El domingo pasado celebramos la fiesta de San Francisco Javier, patrono de la parroquia de Phu Thong a la que pertenecemos. Resulta sin embargo que la iglesia en cuestión está a más de 100 km de distancia de nuestro colegio y el Párroco que la atiende tiene a sus escasos feligreses desperdigados en una área de tres distritos administrativos que cubren un área aproximada de unos 80 km cuadrados. En cuanto a la diócesis, pertenecemos a la de Rachburi que abarca una superficie equivalente a cinco o seis provincias Españolas
Esta escasez de católicos y el esfuerzo que supone acercarse a la iglesia, asistir a misa o recibir los sacramentos hace que las fiestas religiosas no sólo se vivan con intensidad sino que además constituyan un acontecimiento festivo al que se acude con un sentimiento de fervor, pertenencia y de disfrute.
Nuestro colegio no podía permanecer ajeno a la festividad de la parroquia y con ese espíritu festivo acudimos acompañados de nuestros dos grupos de danzas que interpretaron para los asistentes hermosos bailes Karen.
Sacerdotes de toda la diócesis, colegios de religiosas, y numeroso público de parroquias cercanas viajaron también y acompañaron a los escasos feligreses que componemos el elenco parroquial.
En este país una fiesta no se concibe sin un mercadillo, y todos los que quisieron pudieron hacerse con los productos típicos de la zona: fruta, especialmente plátanos y pomelos, miel, telas bordadas al estilo Karen, y cestería variada. Numerosos puestos de comida ambulante se ocuparon de saciar el apetito de los asistentes.
Prácticamente único extranjero en un lugar tan remoto y asistiendo a una ceremonia religiosa dio pie a la gente me tomara por un sacerdote. Más de una vez tuve que aclarar que sólo era un profesor voluntario, pero guardé silencio cuando amablemente me invitaron a compartir el ágape preparado para el Sr. Obispo y los sacerdotes asistentes a la fiesta.
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