Hoy regreso a España después
de una estancia de seis meses en Tailandia. No ha sido un viaje turístico,
aunque he hecho turismo. No ha sido un
viaje de placer, aunque he disfrutado cada minuto que he pasado en este país.
No he conseguido grandes logros, ni curado enfermos, ni cavado pozos, no
siquiera creo que nadie hable mejor inglés porque yo les haya dado unas clases. Vistas así las cosas, ¿para qué ha servido
ir tan lejos, perder el contacto con la familia, con los amigos, con la casa a
la que me estaba acostumbrando, con dejar de hacer las cosas que me gustaban:
pintar, leer, asistir al taller de escritura, hacer excursiones por el monte
los domingos?
No tengo una respuesta
clara. Desde luego nada de lo que pueda decir es cuantificable, medible,
transformable en estadística. Como un
grano de arena más, he contribuido a la buena marcha de un proyecto. Un grano de arena entre muchos otros
granos, una gota de agua como tantas
otras. Juntos hacemos algo que merece la pena: dar una oportunidad, por efímera
que sea, a unos niños que están condenados a vivir sin papeles, sin
nacionalidad, sin oportunidades, en ese “no man’s land” entre dos países, sin
acabar de pertenecer a ninguno de ellos, porque étnicamente son diferentes, ni thais ni birmanos, sino tan sólo Mon o Karien, pero queriéndose integrar
en un mundo que a pesar de ellos pasa porque hablen thai y encuentren una
oportunidad en Tailandia.
He participado colectivamente
en algo que merecía la pena. Algunos niños
se beneficiaran del empeño de unos religiosos que cumpliendo el mandato de su
fundador de enseñar a los pobres, están
proporcionando educación, transporte, comida y a veces ayuda material a cientos
de niños y a algunas de sus familias.
A cambio de tan poco he
recibido tanto que casi me da vergüenza reconocerlo.
He comenzado a ver en torno
a mi, a personas individuales, con su
nombre, su identidad, su situación económica, sus problemas. Ya no son gente. Son
ellos y les saludo, hablo con ellos, les
sonrío, y si puedo les ayudo. Detrás de
cada muchacho que llega a la clase hay una historia, una familia, una situación
económica que a veces puedo mejorar.
Estoy aprendiendo a medir el tiempo de otra
manera. Estos países budistas te enseñan
a pesar tuyo a medir los minutos con
otros criterios que el reloj y la eficacia.
Saber esperar, dar tiempo al tiempo,
ser conscientes de “ser” y de “estar”
aunque no se esté haciendo nada
A pesar de mi mismo estoy tomando nota de que se puede vivir con
muy poco, que todas esas cosas que nos parecían indispensables pueden faltar y
no pasa nada. Que no es imprescindible
tener un televisor, ni aire acondicionado a pesar de los 40ºC, ni se hunde el
mundo porque se caiga la red de internet y quedes incomunicado durante días.
El voluntariado implica mucha humildad, que no
tengo, mucha generosidad, que me falta,
buena salud, pero sin tomarse el pulso cada poco rato, capacidad para
adaptarse a las circunstancias que no siempre se pueden elegir,
paciencia para saber esperar , a mi me sigue costando una barbaridad, y
por último pero no por eso menos importante
un sentido religioso, moral o ético que te inspire y de auténtico
sentido a lo que haces.
Pero no he aprendido bien la
lección. Por eso después de unas semanas
de descanso, volveré a la tarea para tratar de aprender bien la lección. Creo que si apruebo el examen seré luego una
persona más feliz.