28 de marzo de 2013

Mujer Dormida




                                                                                  Pintura:  Famalyel Romero

Con ojos que el amor tal vez confunde,
en tu dormir dejada, miro los párpados cerrados
y levemente rubios, los labios entreabiertos
a un suave respirar,
las apacibles formas de hermosura
bajo los pliegues tenues del justillo.
Cuida de ti el silencio.
Las ropas en la alfombra, algún libro
que no ayuda a vivir ni tampoco lo impide,
la vieja lámpara, objetos temporales
que en el recuerdo serán el amor
y la dicha serán, porque dicha hay siempre
que el silencio haya envuelto un cuerpo de mujer
a nuestro lado, un silencio nocturno,
sólo real para los ojos que aman.
                              
Fernando Aramburo
                               Yo Quisiera Llover (2010)

15 de marzo de 2013

La Bicicleta


                                                                                    Ilustración:  "La bicicleta"   Angel Gómez  Worldpress  

Escribir una historia que tenga el siguiente final: "El día de su cumpleaños, Fernando, despeñó su bicicleta por un acantilado"

Fernando soñaba con tener una bicicleta. No en vano Miguel Induraín era su ídolo. Creía que subido a ella todo sería posible: que Pilar lo miraría de otra manera, y él la invitaría a dar una vuelta, o mejor, que la pasearía sentada en la barra como había visto hacer a los mayores las tardes de domingo.  Con una bicicleta nadie podría poner en duda que era él quien mandaba en la pandilla. Seguro que con una bicicleta, y no sabía muy bien por qué, hasta sacaría mejores notas en clase.

Aunque todavía no  la tenía, hablaba de la bici con sus amigos, ideaba mil formas de agenciársela y su sueño era tan real que, a veces, por la noche, se despertaba jadeando pensando que se la habían robado.Todavía no tenía muy claro cómo iba a ser la dichosa bicicleta, de manillar retorcido como las de carrera o recto, con barra horizontal, de color rojo o azul,  con portaequipajes o con un cesto en la parte delantera.  La bicicleta se metamorfoseaba en su cabeza   pero no había manera de distraerlo de su capricho ni un solo día.

Su madre sufría en silencio por no poder dar ese capricho a su hijo. Cierto que en el pueblo las distancias eran cortas y el chico no la necesitaba para ir a la escuela o para hacer los pocos recados de todavía le mandaba, pero también sabía que él sufría y que envidiaba a sus amigos que chuleaban y caracoleaban delante de su casa con la bicicleta.  La mujer se partía el pecho a lavar y coser ropa para las vecinas, escarbaba en las rocas en busca de cebo para vender, pero ni con esas lograba nunca juntar el dinero necesario para comprar una bicicleta a su hijo. Por su parte, al marido que era marinero, no siempre le contrataban para salir a faenar.

Un día, la suerte de Fernando cambió de pronto. Don Jacinto, el dueño de la ferretería se fijó en el chaval. Se le veía ágil y espabilado como una ardilla. Le vendría bien en la tienda después de la escuela para hacer los recados, clasificar clavos, puntas y tuercas, barrer y limpiar el local y atender al personal mientras él iba al bar de la esquina y se tomaba un cafetito mientras pegaba la ebra con la cantinera.

Don Jacinto chistó al muchacho cuando, al regreso del colegio, éste pasaba frente a la ferretería.
_¿Te interesa trabajar en la ferretería después de la escuela?
_¡No sé! Tengo que preguntárselo a mi madre, - replicó.
_Claro, claro, y díselo también al maestro, pero si ellos están de acuerdo, tú qué dices?
_Pues también que sí.
_Ea pues, no se hable más. Coméntalo en casa y si están de acuerdo mañana a la salida de las clases te espero.

Esa noche, su padre gruñó su aprobación y su madre contenta por el muchacho le animó: "Mira Fernando, haz lo que quieras, pero descuida, si trabajas para Don Jacinto, todo lo que saques será para ti."  El chico empezó a trabajar como si fuera el hijo del ferretero. Se desvivía por tener la tienda reluciente y procuraba que nadie saliera de la ferretería con las manos vacías. En más de una ocasión tuvo que acudir en ayuda de Don Jacinto para indicarle en qué cajón estaban los tornillos hexagonales o las alcayatas que el cliente le estaba pidiendo.

Un día, aprovechando que estaban solos, Don Jacinto le dijo a Fernando:
_Me ha dicho un pajarito que andas loco detrás de una bicicleta.
_Sí señor, es la ilusión de mi vida y voy a ahorrar todo lo que gane para comprármela.
_Así me gusta muchacho. Hay que tener ambición. Y para que veas que soy generoso mañana mismo te compraré yo la bicicleta. Ya me la irás pagando poco a poco con el trabajo en la tienda.

Fernando hubiera preferido esperar a haber ganado él el dinero y comprar una bicicleta a su gusto pero cualquiera se enfrentaba al patrón y..., por otra parte,  cuanto antes la tuviera, antes podría disfrutar de ella.  A los pocos días la bicicleta apareció en la ferretería. No era era la bicicleta que el muchacho había soñado: venía con guardabarros y un solo piñón, la barra era ondulada como las bicicletas que usan las mujeres, el color era rosa pálido y con evidentes desconchones que le hicieron sospechar que él no iba a ser su primer dueño.

Fernando dio las gracias a su jefe y esa misma tarde volvió a casa montado en su nueva adquisición. Al verlo su padre preguntó:
_¿Cuanto has pagado por ella?
_No lo sé, papá, me la compró Don Jacinto.
_Claro hijo, pero no sería por nada. Te la compró a cambio de tu trabajo. ¿cuántos días tendrás que trabajar para pagarla?
_No me lo ha dicho.
_¡Será cabrón! Así es capaz de tenerte esclavizado todo un año.
Su madre se apresuró a intervenir:
_No hagas caso, hijo, seguramente un día de estos Don Jacinto te dirá lo que pagó por ella y el jornal que te corresponde cada semana.

Su madre estaba equivocada. Don Jacinto no sólo no le mencionó el coste de la bicicleta o le habló de pagarle, sino que a partir de entonces se creyó con derechos especiales sobre él: "Fernando, el domingo tienes que venir a ayudarme en la tienda, te necesito para preparar unos pedidos";  Fernando, mañana antes de clase pásate por la tienda y de camino al colegio llevas un encargo del taller. Total, ahora que tienes bicicleta, será un momento".

Pasaron los meses y Don Jacinto no había mencionado nada. Cansado de esperar y harto de tanto abuso Fernando le preguntó:
_Oiga, Don Jacinto, ¿no he pagado ya la bicicleta? ¿Cuándo va a empezar a pagarme lo que me corresponde?
Don Jacinto soltó una sonora carcajada:
_¿Pagarte yo? Primero tendrás que pagarme tú a mi la bicicleta, luego, ya hablaremos. Y ten cuidado con ese tono de voz no sea que te quedes sin bicicleta y sin trabajo.

A partir de ese día Fernando empezó a odiar la bicicleta. Se le antojaba una bola de presidiario que le tenía atado de por vida a ese desgraciado.  Menos mal que estaba ya en el último curso de primaria y su tutor, le había prometido ayuda para solicitar una beca y poder ir al instituto en Torrelavega.

Fernando había perdido todo interés por la ferretería y por la bicicleta. Las ruedas, la cadena, los pedales todo le recordaba la esclavitud. A los pocos días de terminar el curso, coincidiendo con su 16 cumpleaños, Fernando salió de casa, pedaleó hasta la Punta del Dichoso, y desde allí, con un grito de liberación, despeñó la bicicleta por el acantilado.

11 de marzo de 2013

Historia de un Matrimonio - Andrew Sean Greer

HISTORIA DE UN MATRIMONIO
Novela
Andrew Sean Greer
Salamandra 2009
The Story of a Marriage 2008
Traducido del inglés por Ana Mª de la Fuente
219 Páginas

 Andrew Sean Greer nos ofrece una novela enrevesada, donde nada es lo que parece, y cuyos personajes, cada uno a su manera, evolucionan a lo largo de la historia como esa sociedad norteamericana en la que están inmersos, que en los años cincuenta, ha salido de una guerra y lucha en la de Corea, que llama a la unidad nacional pero discrimina a los negros, donde la gente se espía, y McCarthy emprende su particular caza de brujas, y cuya sociedad quiere romper con viejos esquemas pero repudia la homosexualidad.

La gente tiene determinados prejuicios acerca de los años cincuenta. Se habla de faldas acampanadas y huelgas de autobuses, y de Elvis; de una nación joven, inocente.  No sé cómo pueden equivocarse de ese modo;  será efecto de la deformación del recuerdo, porque todo eso vino después, cuando el país se transformó. En 1953 nada había cambiado. Aún estábamos obsesionados por la guerra. 

En ese ambiente, retratado con escasas  pero muy precisas pinceladas, como la alusión al juicio y posterior condena a muerte del matrimonio Rosemberg, el autor sitúa a sus tres personajes principales que conoceremos a través de los ojos y la voz de uno de ellos, Pearly, pero que no acabamos de conocer del todo porque precisamente de eso trata la novela:

Creemos conocer a quienes amamos. [...] Creemos conocerlos. Y amarlos. Pero lo que amamos resulta ser una mala traducción, hecha por nosotros, de un idioma que apenas dominamos.  Con ella tratamos de llegar al original, aunque jamás lo conseguimos. Lo hemos visto todo. pero ¿qué hemos entendido de verdad?

Holland es un joven agraciado que se deja querer. Hasta bien pasadas las primeras cincuenta páginas sin embargo, no sabemos que es un muchacho de color.  Más adelante iremos sabiendo que no padece de otra dolencia que la de ser homosexual y tratar de agradar a unos y otros dejándose llevar a merced de quien lo quiere. Sólo al final del libro, sorprendentemente, parece tomar la primera y única decisión de su vida.

Por ser lo que cada uno de nosotros quería que fuera - el marido, el ligue, el objeto hermoso y el amante - y, al complacernos otorgándonos su gentil sonrisa, había ido torturándonos uno a uno cuando las cosas no salían como esperábamos. A la belleza se le perdona todo excepto que salga de nuestra vida, y el esfuerzo por corresponder a tantos amores a la vez, debía haberlo destrozado.

Buzz es el amante. De raza blanca, cobarde, objetor de conciencia pero que sabe muy bien lo que quiere; quiere a Holland y hará todo lo que esté a su alcance para apartar rivales e incluso para comprar la renuncia de Pearly.

Para el autor, Pearly, la esposa, es la mujer madre. Madre del hijo que tiene en común con Holland y que sufre de poliomelitis, pero también madre de su esposo, que vive por y para su marido, que recorta las noticias desagradables del periódico para que su marido no sufra, que acepta la extraña conducta de su marido pero que cuando finalmente descubre que Holland tiene un amante blanco se rinde ante la fatalidad y para asegurar al menos el futuro de su hijo enfermo, está dispuesta a renunciar al marido que parece conocer cada vez menos y es que:

Todos creemos conocer a quienes amamos y, aunque no debería sorprendernos descubrir que no es así, ese descubrimiento siempre nos rompe el corazón.  Es la revelación más triste, por cuanto atañe no tanto al otro como a nosotros mismos.  Ver nuestra vida como una fábula que hemos escrito y nos hemos creído. La sensación que se apoderó de mí aquella noche - de que no conocía a mi Holland, ni a mí misma, que quizá era imposible conocer a una sola alma de este mundo - fue de una espantosa soledad. 



Un encuentro inoportuno

Carmen sale de casa y de pronto:
_ ¡Uy! ¿No es esa Paquita? ¿Cómo presume de abrigo de visón!  Si total está hecho de visones gallegos de granja, y además se lo regaló su tío, porque lo que es su marido, con ese empleucho  que tiene en el Ayuntamiento... Pero bueno, qué mejor ocasión para contarle lo de Luchi... ¡Quién lo iba a decir! Con lo modosita que es ella, siempre en la iglesia, siempre diciéndonos lo que está bien y lo que está mal... ¡Vaya bomba lo de su embarazo! ¿Quién será el padre?  A lo mejor Paquita lo sabe.

_Pero, ¿no camina algo rara esa chica? Si parece que va retorciendo los pies... y ¡qué zancadas madre mía! Ni que la estuvieran persiguiendo.  Por esta calle y a este paso seguro que no la alcanzo y me quedo sin contarle mi historia. Cortaré por la calle mayor y la espero en la plaza.

_Ahí viene, no pero si parece que lleva bigote, ¿y esa melena?  ¿O es una peluca?  Por si acaso voy a esconderme detrás de la marquesina del autobús... ¡Vaya, si no es Paquita! Ahora me explico ese andar raro que tiene... ¡Uy es alguien disfrazado de Paquita, con su mismo abrigo o uno que se le parece.  ¡Ahí va! Pero si es su marido Juan,  vestido con la ropa de su mujer. ¡No me lo puedo creer! ¿Se habrá vuelto marica?  No, no puede ser. Se les ve muy enamorados. Ahora que me acuerdo, si me dijo la Juani que Paquita tenía que ir a Valladolid para no sé qué de su madre...  Mejor lo dejo pasar, ya habrá tiempo para pedir explicaciones.  Quizá mis amigas saben cosas que no me cuentan.

Mientras tanto, Juan, bajo los efectos de la noche anterior camina a trompicones y como escondiéndose...

_ No se me puede dejar solo. Aprovechando que Paquita está en Valladolid nos juntamos en casa para cenar y ver el partido. Como a nadie se le ocurrió otra cosa que traer bebidas, que si este Rioja, - ya veréis que bueno -,  que si ese Ribera de Duero - que entra de maravilla -, que si el Cava - que me sobraron un par de botellas de las pasadas Navidades -,  el caso es que bebimos mucho, comimos poco y acabamos pasados de copas.

_ No sé si será cierto, yo la verdad no me acuerdo, pero según dijo el Chato y afirmaron todos los demás hicimos apuestas, a cada cual más descabellada.  Yo aposté a que  me iría dando un paseo hasta la plaza disfrazado con la ropa de mi mujer...

_Y aquí estoy, con este frío húmedo que me sube por las piernas, y los pies machacados por los malditos tacones.  No sé cómo las mujeres aguantan ir subidas a esos andamios.  Lo único que mola es el abrigo ¡Qué suerte tuvo la condenada! Murió la tía Ambrosia y el marido se acordó de la sobrina...

_¡Uy! ¿pero no es esa la Carmen, esa amiga de Paquita tan chismosa? ¡Lo que me faltaba, que se acerque a hablarme pensando que soy Paquita!  Ya no la veo... habrá entrado en algún portal.  Dentro de un momento llego a la plaza, me doy la vuelta y habré ganado la apuesta.  Si la Carmen me llega a ver disfrazado de mujer me convierto en la chirigota de toda la panda. ...

6 de marzo de 2013

Espejismo


  
He soñado que iba caminando
a través de los años que he vivido.

De pronto  por sorpresa aparecieron
compañeros queridos de la infancia.

De los días aquellos que mostraban
la secreta inocencia de su mundo,
quise atrapar las cosas que esplendían
con el brillo impostor de lo que arde.
Digo quise – no pude – pues no eran
sino sombras de un tiempo ya perdido,
y, al querer recobrarlas, sus contornos
se hundían en la bruma del pasado.

Espejismo del tiempo es cuanto fuimos.
Espejismo también lo que ahora somos.
Desperté de mi sueño, y pude entonces
palpar la realidad que me abrazaba:
la verdad de otro sueño acostumbrado 
que trasiega, sin rumbo, en la vigilia.

Ginés Aniorte
Los Azares  (2007)

1 de marzo de 2013

Hablando de la misma persona


- ¿De qué conoces a Bernardo Herrera, si puede saberse?

- Lo mismo te pregunto yo”,  replicó Juan, mi amigo y socio de Bufete al salir del restaurante donde habíamos estado cenando aquella noche. 

En efecto, estábamos comenzando el segundo plato  cuando de pronto, vimos caminar  hacia nosotros a Bernardo Herrera.  Aunque hacía tiempo que no lo veía no dudé ni un momento que venía hacia mí y mentalmente empezaba ya a elaborar el saludo incisivo que hiciera el encuentro lo más breve posible, cuando para mi sorpresa,  lo primero que hizo fue fundirse en un prolongado abrazo con mi amigo; luego siguieron las preguntas de rigor: “Qué es de tu vida?, ¿Cómo te va?  ¿Vives en Madrid?”  

Me quedé mirándolos  en silencio  mientras  Juan daba cuenta de su trayectoria,  pero muy pronto, fue el propio Bernardo quien se giró hacia mí, me dio un apretón de manos y me repitió las mismas consabidas preguntas protocolarias. Mientras le contestaba le observé de soslayo. Seguía teniendo esos ojos oscuros de mirada huidiza y la dichosa costumbre de  manosear siempre el llavero o cualquier otro  objeto mientras habla.

Fue un encuentro breve  porque nuestros platos estaban sobre la mesa y porque había venido acompañado de una mujer que no nos presentó y que se había quedado algo apartada de la mesa.   

Terminamos la cena, y sin acercarnos, le hicimos una señal de despedida desde lejos, y salimos a la calle.  Creo  que a ambos nos picaba la misma curiosidad:

- ¿Sabes que estudié todo el bachillerato con él?-  No, no lo sabía. Me parece que nunca ha salido en nuestras conversaciones .

- ¿Y tú, de qué lo conoces?

- Pues de haber trabajado juntos en el mismo Bufete  al poco de terminar la Carrera.

- ¡Espero que fuera un poco menos camorrista que cuando era estudiante!

¡Pero qué me dices!  ¿Camorrista Bernardo ?  Yo diría mas bien lo contrario.  A todos los que trabajamos con él nos cayó mal precisamente porque  era un  trepa y un adulador permanente de cualquier persona que estuviera por encima de él.  “¡Tiene usted razón Don Enrique!  ¡No faltaría más don Jacinto! ¡Lo que usted mande Doña. Catalina!”  eran algunas de sus cantinelas preferidas.

-¿Adulador, de qué?  ¡Pero si en el colegio iba de chulo perdonavidas!  Se había rodeado de una pandilla que le reían las gracias  y que nos tenía atemorizados a todos los demás.

¡No se diría que hablamos del mismo Bernardo!  Fíjate hasta qué punto llegaron las cosas, que en COU estuvieron a punto de  expulsarlo del colegio.  Algo relativo a una estudiante. No sé bien el motivo. Sólo sé que los padres de la muchacha vinieron al colegio y montaron un poyo por todo lo alto.

- ¿Y tú fuiste de su pandilla?

- Bueno, ya sabes que lo mío es la diplomacia: nadar y guardar la ropa.  La verdad es que nunca me hizo gracia pero tampoco me puse a mal con él ni le planté cara.  Creo que  ni   sabía en qué bando me encontraba: si en el de  sus amigos de entonces o en  el de los asustados por sus bravuconadas.

- Pues en mi caso me parece que no alberga la menor duda. Ya has visto cómo al principio ha hecho como si no me viese.  Y es que yo no aguanto a esa gente  que parece reverenciar a la autoridad sólo porque tienen el mando. Van besando el suelo para escalar puestos u obtener ventajas.  Para mí Bernardo ha sido siempre un mal compañero, adulador con los jefes y muy poco colaborador con los colegas.-Extraño comportamiento para alguien que nos tuvo atemorizados durante todo el Bachillerato.  Pero quizá no es más que la otra cara de la misma moneda: un débil y cobarde  disfrazado de camorrista y bravucón.


Una ventana en Santillana

Algunos de los momentos más agradables de la semana los paso pintando. Tenemos un buen profesor que sabe combinar muy bien el consejo a tiempo con la libertad de cada cual para expresarse en colores, el ambiente es bueno, y cuando más desesperado estás porque las cosas no salen como quieres, siempre hay alguien que te dice esa frase tan de agradecer: "¡Qué bien te está quedando!

Una inspección rutinaria

Nikita no ha dejado de olisquear la maleta beis recuperada ayer de la cinta correspondiente  al último vuelo de British procedente de Londres.  Da vueltas y más vueltas, escarba en la cerradura y si pudiera hablar seguro que me gritaría: “ No seas imbécil, ábrela”.  Pero no puedo hacerlo sin la presencia de un mando. No lo permite el reglamento. Aguanto  estoicamente la mirada de reproche de Nikita y  a última hora, cuando llega el sargento le pongo en antecedentes del extraño comportamiento de nuestro mejor rastreador.

            El sargento examina la maleta. No tiene nada extraño salvo quizá su color y dos iniciales L.P. grabadas una en cada cerradura de números en la parte superior.
“Bien” , dice el sargento, “puesto que estas cerraduras  se abren con la mirada y no necesitamos forzar nada, ábrala y salgamos de dudas. Procure en todo caso dejar todo colocado como estaba.

            La maleta es de fibra lisa con asa telescópica y cuatro ruedas en el lateral derecho. Reventar la clave es juego de críos;   basta girar las ruedecillas dentadas muy despacio hasta sentir el distintivo clic  cuando la muesca coincide con el número de clave. A los pocos minutos saltan las cerraduras: 2207 y 1962. Sencillo e infantil. Probablemente la fecha de nacimiento de su propietario.

            Coloco la maleta cuidadosamente sobre la mesa y abro la tapa.  Me sorprende un fuertísimo olor a perfume, mezcla de tabaco, sándalo y aromas de pachuli.  No pensé que Nikita se alterara tanto por este perfume  a la vez empalagoso y varonil. Me enfundo los preceptivos guantes de algodón blanco, y tras unos momentos de vana espera a que se disipe   el fuerte olor,  procedo a vaciarla tomando buena nota de la ubicación exacta de cada artículo que va saliendo.

Destaca en primer lugar y por encima de lo que parece ropa de caballero un libro de lujosa encuadernación de cuero con  repujados  en el canto, en la parte superior, el título: “Las confesiones de san Agustín” y en la inferior, las iniciales L.P. que ya observé en la cerradura.  Aparece ahora un terno  con chaleco, de color gris marengo y raya diplomática.

“Vaya resbalón” pienso para mí. “probablemente se trata del equipaje de un gentleman inglés, culto y distinguido con un gusto particular para los perfumes,  muy alejado de las preferencias olfativas de Nikita.”  Pero ya metido en harina prosigo con la inspección. Salen ahora dos camisas blancas, de algodón egipcio de cuello alto, amplio y abierto  apropiadas para nudos de corbata de tipo Wilson. Luego un jersey verde botella y una camisa de sport, de rayas y cuello con botones; una bolsa de aseo con maquinilla y crema de afeitar y lociones varias.  A continuación, calcetines negros  y ropa interior de caballero.  Todo normal, convencional, una inspección rutinaria y blanca  de la que el dueño no se va a enterar. 

Estoy a punto de colocar nuevamente la bolsa de aseo en su lugar, cuando me llama la atención una cinta de cuero negro que sobresale por debajo de unos calzoncillos  azules tipo bóxer. Curioso, tiro de ella, y aparece una especie de látigo de cinco correas rematado por una empuñadora igualmente de cuero artísticamente trenzado.   Sorprendido, cambio de opinión y sigo sacando objetos de la maleta.  Despejo el fondo de los frascos de colonia de nombres orientales y, entre las prendas de ropa interior masculina aparecen unas diminutas braguitas de encaje de color rosa chicle que parecerían de juguete si no fuera por unas oscuras manchas marrones. Haciendo juego, un sujetador del mismo estilo en el que se evidencian manchas oscuras muy parecidas a la sangre seca. Creo que finalmente y  a pesar mío, el dueño se va a enterar de que hemos revisado su maleta.