo, después del
tráfico de armas y el narcotráfico, y sus beneficios rondan los 32 mil millones
de dólares anuales.” La pobreza
extrema y el analfabetismo endémico son factores que colocan en una situación de gran
vulnerabilidad a las personas que los sufren, lo que provoca que sean
fácilmente engañadas por las mafias. Bajo la promesa de una vida mejor o un
trabajo estable, se llevan a mujeres y niños a trabajar en clubes donde se
practica la prostitución o los obligan a formar parte de actividades
relacionadas con la pornografía infantil.
La víctima es la población vulnerable que
reside en estos lugares, el cómplice es el gobierno que los deja desprotegidos
y los ejecutores son las mafias. Pero los turistas provenientes de Europa o Estados
Unidos son los principales responsables. Es necesario tener claro este hecho
para abordar todos los aspectos de esta lacra. No señalar a los culpables del
comercio sexual supone otorgarles un estatus de invisibilidad que favorece su
impunidad.
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