31 de octubre de 2007

Crear lazos


Pienso que somos tan ricos como ricas y abundantes son nuestras relaciones. En el fondo, qué son los negocios sino una cuestión de lazos humanos, de relaciones interpersonales, de sintonía entre personas que se necesitan y se complementan?
Mi mayor tesoro es el listado de contactos en mi móvil, PDA, o Microsoft Outlook y por eso guardo varias copias de seguridad. Pero, las relaciones como las plantas, necesitan riego. El valor de nuestras relaciones, de nuestros contactos es directamente proporcional al número de veces que a lo largo del mes o del año, recorremos el listado y entablemos contacto con las personas que figuran en él.

29 de octubre de 2007

Cézanne: Los Jugadores de cartas

Los Jugadores de cartas (1890-1892)
Óleo sobre lienzo 47,5 cm x 56 cm
Musée d¡Orsay (Paris)


En los años noventa Cézanne pinta además de los paisajes que se le ofrecen a la vista en Jas de Bouffan, otros bodegones y retratos. Para los modelos que posan ante él, las interminables sesiones son un martirio. Cézanne les pide inmovilidad absoluta, la misma calma que reflejan los objetos de sus naturalezas muertas.- Una cabeza es para él, lo mismo que una manzana, el punto de partida para una composición. Al pintor no le interesa plasmar los sentimientos o la individualidad de las personas que retrata.
Por ese motivo que sirve de modelos que puede pagar, por ejemplo campesinos y jornaleros que trabajan en los terrenos arrendados en Jas de Bouffan le sirven de modelos para Los jugadores de cartas (1890-1892), un motivo que realiza en cinco versiones diferentes.
El fondo es en general oscuro, con sólo unos toques de color claro para definir el lugar, que tal vez sea la terraza cubierta de un café. La escena está iluminada por luz artificial, cuyos reflejos se aprecian en el mantel de la mesa, la botella y la pipa. Tampoco en esta ocasión se trata de reproducir una escena cotidiana de la pequeña burguesía de las afueras, sino de una solución a un problema de composición, en este caso la representación de personas en el espacio. Los dos hombres están rígidamente sentados a la mesa, cuya prolongación de los puntos de fuga confluyen en el eje vertical de la botella. La mesa es el centro de la escena; en ella se encuentran las diagonales de los brazos doblados y las miradas de los jugadores. la mesa obtiene toda la luz. Su cálido tono naranja es nexo de unión entre el azul frío y opaco del jugador de la izquierda y el gris descolorido de la derecha. En las chaquetas de ambos se encuentra reflejado el color de la mesa.
Cada detalle del cuadro tiene una función para el efecto general. Nada se ha confiado a la casualidad. Alejado de toda escenificación naturalista o de cualquier detalle anecdótico. Cézanne logra aquí una composición madura, constituida en base a valores direccionales y referencias cromáticas y formales, en la que se inmortaliza por igual lo íntimo y lo monumental.

Para Cézanne, los colores son el único elemento constitutivo de la imagen. Combinándolos adecuadamente, determinan también la forma: los límites del color son también los límites de la forma. La luz de sus cuadros no existe por sí misma. Es el color el que la produce.
“La luz no es una cosa que pueda reproducirse, sino algo que puede representarse con colores”
De ahí resulta que Cézanne representa la mayor claridad de la luz, su fuerza más intensa, con la mayor intensidad de color y no, por ejemplo, con la mayor claridad. Vierte al lienzo luz y sombra valiéndose de colores claros y oscuros y utiliza los contrastes cromáticos para estructurar el cuadro. el color azul tiene para él la propiedad de dar al espacio profundidad y altura, de “hacer sentir el aire”, como el mismo pintor dice.

28 de octubre de 2007

La Moldava

No suelo poner música en my blog, pero al hablar de Praga y del Modava no puedo por menos que insertar, al menos durante unos días, la magnífica obra "Vlatva" (La Moldava) de Bedrich Smetana

26 de octubre de 2007

Praga

Las campanas de la iglesia San Nicolás suenan broncas en esta temprana hora de la mañana. Está amaneciendo sobre el Moldava. Acodado en el puente de Carlos IV contemplo el tímido reflejo de luz matinal que resbala sobre las aguas y suaviza la oscuridad del río mientras oigo en mi mente las hermosas estrofas de Smetana evocando su querido Vlatva. No he podido dormir en toda la noche. Han sido muchos los sobresaltos del día, esa mezcla de anticipación, romanticismo y congoja por el sufrimiento de un hijo.

Estábamos a principios de los noventa celebrando nuestro 25 aniversario de boda y después de haber pasado con nuestros hijos unos días en Viena partíamos en automóvil hacia la misteriosa y aún poco conocida Praga. El día anterior, En Viena, al bajar de la Gran Noria, nuestro hijo Alejandro había pisado en falso y sintió un fuerte tirón pero pensando que se trataba de una simple torcedura de pie que se le iría pasando, a la mañana siguiente nos pusimos en ruta para recorrer los 300 km. hasta Praga. Salvo el dolor del muchacho que ya no sabía cómo colocar el pie para mitigar el sufrimiento, y la hinchazón subsiguiente, el viaje se desarrolló sin incidentes. No obstante, al llegar a nuestro hotel, aún recuerdo que se llamaba Jalta, pedimos la dirección de una clínica o un hospital pero nadie supo contestarnos en ninguno de los diferentes idiomas que alternativamente fuimos ensayando: inglés, francés, y finalmente español. Inquietos salimos a la calle y un benévolo taxista entendió finalmente nuestro problema y nos condujo a un hospital cuyo nombre prefiero no recordar. Una vez más la incomunicación fue total. Por gestos nos hicieron esperar en una sala fría y escasamente iluminada. Al cabo de la primera hora de espera salí al pasillo en busca de alguna señal de vida, pero el silencio era absoluto. Parecíamos estar en un hospital desierto. Finalmente, tras varias horas de angustia llegó un médico y a medias entre gestos y las pocas palabras de inglés que él comprendía le pusimos al corriente del problema. No hubo manera de conseguir un calmante, pero vendó el pie a nuestro hijo, el dolor se mitigó un tanto y regresamos al hotel.

Me debatía con regresar a la mañana siguiente a Viena para tomar el avión de regreso a España o seguir el programa establecido. Por eso, incapaz de dormir, me levanté a pasear por las calles desiertas de la ciudad hasta que amaneciera sobre el famoso puente de Carlos.

No es fácil describir todas las sensaciones que te avasallan cuando llegas a una ciudad histórica cuajada de monumentos sorprendentes, pero cuando por circunstancias especiales la paseas a las cuatro de la mañana de una noche de verano. La ausencia de vehículos, la sensación de soledad y misterio, las sombras de los monumentos, el eco de las propias pisadas parecen convertirse en caja de resonancia que intensifica esas sensaciones.

Me encaminé en primer lugar hacia el Ayuntamiento. Había visto fotografías del famoso reloj astronómico pero quería contemplar esa magnífica pieza de precisión con indicación de la situación del sol, la luna y los planetas. Tras un rato absorto en su contemplación, giré la vista hacia la graciosa silueta del templo de la Madre de Dios de Týn y a través de pequeñas callejuelas empedradas, deambulé por la ciudad, pasé por delante de la vieja “Prasna brana” o Torre de la Pólvora, e inconscientemente me encaminé hacia algo que quizá ya me había conquistado antes de llegar a la ciudad. Iba buscando el río y el Puente de Carlos con sus magníficas estatuas de reyes y santos y la aún negra silueta de la catedral de san Vito y del Castillo. Al final del puente se perfilaba la Torre de la ciudad vieja, una de las más hermosas torres medievales que existen en Europa y me alegré de que a esas horas de la madrugada mi cámara no sirviera para hacer fotografías. No había distracción posible. Contemplé una y otra vez el río, el puente, la silueta de iglesias y monumentos que empezaban a perfilarse en el horizonte y tomé una decisión: Nos quedaríamos en Praga. La ciudad merecía una visita pausada y con guía.

El muchacho tenía el pie menos hinchado que el día anterior y decidió acompañarnos. No pudimos contar maravillas de nuestro guía, una persona mayor que completaba su escaso salario de funcionario con visitas guiadas en un idioma que había aprendido durante su estancia de colaboración en Cuba. Visitamos el Castillo de Praga, en realidad un Palacio, y la catedral que iniciada en el siglo XIV no fue finalmente concluida hasta el siglo XIX. En las inmediaciones del castillo pasamos por el Callejón de Oro con sus minúsculas casas de artesanos. Me acordé que Kafka había ocupado durante un tiempo una de esas casas cuyo dintel me llegaba a la altura del hombro y siguiendo las explicaciones del guía fuimos viendo los diferentes monumentos de la ciudad vieja y de la plaza Malá Strana en particular el Templo de San Nicolás cuyo órgano fue utilizado por Mozart durante su estancia en la capital.

Por la tarde dejamos a nuestro hijo descansando en el hotel y nos fuimos a hacer la compra de algún souvenir. Como no podía ser de otro modo, la tentación nos llevo a las numerosas tiendas de cristal de bohemia. Las piezas que compramos, verdes o azuladas adornan hoy nuestro salón de casa. Sin embargo, el recuerdo que seguimos mirando quizá con mayor cariño es la marioneta que nuestra hija María se encargó de comprar. En pleno día y en las calles comerciales de la ciudad, milagrosamente pudimos constatar que había más personas que entendían el español de lo que nos había parecido el día anterior.

He vuelto numerosas veces a Praga en avión, por motivos de trabajo. Siempre que he podido me he liberado de mis anfitriones para pasear sólo a altas horas de la noche por el puente de Carlos IV. Voy tatareando “El Moldava” de Smetana o recordando escenas de la Praga descrita por Kundera en “La imposible levedad del ser”. Sin embargo, Praga sigue siendo para mí, la del primer viaje:una ciudad medieval, nocturna, silenciosa y bella donde he conocido la angustia y la impotencia y donde me he sentido extraño y familiar a la vez porque he reencontrado la misma cultura que construyó nuestras catedrales góticas o nuestros castillos y monumentos.

22 de octubre de 2007

Hacer, sin hacer nada


El tiempo mejor aprovechado es el tiempo que sin hacer nada nos dedicamos a pensar. Cuánto me cuesta robar tiempo a la acción y pararme a poner orden en las ideas, evaluar la tarea, priorizar las necesidades, planificar la jornada. Desde que me levanto, me lanzo desaforadamente a hacer cosas y sin embargo, al final de día, tengo la impresión de que quedan más cosas por hacer que cuando empecé la jornada. Lo que probablemente he olvidado es que he perdido el tiempo haciendo cosas innecesarias o que podrían resolverse por sí mismas si atacara la raíz del problema. Como dice Peter Durcker, el gran experto en dirección de Empresas: “No hay nada tan inútil como hacer de un modo eficiente aquello que no es necesario hacer”.

21 de octubre 2007

En nuestra Asociación, Cabezas de Familia Juan XXIII, se ha celebrado por todo lo alto su XLI aniversario. Me ha llamado la atención, durante la misa y después de la consagración la danza del santo.Un grupo folklórico infantil de la ciudad interpretó esta danza tradicional. No sé si existe esta costumbre en otras partes de España, pero cada vez que veo estas danzas en la inglesia se me antojan reliquias de ritos antiguos en los que la danza, y la expresión corporal eran parte del sentimiento religioso. Las danzas sagradas son comunes a todas las culturas y podemos verlas aún en todo su esplendor en las danzas rituales de las más remotas tribus africanas. Me pregunto el por qué y quizá inconscientemente piense que el ritmo, la cadencia, tienen algo de hinóptico propicio al trance religioso.


En cualquier caso, es bello ver a estos jóvenes danzantes evolucionar en el pasillo de la iglesia al son de la dulzaina y del tamboril. Sencillo y bello a la vez.

18 de octubre de 2007

Poética


Y lo convierto todo en un poema
y trasmuto la vida en las palabras
y descubro algún verso en cada esquina.
¿Acaso soy palabra frente al mundo?
Y el amor se transforma en caracola
y la muerte en semilla de centeno
y el recuerdo en dolor amortajado.
¿Qué es anterior, palabra o sentimiento?
No quiero ser poema, yo no quiero,
ni ser tampoco un verso bien medido,
ni siquiera metáfora perfecta.
Sólo ser hombre en quien palpite el tiempo,
me basta con ser hombre si me quieres,
mujer a quien escribo este poema.

Ramón García Mateos
Como otros tienen una patria (2007)
X Premio de Poesía ciudad de Salamanca

17 de octubre de 2007

¿Estamos perdiendo la capacidad de opinar?

"Tener personalidad equivale a ser algo más que un caso singular de una ley general. La misma impresión de falsead suscita una institución que sólo dice lo que de ella se espera o el colectivo que subraya aquel aspecto que forma parte de su previsible identidad; así se explica que sociedades e instituciones hayan sucumbido repentinamente corroídas por su mentira interna. Lo propio, lo típico, lo esperable, es insincero. Es el efecto que produce todo lo que se ajusta exactamente a las convenciones vigentes o a las expectativas de los demás. Hablar como un personaje típico de la derecha, ser inequívocamente progresista, exhibirse como un producto típico del país, criticar por principio como cabe esperar siempre de la oposición o defender igualmente por principio a la autoridad... La sinceridad no es lo contrario a la mentira, sino al automatismo y la rutina".

Queridos amigos,
Este texto extraído de un reciente libro de filosofía social "LA SOCIEDAD INVISIBLE" del Español Daniel Innerarity, me ha dejado muy perplejo y quisiera compartirlo con vosotros.
Tengo la sensación de que muchas veces defendemos posturas, ideas o proyectos, no tanto porque estamos convencidos de su veracidad o idoneidad, como por el hecho de emanar o provenir de quien provienen.
Es, de alguna manera, como firmar un cheque en blanco a una persona o entidad por el mero hecho de que generalmente no nos ha fallado.
O si queréis otro símil, equivaldría a no ver defectos ni fallas en un equipo de fútbol porque somos socios del club o aceptar un comentario "porque lo dijo la tele".
A la inversa, tendemos a valorar las opiniones o criterios que nos confrontan cada día en función de clichés tales como partido político, religión, sindicato, o color de quien los emite.
Y es que creo que cada vez más, estamos cediendo nuestro derecho a juzgar y decidir en favor de otros prescriptores de opinión; llámense "los medios de comunicación", "la gente" o las "personas bien enteradas".
Creo que tenemos un derecho inaliebable de juzgar por nosotros mismos, de formar nuestras propias opiniones, utilizar nuestro criterio. El buen sentido nos aconsejará luego, quizá el confrontar nuestra opinión con lo que dicen los expertos y quizá ello nos obligue a rectificar, pero el abandono de nuestro derecho a pensar, porque ya piensan por nosotros los demás, me parece sencillamente aberrante particularmente en un momento de nuestra vida en que creemos haber conquistado todas las libertades y todos los derechos.
¿Estáis de acuerdo conmigo? ¿Será cierto que cada vez son menos los que piensan y más los que simplemente aceptan?

9 de octubre de 2007

El bosque de los zorros de Arto Paasilinna

EL BOSQUE DE LOS ZORROS
Novela
Arto Paasilinna
Anagrama 2005
Panorama de narrativas
Título original: Hirtettyjen kettujen metsä 1983
Traducido del finlandés por Dulce Fernández Anguita
262 páginas


Arto Paasilinna (1942), se ha convertido en el autor finlandés de moda no sólo en su país sino también en Europa y más recientemente en España donde la Editorial Anagrama está traduciendo alguna de sus obras más conocidas.
Probablemente para la mayoría de nosotros la literatura finlandesa desapareció en una nebulosa desde el legendario Mika Waltari y su conocido “Sinuhé el Egipcio”. Pero no hay comparación posible entre los dos autores. Arto Paasilinna además de ser finlandés escribe sobre Finlandia, sobre la belleza de sus paisajes, la majestuosidad de sus ilimitados horizontes y cómo no, con inigualable sorna no exenta de benevolencia, sobre los finlandeses y los defectos de sus virtudes.

De Arto Paasilinna es ·”El bosque de los zorros” originalmente escrito en 1983, que nos narra la historia de Oiva, el comandante Remes y Koska, tres personajes singulares, inconformistas, libertarios y marginales como la mayoría de sus personajes de ficción. Ex guardabosque, ex periodista y ex poeta, este autor conoce como nadie la realidad finlandesa y como decía antes, las virtudes de sus defectos. Contra una vida pulcra, perfectamente ordenada y sujeta a meticulosos preceptos y rutinas nuestros tres personajes reaccionan de la única manera posible: huyendo.

Oiva, vago y pícaro a partes iguales huye del trabajo, se mete a gánster y roba cuatro lingotes de oro del Banco de Suecia, pero es vago hasta para cometer sus fechorías y recurre a otros pícaros como él pero menos espabilados que son los que finalmente caen en manos de la justicia y tienen que expiar sus penas. El dilema se presenta cuando se entera que sus compinches van a ser puestos en libertad gracias al benigno sistema penitenciario sueco y, decidido a no compartir con ellos su botín, huye a lo más profundo de los bosques de Laponia.

El comandante Remes huye del papeleo y la rutina militar. Él es un hombre de acción y prefiere solucionar el día a día con sus puños. Pero es también un hombre perspicaz y pronto se da cuenta que Oiva, no es lo que dice ser, y que a su lado acabará descubriendo el origen de su dinero y podrá, de paso, pasar un año sabático a costa de su nuevo compinche.

A esta extraña pareja se une la vigorosa nonagenaria Koska que huye, ella también, y con mucha energía, de la Seguridad Social finlandesa que quiere encerrarla contra su voluntad en un centro geriátrico.

Es a partir del momento en que el trío está formado que la novela cobra mayor animación. A pesar de la disparidad de edad, temperamento e intenciones, los tres personajes se complementan y acaban entendiéndose. Saben que dependen unos de otros y eso les hace humanos y enternecedoramente contradictorios. Aman la naturaleza, la vida salvaje y libre y se refugian en los bosques impenetrables de Laponia en el monte de Kuopsu, junto al inquietante Bosque de los Zorros, pero cómicamente, poco a poco su choza de leñadores se va transformando en un lujoso campamento donde no falta ni sauna, ni agua caliente, ni luz eléctrica, ni las comodidades que ello proporciona. Todas las deficiencias de uno son vistas con condescendencia por los demás y el comandante acepta ser encerrado en un calabozo para no enterarse de dónde guarda Oiva el botín.

Es precisamente la dimensión humana y tierna de sus personajes, unido a su amor por la naturaleza lo que caracteriza a este autor nórdico que escribe con palabras de todos los días pero insinúa su crítica y sus reservas al sistema establecido con sutil y humorística ironía.

Leemos en castellano una obra originalmente escrita en finlandés, por lo que justo es mencionar que Dulce Fernández Anguita , la traductora, ha sabido utilizar en su traducción palabras sencillas y coloquiales que presumimos respetan plenamente no sólo la literalidad del relato sino sobre todo su espíritu.

8 de octubre de 2007

Hablar con un Genio

Cuántas veces nos hubiese gustado hablar con una persona que hemos admirado en cualquier campo de nuestro interés: el deporte, la ciencia, las artes o las humanidades. Qué científico no hubiera deseado tener una larga conversación con Einstein o qué escritor no hubiera deseado conocer los secretos de Shakespeare?

Sin embargo, tenemos al alcance de la mano esa vuelta por el túnel del tiempo hacia los personajes que siempre hemos admirado. Seguramente existen libros escritos por ellos o biografías, que nos hablan directamente sin cortapisas de tiempo. Cuando leemos un libro de alguien o sobre alguien que admiramos siempre se nos contagia una brizna de su talento.

Gauguin : Mujer con Flor

Vahine no te tiare
1891 Mujer con Flor
Ny Carlsberg Glyotek
Copenhague
Un personaje entre dos mundos. Como apenas ningún otro artista, Paul Gauguin se expuso al modo de vida que él había invocado en su obra. La naturalidad e ingenua armonía de una vida salvaje, primitiva, que él invocó a fin de reprocharle sus defectos a su propia civilización, a la que despreciaba, no deseaba sólo retratarla: quería llegar a conocerla y con su propia existencia dar testimonio de que el exotismo del Pacífico Sur era algo más que sólo aquel artificioso encanto que, provocado por las ferias mundiales y los reportajes periodísticos, fascinaba a la Europa de su época. El 4 de abril de 1891 se marchaba de Paris en el tren nocturno. Su meta lejana se llamaba Tahiti. Su pintura allíí no se preocupó de la individualidad de sus motivos. Sin embargo, al menos los cuadros de la época inicial intentan describir fielmente el medio ambiente que habría de llegar a ser su patria artística.

El mejor ejemplo de la búsqueda de afinidades es La mujer con la flor. El mismo fondo que Gauguin había empelado ya en su autorretrato con nimbo orna este cuadro. No obstante el patrón abstracto se limita esta vez a rematar la parte posterior del cuadro. El rostro de la retratada ya no queda expuesto por completo a la presión ejercida por la exuberancia ornamental de colores y líneas; ahora ella puede mostrarse en tamaño monumental. La mujer sostiene una flor en sus manos, símbolo del crecimiento y del desarrollo. Los símbolos de la pasión, en los que en el autorretrato de Gauguin se podían reconocer aún reminiscencias del sufrimiento y de la tribulación, han perdido su sentido ante el apacible carisma de la mujer retratada.

5 de octubre de 2007

Contrastes


He viajado en el tren bala a 300 km. por hora y he paseado horas más tarde en un jardín zen sin salir del Hotel New Otani en el corazón mismo de Tokio. He entrado a curiosear en una tienda de electrónica de Osaka las últimas computadoras de bolsillo y me he perdido en una minúscula tienda tres calles más allá, que sólo vendía papel de carta de los más variados y suaves satinados. He comido en un Burger King sin enterarme siquiera de que me encontraba en Tokio y al día siguiente he cenado en una de las cuatro mesas del restaurante de “tempura” más afamado de Japón. Estos son algunos de los contrastes que justifican el título que he elegido para estos sencillos recuerdos de mis viajes a Japón.

Como empresario me ha sorprendido siempre la manera de hacer negocios en Japón. Las citas son minuciosamente planificadas. Los temas de conversación se negocian con antelación así como el número de personas que asisten de cada lado. En primer lugar se hace un intercambio de tarjetas de visita que se entregan con ambas manos a nuestros anfitriones con una leve inclinación de cabeza. Luego viene el intercambio de regalos, generalmente detalles de poco valor pero en el caso de nuestros interlocutores de un gusto exquisito. Tomamos el té mientras se habla de banalidades: el viaje, el tiempo, si nos gusta Japón, hasta que tras un significativo silencio entendemos que ha llegado el momento de abordar el motivo principal de nuestro encuentro. Frente a nosotros las cuatro o cinco personas presentes toman notas. Hacemos pausas para ver si alguien contesta a nuestra pregunta a nos hace alguna nueva pregunta pero se conforman con tomar notas. Incapaces de observar ningún atisbo de interés o rechazo en sus rostros impasibles, seguimos algo nerviosos y titubeantes. Nos damos cuenta de que estamos hablando solos frente a unos hombres que escuchan y toman notas. Al no haber réplicas nuestra exposición termina mucho antes de lo esperado. Tras una última pregunta, guardamos silencio esperando una contestación. Por toda respuesta recibimos una amplia sonrisa. Se levanta la sesión, y volvemos desesperados a nuestro hotel. Es como si hubiésemos fracasado… Unos días más tarde, ya de regreso en casa, empiezan a llegarnos correos de una asombrosa precisión haciéndonos preguntas muy pertinentes que rápidamente reconducen aquel diálogo de sordos inicial. Ahora somos nosotros los que tardamos en dar debida respuesta a todo lo que ellos nos piden, o nos preguntan. La minuciosidad y la escrupulosa atención a los detalles son la clave. El éxito en la negociación se basa en comprender que la confianza en nuestro producto o servicio se obtiene siendo puntillosamente fieles a lo que a nosotros nos parece insignificante.

La meticulosidad es una de las marcas distintivas de Japón. Habituados a correr por los andenes de las estaciones españolas me llamó la atención el que los números de los vagones estén escritos en el suelo del andén y que los viajeros hagan rigurosa cola frente al número que les corresponde. Allí no hay carreras inútiles. El tren se para coincidiendo exactamente con las marcas escritas.

En Japón, un taxista viste como un Lord inglés y mantiene su vehículo tan impoluto como un mayordomo. Son taxistas de guante blanco y no sé si los llamo así porque indefectiblemente llevan sus manos enfundadas en ellos o por sus astronómicas tarifas.

Pero es en el comercio donde más admiro esa meticulosidad y esa atención a los detalles que separa la cultura Japonesa de la nuestra. A veces pienso que para ellos, el continente es más importante que el contenido, la presentación más valiosa que la calidad.Cuando veo las bolsas, estuches o cajitas en las que se empaquetan los artículos, incluso de consumo diario como el queso, los productos de charcutería, la carne o la fruta no dejo de preguntarme qué es lo que ha costado más al fabricante si la elaboración del producto o su envasado. Evidentemente cuando se trata de productos más sofisticados como los pequeños regalos, los bombones o los perfumes, la presentación roza la exageración.

Con ocasión del último viaje a Tokio el traslado desde el aeropuerto al hotel tomó varias horas debido a un tráfico intenso. Nuestro conductor comentó que la gente regresaba a casa después de haber pasado el día en el campo viendo los cerezos en flor. Días más tarde tuve ocasión de pasar algunas horas en uno de esos parques y me pareció una experiencia arrebatadora.

Entrar en un templo es como retroceder varios siglos por el túnel del tiempo. Ningún afán de modernismo en estos lugares: las plantas, la piedra, el agua, la madera dominan el entorno. Canta el agua en los riachuelos del jardín y relampaguean al sol las tranquilas carpas, suena de vez en cuando alguna ronca campana que tañe a su paso algún devoto. En los pebeteros se eleva en volutas el humo de los palos de incienso ofrecidos como exvotos y sea cual sea nuestro concepto de religiosidad nos sentimos sobrecogidos y respetuosos del lugar. Se respira calma, meditación y paz aunque traspasado el umbral nos veamos de nuevo envueltos en un tráfico enfebrecido.

Debería recordar aquí la comida japonesa pero los platos son tan variados y dispares que me limito a recordar los tres más memorables. El primero es el sukiyaki, plato típico por excelencia. Se parece a la fondue suiza en que se coloca en el centro de la mesa un recipiente de aceite caliente, pero ahí acaba toda similitud. Se trata de una comida formal, que se presenta a los comensales en una bandeja primorosamente adornada, con todos los ingredientes limpios, troceados y muy frescos. Con ayuda de los palillos, cada ingrediente se sumerge en el aceite el tiempo deseado,luego se moja en la salsa apropiada, generalmente salsa de soja, y se lleva a la boca alternando verduras, mariscos o trozos de carne. Mientras que en el sukiyaki cada comensal elige el punto de fritura, en los restaurantes de tempura es el cocinero quien fríe los productos. El arte consiste en armonizar y establecer el orden correcto de los ingredientes que se deben freír. El tiempo de fritura es muy breve y no debe quedar rastro de aceite al salir de la sarten. El cocinero comienza lógicamente por los que necesitan menos temperatura y a medida que el aceite se calienta pasa a los que toman más tiempo. El principal criterio de calidad es la ligereza. Pese a que los ingredientes pasan todos por el aceite no se debe sentir la grase ni quedar con sensación de pesadez. No es necesario mencionar el sushi porque se ha vuelto un plato de la cocina internacional. Aunque el sushi se asocia habitualmente con el pescado crudo se trata de bocaditos de arroz cocido y sazonado con vinagre de arroz envuelto en algas y adornado con alguna verdura o con pescado crudo o marinado.

La sociedad japonesa es una sociedad que antepone la colectividad al individuo. La excelencia, el liderazgo, las decisiones, los méritos son siempre colectivos. El individuo queda relegado a un segundo puesto. Su valor está influenciado por la pertenencia a un colectivo o grupo, llámese empresa, club, clan o aldea. Esto explica el carácter paternalista de las empresas japonesas y el sentimiento de pertenencia de sus trabajadores. Las crisis financieras de los últimos tiempos y el aumento del desempleo tienden a resquebrajar estos conceptos y crean grandes trastornos psicológicos en los individuos, particularmente a partir de una cierta edad.

Me gustaría concluir estos recuerdos desordenados con un último contraste. No hay pueblo en el mundo más apegado a sus tradiciones que el japonés, y sin embargo, creo que tampoco hay en el mundo personas tan curiosas, tan ávidas por conocer y aprender las costumbres, la cultura, los paisajes de otros pueblos que los japoneses. Me pregunto si no será porque sólo cuando alguien es plenamente consciente de sus raíces y las asume, puede de verdad apreciar, entender y valorar las costumbres de los demás.

3 de octubre de 2007

El otoño que llega

Los brazos




Cuando seas feliz, cuando todas las cosas
estén a tu favor, y tu vida se vuelva
un lugar habitable, no te acuerdes de mi.
Pero si alguna vez sintieras que la carga
te pesa demasiado; si ya no puedes más,
y empiezas a dudar de ti misma y de todo,
recuerda que hubo alguien que alguna vez te amó
y que hubiese querido, si le fuera posible,
aliviarte esa carga. Y piensa en esos brazos
ya impalpables, aéreos, y que ya no sabrían
hacerte daño alguno.
Y un momento, si puedes,
abandónate en ellos, por favor, y descansa.

José Cereijo
Música para sueños (2007)