Mide a penas 65 cm de altura
y aunque se le conoce como el Buda de Esmeralda está tallado en una sola pieza de jade
oscuro. Cambia de ropaje, a manos del
Rey de Tailandia , tres veces al año
atendiendo la estación de lluvias, de verano o de invierno, como algunas de
nuestras Madonas en España. Ha
peregrinado por numerosos países asiáticos desde su probable lugar de origen en
India. Ha padecido las veleidades del
destino: naufragios en alta mar, elefantes
negándose a moverlo de su
emplazamiento en Lampang, o la
sacudida de un rayo que desconchó el estuco que lo recubría para evitar la
codicia de los ladrones. Domina desde su alto pedestal uno de los templos más hermosos del mundo,
cataliza el sentimiento religioso de la casi totalidad de la población
tailandesa y aunque no se le puede fotografiar atrae la atención de cuanto turista se acerca por Bangkok.
Se trata del icono más emblemático del budismo
tailandés, y aunque su origen preciso se
pierde en mil leyendas, la estatuilla
después de haber pasado por Cambodia, estuvo durante años en Chieng Rai, en Lampang, Chieng Mai
y Vientiane nueva capital del
Reino de Laos durante más de 200 años, de donde finalmente fue rescatada por el General Taksin , que poco después y bajo el nombre de Rey Chulaloke
o Rama I trasladaría la capital del Reino desde Ayuthaya a
Thomburi y posteriormente a Bangkok y fundaría
la dinastía Chakri que sigue reinando en Tailandia desde entonces, siendo el
actual Rey Bumiphon Adunadet, Rama IX.
Para albergar tan venerada y codiciada imagen el monarca inició en 1778 la construcción ,
dentro del recinto del palacio real, de uno de los templos más hermosos jamás construidos. El templo del Budha de Esmeralda, que aunque
consta de varios edificios y
estupas no es propiamente un templo, pues no habitan monjes en él, siendo más propiamente una capilla real anexa al palacio.
La capilla principal que alberga
la estatuilla está construida en estilo Rattanakosin, es decir en estilo Viejo
Bangkok, con tejados superpuestos recubiertos de tejas
vitrificadas de color rojo, naranja y verde,
con aleros terminados en paneles
profusamente decorados cuyos extremos se curvan graciosamente hacia el cielo en
forma de “nagas” o serpientes mitológicas muy estilizadas. Las columnas están
recubiertas de cristales, espejos y mosaicos y se asientan sobre una base
recubierta de mármol . El interior de la
capilla totalmente recubierto de pinturas
representa por un lado escenas de la vida de Buda y por otro la
concepción del universo según la cosmología budista. Sobre un exageradamente alto pedestal se erige
la diminuta estatuilla. Pero la altura tiene una explicación: otras capillas se asientan en el recinto y
albergan estatuas de Buda de mayor tamaño. Ninguna sin embargo puede
sobresalir por encima del venerado icono de Tailandia.
El “templo” comprende además otros edificios como la Biblioteca
“Phra Mondop” cuyas puertas se adornan con bellas incrustaciones de
madreperla y que alberga los libros
sagrados del budismo , o las diferentes “
estupas” entre los que cabe destacar el Gran Cheddi que contiene una reliquia de Buda y está recubierto de diminutos mosaicos
dorados traídos directamente de Italia por el Rey Mongkut (Rama V) en su primer
viaje a Europa.
El recinto está rodeado por una
galería o claustro con siete puertas,
todas ellas custodiadas por las famosas parejas de "Yaksha", verdes y rojos, gigantes
benévolos, guardianes del templo. En las
paredes interiores del claustro 178 grandes
paneles
pintados a mano nos cuentan
la versión tailandesa del
Ramayana, la saga épica del
hinduismo. El oro de las figuras, el detalle
de los rostros, la belleza de cada cuadro me
entusiasma y cada vez que visito el templo no dejo de sorprenderme de la
poca atención que reciben estas pinturas
en comparación con la muchedumbre que abarrota los patios, fotografía los monumentos y se fotografían a sí mismos
imitando las poses de las “kinnaris” (figuras
mitológicas mitad mujer mitad cisne que simbolizan la danza y la poesía o más
generalmente la belleza) o de los “Hanuman” ( hombres mono) que con brazos levantados parecen sostener
las paredes de los “Cheddis”.
El templo del Buda de Esmeralda
es probablemente la mayor atracción turística de Bangkok. Es inútil pretender visitarlo en
solitario. China parece haber abierto un
túnel directo por el que se cuelan cada día miles de ruidosos nuevos turistas ávidos de inmortalizar el “yo estuve
allí”. Es el tributo que pagan estos
lugares emblemáticos. Cada vez que me
acerco a este lugar necesito hacer
pequeñas pausas de silencio. Sé donde
refugiarme: inmóvil ante uno de los
cuadros del "Ramakien" contemplo con detalle
cada rasgo, cada gesto de monos,
gigantes, y humanos luchando o parlamentando.
Me tranquilizan y vuelvo a
deambular bajo un sol abrasador y el
resplandor de espejuelos y mosaicos que
me transportan a un país de fábula.
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