27 de octubre de 2013

Escuela de Bambú: Voluntariado



Hoy regreso a España después de una estancia de seis meses en Tailandia. No ha sido un viaje turístico, aunque he hecho turismo.  No ha sido un viaje de placer, aunque he disfrutado cada minuto que he pasado en este país. No he conseguido grandes logros, ni curado enfermos, ni cavado pozos, no siquiera creo que nadie hable mejor inglés porque yo les haya dado unas clases.   Vistas así las cosas, ¿para qué ha servido ir tan lejos, perder el contacto con la familia, con los amigos, con la casa a la que me estaba acostumbrando, con dejar de hacer las cosas que me gustaban: pintar, leer, asistir al taller de escritura, hacer excursiones por el monte los domingos?
No tengo una respuesta clara. Desde luego nada de lo que pueda decir es cuantificable, medible, transformable en estadística.  Como un grano de arena más, he contribuido a la buena marcha de un proyecto.  Un grano de arena entre muchos otros granos,  una gota de agua como tantas otras. Juntos hacemos algo que merece la pena: dar una oportunidad, por efímera que sea, a unos niños que están condenados a vivir sin papeles, sin nacionalidad, sin oportunidades, en ese “no man’s land” entre dos países, sin acabar de pertenecer a ninguno de ellos, porque étnicamente  son diferentes,  ni thais ni birmanos,  sino tan sólo Mon o Karien, pero queriéndose integrar en un mundo que a pesar de ellos pasa porque hablen thai y encuentren una oportunidad en Tailandia.
He participado colectivamente en  algo que merecía la pena. Algunos niños se beneficiaran del empeño de unos religiosos que cumpliendo el mandato de su fundador de enseñar  a los pobres, están proporcionando educación, transporte, comida y a veces ayuda material a cientos de niños y a algunas de sus familias.
A cambio de tan poco he recibido tanto que casi me da vergüenza reconocerlo.
He comenzado a ver en torno a mi, a personas  individuales, con su nombre, su identidad, su situación económica, sus problemas. Ya no son gente. Son ellos y  les saludo, hablo con ellos, les sonrío, y si puedo les ayudo.  Detrás de cada muchacho que llega a la clase hay una historia, una familia, una situación económica que a veces puedo mejorar.
Estoy  aprendiendo a medir el tiempo de otra manera.  Estos países budistas te enseñan a pesar tuyo a  medir los minutos con otros criterios que el reloj y la eficacia.  Saber esperar, dar tiempo al tiempo,  ser conscientes de  “ser” y de “estar”  aunque no se esté haciendo nada
A pesar de mi mismo  estoy tomando nota de que se puede vivir con muy poco, que todas esas cosas que nos parecían indispensables pueden faltar y no pasa nada.  Que no es imprescindible tener un televisor, ni aire acondicionado a pesar de los 40ºC, ni se hunde el mundo porque se caiga la red de internet  y quedes incomunicado durante días.
 El voluntariado implica mucha humildad, que no tengo, mucha generosidad, que me falta,  buena salud, pero sin tomarse el pulso cada poco rato, capacidad para adaptarse a las circunstancias que no siempre se pueden  elegir,  paciencia para saber esperar , a mi me sigue costando una barbaridad, y por último pero no por eso menos importante  un sentido religioso, moral o ético que te inspire y de auténtico sentido a lo que haces.
Pero no he aprendido bien la lección.  Por eso después de unas semanas de descanso, volveré a la tarea para tratar de aprender bien la lección.  Creo que si apruebo el examen seré luego una persona más feliz.

1 comentario:

José Núñez de Cela dijo...

Verdaderamente, no es "cuantificable, medible, transformable en estadística" es, debe ser, mucho más.

Me alegra que hayas tenido y disfrutado la experiencia.

Un abrazo!