8 de diciembre de 2007

El mal grita más alto que el bien

Quiero pensar que todos estamos de acuerdo en que este mundo nuestro del que tanto despotricamos tiene más cosas buenas que cosas malas, que es mayor el número de gente de bien que el de personas malvadas; sin embargo, cuando hojeamos el periódico, cuando escuchamos la radio, cuando hablamos entre amigos, el tiempo dedicado a lo negativo supera de manera abrumadora a lo positivo, tanto que acaba haciéndonos perder la perspectiva y a veces nos sume en el desconcierto, el pesimismo y en un cierto abandono a la fatalidad de las cosas.

Hoy he declarado la guerra a esa actitud fatalista y desde que me he levantado he decidido pasar por el tamiz de una valoración objetiva a todas las personas, objetos y acontecimientos de mi vida, haciendo balance al final de día no sea que me haya embarcado en un autocomplaciente optimismo.

Al salir de casa me encuentro a la puerta del ascensor con Maribel. Es vecina nuestra desde hace más de treinta años. Alegre, dicharachera, me saluda y me pregunta por mi nieta. Perdió a su marido joven hace unos años víctima de un cáncer fulminante. Tuvo que ponerse a trabajar para sacar adelante a sus tres hijos, aún pequeños. Todos los vecinos hemos admirado su entereza y su valiente manera de encarar la vida.Ella me hace recorrer mentalmente los nombres de todos los vecinos de la casa y curiosamente no encuentro a nadie que pueda abiertamente considerar como mala persona. Algunos me caen bien y otros menos bien pero de nadie puedo decir nada negativo. Extiendo la imaginación más allá y pienso en mi ciudad y en mi vida rebuscando aquellas personas que me han hecho daño de una manera conscientemente, que me han tratado injustamente, que merezcan todo mi desprecio. Posiblemente nuestra mente está dotada de una especie de amnesia para las cosas malas, porque me cuesta encontrar nombres, poner rostros detrás del concepto mala persona.

Ciertamente, se me podrá decir que mientras tanto, en algunos rincones del mundo, se concentra la pobreza, la tiranía, la esclavitud. Mi optimismo no puede enmascarar la realidad de los niños indios cosiendo balones desde los ocho años, de las niñas tailandesas ultrajadas en los prostíbulos de Bangkok, ni de los bebés sudaneses que mueren de hambre comidos por las moscas en los esqueléticos brazos de sus madres. Son realidades brutales que nos golpean como bofetadas.

La felicidad de muchos no puede jamás compensar el dolor y la desgracia de uno sólo. Pero no se trata de eso. El dolor, el sufrimiento causado por la maldad y el egoísmo existen. Nadie puede negarlo y los periódicos, la televisión, la radio se encargan de recordárnoslo. Lo que pretendo subrayar es que al lado de todo el mal del mundo existe también la bondad, la abnegación el sacrificio, la generosidad; que por cada persona a la que podemos tachar de mala hay cientos, quizá miles que no saltan a los medios y que por consiguiente para nosotros no existen. Y es de esas personas anónimas, fundamentalmente buenas de las que quiero acordarme hoy.
No olvidaré jamás que el mal existe, pero quiero pensar en las gente de bien que rara vez merece una línea en los periódicos. Quiero pensar en las cosas buenas que ocurren en el mundo. El los niños que se recuperan de una leucemia gracias a los avances de la medicina, en el teléfono móvil que me permite susurrar un buenas noches a mi nieta aunque esté a cientos de kilómetros, en Internet que me permite disponer del saber del universo sin salir de mi salón, y en los modernos electrodomésticos que han simplificado la vida de nuestro hogar.

Seguirá habiendo accidentes, catástrofes, sunamis, desgracias de todo tipo que serán noticia con letra de molde. Sufriré con los que en ellos pierdan a seres queridos, queden incapacitados o pierdan todos sus bienes, pero dejaré de agobiarme porque por cada avión que se estrella, decenas de miles realizan felizmente su vuelo.

Reconozco que las personas malvadas existen, que el mal es un hecho, pero sé positivamente que en la balanza del bien y del mal, el bien silencioso, anónimo, intrascendente, pesa más y eso renueva mi optimismo fundamental en el ser humano y en la existencia.

2 comentarios:

Raisa dijo...

Por suerte no todo el mundo es malo y ademas como dices bien, Dios nos da ese tipo de amnesia que al cabo de un tiempo de sucedernos algo malo, lo logramos olvidar.
Un beso

Willow dijo...

Recuerdo un día que una locutora de TV al dar las noticias, hizo hincapié en que por primera vez desde hacía años, había una buena noticia en el Telediario. No recuerdo la noticia pero si de su feliz expresión al darla... y no era sobre fútbol.