10 de junio de 2018

Una bala de cañón y el sonido de una voz


Era una tarde de domingo.  Yo leía plácidamente en el salón  mientras a mi pies, nuestro hijo Alex jugaba con su última adquisición un Famobil  Artillero  pertrechado con su cañón,  y sus bolas redondas y de aspecto plomizo del tamaño de un garbanzo.
De pronto, Alex se gira hacia mi y me señala la nariz donde empiezan a brotar  gruesas gotas de sangre
_          Qué te ha pasado hijo?
Alex no contesta, señala alternativamente su cañón de juguete y una diminuta bolita , una bala de su cañón. El gesto nos dice todo lo demás. Jugando con una de esas balitas se la ha introducido por una de las narinas y no la puede sacar.
Inicialmente no me alarmo excesivamente. Bastará llamar a su madre y mientras yo mantengo al niño tranquilo, ella con un poco de paciencia y unas pinzas de depilar  desalojará  el proyectil de tan fastidioso lugar.
Hay pocos niños tan valientes como el nuestro. Sabe que ha hecho una trastada y por mucho que le duela o por más miedo  que tenga se trata de demostrar que es un chico grande, que no es un quejica  y que sabe hacer frente a esas pequeñas calamidades de  la vida.
Mi mujer se empieza a poner nerviosa, intenta hurgar con las pinzas en las fosas nasales de niño sin hacerle demasiado daño pero  solo consigue que sangre más abundantemente, que empiece a ponerse nervioso y que dos grandes lagrimones  nublen su límpida mirada de cuatro años.
Ahora somos nosotros quienes nos ponemos nerviosos.  En un plis plas nos ponemos ropa de calle y salimos disparados hacia el Servicio de Urgencias del Hospital.  La sangre que sigue manando de la nariz del niño es suficientemente aparatosa para  acortar el tiempo de espera.  Nos hacen pasar rápidamente a una sala de consulta, entra un  médico joven  que probablemente esté haciendo el MIR, se lleva al niño a un rincón de la sale donde le enfoca una potente lámpara y sin volverse hacia nosotros pregunta
_          ¿Qué ha pasado?  ¿Cómo se ha hecho  eso?
Contestar sencillamente  “Jugando con una bala de cañón”  hubiera sido una simplificación tan escueta que hubiera creado más confusión que otra cosa. Debía proporcionar una explicación más elaborada:
_          Verá Doctor, el niño estaba jugando con sus Famobil y  su cañón y debió acertar a meterse una de esas dichosas bolitas por la nariz…
Iba a seguir diciendo que la cosa había ocurrido hacia escasamente una hora pero ya no me dejó  seguir.   El médico se giró hacia mí, se me quedó mirando,  y me dijo.
_          No se preocupe,  Esta batalla está ganada.  Por lo que veo Usted no  se acuerda de mi.  Yo tampoco le reconocí a primera vista. Pero ahora que ha empezado a hablar, su voz me resulta inconfundible. Usted fue mi profesor de francés en  el Colegio Acitain La Salle de Eibar.
            Por las explicaciones que me dio una vez hubo extraído la sanguinolenta bolita de la narina de mi hijo, efectivamente habían pasado unos diez años desde que Asier Iturbe fuera alumno mío de francés en aquel colegio. . Ahora hacía las prácticas del MIR en el hospital de Burgos y yo seguía sin poder colgar ningún recuerdo de aquella tarjeta que prendida sobre el bolsillo superior de su bata lo acreditaba. Yo solo era una voz, pero había servido para identificarme. Espero que al despedirme con mi más sincero agradecimiento, su recuerdo se quedara sólo en eso, una voz, un recuerdo, y  que si alguna otra anécdota viniera  a sumarse a la voz, durara lo que una pompa de jabón en la espuma de aquel día

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