18 de septiembre de 2014

Wat Phra Dhammakaya


Congregar  a más de diez mil personas para  meditar,  dar limosna e instruirse en la doctrina  Budista no es una pequeña  hazaña,  hacerlo domingo tras domingo  y en ocasiones llegar a congregar a más de 100.000 fieles  y 7.000 monjes es algo que  merecía la pena investigar, sobre todo cuando  la simple mención de  Wat Phra Dammakaya suscita entre los tailandeses  instruidos una avalancha de comentarios, a favor unos y muy  críticos o incluso  acusadores otros.

Lo primero que llama la atención  evidentemente es el gigantismo.  Necesario si se tiene en cuenta  la cantidad  de personas que  tiene que albergar;  en ocasiones durante  más de  veinticuatro horas. Es necesario  hacer un esfuerzo de imaginación  y pensar en  cinco estadios de futbol uno al lado del otro,  para hacerse  una idea  de las dimensiones de esta gigantesca  obra de más de 1000 millones de Dólares  en una finca de 400 Hectáreas. 

Es casi natural que uno se ponga a pensar  y se pregunte  ¿de dónde sale tanto dinero? y sobre todo ¿quién controla las finanzas de una organización de tamaña  envergadura?  En mi visita tuve la oportunidad de entrevistarme con el  Venerable Phra Kittipong Hemawango, Director de Relaciones Internacionales y ante mi asombro ante las dimensiones de las edificaciones y el coste  resultante, sencillamente me contestó que era la obra de todos los fieles budistas que cada domingo vienen al templo y depositan sus limosnas.  Eso es precisamente lo que algunos critican: la insistencia en  dar limosnas, como manera de “Tham Boun”  (hacer  buenas obas)  y hacerse perdonar  los pecados.

Que nadie sin embargo se espere aquí  la grandiosidad de una  catedral, o el lujo de cualquier palacio.  Miles toneladas de hormigón y enormes pabellones  de cemento vista para  poder  sentar  bajo cubierto, con las  piernas cruzadas y sin apretujarse  (se necesita espacio vital para meditar)  a miles de personas  que  a través de una perfecta megafonía  escuchan al monje  que dirige la Asamblea aunque debido a la distancia  no lo puedan haber salvo a través de pantallas  estratégicamente  repartidas.

Lo más llamativo  del conjunto son unas pocas esculturas y dos estupas en  forma de  cono aplastado y escalonado  y frente a ellas,  grandes explanadas  rodeadas  por  tres costados de  una estructura  de cemento, de dos pisos  que sirve  de albergue, de claustro y de aparcamiento subterráneo.  En las estupas  se colocan los monjes, y el color azafrán de  sus  ropajes  da continuidad  al color oro de la redondeada cúpula.  En la explanada se sientan y rezan los fieles,  todos vestidos  de blanco en señal  pureza de intenciones. El dorado  de la  Estupa mayor  es consecuencia de  las 300.000 estatuillas de Buda que la adornan.

No tengo una idea muy clara de lo que puede ser verse envuelto en una semejante multitud orando o meditando, pero  algo me dijo el monje que me dejó pensativo: “Meditar  solo está bien.   Meditar en grupo  es además beneficiarse del permeable flujo  de paz, energía  e intuición  que se desprende del colectivo  que te acompaña en la meditación”.

Por eso es preferible visitar el lugar un domingo temprano. Sin fieles estamos ante  bloques de cemento sin alma.  Para evitar volverme con esa impresión es por lo que quise contactar con algún monje  que me explicara el proyecto.  Al parecer todo es consecuencia de una escuela de meditación re-descubierta y restaurada por  Phra Mongkolthepmuni   y su discípula  la monja budista Khun Yai Maha Ratana Upasik.  El número creciente de files budistas que venían a ellos para aprender a meditar  según la Escuela  Dhammakaya   es lo que ha hecho que  el proyecto original  que apenas  cubría  30  hectáreas   se haya ido desarrollando hasta las enormes proporciones que  lo convierten en el templo budista mayor de Tailandia y probablemente del mundo.







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