Salimos de Marsella al anochecer. Para un turista de tierra adentro que jamás había subido a un buque mi primera sensación fue de desequilibrio. La constante vibración bajo los pies, el cabeceo y balanceo de la cubierta y la impresión de ir a perder pie en cualquier momento me obligaban a caminar con las piernas muy separadas, afianzando los pasos y mirando siempre al frente.
El trayecto de Marsella a Barcelona duró toda la noche y probablemente fue la peor noche de todo el trayecto. A las pocas horas de la salida de puerto, pasamos a cenar en el comedor del barco. La mesa estaba asignada de antemano por lo que tras unas presentaciones crípticas y algún comentario del tipo “¿Me pasa la sal por favor?” pasamos el resto del tiempo estudiándonos disimuladamente. No presté demasiada atención al menú y pero sí a los gestos y ademanes de mis compañeros de mesa, y quizá por eso empecé a sentirme mal. Disculpándome, subí a cubierta con la esperanza de que el aire fresco me despejara la cabeza. Era una noche estrellada pero el mar estaba encrespado. Me quedé mirando fijamente a las olas y casi sin darme cuenta me llegó el mareo y tuve que rendir mi tributo al mar. No queriendo molestar a mis compañeros de camarote, permanecí durante horas en cubierta, vomitando. Luego, exhausto, lívido y sudoroso bajé al camarote, me tumbe en la litera y sin desvestirme siquiera quedé profundamente dormido.
Barcelona
Me desperté tarde, y a pesar de encontrarme mal, seguí las recomendaciones del personal de a bordo, desayuné copiosamente y bajé a tierra. Aunque albergué la intención de visitar mi antiguo colegio de Premiá de Mar me decanté finalmente por una excursión a Montserrat de la que recuerdo sobre todo los enormes porrones llenos de vino que en algunos pueblos del recorrido estaban a disposición de cuántos quisieran y pudieran levantarlos y beber de ellos manteniéndolos a pulso con una mano.
Regresé a Barcelona temprano y tuve tiempo aún de deambular por el puerto, y acercarme a una librería donde compré un grueso cuaderno de apuntes y un ejemplar de El Quijote en edición económica de la Colección Austral.
Apenas subieron pasajeros en esta escala por lo que la salida de puerto se hizo de manera discreta, mientras cenábamos y pasó desapercibida para la mayoría de los viajeros. Poco a poco nos fuimos acostumbrando unos a otros en el camarote y en el comedor. La travesía del Mediterráneo, después de esa primera noche de prueba fue placentera y con permiso de los oficiales de a bordo pasé buenos momentos visitando el barco, sala de máquinas, sala de calderas, cabina de mando. Pronto pude comprobar las ventajas y desventajas de ser trilingüe, pues si bien me sirvió para pasar momentos agradables departiendo con la tripulación y con alguna viajera, también me convirtió en traductor involuntario del inglés que compartía nuestro camarote.
Port Said
Llegamos a Port Said a media tarde después de tres días de viaje. Entre tanto ya nos habían explicado a bordo que en Port Said tendríamos que fondear en espera de nuestro turno para cruzar el canal de Suez. También nos indicaron que la travesía del canal era lenta y el calor agobiante. Como alternativa nos ofrecían la posibilidad de apuntarnos a un excursión por tierra hasta el Cairo con pernoctación, visita a las Pirámides y al Museo del Cairo y regreso a Suez, del otro lado del Canal, donde nuestro barco nos recogería.
No lo dudé un instante y me apunté a la excursión. De Port Said el único recuerdo que conservo es la dificultad para caminar hacia la furgoneta que nos esperaba en el muelle tal era el tropel de niños y ancianos que se agarraban a la ropa para llamar mi atención sobre los objetos de cobre o cuero que me ofrecían como auténticas gangas. Esa sensación de agobio, casi de ahogo por la muchedumbre me perseguiría también en el Cairo, pero el ahogo bien valía la pena. Las Pirámides y el recorrido que hice por los alrededores a lomos de un dromedario me impresionaron, sin embargo no guardo un recuerdo específico de mi primera visita al Museo del Cairo que muchos años más tarde produciría un recuerdo imborrable en mi memoria.
A media tarde salimos de El Cairo camino de Suez. El calor era tan sofocante que el aire reverberaba frente a nosotros y transformaba el asfalto en una visión de lagos azules en los que parecía íbamos a precipitarnos. Fue lo más cerca que he estado de contemplar un espejismo y cada vez que en mis lecturas me cruzo con esta palabra aquella imagen del aire temblando ante los ojos y transformando el paisaje en agua acude indefectible a mi mente. Llegamos a Suez y tras un par de horas de espera en un muelle mal acondicionada vimos por fin surgir de la calima la silueta blanca del “Cambodge” nuestro ansiado barco. Debido al poco calado del puerto, y para mayor rapidez nos acercaron a él en una barcaza y a través de una pasarela bastante inestable subimos de nuevo al barco para enfilar el Mar Rojo.
El trayecto de Marsella a Barcelona duró toda la noche y probablemente fue la peor noche de todo el trayecto. A las pocas horas de la salida de puerto, pasamos a cenar en el comedor del barco. La mesa estaba asignada de antemano por lo que tras unas presentaciones crípticas y algún comentario del tipo “¿Me pasa la sal por favor?” pasamos el resto del tiempo estudiándonos disimuladamente. No presté demasiada atención al menú y pero sí a los gestos y ademanes de mis compañeros de mesa, y quizá por eso empecé a sentirme mal. Disculpándome, subí a cubierta con la esperanza de que el aire fresco me despejara la cabeza. Era una noche estrellada pero el mar estaba encrespado. Me quedé mirando fijamente a las olas y casi sin darme cuenta me llegó el mareo y tuve que rendir mi tributo al mar. No queriendo molestar a mis compañeros de camarote, permanecí durante horas en cubierta, vomitando. Luego, exhausto, lívido y sudoroso bajé al camarote, me tumbe en la litera y sin desvestirme siquiera quedé profundamente dormido.
Barcelona
Me desperté tarde, y a pesar de encontrarme mal, seguí las recomendaciones del personal de a bordo, desayuné copiosamente y bajé a tierra. Aunque albergué la intención de visitar mi antiguo colegio de Premiá de Mar me decanté finalmente por una excursión a Montserrat de la que recuerdo sobre todo los enormes porrones llenos de vino que en algunos pueblos del recorrido estaban a disposición de cuántos quisieran y pudieran levantarlos y beber de ellos manteniéndolos a pulso con una mano.
Regresé a Barcelona temprano y tuve tiempo aún de deambular por el puerto, y acercarme a una librería donde compré un grueso cuaderno de apuntes y un ejemplar de El Quijote en edición económica de la Colección Austral.
Apenas subieron pasajeros en esta escala por lo que la salida de puerto se hizo de manera discreta, mientras cenábamos y pasó desapercibida para la mayoría de los viajeros. Poco a poco nos fuimos acostumbrando unos a otros en el camarote y en el comedor. La travesía del Mediterráneo, después de esa primera noche de prueba fue placentera y con permiso de los oficiales de a bordo pasé buenos momentos visitando el barco, sala de máquinas, sala de calderas, cabina de mando. Pronto pude comprobar las ventajas y desventajas de ser trilingüe, pues si bien me sirvió para pasar momentos agradables departiendo con la tripulación y con alguna viajera, también me convirtió en traductor involuntario del inglés que compartía nuestro camarote.
Port Said
Llegamos a Port Said a media tarde después de tres días de viaje. Entre tanto ya nos habían explicado a bordo que en Port Said tendríamos que fondear en espera de nuestro turno para cruzar el canal de Suez. También nos indicaron que la travesía del canal era lenta y el calor agobiante. Como alternativa nos ofrecían la posibilidad de apuntarnos a un excursión por tierra hasta el Cairo con pernoctación, visita a las Pirámides y al Museo del Cairo y regreso a Suez, del otro lado del Canal, donde nuestro barco nos recogería.
No lo dudé un instante y me apunté a la excursión. De Port Said el único recuerdo que conservo es la dificultad para caminar hacia la furgoneta que nos esperaba en el muelle tal era el tropel de niños y ancianos que se agarraban a la ropa para llamar mi atención sobre los objetos de cobre o cuero que me ofrecían como auténticas gangas. Esa sensación de agobio, casi de ahogo por la muchedumbre me perseguiría también en el Cairo, pero el ahogo bien valía la pena. Las Pirámides y el recorrido que hice por los alrededores a lomos de un dromedario me impresionaron, sin embargo no guardo un recuerdo específico de mi primera visita al Museo del Cairo que muchos años más tarde produciría un recuerdo imborrable en mi memoria.
A media tarde salimos de El Cairo camino de Suez. El calor era tan sofocante que el aire reverberaba frente a nosotros y transformaba el asfalto en una visión de lagos azules en los que parecía íbamos a precipitarnos. Fue lo más cerca que he estado de contemplar un espejismo y cada vez que en mis lecturas me cruzo con esta palabra aquella imagen del aire temblando ante los ojos y transformando el paisaje en agua acude indefectible a mi mente. Llegamos a Suez y tras un par de horas de espera en un muelle mal acondicionada vimos por fin surgir de la calima la silueta blanca del “Cambodge” nuestro ansiado barco. Debido al poco calado del puerto, y para mayor rapidez nos acercaron a él en una barcaza y a través de una pasarela bastante inestable subimos de nuevo al barco para enfilar el Mar Rojo.