Vienen de cualquier país:
Inglaterra, Australia, España, Singapur. Unos estudian, otros trabajan; son
profesores, enfermeras, cocineros, electricistas, vienen a compartir con nosotros unas semanas
de su tiempo, un poco de su dinero, pero sobre todo a compartir con nosotros su
entusiasmo, su disponibilidad, sus ganas de ser
útiles, de ayudar, de enseñar y de aprender.
Por mucha preparación que se
haya tenido, por más que se haya leído sobre el país que se visita o el trabajo que se va a realizar, nada es realmente
como uno lo figuraba. El proyecto es claro, la misión también, pero
en estos países muchas cosas, necesariamente tienen que dejarse a la
improvisación del momento, la
benevolencia del clima, las festividades religiosas que se presentan o incluso
la inesperada ausencia de los obreros a
quien se supone se viene a ayudar. El tiempo discurre de otra manera y nuestras
mentes cuadriculadas creen estar perdiendo el tiempo si cada momento de la jornada no tiene una tarea
asignada. Pero estar quieto, mirar,
dejarse impregnar por el ambiente es parte de la experiencia.
Trabajar chapoteando en el barro hasta media pierna,
acarrear canastas de grava, arena o ladrillos, sentirse indefenso ante las
picaduras de mosquitos y otros insectos, y sonreír al final de la jornada,
tener humor para dejarse abrazar por los niños o incluso transportar dos o tres
sobre los hombros es digno de
admiración. casi todos tienen la inmensa
suerte de interactuar, jugar, enseñar, divertirse con los niños.
Según me cuentan, meses
después, las ampollas en las manos se curan, las picaduras de insectos se
olvidan, pero lo que no podrán olvidar es esa sonrisa
hecha de dientes como perlas, de labios abiertos y de ojos chispeantes como estrellas. Lo que recordarán siempre son los abrazos espontáneos, las manos
tendidas que se enganchan en tus dedos y
es difícil sacudir.
Las pequeñas
compensaciones por venir tan lejos, la vegetación exuberante, el colorido de las tribus con su música y sus bailes, la extensión de los lagos y la majestuosidad los ríos y de las cascadas palidecen
ante la dimensión humana de la experiencia. Recuerdos
inolvidables como las anécdotas
de la convivencia, el paseo a lomos de
elefante o el descenso de un río en una
estrecha balsa de bambú, quedan en desventaja cuando después de un tiempo se revive en el recuerdo el tiempo de
voluntariado.
Veo partir grupo tras grupo,
y mi admiración va con ellos. Admiro su generosidad, su espíritu de sacrificio
y su alegre generosidad. Olvidaré algunos nombres, pero lo que yo
tampoco olvidaré es haber compartido con ellos una algo más dilatada
experiencia, pero idéntica disponibilidad solidaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario