18 de julio de 2014

Voluntarios


Vienen de cualquier país: Inglaterra, Australia, España, Singapur. Unos estudian, otros trabajan; son profesores, enfermeras, cocineros, electricistas,  vienen a compartir con nosotros unas semanas de su tiempo, un poco de su dinero, pero sobre todo a compartir con nosotros su entusiasmo, su disponibilidad, sus ganas de ser  útiles, de ayudar, de enseñar y de aprender.
Por mucha preparación que se haya tenido, por más que se haya leído sobre el país que se visita  o el trabajo que se va a realizar, nada es realmente como uno  lo figuraba.  El proyecto es claro, la misión también, pero en estos países muchas cosas, necesariamente tienen que dejarse a la improvisación del momento,  la benevolencia del clima, las festividades religiosas que se presentan o incluso la inesperada  ausencia de los obreros a quien se supone se viene a ayudar. El tiempo discurre de otra manera y nuestras mentes cuadriculadas creen estar perdiendo el tiempo si cada  momento de la jornada no tiene una tarea asignada.  Pero estar quieto, mirar, dejarse impregnar por el ambiente es parte de la experiencia.

Trabajar  chapoteando en el barro hasta media pierna, acarrear canastas de grava, arena o ladrillos, sentirse indefenso ante las picaduras de mosquitos y otros insectos, y sonreír al final de la jornada, tener humor para dejarse abrazar por los niños o incluso transportar dos o tres sobre los hombros es digno  de admiración.  casi todos tienen la inmensa suerte de interactuar, jugar, enseñar, divertirse con  los niños.

Según me cuentan, meses después, las ampollas en las manos se curan, las picaduras de insectos se olvidan, pero lo que  no podrán  olvidar es esa  sonrisa  hecha de dientes como perlas, de labios abiertos y de ojos  chispeantes como estrellas.  Lo que recordarán siempre  son los abrazos espontáneos, las manos tendidas que se enganchan  en tus dedos y es difícil  sacudir. 


Las pequeñas compensaciones  por  venir tan lejos,  la vegetación exuberante,  el colorido de las tribus con  su música y sus bailes,  la extensión de los lagos y  la majestuosidad  los ríos y de las cascadas  palidecen  ante la dimensión humana de la experiencia.  Recuerdos  inolvidables  como las anécdotas de la convivencia,  el paseo a lomos de elefante o el descenso de  un río en una estrecha  balsa de bambú,  quedan en desventaja cuando  después de un tiempo se  revive en el recuerdo el tiempo de voluntariado.

Veo partir grupo tras grupo, y mi admiración va con ellos. Admiro su generosidad, su espíritu de sacrificio y su alegre  generosidad.  Olvidaré algunos nombres, pero lo que yo tampoco olvidaré es haber compartido con ellos una algo más dilatada experiencia, pero  idéntica  disponibilidad  solidaria.






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