La Virgen y el Niño entre dos ángeles
1464, Temple sobre tabla 95 x 62 cm.
Galería de los Uffici (Florencia)
Durante muchos años, ha sido mi preferida entre las innumerables Madonas del Renacimiento. Hace unos meses, durante un viaje a Florencia, la incluí entre los seis cuadros que deseaba contemplar sin prisas en la Galería de los Uffizi. El embrujo sigue ahí, más fuerte si cabe después de contemplar sin máscaras interpuestas, sin veladuras, la serenidad ausente, la dulzura, la alegría contenida de ese perfil de mujer a la vez tan humano y tan espiritual.
Para quitarme el cuadro de la cabeza, he leído todo lo que sobre Fra Filippo Lippi y su obra ha estado a mi alcance: una infancia de extremada pobreza, una vocación religiosa impuesta por la necesidad y Filippo entra en la orden de los Carmelitas, pero negado para el estudio, se dedica a la pintura y se convierte en discípulo y ayudante de Masaccio de quien aprendió una nueva concepción del espacio y la elgancia del dibujo y los efectos del color.
En este cuadro, la Virgen está situada frente a una ventana, lo que permite al pintor crear profundidad e introducir al espectador dentro del cuadro. Además añade un elemento novedoso en la pintura del Quattrocento: el paisaje, que en este caso está esquematizado en forma de árboles, montañas y praderas lejanas.
Contemplamos a una Virgen que "está como ausente", la mirada baja, las manos juntas en oración, ajena casi a ese niño que le tiende los brazos sostenido por dos ángeles. Pero para paliar tanto hieratismo ahí está ese guiño malicioso y cómplice del angelote que nos mira y nos acerca, más si cabe, a la escena y la llena de humnidad.
Destaca por otra parte su búsqueda de los efectos del color: el azul intenso del manto contrasta con la pálida blancura del cuello y el juego de luz y sombra, sumado a la transparencia del velo de la Virgen genera la ilusión de movimiento.
El Renacimiento Italiano redescubrió a la mujer en carne y hueso. La mujer dejó de ser figura de piedra en las iglesias románicas y se convirtió en humana, con rostro definido, contornos sensuales y erotizados. Para ello, los artistas retrataron a amantes, esposas o favoritas de sus mecenas como si fueran diosas, santas o Vírgenes. Leonardo da Vinci pintó a Giovanna Tornabuoni en "La Dama del armiño", Botticelli a la bella Simonetta Vespuci en "La Primavera"; pues bien, la mujer que sirvió de modelo para esta etérea Madonna, no fue otra que Lucrezia Buti, una monja de 21 años a quien Filippo Lippi, aprovechando su condición de capellán del convento, sedujo, raptó y dejó embarazada de un niño que con el tiempo se convertiría a su vez en el gran pintor Filippino Lippi.
3 comentarios:
Delicioso cuadro, una maravilla y mas como lo analizas; volver a el. Un abarzo.
hermoso
Qué lindo cuadro. Gracias por compartir lo que leíste y aprendiste sobre el cuadro y sobre Filippo Lippi.
Publicar un comentario