24 de diciembre de 2007

Antigua - Guatemala



En Guatemala tengo colgados un montón de recuerdos. Unos son buenos, otros fueron inicialmente malos pero se convirtieron en buenos, y otros los más son inolvidables.

Hace 18 años yo era aún un fumador empedernido de al menos dos cajetillas diarias. Un mal catarro contraído en Colombia incubado en a lo largo de Panamá y Costa Rica desembocó en Guatemala en una auténtica crisis de asma que requirió internamiento en un hospital de la capital, el quedar varios días incomunicado de mi familia nunca tan lejana como en aquella ocasión, a parte del susto por la falta de aire, y la angustia de la impotencia y de la soledad. Y digo que lo que potencialmente tenía visos de una catástrofe se convirtió en una bonanza porque el miedo a que circunstancia semejante volviera a repetirse hizo que dejara de inmediato el tabaco y no volviera a fumar desde entonces un solo cigarrillo.

Hace 6 años volví a Guatemala por última vez. Llevaba una gran nostalgia en el corazón, la de visitar por fin Santiago de los Caballeros más conocida como Ciudad Antigua de Guatemala. Estábamos próximos a la Semana Santa por lo que me recomendaron especialmente la visita ya que la ciudad es conocida por sus vistosísimas procesiones. En efecto, las calles se preparaban para una de esas procesiones y cientos de personas ultimaban las vistosas alfombras de flores que cubrían la calzada todo a lo largo de las calles por las que discurriría la procesión.

Antigua es una ciudad congelada en el tiempo. Fundada en el siglo XVI guarda todo el sabor del estilo barroco colonial. Fue una de las tres ciudades más importantes de Latinoamérica, universidad e importante centro cultural y religioso hasta que en 1773 el terremoto Santa Marta destruyó parcialmente la ciudad y las autoridades decidieron mover la capital a su emplazamiento actual. Las ruinas de los diferentes conventos dan una idea de lo que debió ser esta ciudad de calles tiradas a cordel y orientadas de norte a sur y de oriente a poniente desde la plaza de Armas. Tres volcanes rodean la ciudad. El de Agua, el de Fuego y el Acatanango que desde sus imponentes cumbres vigilan la ciudad reverentemente tendida a sus pies y las fumarolas que de vez en cuando se desprenden del volcán de Agua, explican a las claras el motivo por el que la ciudad ha quedado como paralizada en el tiempo. Las coloridas casas bajas de grandes rejas y balcones coloniales han sido ocupadas por intelectuales y artistas guatemaltecos que han convertido la vieja capital en ciudad de pintores, escritores, artesanos y profesores de español. La declaración de Antigua como patrimonio de la Humanidad, y su proximidad a Estados Unidos han contribuido a que esta hoy tranquila ciudad se haya convertido en centro de enseñanza de español para estudiantes de Norteamérica.

Al rato de recorrer la ciudad y visitar la catedral tropiezo con una procesión. El morado de las túnicas, las tallas de madera policroma, el incienso, y sobre todo la sobrecogedora piedad que se refleja en los rostros y en los gestos tanto de penitentes como de espectadores me impresionan. Me imagino que así debieron ser nuestras procesiones de Semana Santa en España antes que el turismo, la costumbre y la pérdida de valores religiosos las convirtieran en una atracción folklórica vacía de su contenido religioso.

Después de la procesión me acerco al antiguo convento de Santo Domingo, convertido hoy en un magnífico hotel, restaurante y museo etnológico. Cada reliquia, cada, piedra, cada talla, me hablan de épocas de gloria y de conquista. No me siento a gusto. La religión no se puede imponer a los pueblos con la fuerza de la espada. Bajo las piedras que hoy admiro yacen unas poblaciones indígenas, los cachiqueles, y una cultura maya desaparecida salvo por los pocos vestigios que nos han quedado enterrados en la espesura de la selva.

Pasar un día en esa ciudad casi medieval, en un ambiente festivo y religioso me han apartado momentáneamente del ajetreo y los negocios de la gran ciudad. No puedo irme de Guatemala con esa impresión agridulce de nuestro empeño “civilizador”. Por ese motivo a la mañana siguiente visito el Museo etnológico de la capital totalmente dedicado a los vestigios de la cultura maya… Deambulando por las diferentes salas me encuentro con Katherine. Es una joven cooperante alemana que colabora con una ONG en Chichicastenango. Juntos, silenciosos y un poco emocionados recorremos la exposición y admiramos una cultura aniquilada por la ignorante brutalidad del fanatismo.

Invito a Katherine a compartir el almuerzo y nos preguntamos ambos sobre la responsabilidad de los modernos conquistadores que disfrazados de benefactores cooperantes, portadores de la luz y del progreso invadimos los pueblos indígenas y los arrancamos de sus costumbres y creencias ancestrales a cambio de unas medicinas y unas latas de Coca-Cola.

1 comentario:

Paquita dijo...

Cada dia me fascina más,los grandes recuerdos que guardas de los paises visitados, eso alimenta de alguna manera tu alma y hace que al escribirlos lo vuelvas a vivir de nuevo(pienso yo).

Aunque este te dio un susto, te dejo el aviso de que tenias que cambiar tus habitos por calidad de vida.

Las calles y la devoción de estos paises veo que no tiene limite, el colorido es expectacular. Estoy de acuerdo en que los nuevos colonizadores estamos detruyendo no solo de Guatemala lo autóctono sino en nuestra España rural, y no hay derecho, una cosa es progreso y otra arrasar y destruir culturas.

Muy lindo Federico.

No dejes de sacarnos a pasear por esos paises tan insolitos que se ve que has visitado.

Un abrazo