Ocho de la mañana en la Escuela de
bambú. Los últimos jirones de niebla se enganchan aún perezosos en los arbustos
que recubren la montaña vecina.
Suena
la campana. Los niños forman filas. La bandera se iza al son del himnos
nacional, luego, ordenadamente los alumnos se dirigen , al recién
reconstruido espacio multiusos, donde
como todos los lunes, participan en la sesión de meditación colectiva dirigida por uno de los profesores. Todos los
niños, incluidos los más pequeños asisten. Se sientan en el suelo, los chicos
cruzan las piernas en posición de loto, las niñas se las recogen a un lado,
todos cierran los ojos, colocan la mano derecha abierta sobre la palma de la
mano izquierda y escuchan las palabras que en voz baja y suave el profesor les
va susurrando. Son frases breves,
tranquilizantes, cada vez más espaciadas. Invitan a los niños a saborear el
silencio, la calma, la tranquilidad que poco a poco les invade. Su rostro sereno e inmóvil denota una
profunda concentración. Se podría oír el vuelo de una mosca. Un niño de unos cinco años se cansa, mira a su alrededor, busca alguien
con quien hablar, sonreír, jugar, pero nadie parece percatarse. Resignado .
preguntándose quizá qué es lo que ocurre, vuelve a agachar la cabeza y
concentrase en alguna hormiga que cruza su campo de visión.
Han
pasado diez minutos como en un soplo. De nuevo se oye la voz del profesor que invita
a los niños a abrir los ojos, a mirar en torno a sí y recobrar conciencia de
las cosas familiares que les rodean y que
tan a menudo pasan desapercibidas. Forman de nuevo filas y se dirigen a sus
clases. En el trayecto recobran de pronto su natural alegre y bullanguero.
Algunos tienen tiempo incluso de gastar una broma al que va delante. Cuesta
creer que sean los mismos niños que hace
un momento parecían pequeños budas en el claustro del templo No
es fácil calcular el efecto, pero estamos convencidos que a la larga, esta
práctica semanal les ayudará algún día para escapar de la confusión o de la angustia del momento para llegar a lo más profundo y valioso de sí
mismos. Su inquebrantable esencia. De algún modo, y casi de forma inconsciente, yo también he ganado serenidad y mi clase seguramente se beneficia de ello.
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