Congregar a más de diez
mil personas para meditar, dar limosna e instruirse en la doctrina Budista no es una pequeña hazaña,
hacerlo domingo tras domingo y en
ocasiones llegar a congregar a más de 100.000 fieles y 7.000 monjes es algo que merecía la pena investigar, sobre todo
cuando la simple mención de Wat Phra Dammakaya suscita entre los
tailandeses instruidos una avalancha de
comentarios, a favor unos y muy críticos
o incluso acusadores otros.
Lo primero que llama la atención evidentemente es el gigantismo. Necesario si se tiene en cuenta la cantidad
de personas que tiene que albergar; en ocasiones durante más de veinticuatro horas. Es necesario hacer un esfuerzo de imaginación y pensar en cinco estadios de futbol uno al lado del
otro, para hacerse una idea
de las dimensiones de esta gigantesca
obra de más de 1000 millones de Dólares
en una finca de 400 Hectáreas.
Es casi natural que uno se ponga a pensar y se pregunte
¿de dónde sale tanto dinero? y sobre todo ¿quién controla las finanzas
de una organización de tamaña envergadura? En mi visita tuve la oportunidad de
entrevistarme con el Venerable Phra
Kittipong Hemawango, Director de Relaciones Internacionales y ante mi asombro
ante las dimensiones de las edificaciones y el coste resultante, sencillamente me contestó que era
la obra de todos los fieles budistas que cada domingo vienen al templo y
depositan sus limosnas. Eso es
precisamente lo que algunos critican: la insistencia en dar limosnas, como manera de “Tham Boun” (hacer
buenas obas) y hacerse perdonar los pecados.
Que nadie sin embargo se espere aquí la grandiosidad de una catedral, o el lujo de cualquier palacio. Miles toneladas de hormigón y enormes
pabellones de cemento vista para poder
sentar bajo cubierto, con las piernas cruzadas y sin apretujarse (se necesita espacio vital para meditar) a miles de personas que a
través de una perfecta megafonía
escuchan al monje que dirige la
Asamblea aunque debido a la distancia no
lo puedan haber salvo a través de pantallas
estratégicamente repartidas.
Lo más llamativo del
conjunto son unas pocas esculturas y dos estupas en forma de
cono aplastado y escalonado y
frente a ellas, grandes explanadas rodeadas
por tres costados de una estructura de cemento, de dos pisos que sirve
de albergue, de claustro y de aparcamiento subterráneo. En las estupas se colocan los monjes, y el color azafrán de sus
ropajes da continuidad al color oro de la redondeada cúpula. En la explanada se sientan y rezan los
fieles, todos vestidos de blanco en señal pureza de intenciones. El dorado de la
Estupa mayor es consecuencia de las 300.000 estatuillas de Buda que la adornan.
No tengo una idea muy clara de lo que puede ser verse
envuelto en una semejante multitud orando o meditando, pero algo me dijo el monje que me dejó pensativo: “Meditar solo está bien. Meditar en grupo es además beneficiarse del permeable
flujo de paz, energía e intuición que se desprende del colectivo que te acompaña en la meditación”.
Por eso es preferible visitar el lugar un domingo temprano.
Sin fieles estamos ante bloques de cemento
sin alma. Para evitar volverme con esa
impresión es por lo que quise contactar con algún monje que me explicara el proyecto. Al parecer todo es consecuencia de una
escuela de meditación re-descubierta y restaurada por Phra Mongkolthepmuni y su
discípula la monja budista Khun Yai Maha
Ratana Upasik. El número creciente de
files budistas que venían a ellos para aprender a meditar según la Escuela Dhammakaya
es lo que ha hecho que el
proyecto original que apenas cubría
30 hectáreas se haya ido desarrollando hasta las enormes
proporciones que lo convierten en el
templo budista mayor de Tailandia y probablemente del mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario