6 de agosto de 2010

Cuarenta años después...


Éramos jóvenes, sin preparación montañera, sin equipo, sin botas de trekking, sin bastones telescópicos, pero con la vida por delante y unas ganas enormes de vivir y de disfrutar. La Coral Isidoriana de León hacía una excursión al Cares y yo me uní al grupo pues allí iba a quedar de manifiesto que la joven con quien se me veía a menudo se convertía definitivamente en mi novia.
En aquella época la travesía comenzaba obligatoriamente en Posada de Valdeón puesto que Caín era un pueblo perdido en las montañas de León, sin acceso alguno por carretera. El autocar nos acercó pues hasta Posada y desde allí empredimos la marcha hasta Caín, donde pasamos la noche, para al día siguiente continuar la caminata a través de la garganta del Río Cares hasta Poncebos.

Guardo aún hoy muy buenos recuerdos de aquella travesía: el mirador del Pombo y las vistas impresionantes que desde allí se contemplan, la noche tumbado sobre un duro banco de la escuela, la somera "toilette" en las heladas aguas del río, la tortilla de patatas de la cena, las canciones espontáneas en torno a una improvisada hoguera, y luego los túneles, los puentes, los pasadizos y las sendas que como una oscura herida iban surcando el costado de la montaña, el ruido del agua allá en el fondo de la garganta, y los corzos cramponados milagrosamente en los salientes de las rocas. También recuerdo las rozaduras en los pies, fruto de un calzado inadecuado, el miedo a no llegar, la alegría al divisar el autocar azul allá abajo junto a la Central hidroeléctrica de Poncebos, y la largúisima siesta que siguió unas horas después en la playa de Celorio en Asturias.

Día más día menos, CUARENTA AÑOS más tarde he vuelto a repetir la travesía. En esta ocasión en compañía muy amena pero diferente, con calzado más adecuado y con una cámara fotográfica en bandolera. La excursión se limitó a recorrer, eso sí en ida y vuelta, el trayecto de 24 kilómetros Poncebos a Caín, pero la emoción, las fulgurantes impresiones, el afán de superación, y la alegría al conseguir la meta no han sido menos intensas.

He sentido los años en cada una de mis pisadas cuesta arriba, pero el esfuerzo, la fatiga, merecieron la pena. Me detuve con más frecuencia, pero eso hizo que me fijara más en el paisaje y no sólo en las majestuosas cumbres que como telón de fondo parecen robar protagonismo al azul del cielo, sino también mirando con detenimiento los planos medios, los árboles, las canalizaciones de agua, los rebecos y las cabras y hasta los pequeños detalles de los primeros planos: flores silvestres, nidos, insectos. Las paradas frecuentes para tomar aliento y reponer fuerzas han sido una mejor ocasión para saborerar y complacerme en una excursión inolvidable.

Evidentemente Caín ya no es aquel pueblo de hace cuarenta años perdido entre peñascos. Las diferentes adminsitraciones fomentan el senderismo y la vida al aire libre y el Parque Nacional de los Picos de Europa tiene catalogada esta travesía entre sus favoritas. Los albergues, los hoteles, bares y restaurantes y la buena carretera que une ya Caín con Posada de Valdeón han hecho que nos encontremos ante un pueblo vivo y pujante a mitad de camino en un recorrido duro y exigente pero al tiempo bello y reconfortante. Las palabras, las fotografías serán siempre un pálido reflejo de lo que en realidad se siente haciendo esta ruta, las brindono obstante para animar a cualquier amante de la naturaleza que tenga que tenga la oportundidad de disfrutarla.

2 comentarios:

Prometeo dijo...

Preciosas fotos y mejor aun tus palabras, me lo apunto en mis posibles caminos...un abrazo.

Durrell dijo...

¡Qué envidia me das! A mi también me gustaba hacer rutas por las montañas y ver esos paisajes espléndidos que nos ofrece la naturaleza... Te agradezco que lo compartas con nosotros y te animo a que sigas haciendo esas caminatas, aunque sea más despacio. Merece la pena.

Un abrazo.