Hace unos días unas zapatillas de playa desgastadas hasta lo inimaginable me llamaron la
atención. Me parecieron la imagen misma
de la pobreza traducida en hechos y me prometí descubrir y saber algo más sobre su dueño y sus circunstancias. No fue fácil. Los días siguientes al de la foto las viejas zapatillas no volvieron a aparecer.
Empezaba a creer que todo
había sido accidental cuando el
miércoles, al descalzarme para entrar en
mi propia clase, las volví a ver. Ahora
sabía que no necesitaba alargar las pesquisas.
El dueño era mi propio alumno. Al
terminar la clase, me situé junto a las zapatillas esperando que las calzara su
dueño. Y sí, el dueño era una cara
conocida: Tinai, un chiquillo de unos 13 años, un poco retraído y triste. Discretamente le pregunté qué ocurría en su casa para usar unas zapatillas tan desgastadas. Me contestó sin rodeos que no tenían dinero
para comprarle unas nuevas. Sin dudarlo
un momento, saqué la cartera y le
entregué el dinero que llevaba en el bolsillo en ese momento.
Este viernes, Tinai vino a
verme muy contento. Ya había comprado un par de zapatillas nuevas. Me las enseñaba
tan dichoso que por darle gusto esta vez,
volví a fotografiarlas. Estos últimos días me sorprendo a mí mismo
mirando los pies de los niños. Afortunadamente no he vuelto a ver zapatillas
desgastadas.
1 comentario:
Uns zapatillas, todo un tesoro!
Que sigas bien!
Publicar un comentario