8 de julio de 2018
7 de julio de 2018
La Transparencia del Tiempo
Leonardo Padura
Tusquets Editorres
Colección Andanzas
448 páginas
Leonardo Padura es para mí un reciente y grato descubrimiento de la literatura latinoamericana actual. Había oído hablar de su magnífico “El hombre que amaba a los perros” sobre la vida de Trotski y su homicidio a
manos de Ramón Mercader pero el tema no
me tentó lo suficiente como para abordar la lectura. Lo intenté un poco más tarde con “Adiós
Hemingway” un imaginativo relato
sobre el plausible suicidio en La Habana de Hemingway y tampoco quedé muy satisfecho, pero a
la tercera
ha sido la vencida y sin titubeos reconozco esta vez que “La transparencia del tiempo”
es una novela redonda en la que se mezclan de forma bastante armoniosa algunas de las características que desde hace
tiempo lo habían llevado a la lista de autores imprescindibles de la literatura
latinoamericana actual
Por una parte a través de su personaje Mario Conde vuelve
a la novela de tinte policial y detectivesco y con un guiño a Dashiell Hammett nos arrastra
a sus viejos tópicos de vida bohemia, alcohol,
sexo y sobre todo amigos, con los que habla, consulta y se involucra en las más
extrañas aventuras. En esta ocasión, desde su experiencia como ex
policía ayudará su compañero de Preuniversitario Bobby, recién salido del armario,
a recuperar una talla que le ha sido robada de una virgen asimilada a la advocación de Virgen de Regla
porque es negra. Pronto se descubrirá que en torno a esa desaparición surgen extraños
personajes que bajo las apariencias de la pintura y el arte viven un nivel de
vida desconocido en Cuba, se mueven en ambientes que hacen tambalearse los
viejos ideales de socialismo igualitario y ponen en duda la democracia social por la que sacrificaron su
juventud.
Por otra parte adquiere así la novela un tinte de
pesimismo desengañado. La historia del país ha frustrado muchos ideales. El
sacrificio de muchos para que todos tuvieran algo ha sido un fraude
y mientras unos intentan sobrevivir en barriadas marginales otros expolian las obras de arte del país y brindan
con champán sus nuevas adquisiciones.
Pero curiosamente
en esta obra, Padura sale también de
Cuba y de su presente y escarba en las
raíces medievales de las tallas de vírgenes negras enlazando con ellas por
un lado La Virgen de Regla venerada en
Cuba y por otro lado justificando el valor de la desaparecida talla de Bobby
con los acontecimientos de la Guerra Civil española, aventurándose incluso a
hacer un pequeño guiño a los movimientos
separatistas de Cataluña.
No me parece del todo acertado haber sobrecargado el
libro con tanta referencia medieval y aunque no descarto su inclusión pienso que esos capítulos podrían
haberse aligerado mucho. Así mismo creo que
el desenlace de la historia no nos causa sorpresa y de alguna forma se anticipaba; pero las
novelas de Padura a mi entender no son auténticas novelas negras ni novelas de
misterio. Leonardo Padura tiene el
mérito de publicar desde Cuba y sin censura libros que son una auténtica crítica
social de las peores formas del nuevo socialismo cubano y una seria advertencia
de en qué se puede convertir el Castrismo después de los Castro
6 de julio de 2018
Sobrevolando los Andes
Mi cuerpo refleja
el cansancio de nueve horas de
vuelo pero está amaneciendo sobre Rio de
Janeiro y los motores del avión indican que hemos empezado la maniobra de aproximación. Me habían aconsejado que eligiera bien el asiento,
preferiblemente en el lado izquierdo
porque el aterrizaje en Río es uno de los que no se pueden perder.
A medida que nos acercábamos se dibujó en el horizonte
una fina línea cobriza que se volvía de pronto incandescente e iluminaba una
inmensa bahía en la que por un lado sobresalía el famoso Pao de Açucar, y un
poco más lejos casi imperceptible silueta del famoso Cristo
Redentor y en la bahía dispersos islotes oscuros sobre un mar de tinta que la
claridad del horizonte irisaba con trazos acharolados. Fueron
unos pocos minutos de contemplación silenciosa y acongojada. ¿Cómo podía
contemplar tanta belleza y no poder
decir en voz alta que aquello era una maravilla? ¿Cómo explicar con palabras la imparable
sucesión de matices del rojo pálido al oro incandescente y cómo lo que minutos antes era
una mancha oscura se había convertido
en algo tan bello que faltaban
ojos para no perder detalle?.
La escala en Rio
sirvió para apaciguar poco a poco los nervios a flor de piel y el café
negro y oloroso barrió cualquier traza
de sueño, pero en contrapartida me
mantuvo en un frenético estado de excitación.
Abordamos el siguiente avión, más
pequeño y menos congestionado y tan pronto como alcanzamos el nivel de crucero, el comandante además de
darnos una calurosa y cantarina bienvenida
que no necesitó de traducción nos avisó que sería un día claro y sin
nubes y que sobrevolaríamos los Andes pasando por encima del Aconcagua que
podríamos ver a nuestra derecha.
En efecto tras una tensa espera durante la cual tuve
tiempo de bajar del equipaje de mano la cámara de fotos, fui fijándome en la progresiva transformación del
paisaje. Los inmensos pastizales se iban acercando al avión sin que éste hubiera cambiado de altitud. Lo que al principio sólo eran
diminutas manchas oscuras se movían y
luego se convirtieron en ganado vacuno
que indiferente a nuestro escrutinio
se movía por campos sin límites visibles. Al cabo de rato, el verde intenso de los
campos se fue haciendo más ralo, y lo que inicialmente parecían rocas y peñascos aislados se convirtieron en montes y montañas que se acercaban vertiginosamente. De pronto la nieve cubrió los picos y es como si una fuerza telúrica los fuera acercando hacia
nosotros como si quisieran traspasarnos. La diferencia de altura entre nosotros y las montañas era tan pequeña que
podía distinguir cada recoveco, cada picacho, cada nevero
de esa inmensa muralla que nuestro avión, como un saltador de pértiga, sobrepasó casi rozándola.
Apreté los puños de pura rabia porque esos dedos que se
crispaban no podían extenderse para apretar y acariciar otros dedos, otra mano
amiga. Pensé en mi mujer, pensé en mis
hijos y supe que jamás sería capaz de
trasmitirles lo que acababa de
vivir. ¡Tanta belleza y tanta emoción
perdida por no haber podido compartirla en el momento debido!
He vivido otros muchos bellos momentos de fuerte intensidad emotiva y con frecuencia lo he
hecho en compañía. Cada nueva experiencia ha reforzado mi absoluto convencimiento de que la belleza ha
sido creada para ser compartida y que las emociones fuertes se intensifican y se comprenden mejor cuando alguien a tu lado las vive
contigo..
27 de junio de 2018
Meter goles sin balón
Ahora que estamos en época
de grandes competiciones futbolísticas
me viene a la memoria el día en que mi Jefe me envió a Alemania a meter goles
sin balón.
Semejante petición me dejó desconcertado aunque sospechaba
por donde iban los tiros. En efecto, desde hacía algún tiempo teníamos el soplo
de que uno de nuestros competidores estaba enviado camiones de jamón cocido a
Alemania aunque también sabíamos que por
razones de Sanidad la exportación de
productos cárnicos a Alemania estaba terminantemente prohibida.
Nos
habíamos enterado del nombre de la
empresa destinataria en Hamburgo y de que la mercancía en cuestión era mercancía iba envasada en latas ovaladas de 250
grs. No éramos fabricantes de productos
enlatados, por lo tanto yo no tenia balón pero el gol sería de penalty si lograba enterarme cómo era
posible que lograran saltarse la prohibición, qué calidad de producto compraban
y mejor aún a qué precio y en qué cantidades se comerciaba
Unas
llamadas telefónicas, el nombre de mi empresa,
información sesgada y sobre todo medias verdades consiguieron
una cita con el director de la empresa de Hamburgo. Fue una cita rápida y una entrevista de lo
más cordial y distendida. Hablamos de
todo lo bueno que hacíamos pero en ningún momento mencioné que ni fabricábamos productos enlatados ni teníamos maquinaria para hacerlo y probablemente ni siquiera disponíamos de una
tecnología contrastada para hacerlo,
pero como imaginar es fácil y el nombre de la compañía era conocido mi
ofrecimiento para convertirme en
competencia alternativa le sonó perfecta a mi interlocutor.
Sabiendo que el
jamón cocido en cuestión no entraba en Alemania sino que quedaba en el puerto de Hamburgo para los abastecedores de
buques y que el consumo era de
aproximadamente un camión mensual me
despedí del Director de la empresa con la promesa de una oferta competitiva tan
pronto como regresara a España.
Lo que menos podía sospechar es que le hubiera caído tan bien
al director para que esa misma tarde me dejara un recado
en el hotel incluyéndome en una corta lista de amigos que invitaba a cenar en
un conocido restaurante del puerto de Hamburgo para luego hacernos los honores de la nueva casa que acababa de comprar y que estrenaríamos
ese misma noche tomándonos allí mismo unas copas. Tanta sinceridad por su parte y tanto cinismo
por la mía me descolocó por completo y aunque le seguí el juego y me presenté a
la cena. Luego, una vez hechos los honores de la casa, me sentí tan mal que apenas
terminado el primer trago me despedí de la compañía con la disculpa de que
tomaba un avión muy temprano hacia Madrid a la mañana siguiente.
Meter
goles sin balón no es lo mío, y durante todo el viaje de regreso a Madrid
estuve preparando mi más sincera explicación de lo ocurrido. Fui totalmente sincero y sin concesiones ni
hacia mí ni hacia mi empresa. Le dije a quien
me había ofrecido su generosa amistad que no merecía tal honor y que una
palabra suya bastaría para que perdiera mi puesto de trabajo, pero que quería
ser honrado conmigo mismo, que no íbamos a poder cumplir con ninguna de las
promesas hechas el día anterior, que me habían enviado a Hamburgo totalmente de
farol y más para espiar lo que hacían
nuestros competidores que con el deseo
de ofrecer una alternativa honesta.
Su contestación a
mi poco profesional confesión sigue grabada en mi mente después de tantos años:
“Federico, Gracias por tu sinceridad. Probablemente te hubiera informado de
todo lo que te he dicho si me lo hubieras preguntado sin mentiras. Ten la
tranquilidad de que nunca mencionaré a nadie lo ocurrido ni tan siquiera como
anécdota. Pero recuerda, si algún día
decides trabajar en otra compañía y
necesitas información o ayuda de alguien en Hamburgo siempre podrás contar con
J.S.
17 de junio de 2018
Atardecer en la punta del Dichoso
Me escucho y mis pensamientos suenan huecos, sin eco, y sin melodía.
Se acerca el crepúsculo, pero el sol aún se resiste,
se niega a zambullirse y desafiante me hiere
la vista.
La mar, pradera azul y oro en la que sus rizos apenas se
estremecen,
percibe resignada, pero aún lejana, la sábana blanca de la bruma
que muy
despacio se acerca.
Los bañistas ya se han ido, pero aún quedan en el agua
esos tritones de coraza negra que
inermes ante el frío de la tarde
amagan algún salto, y a veces, por fortuna, cabalgan durante unos metros
el dorso de
una ola desprevenida..
Una gaviota planea y traza un gran círculo en torno a
la Punta del Dichoso.
Sus dominios están seguros y terminada la ronda
se lanza
en flecha hacia las olas pero les tiene cogida la distancia
y como si sólo se bañara en la espuma de su espuma
surge disparada, en magnífica parábola
hacia el azul del cielo.
Hay más paz en el ambiente que en los rincones oscuros de mi cabeza..
Cierro los ojos, trato de acallar la estridencia de esa música
interior,
pero los pensamientos, alborotados,
ruidosos, se entrechocan
y no me dejan oír el suave murmullo de la tarde.
16 de junio de 2018
Habituarse a las comidas
A los doce años la comida es
sobre todo un trámite que nos permite olvidarnos del hambre.. Quizá por eso y pese a llevar un par de años fuera de
casa la comida no me había planteado
ningún problema. La dieta del internado
no difería en gran medida de lo que comíamos en casa. Las patatas, las
verduras, las legumbres y el café con leche por la mañana se alternaban y aunque las ollas eran más grandes, yo no
apreciaba grandes diferencias de sabor.
La única diferencia venia marcada por la disciplina. En
el pensionado comíamos a horas fijas, en mesas de cuatro y en completo
silencio. Mientras comíamos, nos leían
algún libro de aventuras y a un toque de timbre, por riguroso orden de lista
salíamos al estrado y seguíamos con la
lectura del lector anterior.. Si el
pasaje era particularmente interesante,
intentábamos una concentración telepática que adelantar el timbrazo que
nos librara de los lectores
silabeantes y o que leían a trompicones.
Claro que cuando la historia era
particularmente interesante no
necesitábamos ejercer ningún tipo de vudú, porque los propios profesores, desde
lo alto de su estrado se encargaban de
despachar al penoso lector y a veces nombraban a dedeo un lector que amenizara
el resto de la comida. Sin faltar a la modestia tengo que admitir que
muchas tardes me tocó salir a leer y a veces tuve la sensación de que el
profesor de turno se había olvidado de tocar el timbre, pero no era momento de cambiar de lector en medio de una de las
más trepidantes aventuras de Sandokan o cuando estábamos leyendo el relato del
descubrimiento de la tumba de Tutankamon.
Cuando llegué al colegio de Francia, sin embargo, las
cosas cambiaron para mi. El hábito de la
lectura en el comedor seguía vigente, pero mi soltura en francés ya yo era la
misma y las comidas, más variadas que en
España, presentaban a veces aspectos o
sabores contra los que o bien mi vista o
bien mi estómago se rebelaban. Uno de los
platos que se cruzó en mi estómago o quizá mejor en mi imaginación fue la sopa
de cebolla. Por más que yo intentara ver cebolla en los filamentos
transparentes que parecían nadar en
aquel oloroso caldo, mis ojos sólo veían gusanos como los que recogíamos para ir a pescar en el
río, y mi estómago se cerraba en banda y amenazaba pasar a mayores si me obstinaban o me
obligaban a sorber una única
cucharada.
Era una norma no escrita del colegio que lo que te ponían
en el plato había que comerlo. El chantaje emocional ayudaba. ¡Cuántos niños pobres desearían tener en sus
platos lo que nosotros rechazábamos! Se
había hecho un revuelo en torno a nuestra mesa por lo que pronto un profesor se
acercó para conocer la causa de tanto revuelo.
_ ¿Qué pasa aquí? ¿Qué le pasa a la sopa de cebolla?
_ Que tiene gusanos
Mi querido profesor debió sentirse profundamente
insultado. La sopa de cebolla es el plato
francés por antonomasia y confundir las
sabrosas tiras de “oignon” con
gusanos era una ofensa que escondía
alguna oscura maquinación. Sin embargo prevaleció la sensatez. Yo llevaba en Francia pocas semanas y todavía
no había tenido la oportunidad de saborear
y apreciar la buena “Cuisine Française” No le dio más importancia al incidente, y
salvo un gesto que podría interpretarse como de desprecio me dejó tranquilo
pero sin cena.
Ni hecho a posta a
los pocos días nos sirvieron para cenar puerros asados. Esta vez, obviamente no tenía disculpa alguna
para por lo menos probarlos, y lo intenté, sinceramente lo
intenté, pero pinchar el tenedor,
abrirlos con el cuchillo, sentir su olor
y notar que se encabritaba mi estómago fue todo uno. Salí corriendo del
comedor y llegué justo a tiempo para devolver
en el aseo lo que llevaba cenado hasta ese momento.
Muchas de mis comidas de aquel magnífico colegio se
convirtieron en un auténtico suplicio y mis relaciones con los profesores
responsables del comedor un tira y afloja hecho de amenazas, de promesas,
pequeñas victorias y un progresivo acostumbramiento
estomacal.
Años más tarde pasando de visita por aquel colegio alguno de los profesores que aún seguían en el
colegio me recordaban por la dichosa sopa de cebolla y me confesaron que estuve
en un tris de ser devuelto a casa por mi intolerancia hacia las comidas.
Han pasado décadas. He racionalizado mis fobias. Soporto
el olor de la cebolla, del ajo o del puerro e incluso admito sin reparo su sabor pero sigo sin poder contemplarlos en el
plato, por eso amigos, si un día comparto vuestra mesa, no os preocupéis,
comeré y saborearé el ajo, el puerro o la cebolla, pero hacedme sólo un
favor,,, trituradlos bien para que no los vea
10 de junio de 2018
Una bala de cañón y el sonido de una voz
Era una tarde de
domingo. Yo leía plácidamente en el
salón mientras a mi pies, nuestro hijo
Alex jugaba con su última adquisición un Famobil Artillero
pertrechado con su cañón, y sus
bolas redondas y de aspecto plomizo del tamaño de un garbanzo.
De pronto, Alex se gira
hacia mi y me señala la nariz donde empiezan a brotar gruesas gotas de sangre
_ Qué te ha pasado hijo?
Alex no contesta, señala
alternativamente su cañón de juguete y una diminuta bolita , una bala de su cañón. El
gesto nos dice todo lo demás. Jugando con una de esas balitas se la ha
introducido por una de las narinas y no la puede sacar.
Inicialmente no me alarmo
excesivamente. Bastará llamar a su madre y mientras yo mantengo al niño
tranquilo, ella con un poco de paciencia y unas pinzas de depilar desalojará
el proyectil de tan fastidioso lugar.
Hay pocos niños tan
valientes como el nuestro. Sabe que ha hecho una trastada y por mucho que le
duela o por más miedo que tenga se trata
de demostrar que es un chico grande, que no es un quejica y que sabe hacer frente a esas pequeñas
calamidades de la vida.
Mi mujer se empieza a poner
nerviosa, intenta hurgar con las pinzas en las fosas nasales de niño sin
hacerle demasiado daño pero solo
consigue que sangre más abundantemente, que empiece a ponerse nervioso y que dos
grandes lagrimones nublen su límpida
mirada de cuatro años.
Ahora somos nosotros quienes
nos ponemos nerviosos. En un plis plas
nos ponemos ropa de calle y salimos disparados hacia el Servicio de Urgencias
del Hospital. La sangre que sigue
manando de la nariz del niño es suficientemente aparatosa para acortar el tiempo de espera. Nos hacen pasar rápidamente a una sala de
consulta, entra un médico joven que probablemente esté haciendo el MIR, se
lleva al niño a un rincón de la sale donde le enfoca una potente lámpara y sin
volverse hacia nosotros pregunta
_ ¿Qué ha pasado?
¿Cómo se ha hecho eso?
Contestar sencillamente “Jugando con una bala de cañón” hubiera sido una simplificación tan escueta
que hubiera creado más confusión que otra cosa. Debía proporcionar una
explicación más elaborada:
_ Verá Doctor, el niño estaba jugando con sus Famobil y su cañón y debió acertar a meterse una de esas
dichosas bolitas por la nariz…
Iba a seguir diciendo que la
cosa había ocurrido hacia escasamente una hora pero ya no me dejó seguir.
El médico se giró hacia mí, se me quedó mirando, y me dijo.
_ No se preocupe, Esta
batalla está ganada. Por lo que veo
Usted no se acuerda de mi. Yo tampoco le reconocí a primera vista. Pero
ahora que ha empezado a hablar, su voz me resulta inconfundible. Usted fue mi
profesor de francés en el Colegio
Acitain La Salle de Eibar.
Por las explicaciones que me dio una vez hubo extraído la
sanguinolenta bolita de la narina de mi hijo, efectivamente habían pasado unos
diez años desde que Asier Iturbe fuera alumno mío de francés en aquel colegio.
. Ahora hacía las prácticas del MIR en el hospital de Burgos y yo seguía sin poder
colgar ningún recuerdo de aquella tarjeta que prendida sobre el bolsillo
superior de su bata lo acreditaba. Yo solo era una voz, pero había servido para
identificarme. Espero que al despedirme con mi más sincero agradecimiento, su
recuerdo se quedara sólo en eso, una voz, un recuerdo, y que si alguna otra anécdota viniera a sumarse a la voz, durara lo que una pompa
de jabón en la espuma de aquel día
12 de mayo de 2018
La fuente del Chino Liu
Perdida en las tupidas
caucheras, allá en la frontera noroeste entre Tailandia y Myanmar, la pequeña
aldea de Song Kalia se apelotona perezosa y escondida a orillas del caudaloso río Nam
Kalia. Sin embargo, sus vecinos, a fuerza de malarias, dengues y otras
enfermedades, han comprendido que el agua del río no es apta ni para beber ni
para cocinar. Por ello, todas las tardes, después del colegio, vemos a grupos
de adolescentes, sobre todo niñas, cargando en cada mano una pesada garrafa de
agua que por unos céntimos han ido a comprar al almacén de un chino espabilado
que montó en su local de la carretera, a dos o tres kilómetros del pueblo, un
alambicado sistema de filtrado y purificación de agua con el que promete la
eliminación de residuos, tierra, gérmenes o cualquier microbio.
Salini era una de las muchachas que con mayor asiduidad
acudía a por agua al almacén del chino Liu.
Nunca le faltaba escolta masculina, pero sabía rodearse de amigas que
interrumpían, interpelaban y se reían de los moscardones que la rondaban. Dusit, por el contrario, no necesitaba acarrear
agua. Su hermano, con un par de viajes de su motocarro mantenía la casa bien abastecida. No obstante, el muchacho veía en esos paseos
al almacén una ocasión de oro para que
Salini se fijara en él y no podía desaprovechar la oportunidad. Inspirándose en la motocarro de su hermano,
trabajó durante días para construir una carretilla capaz de cargar con varias
garrafas de agua. Utilizó las ruedas de un desvencijado coche de niño al que
acopló una plataforma de madera, laterales de bambú y un largo remo que le
servía a la vez de tirador y de timón.
Así pertrechado se acercó un día al almacén del viejo Liu, a por una
garrafa de agua, no sin antes asegurarse de que Salini estaría cerca, charlando o haciendo cola con
sus amigas.
Esta sería una historia banal, si no fuera porque como
ocurría antaño en nuestros pueblos castellanos, este obligado y esforzado viaje
a la moderna fuente del chino Liu no fuera también la ocasión propicia para
alborotados rubores, cuchicheos de muchachas, exclamaciones al vuelo y sin autor,
miradas desafiantes y otras bravuconadas de sus jóvenes admiradores.
En el colegio, Dusit, ciertamente no era uno de esos
muchachos de mirada retadora, voz estrangulada y gesto de gallo
conquistador. Silencioso, tímido,
incluso cobarde, yo le veía con la mirada perdida, siguiendo embelesado el
cadencioso balanceo de las pesadas ramas de los mangos, o robando a escondidas
miradas azoradas hacia la joven y vivaracha Salini, cuyas risas estridentes y
extemporáneas nos traían de cabeza a todos los profesores, pues su sólo amago
bastaba para alborotar la clase y desbaratar nuestras más sesudas
explicaciones.
Cuando lo vieron llegar todas lo rodearon de inmediato. No les cabía la menor duda
sobre la intención del muchacho. Sabían que en realidad lo hacía por estar
cerca y ayudar a la amiga por la que en silencio suspiraba, hablar con
ella, reírse de sus bromas, y quizá, con
el tiempo conseguir que Salini se fijara
en él, lo eligiera como amigo o al menos le diera esperanzas.
Pero Dusit cometió un error de proporciones. Construyó una
carretilla demasiado grande que podía cargar hasta seis o siete garrafas de
cinco litros. Así pues nunca faltaban amigas que aprovechándose de la circunstancia, ponían en
la carretilla al menos una garrafa junto a la de Salini lo que las convertía de inmediato en
embarazosa e indeseada compañía.
Fue Salini la que muy pronto
buscó remedio a este exceso de compañía. Hay que decir que aunque no lo
manifestara a las claras, Dusit le gustaba mucho más de lo que estaba dispuesta
a reconocer. Ella también quería sentir el cosquilleo de sus palabras
entrecortadas y dichas en voz muy baja, sentir sobre ella esas miradas
cómplices, atreverse con bromas de doble sentido, que borraba de inmediato con
una sonora carcajada. Quería sentirse elegida y calibrar su poder sobre Dusit
con reproches por olvidos inexistentes, caprichos consentidos, o por descuidos inventados.
Salini hizo correr la voz de
que aprovechando su obligado paseo al almacén de viejo Liu, también traería
agua a las personas que no tuvieran quien les hiciera ese servicio. Esa pequeña treta además de granjearles la
simpatía de las abuelas del poblado, les permitió recorrer el camino a la
fuente con tranquilidad y sin otra compañía que su alborozo.
Han pasado tres años, pero
creo que su estratagema ha dado resultado.
Los veo de vez en cuando en Facebook, y
las fotos son suficientemente elocuentes para pensar que hacen una buena
pareja. 7 de mayo de 2018
CULTURA FRANCESA
Ayer, mientras repasaba unos apuntes de
Universidad caí en la cuenta de la influencia que inconscientemente la cultura
francesa ha tenido en mi forma de
pensar, y me imagino en la en la forma de pensar de muchos de mis coetáneos.
Los grandes sentimientos morales nos llegaron a través de
la cultura de la representación teatral del siglo XVII: la nobleza, el heroísmo
y el sacrificio a través de la tragedias de Corneille, los celos, el amor, la compasión en los
dramas de Racine; la hipocresía, la avaricia, la beatería y el culto de las
apariencias ridiculizados en la comedias de Moliére.
Vino luego la cultura de las ideas, en la segunda mitad
del siglo XVIII, el siglo de la Luces. Los grandes filósofos Diderot, Voltaire, Rousseau, herederos de la
Enciclopedia de Descartes formularon sus teorías sobre el orden moral y
prepararon el terreno a la cultura de la acción cuya más conspicua y
sanguinaria manifestación fue, en nombre la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad la
Revolución Francesa.
El país y la cultura sin embargo, tendrán que pagar un
pesado tributo. Durante toda la primera mitad del siglo XIX Francia aporta poco
a la cultura europea. Tenemos que esperar a la segunda mitad del siglo para ver
aparecer los mismos vicios morales suberbia, envidia, avaricia, venganza, lujuria, reflejados de forma
detallada y precisa en las novelas de Victor Hugo, Flaubert, Balzac o Flaubert.
Una nueva y potente corriente aparece con el nuevo siglo
XX. Es la corriente pictórica, con movimientos tan singulares y característicos
como el Impresionismo, el Fauvismo, el Puntillismo o el Dadaismo. que darían
paso inmediatamente a movimientos Austriacos y Alemanes que facilitarán
nuevamente en Francia la aparición del Cubismo o el Surrealismo.
De todas esas fuentes, consciente o inconscientemente
hemos bebido y yo al menos ni sé ni quiero distinguir la parte de cada
cual. La cultura francesa me ha
influenciado pero se ha mezclado tan íntimamente en mi forma de pensar con aportaciones multiculturales y multinacionales como se
mezclan los alimentos en mi dieta y conforman mi estado general de salud y bienestar.
4 de marzo de 2018
PEQUEÑA FILMOTECA : CHURCHILL
CHURCHILL
Reino Unido 2017
Dirigida por Jonathan Teplitzky
110 minutos
Había
oído hablar de la magnífica caracterización que Brian Cox logra en la interpretación Churchill en la película de Jonathan
Teplitzky. Aunque no lo puedo asegurar,
pues he visto una versión doblada, al parecer logra incluso mimetizar la voz del viejo político hasta el punto de
hacernos creer que estamos oyendo algún histórico discurso radiofónico de tan ilustre personaje.
La
cinta desde luego no me ha decepcionado.
No se trata de una biografía de Winston
Churchill sino tan solo de la narración de las
48 horas previas al Desembarco en Normandía, pero en tan poco tiempo el
personaje queda perfectamente
identificado y no solo por sus sempiternos y nauseabundos puros y su pajarita
de topos. El actor imita a la perfección su andar bamboleante, su mirada torva,
sus exabruptos o su descontrolado genio.
Naturalmente,
la cinta nos muestra más allá de las
apariencias, a un hombre debatiéndose
con sus demonios personales. Su irrefrenable orgullo, su indómito afán de protagonismo, su sentido de responsabilidad y su preocupación por las consecuencias que cualquier error pudiera
tener sobre su deslumbrante trayectoria
histórica. De ahí sus dudas, sus miedos
y su afán por torcer la voluntad de los que en realidad están llamados a tomar las decisiones
importantes.
Churchill
se ha encontrado con la horma de su zapato y
ante temperamentos tan fuertes como el suyo propio Churchill, el político, se ve obligado no sin
pesar a ceder ante sus oponentes militares, los generales Montgomery y Eisenhower.
No
es ni una película de acción ni el relato de una de las más conocidas páginas
de la Segunda Guerra Mundial, trata de
enfrentamientos y protagonismos, de
obligaciones y temperamentos, pero tiene
sus momentos profundamente humanos que nos dejan atisbar la relación de Winston
Churchill con su esposa o su vena mas humana
que se preocupa por asegurar a su
maltratada secretria de que su novio
logró desembarcar en Normandia sin incidentes.
Enn suma, una buena película
histórica que nos acerca a la personalidad de una figura incontestada figura histórica del siglo XX.
TENEMOS QUE HABLAR DE KEVIN
TENEMOS QUE
HABLAR DE KEVIN
Novela
Lionel Shriver
Anagrama 2009
Título original: We have to talk
abour Kevin
608 páginas
Elegido como libro de debate en el Club de lectura el pasado mes de febrero, sigo dándole
vueltas en
la cabeza a los múltiples interrogantes que me plantea y creo que
sólo al plasmar algunos de ellos en estas líneas me veré definitiva mente libre
de ellos.
A través de unas
cartas, yo diría de unas confesiones, la protagonista, Eva recuerda a su marido, Franklin, lo enamorada que estaba de él, sus miedos a
perderle, su aceptación de la maternidad
aunque esa no fuera una de sus prioridades en la vida y trastocara
profundamente su carrera
profesional y su hasta entonces
manera de encarar la vida. le cuenta también las casi increíbles dificultades que
plantea la educación de su poco el deseado hijo, la evolución de este a lo largo
de los años y la relación del niño con sus compañeros del colegio, con su
profesora, con los vecinos y finalmente
con toda la familia.
A medida que vamos leyendo nos asaltan los interrogantes y
empezamos a entender el sentido de la
cita de Emma Bombeck que aparece en la primera página de la novela “Un niño necesita más de vuestro amor
cuando menos lo merece”
La evolución educativa del niño
nos deja sin aliento y empezamos a plantearnos múltiples interrogantes:
¿El instinto maternal se da de oficio al tener un hijo o se va
adquiriendo con el tiempo? ¿Puede un
hijo notar al diferencia entre ser una
buena madre o ser maternal? ¿Qué importancia
tiene en la educación de los hijos el que las bases y los límites estén previamente consensuados por la
pareja? y por último existe el gen de la
maldad, es fruto de la educación o es
una mezcla explosiva de ambas?
Se plantean muchos otros interrogantes que el lector irá descubriendo pero que no se
pueden apuntar en esta reseña sin desvelar el meollo principal de la historia. Baste señalar
de pasada la influencia de las
redes sociales, o el afán de notoriedad de los adolescentes.
En cuanto al estilo del libro creo que el haber elegido la forma
epistolar pueda parecer algo rebuscado
pero este es un libro de sentimientos y sólo hablando de sí misma es como eva
puede desvelarnos sus miedos,
sus dudas y sus sentimientos. En cuanto a la parte negativa cabe señalar el
hecho de que algunas escenas estén forzadas hasta límites poco creíbles o que la historia se alargue en ocasiones de
forma innecesaria.
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