He viajado en el tren bala a 300 km. por hora y he paseado horas más tarde en un jardín zen sin salir del Hotel New Otani en el corazón mismo de Tokio. He entrado a curiosear en una tienda de electrónica de Osaka las últimas computadoras de bolsillo y me he perdido en una minúscula tienda tres calles más allá, que sólo vendía papel de carta de los más variados y suaves satinados. He comido en un Burger King sin enterarme siquiera de que me encontraba en Tokio y al día siguiente he cenado en una de las cuatro mesas del restaurante de “tempura” más afamado de Japón. Estos son algunos de los contrastes que justifican el título que he elegido para estos sencillos recuerdos de mis viajes a Japón.
Como empresario me ha sorprendido siempre la manera de hacer negocios en Japón. Las citas son minuciosamente planificadas. Los temas de conversación se negocian con antelación así como el número de personas que asisten de cada lado. En primer lugar se hace un intercambio de tarjetas de visita que se entregan con ambas manos a nuestros anfitriones con una leve inclinación de cabeza. Luego viene el intercambio de regalos, generalmente detalles de poco valor pero en el caso de nuestros interlocutores de un gusto exquisito. Tomamos el té mientras se habla de banalidades: el viaje, el tiempo, si nos gusta Japón, hasta que tras un significativo silencio entendemos que ha llegado el momento de abordar el motivo principal de nuestro encuentro. Frente a nosotros las cuatro o cinco personas presentes toman notas. Hacemos pausas para ver si alguien contesta a nuestra pregunta a nos hace alguna nueva pregunta pero se conforman con tomar notas. Incapaces de observar ningún atisbo de interés o rechazo en sus rostros impasibles, seguimos algo nerviosos y titubeantes. Nos damos cuenta de que estamos hablando solos frente a unos hombres que escuchan y toman notas. Al no haber réplicas nuestra exposición termina mucho antes de lo esperado. Tras una última pregunta, guardamos silencio esperando una contestación. Por toda respuesta recibimos una amplia sonrisa. Se levanta la sesión, y volvemos desesperados a nuestro hotel. Es como si hubiésemos fracasado… Unos días más tarde, ya de regreso en casa, empiezan a llegarnos correos de una asombrosa precisión haciéndonos preguntas muy pertinentes que rápidamente reconducen aquel diálogo de sordos inicial. Ahora somos nosotros los que tardamos en dar debida respuesta a todo lo que ellos nos piden, o nos preguntan. La minuciosidad y la escrupulosa atención a los detalles son la clave. El éxito en la negociación se basa en comprender que la confianza en nuestro producto o servicio se obtiene siendo puntillosamente fieles a lo que a nosotros nos parece insignificante.
La meticulosidad es una de las marcas distintivas de Japón. Habituados a correr por los andenes de las estaciones españolas me llamó la atención el que los números de los vagones estén escritos en el suelo del andén y que los viajeros hagan rigurosa cola frente al número que les corresponde. Allí no hay carreras inútiles. El tren se para coincidiendo exactamente con las marcas escritas.
En Japón, un taxista viste como un Lord inglés y mantiene su vehículo tan impoluto como un mayordomo. Son taxistas de guante blanco y no sé si los llamo así porque indefectiblemente llevan sus manos enfundadas en ellos o por sus astronómicas tarifas.
Pero es en el comercio donde más admiro esa meticulosidad y esa atención a los detalles que separa la cultura Japonesa de la nuestra. A veces pienso que para ellos, el continente es más importante que el contenido, la presentación más valiosa que la calidad.Cuando veo las bolsas, estuches o cajitas en las que se empaquetan los artículos, incluso de consumo diario como el queso, los productos de charcutería, la carne o la fruta no dejo de preguntarme qué es lo que ha costado más al fabricante si la elaboración del producto o su envasado. Evidentemente cuando se trata de productos más sofisticados como los pequeños regalos, los bombones o los perfumes, la presentación roza la exageración.
Con ocasión del último viaje a Tokio el traslado desde el aeropuerto al hotel tomó varias horas debido a un tráfico intenso. Nuestro conductor comentó que la gente regresaba a casa después de haber pasado el día en el campo viendo los cerezos en flor. Días más tarde tuve ocasión de pasar algunas horas en uno de esos parques y me pareció una experiencia arrebatadora.
Entrar en un templo es como retroceder varios siglos por el túnel del tiempo. Ningún afán de modernismo en estos lugares: las plantas, la piedra, el agua, la madera dominan el entorno. Canta el agua en los riachuelos del jardín y relampaguean al sol las tranquilas carpas, suena de vez en cuando alguna ronca campana que tañe a su paso algún devoto. En los pebeteros se eleva en volutas el humo de los palos de incienso ofrecidos como exvotos y sea cual sea nuestro concepto de religiosidad nos sentimos sobrecogidos y respetuosos del lugar. Se respira calma, meditación y paz aunque traspasado el umbral nos veamos de nuevo envueltos en un tráfico enfebrecido.
Debería recordar aquí la comida japonesa pero los platos son tan variados y dispares que me limito a recordar los tres más memorables. El primero es el
sukiyaki, plato típico por excelencia. Se parece a la fondue suiza en que se coloca en el centro de la mesa un recipiente de aceite caliente, pero ahí acaba toda similitud. Se trata de una comida formal, que se presenta a los comensales en una bandeja primorosamente adornada, con todos los ingredientes limpios, troceados y muy frescos. Con ayuda de los palillos, cada ingrediente se sumerge en el aceite el tiempo deseado,luego se moja en la salsa apropiada, generalmente salsa de soja, y se lleva a la boca alternando verduras, mariscos o trozos de carne. Mientras que en el sukiyaki cada comensal elige el punto de fritura, en los restaurantes de
tempura es el cocinero quien fríe los productos. El arte consiste en armonizar y establecer el orden correcto de los ingredientes que se deben freír. El tiempo de fritura es muy breve y no debe quedar rastro de aceite al salir de la sarten. El cocinero comienza lógicamente por los que necesitan menos temperatura y a medida que el aceite se calienta pasa a los que toman más tiempo. El principal criterio de calidad es la ligereza. Pese a que los ingredientes pasan todos por el aceite no se debe sentir la grase ni quedar con sensación de pesadez. No es necesario mencionar el
sushi porque se ha vuelto un plato de la cocina internacional. Aunque el sushi se asocia habitualmente con el pescado crudo se trata de bocaditos de arroz cocido y sazonado con vinagre de arroz envuelto en algas y adornado con alguna verdura o con pescado crudo o marinado.
La sociedad japonesa es una sociedad que antepone la colectividad al individuo. La excelencia, el liderazgo, las decisiones, los méritos son siempre colectivos. El individuo queda relegado a un segundo puesto. Su valor está influenciado por la pertenencia a un colectivo o grupo, llámese empresa, club, clan o aldea. Esto explica el carácter paternalista de las empresas japonesas y el sentimiento de pertenencia de sus trabajadores. Las crisis financieras de los últimos tiempos y el aumento del desempleo tienden a resquebrajar estos conceptos y crean grandes trastornos psicológicos en los individuos, particularmente a partir de una cierta edad.
Me gustaría concluir estos recuerdos desordenados con un último contraste. No hay pueblo en el mundo más apegado a sus tradiciones que el japonés, y sin embargo, creo que tampoco hay en el mundo personas tan curiosas, tan ávidas por conocer y aprender las costumbres, la cultura, los paisajes de otros pueblos que los japoneses. Me pregunto si no será porque sólo cuando alguien es plenamente consciente de sus raíces y las asume, puede de verdad apreciar, entender y valorar las costumbres de los demás.