- ¿De
qué conoces a Bernardo Herrera, si puede saberse?
- Lo
mismo te pregunto yo”, replicó Juan, mi
amigo y socio de Bufete al salir del restaurante donde habíamos estado cenando
aquella noche.
En
efecto, estábamos comenzando el segundo plato cuando de pronto, vimos caminar hacia nosotros a Bernardo Herrera. Aunque hacía tiempo que no lo veía no dudé ni
un momento que venía hacia mí y mentalmente empezaba ya a elaborar el saludo
incisivo que hiciera el encuentro lo más breve posible, cuando para mi sorpresa, lo primero que hizo fue fundirse en un prolongado
abrazo con mi amigo; luego siguieron las preguntas de rigor: “Qué es de tu
vida?, ¿Cómo te va? ¿Vives en Madrid?”
Me quedé mirándolos en silencio
mientras Juan daba cuenta de su
trayectoria, pero muy pronto, fue el
propio Bernardo quien se giró hacia mí, me dio un apretón de manos y me repitió
las mismas consabidas preguntas protocolarias. Mientras le contestaba le
observé de soslayo. Seguía teniendo esos ojos oscuros de mirada huidiza y la
dichosa costumbre de manosear siempre el
llavero o cualquier otro objeto mientras
habla.
Fue un
encuentro breve porque nuestros platos
estaban sobre la mesa y porque había venido acompañado de una mujer que no nos
presentó y que se había quedado algo apartada de la mesa.
Terminamos la cena, y sin acercarnos, le
hicimos una señal de despedida desde lejos, y salimos a la calle. Creo
que a ambos nos picaba la misma curiosidad:
- ¿Sabes
que estudié todo el bachillerato con él?- No, no
lo sabía. Me parece que nunca ha salido en nuestras conversaciones .
- ¿Y
tú, de qué lo conoces?
- Pues
de haber trabajado juntos en el mismo Bufete
al poco de terminar la Carrera.
- ¡Espero
que fuera un poco menos camorrista que cuando era estudiante!
- ¡Pero
qué me dices! ¿Camorrista Bernardo ? Yo diría mas bien lo contrario. A todos los que trabajamos con él nos cayó
mal precisamente porque era un trepa y un adulador permanente de cualquier persona que
estuviera por encima de él. “¡Tiene
usted razón Don Enrique! ¡No faltaría
más don Jacinto! ¡Lo que usted mande Doña. Catalina!” eran algunas de sus cantinelas preferidas.
-¿Adulador,
de qué? ¡Pero si en el colegio iba de
chulo perdonavidas! Se había rodeado de
una pandilla que le reían las gracias y
que nos tenía atemorizados a todos los demás.
- ¡No
se diría que hablamos del mismo Bernardo!
Fíjate hasta qué punto llegaron las cosas, que en COU estuvieron a punto
de expulsarlo del colegio. Algo relativo a una estudiante. No sé bien el
motivo. Sólo sé que los padres de la muchacha vinieron al colegio y montaron un
poyo por todo lo alto.
- ¿Y
tú fuiste de su pandilla?
- Bueno,
ya sabes que lo mío es la diplomacia: nadar y guardar la ropa. La verdad es que nunca me hizo gracia pero tampoco
me puse a mal con él ni le planté cara.
Creo que ni sabía
en qué bando me encontraba: si en el de
sus amigos de entonces o en el de
los asustados por sus bravuconadas.
- Pues
en mi caso me parece que no alberga la menor duda. Ya has visto cómo al
principio ha hecho como si no me viese.
Y es que yo no aguanto a esa gente
que parece reverenciar a la autoridad sólo porque tienen el mando. Van
besando el suelo para escalar puestos u obtener ventajas. Para mí Bernardo ha sido siempre un mal
compañero, adulador con los jefes y muy poco colaborador con los colegas.-Extraño
comportamiento para alguien que nos tuvo atemorizados durante todo el
Bachillerato. Pero quizá no es más que
la otra cara de la misma moneda: un débil y cobarde disfrazado de camorrista y bravucón.
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