Emerjo
de una nube viscosa de algodón, huelo a medicamento, noto que me estoy despertando.
Algo ha ocurrido. Trato de abrir los ojos pero mis párpados son dos ladrillos.
Distingo una mancha de claridad sobre
una pared oscura. No estoy en mi cama,
huele diferente, ¿Dónde estoy? ¿Qué ocurrió?
Intento mover la cabeza a un lado para
reconocer el lugar, para localizar la puerta o
una ventana, pero no consigo nada. Me
han cortado los cables. Mi cerebro transmite órdenes que van a parar a una vía muerta. Hago un intento por apartar las sábanas y levantarme, pero mi
brazo se ha ido de paseo y no responde.
¿Qué
te ha ocurrido Federico ¿Dónde estabas
ayer? ¿No tenías que ir a Barcelona? Se
encienden lucecitas de colores, el
cerebro me responde, trata de recordar. ¿Un accidente?
¿Maté a alguien?¿Hay más personas
hospitalizadas? Estuve con los
colegas hasta tarde, bebí, quizá demasiado, no recuerdo, llegué a casa, ¿a qué
hora? Dormí poco. Siempre duermo poco.
Me afeité, y sin sentarme siquiera, tomé el café mientras acababa de
vestirme. El garaje estaba a oscuras,
silencioso, aterrador. Desde lejos pulsé
el mando para localizar mi coche y tener un poco de claridad. Arranqué y salí en tromba. Mientras deambulaba
por las calles de Madrid me fui poniendo el cinturón de seguridad, guardando
las llaves de la casa, colocando la cartera en el asiento del copiloto. Me maldije a mi mismo por salir tarde, por
dormir poco, por ser tan desordenado. El
tráfico empezaba a espesarse en la A2. Al llegar a la altura de Alcalá todos los coches me parecieron caracoles
yendo a trabajar. ¡Qué poca prisa,
tienen algunos! o qué pocas ganas de llegar al trabajo. Llego a Azuceca, el
tráfico se desvía, por fin pude acelerar, Guadalajara, nueva frenada a causa de las
mamás que llevaban los niños al
colegio. Pité al coche que iba delante y que se paró en el paso de zebra para dejar cruzar
aunque todavía estábamos en verde. De la ventanilla salió un brazo adornado de
pulseras que con el dedo del corazón me hizo un gesto inequívoco. Me cabreé y decidí perseguirla y hacerla
pasar un mal rato. Después de
Guadalajara había placas de hielo en la carretera, pero arriesgué, quería
vengarme y recuperar el tiempo perdido. Nervioso,metí la mano en el
bolsillo en busca del tabaco pero el coche me hizo un extraño, cuando me repuse
el coche rojo al que perseguía había desaparecido.
Me
gustaría palparme, tocarme el pecho, sentir los dedos de los pies. ¿Estarán
ahí? No siento nada, tampoco dolor. ¿Por qué nadie está a mi lado, me acaricia,
me dice que ya pasó todo, que me pondré bien, que no ha sido nada? Dolor,
oscuridad, una ambulancia que se acerca, frenada, voces de unos, comentarios de
otros, y dolor, mucho dolor, alguien que me habla, después ya nada, la nube de algodón viscoso de la que acabo de
salir.
Mientras
tanto la claridad se filtra lentamente a
través de la persiana y traza rayas blancas sobre una pared que se ha vuelto azul
Seguridad Social. Ya no me cabe la menor
duda. Estoy hospitalizado. Huele a cloroformo. He sufrido un accidente del que
ignoro las proporciones o consecuencias y no puedo moverme. ¿Me habré quedado
tetrapléjico? ¡Qué horror! No, mejor no pensarlo.
La
habitación y la mente se van iluminando a la par.
Oigo chirridos, un sonoro ¡Joder!
un ¡bruum…! y un clashh de
chapa arrugada mientras veo aquella negra y amenazante cabina de camión que se
desvía de su carril y se me echa
encima. Instinto de supervivencia, y de
auto justificación. ¡No! No fue
culpa mía, ese cabrón invadió
mi calzada. ¡Estaría dormido!